viernes, 1 de septiembre de 2017

La Hacedora de vida.

5.

Cuando Nora era pequeña, fue la primera vez que ella y su hermana salieron de excursión en compañía de su padre fuera de la ciudad: un desierto infinito de arena, rocas y chatarra que sólo se podía visitar durante una determinada época del año, en la que el calor podía ser abrumador, pero evitaba las impredecibles tormentas de arena, que si te atrapaban allá fuera, era un problema grave. A pesar de la aridez, se trataba de un lugar hermoso, gigantesco y con una vista en la noche que empequeñecía al más grande de los hombres, muy distinto de lo observable en la ciudad. Era una lástima que Dixi no las pudiera contemplar, era una pena que su aparato para orientarse por sonido no llegara a las estrellas y le dibujara el firmamento en la oscuridad de su mente. Nora la pinchó suavemente con un alfiler en la pierna, su hermana se enfadó como si le estuviera jugando una mala broma, pero antes de que reaccionara, Nora le dijo que “eso” era una estrella, “…ahora imagina que lleno tu cuerpo de suaves pinchazos, por todas partes, desde la planta de tus pies hasta la cabeza, tus orejas, detrás de tus orejas, todo tu cuerpo y al mismo tiempo. No te duelen ni te causan daño, pero las sientes cubrir cada centímetro de tu piel, algunas te clavan levemente, otras apenas te tocan y otras, ni siquiera las sientes pero sabes que están ahí. Eso es el cielo.” Dixi torció la boca poco convencida, “No me gustan las agujas…” dijo, acariciando una roca que había encontrado, Nora sonrió, porque en ese momento ella contemplaba maravillada, la infinita cantidad de pinchazos sobre la oscura piel del cielo nocturno. La roca de Dixi era suave al tacto, pero su forma era irregular, como líquido que se endurece en el aire, su padre le explicó que se trataba de un meteorito, una piedra que había viajado infinidad de kilómetros durante miles de años tal vez, para finalmente llegar aquí a reposar por la eternidad “…imagina lo que esa roca podría contarte si pudiera hablar, la de cosas que ha visto en lo más recóndito del espacio, los mundos que ha visitado, imagina que te pudiera decir dónde, cómo o cuándo nació…” Por supuesto que ante tal sugerencia, las niñas no dudaron de que debían darle vida al meteorito para que este pudiera narrar su increíble historia con todos sus, seguramente, asombrosos detalles, pero aunque Nora hizo su mejor esfuerzo, la roca fue incapaz de responder a una sencilla pregunta repetida hasta el hartazgo, “¿puedes oír?” Después de muchos años, la roca descansaba en una cama de arena acompañada de otras rocas, menos siderales quizá, pero igualmente especiales, en casa de Nora. Eran una bonita decoración, sobre todo en un mundo en el que las piedras eran de lo único realmente natural que podía encontrarse. Sin embargo, algo muy curioso estaba ocurriendo desde hace un tiempo: las rocas se agrupaban, dejando pequeños surcos marcados en la arena, buscando juntarse con el meteorito, Nora las volvía a su lugar, pero luego de unos meses, cuando dejaba de espiarlas, las rocas nuevamente se agrupaban, jamás las había visto moverse solas, y era muy difícil pensar que alguien más lo hiciera sólo por jugarle una broma, más bien, parecía como si las rocas tuvieran la inteligencia o el instinto para saber cuándo estaban siendo observadas y jugaban a moverse sólo cuando nadie las veía, como si en cierta forma, tuvieran vida.

Cuando Nora regresó de la cocina con algo de beber, Dixi estaba parada justamente ahí, frente al pequeño jardín de rocas, acariciando su viejo meteorito, “¿Qué haces?” Dixi se volteó sorprendida, la voz no era la de su hermana, sino de Boris, este había girado su cabeza casi en 180 grados, como si algo de pronto hubiese llamado su atención, Nora lo miró con grima, “¡No hagas eso! me pones nerviosa”  el robot la observó con la insípida expresión de su máscara y volvió la mirada a la televisión, “Lo siento…” dijo “…es que de pronto dejó de cantar. Nunca deja de cantar”, “Yo no he oído a nadie cantar y créeme, oír es lo mejor que sé hacer” replicó Dixi con los aires propios de quien es entendido en una determinada materia, “Yo no dije que la oyera…” El robot si hubiese podido encogerse de hombros, lo hubiese hecho en ese momento para responder, en lugar de eso, veía la televisión con la cabeza levemente inclinada, como un perro que intenta descifrar el extraño lenguaje de su amo. Tal era también la expresión de Dixi en ese momento, la de no entender, con un “¿Qué?” mudo, congelado en los labios. Nora iba a replicar algo ocurrente en ese momento, sobre un repentino y original sexto sentido del androide para hablar con las piedras, pero golpearon su puerta y debió tragárselo. Yen Zardo estaba parado ahí, con su sonrisa de héroe de historieta, traía un carro, de esos de hierro con dos ruedas para trasportar bultos pesados y una caja de madera en él, una caja alta, como para meter una persona dentro. Con brusquedad y borrando la encantadora sonrisa de Yen con un suave empellón, entró Reni Rochi con una caja de herramientas en la mano, “Bien, venimos a hacer la limpieza”

Si no tenías dinero en tu tarjeta, las bicicletas estáticas eran una excelente opción, te daban el agua gratis y con dos horas de buen pedaleo, podías conseguir algo de dinero generando energía para el sistema, Yen Zardo pedaleaba cinco horas casi todos los días y con eso, más los negocios cutres que  inventaba con su amigo Doble R, le alcanzaba para vivir, además de mantener su figura esbelta. Reni Rochi en cambio, debido a su enorme masa corporal, estaba muy lejos de acercarse a las bicicletas, él era soldador, no siempre tenía trabajo pero cuando tenía, le pagaban bien, el resto del tiempo lo gastaba en su afición por reparar cosas, tanto por encargo como para revenderlas, Zardo se encargaba de esto último, tenía encanto natural para convencer a las personas de que necesitaban exactamente aquello que ellos ofrecían. Aquel día, luego de las bicicletas, Yen habló con un hombre llamado Pris, un tipo sumamente lánguido, con pinta de enfermo, que cortaba a la mitad cada una de sus frases con un largo e incontenible bostezo, tenía un serio problema para dormir, no era insomnio, pues se dormía con increíble facilidad, el problema era que no podía mantenerse dormido por más de media hora: su mente se borraba completamente y su sueño se volvía un vacío tan absoluto, que lo despertaba con la sensación de estar flotando en medio de la nada, “…parece agradable, pero en realidad es agobiante…” explicaba Pris, cada vez que alguien le decía que no sonaba tan malo como para despertarse, “…es como llegar a una fiesta y que esta se termine justo, cuando recién comienzas a divertirte. La música se calla, todos se van y se apagan las luces. Siempre es lo mismo.” concluyó mientras acababa con el contenido de un vaso de un potente estimulante artificial, infame sucedáneo del café. Este tipo necesitaba un robot doméstico de segunda mano, y Zardo pensó inmediatamente en Boris, sólo había que reparar las partes dañadas, modificar un poco su fisonomía, cambiarle la pintura y harían un excelente negocio, Reni Rochi no estaba muy convencido, pero se sentía con la obligación de liberar a Nora de la molestia de tener un robot electrocutado en su apartamento, por lo que finalmente accedió.

Dixi no ocultaba su falta de entusiasmo por la presencia de Yen Zardo, quien se le hacía insosteniblemente vacuo, poco interesante de oír, zalamero y repetitivo, además, el muchacho torpemente le recordaba siempre, de una manera u otra, que era ciega, lo que despertaba en ella deseos de darle un golpe, uno no muy fuerte pero esclarecedor. En cambio, Reni Rochi le caía bien. Ella fue la única que se opuso cuando se enteró de a qué venían los muchachos, “¡No pueden venderlo, no es una máquina!” Capturó en el aire el sonido del aliento de Zardo cuando este sonrió por su comentario y de no haber sido ciega, el muchacho hubiese caído fulminado ahí mismo donde estaba, con la mirada que le dio, “Ya sé que es un robot, pero ya no es la máquina que era…” continuó Dixi “…ni siquiera funciona como una máquina” El silencio la desesperaba un poco “¡¿Es que no lo ven?! Se supone que yo soy la ciega aquí” Reni Rochi miró a Boris, quien indiferente observaba la televisión, y luego a Nora, esta estaba sorprendida de la reacción de su hermana pero sabía que en cierto modo, estaba en lo correcto, el robot tenía vida, y eso era gracias a ella, “Dixi tiene razón…” admitió al fin, “…ni siquiera tiene una fuente de poder y…” “Ese no es problema, podemos conseguir una rápidamente con Rudy” la interrumpió Zardo con una exagerada confianza en sí mismo que se desvaneció con la mirada de incredulidad que provocó en todos, Dixi, por su parte, sólo se llevó una mano a la frente, agotada. “¿Qué…?” dijo Yen, mostrando las palmas de las manos “Nada amigo… nada” le respondió Rochi, no sin algo de compasión en su voz, y luego se dirigió a las muchachas “Ya se nos ocurrirá algo…” dijo, mientras arreaba suavemente a su amigo de los hombros hacia la salida, quien no acababa de entender cómo su negocio se había ido al garete. Al abrir la puerta, un nuevo robot mensajero estaba parado ahí con el puño levantado a punto de golpear, tenía un rostro alargado, un poco equino, pero solemne, sus ademanes también eran refinados, como de mayordomo, a simple vista, el reemplazante de Boris en el barrio, era de un modelo mucho más moderno, traía una notificación para Nora y una pregunta de lo más rara: si conocía a su hermana. Nora volteó hacia su hermana que en ese momento escudriñaba el aire con sus oídos, expectante, y luego de vuelta al robot, “…sí… ella es mi hermana…” dijo apuntando hacia su espalda con el pulgar, gesto que el robot era incapaz de interpretar, “Bien, ella le anuncia su pronta visita. Motivo: encuentro familiar, la fecha y hora de su llegada será el…” “Ella está aquí…” lo interrumpió Nora, el robot echó un vistazo por sobre el hombro de la muchacha, y luego se dirigió a ésta, “Me temo que ha habido un mal entendido o ha sido usted víctima de una broma. ¿Desea que se realice una investigación y se le redacte un informe?” Nora lo miró como si se estuviera burlando de ella, ¡A las horas que llegaban con el mensaje! ya se podía imaginar para cuando estaría listo ese informe, en el caso que lo quisiera, claro. “¡No!” respondió la muchacha y le cerró la puerta en las narices. El robot dio un saltito atrás para evitar el golpe, esa había sido una de las mejores ideas del fabricante en los modelos nuevos: ese saltito para evitar portazos, “¿Desea usted que le repita el mensaje?” le preguntó a la puerta cerrada, un poco entre sarcasmo e imbecilidad, aguardó unos segundos, “Que tenga un buen día” Los protocolos eran cosa seria para los robot.  Nora cerró la puerta y entró con la típica expresión de quien ve a alguien más, haciendo algo demasiado estúpido como para creerlo “¿Puedes creer que recién ahora llegó tu mensaje?” “…Sí, me lo puedo creer… soy un desastre ingresando fechas y direcciones” admitió Dixi apretando la boca y tirándola toda para un lado, pero inmediatamente tomó una bocanada de aire y levantó un dedo, “Y entonces, ¿Cuál era el mensaje que traía Boris?” Boris volteó tímidamente, como quien siente sobre sí, el peso de muchas miradas, “Ah, por cierto… fuiste aceptada en el juego de Orión” Comentó. Esto era el colmo, dos robot mensajeros retrasados, en menos de dos minutos, “Y si sabías cual era el mensaje y podías hablar, ¿por qué no me lo has dicho antes?” Boris la miró con la máscara insensible e inocente que tenía por rostro y respondió: “Pensé que había sido un sueño…” Nora miró a los demás con el ceño apretado y la boca abierta, incapaz de comprender, “¿Desde cuándo un robot puede soñar?” Eso, hasta que se topó con la cara de Dixi, ésta esperaba con una bocanada de aire suspendido en sus pulmones, lista para escupir toda su indignación “¿¡El juego de Orión!?”

León Faras.

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