VI.
Apenas
se encontró dentro del templo y tendida en una mesa cubierta de paños y telas,
la princesa Viserina se abandonó a sí misma y permitió a su cuerpo relajarse, a
su mente consciente desconectarse y a los monjes trabajar. El lugar era amplio,
iluminado con numerosas velas, y rodeado de algunos monjes que simplemente
oraban en silencio. Missa Yendé trajo con toda solemnidad un cuenco con un poco
de líquido soporífero para que la princesa lo bebiera, pero al encontrarla
desmayada, se lo dio él mismo, empapando un trozo de tela en el líquido y
estrujándoselo en los labios, hasta asegurarse de que la princesa entrara en un
sueño profundo. Missa Passel, era el más preparado en el arte de curar personas
y animales, conocía desde las oraciones más poderosas para sanar el cuerpo y la
mente, hasta las hierbas más beneficiosas en el tratamiento de malestares y
heridas. El monje limpió el corte en el hombro de la muchacha minuciosamente
hasta asegurarse de que no tuviera rastros de suciedad ni indicios de
infección, luego la coció, le puso un emplasto de hierbas y lo vendó todo. Luego
continuó con la flecha clavada en el muslo de la princesa, esto era algo
complicado, en la zona había arterias capaces de drenar un cuerpo completo en
minutos. También la extracción de la flecha era algo que se debía trabajar con
precaución, debido a la gran variedad de puntas que existían: Las forma de
hoja, de punzones, triangulares, romboides, cola de golondrina, de medialuna,
además de esas malditas desmontables que podían soltarse dentro de la carne o
de órganos al intentar removerlas. Passel decidió que la forma más fácil y
rápida era también la más factible, atravesarla, pues esta había entrado en
diagonal y su salida estaba próxima. Así que tomó la flecha firmemente por el
astil, sujetó la pierna de la princesa con la ayuda de otro monje, y la empujó
hacia dentro hasta hacer brotar la punta por el otro lado, luego cortó la
cabeza de hierro y deslizó suavemente el astil hasta extraerlo. Una vez hecho
esto, curó la herida de la misma forma que con la anterior.
Missa
Budara era un hombre físicamente intimidante para quien no le conocía, en
especial para la pequeña Zaida que, al verlo por primera vez, se refugió tras
la figura protectora de Missa Badú. Tenía una postura erguida y recta que
resaltaba su altura superior a la de los demás; su rostro era severo, como la
de un juez inflexible y en su cuerpo magro y delgado, con cada movimiento se
marcaban los músculos bajo una capa de fina piel. Sin embargo su voz, clara y
pausada, acusaba sabiduría y benevolencia pero no daba ningún indicio de su
avanzada edad. Missa Badú narró todos los acontecimientos desde que encontró a
la niña, hasta su llegada a Missa Pandur, incluyendo las palabras de Missa
Samada y la responsabilidad que esta había descargado en él, también el extraño
incidente en el puente con aquel hombre que aseguraba servir a una doncella
ensangrentada de la cual nadie había oído hablar. Budara observaba a la niña con
la rudeza de un oficial al mando de un pelotón de fusilamiento, “Tu
responsabilidad es nuestra, Missa Badú” respondió Budara pausado, “…ver más
allá de lo natural, no es habilidad para cualquiera, pero comprender que el
mundo no termina con la capacidad de nuestros sentidos, es deber de todos. La
conciencia de la propia ignorancia, ya es sabiduría en sí. Debemos ser humildes
y diligentes, Missa Badú ya que la grandeza y valor de un obsequio depende del
que lo recibe y no del obsequio en sí mismo” Badú observó a la pequeña afable y
luego a Budara, “Comprendo. Haré todo para ser digno de este obsequio” “Todos
lo haremos” concluyó Missa Budara.
“¡Mierda,
lo sabía! A veces no entiendo cómo pueden ser tan idiotas… esto está mal. Esto
está muy mal y se pondrá peor… ¡Mierda!”
Ribo
le dio una patada de frustración a la pared de piedra y luego se dirigió a la
escalera, bajó, corrió por el pasillo pobremente iluminado y tomó otra escalera
para seguir bajando. Algunos monjes encendían antorchas iluminando el
monasterio, agazapado el muchacho, cogió las siguientes escaleras sin que lo
vieran y siguió bajando. Ya era el ocaso y no debía andar correteando por ahí.
Corrió hacia las habitaciones donde seguramente sus amigos ya se preparaban
para acostarse, rogando no encontrarse con Missa Nemir en su camino. Se detuvo,
espió por una ventana desde el pasillo y ya más tranquilo y confiado se
aprestaba a entrar por ella cuando una mano lo agarró firmemente por el hombro
“¿Qué rayos crees que estás haciendo? ¿De dónde vienes?” “¡Eres un idiota
Driba! Casi me matas del susto” Ribo respondió con un empujón pero su captor no
bromeaba y no lo soltó, “Será mejor que tengas una buena excusa o te quedarás
toda la noche limpiando las letrinas” Ribo le descargó un pisotón que obligó a
Driba a soltarlo, “Si crees que alguien dormirá esta noche, eres más tonto de
lo que pareces” En ese momento apareció Gunta por la ventana “¡Cállense ya!
