sábado, 18 de febrero de 2017

El Circo de Rareza de Cornelio Morris.

XV.

Aun caían las últimas gotas de la que había sido una lluvia espectacular y abundante, la luz del día ya se había ido y los hombres del circo por fin se tomaban un descanso, secándose y secando sus cosas junto a los braseros o a improvisados fuegos encendidos en tarros de lata. Von Hagen sentado en una caja de madera con los pies descalzos, mantenía su único par de zapatos en vilo, secándolos sobre las brasas, en las que también hervía suavemente una tetera. A su lado, Ángel Pardo saboreaba un mate sentado sobre un taburete, un asiento pequeño para sus piernas desproporcionadamente largas, como si fuera un saltamontes sentado sobre una pequeña piedra “No puedo creer que esté muerto…” dijo este, llenando nuevamente de agua el mate, y alcanzándoselo a su compañero, “…No era un mal tipo, solo que no sabía bien cómo lidiar con su trabajo y el resto de nosotros” Horacio asentía en silencio, todo lo relacionado con la muerte de Charlie Conde, le parecía de lo más inverosímil, “…Es cierto. En este sitio te mueres y simplemente desapareces sin que a nadie le importe… ¿sabes? más vale que hablemos de otra cosa” “Cierto…” convino el gigante, recibiendo el mate de vuelta vacío, para volver a llenarlo. La lluvia ya se había detenido completamente cuando apareció Eloísa, se veía radiante, sus ojos brillaban y no dejaba de sonreír “¿Y, qué les parece?; ¿Genial no?” dijo abriendo los brazos y dándose una vuelta para lucir sus alas, como una chica coqueta que desea que le confirmen lo bien que le queda su vestido nuevo. “Ni que lo digas… nos hemos quedado con la boca abierta al verte. Fue alucinante” respondió Pardo ofreciéndole el mate que la chica aceptó gustosa, “Realmente espectacular” agregó Von Hagen. Eloísa se sentía feliz y orgullosa de sí misma y eso era algo muy raro para una atracción del circo de Cornelio Morris, tan inaudito, que era difícil suponer si aquello era algo bueno o malo, sin embargo, ellos eran los primeros que la chica conocía allí y los únicos con los que podía compartir su felicidad, a excepción de Charlie Conde, al que también recordaba “¿Dónde está su amigo? aquel de la enorme joroba en su espalda, lo he estado buscando para agradecerle pero, no lo he visto por ninguna parte” “Está muerto…” respondió Cornelio Morris parado fuera de la tienda. Ese hombre siempre aparecía de la nada, justo en el lugar donde no estabas mirando, “…ven linda, tengo algo para ti” Agregó, tomando suavemente a la muchacha por el hombro, mientras les dirigía una mirada a los dos hombres sentados, que a Von Hagen le pareció amenazante.

Vicente Corona se quitó la chaqueta y se remangó la camisa, luego con sumo cuidado comenzó a desembalar los equipos. Diego Perdiguero, que en ese momento bebía una taza de café, se puso de pie para mirar de cerca el extraño aparato que Vicente armaba, “¿Qué demonios es eso?” el aludido no pudo menos que sonreír, “Esto es el futuro, amigo mío” Los hermanos Corona se tomaban muy en serio su trabajo y además de eso, se podía decir que eran bastante innovadores y visionarios, pues después de muchos intentos, pruebas y ensayos, habían logrado desarrollar un eficiente aunque aparatoso híbrido entre una cámara fotográfica de cajón y un telescopio especialmente acondicionado, que les permitía capturar objetivos a una prudente distancia, algo sumamente útil en su oficio, cuyos detalles técnicos guardaban celosamente, pues no les interesaba en absoluto popularizar su creación. Habían alquilado una pequeña habitación exenta de lujos, pues tenían como regla general, no llamar la atención mientras estaban haciendo un trabajo, sin importarles dormir en el suelo o en su furgoneta o comer cualquier cosa que les quitara el apetito, incluso sus atuendos eran de lo más corrientes. Ya una vez terminado el encargo, podían volver a disfrutar de los lujos que les permitía su pujante y particular oficio. La idea, era tomar la mayor cantidad de fotos posibles para terminar el trabajo en un solo día, pues sabían que si el circo simplemente decidía marcharse, perderían mucho tiempo en volver a localizarlo, para ello solo necesitaban dos cosas, un buen lugar donde instalarse con su cámara y un hermoso día soleado y de lo primero ya se estaba encargando Damián Corona. Lo mejor de todo, era que las fotos que tomaran valdrían oro en el mercado. Enrique Bolaño les había encargado fotografiar la sirena, pero cuando viera esa criatura volando como un mismísimo ángel del cielo, pagaría lo que le pidieran y si se negaba, había muchos más que con seguridad estarían encantados de publicar algo así en sus medios.

“Oh, un hecho lamentable, al parecer tuvo una discusión con un tipo y este le disparó…” Eloísa se llevó una mano a la boca consternada, “Oh, por Dios…” Cornelio continuó con tono paternalista “…sí, la gente se está volviendo loca. Puedes juzgarlos por sus rostros o por su aspecto, pero no puedes saber qué diablos tienen en la cabeza… Es el mundo en el que nos toca vivir. Pero será mejor que dejemos descansar en paz al pobre Charlie, ven, deja que te muestre lo que tengo para ti…” Cornelio Morris llevó a la muchacha hasta una tienda en perfecto estado, al menos comparada con la de los trabajadores, en la puerta estaba parada la pequeña Sofía, realmente emocionada con las alas nuevas de Eloísa. En el interior de la tienda, Beatriz Blanco se afanaba en los últimos detalles. Ya había repartido o desechado todas las pertenencias del antiguo dueño y trasformado el lugar en un sencillo pero acogedor hogar para la muchacha, algo que Eloísa nunca antes había tenido, apenas Cornelio le informó que era suya, la chica se le lanzó encima y se le quedó pegada en un abrazo largo y emotivo, tan espontáneo para una como inesperado para el otro. La pequeña Sofía rió y aplaudió abrazada a su feo pero querido conejo de trapo, mientras Beatriz observaba incrédula y sorprendida la escena, más aun cuando Cornelio correspondió ese abrazo con una increíblemente afectuosa caricia en la cabeza de la chica, algo que la mujer fue incapaz de descifrar de qué clase de sentimientos o intenciones provenía. “Serás nuestra estrella. Mañana debutarás y estoy seguro de que serás la atracción más grande y maravillosa que estas personas hayan visto y verán en toda su vida…”

Era de madrugada cuando Horacio Von Hagen se levantó de su cama, en la otra litera, Ángel Pardo dormía profundamente, con ambos pies desbordados fuera de las cobijas y uno de sus brazos colgando hasta el suelo. El hombre simio salió de su tienda, observó a todos lados, cogió un palo que había reservado como garrote y se perdió furtivo en la oscuridad de la noche. Se sentía increíblemente asustado, su corazón parecía querer delatarlo con el ruido que hacía y las manos le temblaban. Las aves nocturnas le parecían especialmente grandes y activas esa noche, los ronquidos de los hombres, más ruidosos y sus sueños, más livianos; realmente estaba luchando con todo contra sí mismo y su propia inseguridad y no se sentía para nada vencedor, sino más bien, alguien que resiste a duras penas. Las monedas que encontró, aun estaban escondidas entre las rendijas de las tablas del piso de la jaula de Braulio Álamos, a pesar de que esta había sido limpiada y lavada para quitarle en parte el horroroso hedor que acumuló el “Cometodo” mientras estuvo ahí. Von Hagen siguió caminando buscando las sombras y deteniéndose cada vez que algo crujía bajo el peso de su pie, incluso los crujidos más pequeños, se acercó sigiloso hasta la tienda de Mustafá, se asomó conteniendo el aliento y vio que el hombre que Cornelio había dejado de guardia, dormía plácidamente en un rincón, tirado en el suelo, abrazado a sí mismo y con una manta enrollada bajo la cabeza a modo de almohada, la escopeta del hombre estaba tirada en el suelo junto a él, eso lo alivió en parte, pues honestamente no se sentía capaz de aturdir a un hombre con su garrote. Horacio tomó el arma y la apoyó en una pared fuera del alcance inmediato de aquel hombre que dormía, en caso de que este despertara, luego se plantó frente a la caja de vidrio y cogió una moneda de su bolsillo. Tenía la sensación de que su respiración podía ser oída en todo el campamento. Horacio sabía que Mustafá despertaba con una melodía aguda y desafinada, pero estaba preparado para eso y cubrió la bocina con un pañuelo al momento que echaba la moneda en la ranura con una mano sumamente temblorosa. El lugar estaba pobremente iluminado por un brasero encendido, lo que contribuía a hacer más tétrica la figura del muñeco arábigo que lo observaba expectante a oír su pregunta, “¿Cómo libero a Lidia del estanque de agua sin que ella muera?” Von Hagen se agachó y pegó su oído a la bocina aun cubierta con su pañuelo y oyó una inquietante respiración desde el otro lado, luego una respuesta que ya había oído antes de boca de Román Ibáñez, “Antes debes matar a Cornelio Morris” Horacio esperaba otra cosa, algo más a su alcance, algo de lo que se sintiera más capaz. En ese momento, una voz sonó en su oído como un susurro que por poco lo mata de un infarto, “¿Qué haces?”

Eloísa, feliz y emocionada como estaba, no había conseguido pegar los ojos, por lo que había salido a estirar sus alas nuevas en la fresca noche. Desde el aire vio a Horacio moverse sigiloso por el campamento y divertida y traviesa, lo había seguido hasta allí. Von Hagen se vio obligado a explicarle todo en un largo e incómodo susurro, pero dejándole muy en claro que estar ahí estaba terminantemente prohibido, que nadie debía saberlo y que no debían hacer ningún ruido para no delatarse. La chica miró a Mustafá poco convencida, luego le pidió una moneda a Von Hagen con una sonrisa como una pequeña que le pide dinero a su padre para comprar sus golosinas favoritas. Horacio le dio una de sus monedas nervioso y resignado “¡Bueno, pero date prisa!” la chica la echó con seguridad y preguntó: “¿Mi padre está muerto, verdad?” Luego oyó la respuesta “No, aun no lo está” Eloísa se levantó y miró a Von Hagen con desilusión “La verdad, no creo que esta cosa funcione…” Horacio se extrañó, por lo que todos sabían, el muñeco jamás se equivocaba, pero debían salir de ahí y hacerlo ya. Lo hizo con extremo sigilo, seguido de cerca por Eloísa, pero cuando se volteó para advertirle a la chica que guardara silencio, esta, ya había desaparecido en el aire.


León Faras.

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