miércoles, 14 de junio de 2017

La Hacedora de vida.

4.

En una sociedad donde la potencia productiva era principalmente mecánica, la jornada laboral era de largas cuatro horas de, por lo general, tedioso trabajo rutinario. El trabajo de Nora consistía en cumplir turnos sentada sin hacer nada más que respirar y mirar un grupo de monitores supervisando el funcionamiento de una fábrica de agua, con la mano lista sobre un botón que en dos años nunca había presionado y ni siquiera sabía qué podía suceder si lo hacía. Al llegar a su departamento, Nora encontró a Olsen parado nuevamente junto a su puerta, el tipo que le había exigido que le diera vida al cadáver de su hijo, a la chica se le revolvió el estómago de sólo verlo ahí, estaba segura de que venía a reprocharle que lo que había conseguido, no era lo que esperaba, pero muy por el contrario, Olsen venía a dejarle en claro que no había olvidado la deuda que tenía con ella y que estaba dispuesto a pagarle como fuera, Nora le aclaró que no necesitaba nada, pero el hombre insistió con una expresión muy grave “Tal vez por ahora no, pero en algún momento, cuando necesites algo, no dudes en llamarme, no importa la hora, sólo llámame. Haré lo que sea.” Luego le dio una tarjeta y se fue. La muchacha se quedó varios segundos estática en el pasillo digiriendo lo que acababa de suceder, dudosa, como si más que un gesto de gratitud, aquello hubiese sido una amenaza de venganza. De todas maneras se guardó la tarjeta en el bolsillo y entró a su departamento. El ruido de la televisión era constante desde que Boris estaba sentado en el sillón, por la noche, cuando la muchacha iba a apagarla para irse a dormir, el robot la miraba con su rostro inexpresivo que a Nora se le antojaba de tal desamparo, que resignada, se la dejaba encendida, pero con el volumen al mínimo, como si se tratara de un niño pequeño que le ruega a su madre que le permita terminar su programa favorito. “Que tal la televisión, ¿Has aprendido algo nuevo?” la muchacha, luego de un par de días, ya comenzaba a tratar a Boris con cierta familiaridad, como a una especie de mascota metálica de doscientos kilos, sin embargo dio un respingo cuando una voz femenina le respondió desde la cocina “Lo mismo de siempre, pero al menos tu amigo ha sido muy simpático…” era Dixi, su hermana. Menor por un año que Nora y ciega de nacimiento, había llegado hace un par de horas, “…pensé que irías a buscarme, pero me alegro de que no lo hicieras, ya sabes que odio cuando te pones sobre protectora como mamá…” dijo, caminando con soltura por el departamento, y llevando en las manos dos pocillos con crujientes hojuelas de colores artificiales, uno para ella y el otro para Boris, “Aquí tienes” dijo con una sonrisa, dejándoselo al robot en una mesita junto al sillón, este miró a la muchacha, luego las hojuelas y luego otra vez a la muchacha, “Gracias, eres muy amable” respondió el robot con una educación que sorprendió a Nora casi tanto como el hecho de que su hermana le ofreciera hojuelas a un robot, sin embargo, Dixi estaba encantada “De nada…” entonces, se quedó parada como rastreando su ubicación dentro del departamento, luego volvió a sonreír triunfante, “…ya lo tengo” y se dirigió a una silla a comer sus hojuelas. Dixi recibía toda la información de su entorno a través de unos audífonos que le indicaban por medio de sonidos la dirección y la distancia de las cosas, pero también su textura y tamaño, las cosas sólidas como una pared, sonaban limpias como una campana, mientras que las blandas, como una cortina, tenían un sonido distorsionado, por su parte, una cosa pequeña sonaba aguda y mientras más grande, más grave. Las mezclas de los sonidos y sus sutiles combinaciones hacían que una usuaria experimentada como Dixi pudiera diferenciar fácilmente una taza llena de otra vacía, o un manojo de llaves de un bolígrafo. Nora se sentó a su lado “¿Por qué no me avisaste que venías?” Dixi detuvo la hojuela que se iba a comer a dos centímetros de su boca “Lo hice, usé un robot mensajero. ¿No te lo dio? Tiene que haberle sucedido algo muy grave a ese pobre, para que no te diera el mensaje, ¿no crees?” Nora miró a Boris con una ceja levantada, que en ese momento sólo tenía ojos y oídos para la televisión, “Sí, seguro fue atacado por vándalos bromistas y terminó electrocutado” Dixi rió tan repentinamente, que debió taparse la boca, “Qué tonterías dices” “No. Es que eso le sucedió realmente al mensajero y por eso es que ahora está aquí” “¿Aquí? ¿Ahora?” Dixi nunca había tenido problemas para diferenciar entre un robot y un ser humano sólo con escucharlos hablar, y no tenía que ver con el sonido mismo de voz, sino con la cadencia, mientras que una máquina hablaba todo en un mismo tono, de corrido y con una pronunciación tan impecable como neutra, el humano hacía pausas, remarcaba ciertas palabras, pronunciaba mal otras, respiraba entre medio, se equivocaba o se tomaba un tiempo en encontrar las palabras más adecuadas, incluso dotaba el habla de cierta musicalidad a veces. Por todo esto fue que Dixi no creyó cuando su hermana le dijo que Boris era un robot, le pareció una burla a su inteligencia y a su exquisito sentido del oído y no lo hizo, hasta que Nora la convenció de que lo tocara con sus propias manos, dándole de golpecitos con los nudillos en la cabeza de Boris que sonaban metálicos como una cacerola, “Qué preciosas manos, lástima que su suavidad y calor me sean tan inalcanzables…” Dixi retiró las manos como si de repente se las hubiese quemado, “¡Por Dios! hay un hombre ahí dentro” mientras Nora miraba al robot con ojos desmesurados “¡Qué diablos has estado viendo en la televisión!”