Hasta Uri puede oír sus gritos… ¡Y tú, dónde diablos estabas! Missa Nemir
preguntó por ti, le dije que te dolía el estómago, ¡así que es mejor que
comiences a enfermarte ya! ¡¿Dónde diablos estabas?!” Ribo saltó por la
ventana, Driba lo siguió, más intrigado ahora que enojado por el pie que aun le
dolía. Debía admitir que Ribo siempre se enteraba de cosas interesantes. “¿Es
que no lo ven?...” dijo Ribo, ya metiéndose a su cama sin siquiera quitarse la
ropa, “…tenemos a una princesa enemiga aquí dentro, y un pedazo del ejército
invasor allá afuera. ¿Cuánto creen que tardarán los nuestros en aparecer?” Gunta
parecía estar haciendo complicadísimos cálculos matemáticos en su mente, a
juzgar por la expresión de su rostro, un poco más allá, Paqui dormía con la
boca abierta y un pie colgando. Driba comprendía, pero no aceptaba “No se
atreverían a llegar hasta aquí. Además, solo cumplimos con la sagrada
obligación de ayudar a quien lo necesite y de salvar una vida.” “Ya están aquí,
tonto…” Respondió Ribo con forzada resignación “…los vi desde el mirador y les
aseguro que vendrán por esa princesa…” “Es un gran botín, ¿no?” reflexionó
Gunta con gravedad, “Esto es un monasterio sagrado, no se atreverían a entrar
aquí” insistió Driba, pero Ribo no confiaba nada en eso “Piensa lo que quieras,
pero yo esta noche dormiré con la ropa puesta…” En ese momento la voz de un
monje los interrumpió “¿Por qué dices que dormirás vestido?” Ribo sintió que se
le estrangulaban las tripas, se dio la vuelta abrazándose el estómago y con el
rostro dramáticamente compungido, era Badú que traía a la pequeña Zaida para
asignarle una cama allí, con los muchachos. Ribo se bajó de su cama, curvado,
con los músculos apretados y dando pasitos cortos, “Missa Badú, es mi estómago…
debo ir a las letrinas” Gunta lo miró sorprendido, pensando en lo bien que
fingía estar enfermo, en la entrada apareció Missa Nemir, que hacía su ronda
normal para asegurarse de que los jóvenes monjes estuvieran en sus camas, al
ver a Ribo, se hizo a un lado de un salto, como si aquel tuviera algo
contagioso “¡Por Pandur, Ribo! ¡Qué fue lo que comiste esta vez! ¡Date prisa
muchacho!” Gunta se rascaba la cabeza, era increíble, hasta Missa Nemir le
creía lo de su repentino malestar.
Los
hombres que trajeron a la princesa Viserina, apenas trece en total, se habían
refugiado en una pequeña pero amplia caverna que Uri les enseñó y que era usada
como refugio para las cabras. El lugar olía a mil diablos, pero al menos
estarían a cubierto y podrían encender un fuego que no llamara demasiado la
atención, algo imprescindible, dadas las inclemencias del clima. El mismo Uri
los proveyó de algo de queso y pan de cebada antes de irse al monasterio. Este era
un hombre con el brazo derecho atrofiado, problemas de lenguaje y una
inteligencia inferior a la normal, había sido criado por los monjes luego de
ser abandonado por su familia y se había dedicado al cuidado de las cabras del
monasterio, las que proveían a estos de leche y sus derivados, labor que
realizaba con gran eficiencia. Bardo, ya había despachado a dos de sus hombres
para avisar de su situación y para pedir refuerzos, y a otros cuatro para que
montaran guardia, el resto comían algo y descansaban, para relevar a sus
compañeros luego. Uno de los hombres que montaban guardia llegó alarmado, un
destacamento enemigo se acercaba hacía el monasterio por enfrente, esto era
algo que ya se temían, pues aquellos sabían que la princesa había resultado
herida y habían seguido su rastro hasta Missa Pandur, el sitio más obvio para
que la princesa recibiera ayuda en aquellas montañas desiertas. El problema era
grave, ya que según el guardia, sus enemigos habían logrado reunir más hombres,
siendo el destacamento que se acercaba, cercano a cien soldados. Este grupo, ya
había sido avistado por Ribo desde el mirador del monasterio. Bardo y sus
hombres estaban perdidos, no había forma de que los enfrentaran sin que aquello
acabara en una muerte sabidamente inevitable, pero dolorosamente inútil de todos
ellos. Entonces llegó Uri, señalando con dos palabras y muchos gestos que
alguien lo acompañaba, aquel era Missa Budara, erguido y duro como un árbol se
presentó en la caverna, ya había sido avisado del destacamento que se acercaba
y venía a advertirles que no podría ayudarles con eso, pero que mantendría su
promesa de proteger a la princesa, eso, si estaban de acuerdo con la
proposición que les traía.
León Faras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario