4.
En una sociedad donde la potencia
productiva era principalmente mecánica, la jornada laboral era de largas cuatro
horas de, por lo general, tedioso trabajo rutinario. El trabajo de Nora
consistía en cumplir turnos sentada sin hacer nada más que respirar y mirar un
grupo de monitores supervisando el funcionamiento de una fábrica de agua, con
la mano lista sobre un botón que en dos años nunca había presionado y ni
siquiera sabía qué podía suceder si lo hacía. Al llegar a su departamento, Nora
encontró a Olsen parado nuevamente junto a su puerta, el tipo que le había
exigido que le diera vida al cadáver de su hijo, a la chica se le revolvió el
estómago de sólo verlo ahí, estaba segura de que venía a reprocharle que lo que
había conseguido, no era lo que esperaba, pero muy por el contrario, Olsen venía
a dejarle en claro que no había olvidado la deuda que tenía con ella y que
estaba dispuesto a pagarle como fuera, Nora le aclaró que no necesitaba nada,
pero el hombre insistió con una expresión muy grave “Tal vez por ahora no, pero
en algún momento, cuando necesites algo, no dudes en llamarme, no importa la
hora, sólo llámame. Haré lo que sea.” Luego le dio una tarjeta y se fue. La
muchacha se quedó varios segundos estática en el pasillo digiriendo lo que
acababa de suceder, dudosa, como si más que un gesto de gratitud, aquello
hubiese sido una amenaza de venganza. De todas maneras se guardó la tarjeta en
el bolsillo y entró a su departamento. El ruido de la televisión era constante
desde que Boris estaba sentado en el sillón, por la noche, cuando la muchacha
iba a apagarla para irse a dormir, el robot la miraba con su rostro inexpresivo
que a Nora se le antojaba de tal desamparo, que resignada, se la dejaba
encendida, pero con el volumen al mínimo, como si se tratara de un niño pequeño
que le ruega a su madre que le permita terminar su programa favorito. “Que tal
la televisión, ¿Has aprendido algo nuevo?” la muchacha, luego de un par de
días, ya comenzaba a tratar a Boris con cierta familiaridad, como a una especie
de mascota metálica de doscientos kilos, sin embargo dio un respingo cuando una
voz femenina le respondió desde la cocina “Lo mismo de siempre, pero al menos
tu amigo ha sido muy simpático…” era Dixi, su hermana. Menor por un año que
Nora y ciega de nacimiento, había llegado hace un par de horas, “…pensé que
irías a buscarme, pero me alegro de que no lo hicieras, ya sabes que odio
cuando te pones sobre protectora como mamá…” dijo, caminando con soltura por el
departamento, y llevando en las manos dos pocillos con crujientes hojuelas de
colores artificiales, uno para ella y el otro para Boris, “Aquí tienes” dijo
con una sonrisa, dejándoselo al robot en una mesita junto al sillón, este miró a
la muchacha, luego las hojuelas y luego otra vez a la muchacha, “Gracias, eres
muy amable” respondió el robot con una educación que sorprendió a Nora casi
tanto como el hecho de que su hermana le ofreciera hojuelas a un robot, sin
embargo, Dixi estaba encantada “De nada…” entonces, se quedó parada como
rastreando su ubicación dentro del departamento, luego volvió a sonreír
triunfante, “…ya lo tengo” y se dirigió a una silla a comer sus hojuelas. Dixi
recibía toda la información de su entorno a través de unos audífonos que le
indicaban por medio de sonidos la dirección y la distancia de las cosas, pero
también su textura y tamaño, las cosas sólidas como una pared, sonaban limpias
como una campana, mientras que las blandas, como una cortina, tenían un sonido
distorsionado, por su parte, una cosa pequeña sonaba aguda y mientras más
grande, más grave. Las mezclas de los sonidos y sus sutiles combinaciones hacían
que una usuaria experimentada como Dixi pudiera diferenciar fácilmente una taza
llena de otra vacía, o un manojo de llaves de un bolígrafo. Nora se sentó a su
lado “¿Por qué no me avisaste que venías?” Dixi detuvo la hojuela que se iba a
comer a dos centímetros de su boca “Lo hice, usé un robot mensajero. ¿No te lo
dio? Tiene que haberle sucedido algo muy grave a ese pobre, para que no te
diera el mensaje, ¿no crees?” Nora miró a Boris con una ceja levantada, que en
ese momento sólo tenía ojos y oídos para la televisión, “Sí, seguro fue atacado
por vándalos bromistas y terminó electrocutado” Dixi rió tan repentinamente,
que debió taparse la boca, “Qué tonterías dices” “No. Es que eso le sucedió
realmente al mensajero y por eso es que ahora está aquí” “¿Aquí? ¿Ahora?” Dixi
nunca había tenido problemas para diferenciar entre un robot y un ser humano
sólo con escucharlos hablar, y no tenía que ver con el sonido mismo de voz,
sino con la cadencia, mientras que una máquina hablaba todo en un mismo tono,
de corrido y con una pronunciación tan impecable como neutra, el humano hacía
pausas, remarcaba ciertas palabras, pronunciaba mal otras, respiraba entre
medio, se equivocaba o se tomaba un tiempo en encontrar las palabras más
adecuadas, incluso dotaba el habla de cierta musicalidad a veces. Por todo esto
fue que Dixi no creyó cuando su hermana le dijo que Boris era un robot, le
pareció una burla a su inteligencia y a su exquisito sentido del oído y no lo
hizo, hasta que Nora la convenció de que lo tocara con sus propias manos,
dándole de golpecitos con los nudillos en la cabeza de Boris que sonaban
metálicos como una cacerola, “Qué preciosas manos, lástima que su suavidad y calor
me sean tan inalcanzables…” Dixi retiró las manos como si de repente se las
hubiese quemado, “¡Por Dios! hay un hombre ahí dentro” mientras Nora miraba al
robot con ojos desmesurados “¡Qué diablos has estado viendo en la televisión!”
Nora le contó a su hermana todo lo
sucedido con Boris: la broma de Yen Zardo y Reni Rochi y sus desastrosas
consecuencias, las irrepetibles excusas que debió inventar para que le fueran a
reemplazar su panel eléctrico, pues la chica se negó de plano al ofrecimiento
de los muchachos de conseguir uno y cambiárselo ellos mismos, la agobiante,
para ella, estadía del robot en su retrete, la visita de Rudy y su tajante
veredicto y por supuesto, la vida que ella le había injerido como último
recurso torpe y desesperado. Dixi sabía muy bien del extraño don de su hermana,
de niñas, pasaban mucho tiempo juntas, sobre todo cuando salían y andaban por
todas partes tomadas del brazo, ella disfrutaba igualmente cuando Nora dotaba
de vida alguna muñeca exhibida en un escaparate de alguna tienda y luego le susurraba
al oído las reacciones de las personas que pasaban por ahí y veían al juguete
moverse por sí solo, esto, mientras ambas disfrutaban de un helado sentadas inocentemente
en un lugar cercano. También recordaba cuando su hermana dotó de vida sus
muñecos favoritos, el de Dixi era un gorila blanco de gesto malhumorado, todo
era genial al principio, hasta que el muñeco comenzó a perderse con demasiada
frecuencia y terminó en la basura, luego de que su madre lo encontrara en la
calle arrollado por una motocicleta, aun con vida, pero con parte de su relleno
colgando fuera y sus miembros medio descosidos, lo que le daba una apariencia
realmente espeluznante, como de muerto viviente. De ese episodio, sólo Nora se
enteró, pero no se lo dijeron a su hermana hasta mucho tiempo después, aunque
le sirvió a ella para tener más cuidado con lo que hacía con su don, pues le
resultó bastante chocante ver al pobre gorila destripado en manos de su madre,
mientras esta la regañaba y por supuesto, para tener un cuidado especial con su
gato de tela, su muñeco favorito. Sin embargo, el caso de Boris era
completamente diferente, y ninguna de las dos tenía la más remota idea de hasta
dónde podían llegar los progresos de un robot vivo. “¿Y si se vuelve malvado?”
sugirió Dixi de vuelta en su silla, “Pues no podrá hacer mucho, si sólo puede
mover la cabeza” respondió Nora, la cual no había notado que Boris, buscando
imitar a los seres que constantemente veía en la televisión, ya estaba
enfocando toda su voluntad en mover el resto de su cuerpo, y poco a poco y de
manera muy tímida, los dedos de su mano derecha ya le estaban respondiendo.
León Faras.
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