Nora le contó a su hermana todo lo sucedido con Boris: la broma de Yen Zardo y Reni Rochi y sus desastrosas consecuencias, las irrepetibles excusas que debió inventar para que le fueran a reemplazar su panel eléctrico, pues la chica se negó de plano al ofrecimiento de los muchachos de conseguir uno y cambiárselo ellos mismos, la agobiante, para ella, estadía del robot en su retrete, la visita de Rudy y su tajante veredicto y por supuesto, la vida que ella le había injerido como último recurso torpe y desesperado. Dixi sabía muy bien del extraño don de su hermana, de niñas, pasaban mucho tiempo juntas, sobre todo cuando salían y andaban por todas partes tomadas del brazo, ella disfrutaba igualmente cuando Nora dotaba de vida alguna muñeca exhibida en un escaparate de alguna tienda y luego le susurraba al oído las reacciones de las personas que pasaban por ahí y veían al juguete moverse por sí solo, esto, mientras ambas disfrutaban de un helado sentadas inocentemente en un lugar cercano. También recordaba cuando su hermana dotó de vida sus muñecos favoritos, el de Dixi era un gorila blanco de gesto malhumorado, todo era genial al principio, hasta que el muñeco comenzó a perderse con demasiada frecuencia y terminó en la basura, luego de que su madre lo encontrara en la calle arrollado por una motocicleta, aun con vida, pero con parte de su relleno colgando fuera y sus miembros medio descosidos, lo que le daba una apariencia realmente espeluznante, como de muerto viviente. De ese episodio, sólo Nora se enteró, pero no se lo dijeron a su hermana hasta mucho tiempo después, aunque le sirvió a ella para tener más cuidado con lo que hacía con su don, pues le resultó bastante chocante ver al pobre gorila destripado en manos de su madre, mientras esta la regañaba y por supuesto, para tener un cuidado especial con su gato de tela, su muñeco favorito. Sin embargo, el caso de Boris era completamente diferente, y ninguna de las dos tenía la más remota idea de hasta dónde podían llegar los progresos de un robot vivo. “¿Y si se vuelve malvado?” sugirió Dixi de vuelta en su silla, “Pues no podrá hacer mucho, si sólo puede mover la cabeza” respondió Nora, la cual no había notado que Boris, buscando imitar a los seres que constantemente veía en la televisión, ya estaba enfocando toda su voluntad en mover el resto de su cuerpo, y poco a poco y de manera muy tímida, los dedos de su mano derecha ya le estaban respondiendo.



León Faras.

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