viernes, 18 de agosto de 2017

Del otro lado.

XXIX. 



Cuando recibió la llamada, no se esperaba para nada que el cura le tuviese noticias tan pronto, este, necesitaba de su presencia, pues él no tenía el don de ver y conversar con espíritus. Olivia salió de inmediato para reunirse con él, pero al llegar a la calle señalada, no lo vio por ninguna parte hasta que el sacerdote se le acercó por detrás y la tomó por el brazo, Olivia se quedó sorprendida, aunque lo hubiese visto, probablemente no lo hubiese reconocido, estaba vestido con ropa casual, sencilla, gastada y fuera de moda, lo que lo confundía muy bien con el resto de la gente, aquello no era raro, lo curioso era verlos juntos, el manido vestido de ella, también era propio del siglo pasado, parecían una pareja de provincianos que visitan por primera vez la ciudad, Richard Cortez, que acompañaba al cura en ese momento, lo notó de inmediato, era evidente como encajaban a la perfección uno al lado del otro, como si fueran familiares, o más aun, un matrimonio con varios años de convivencia a cuestas. Se quedó a parte observando mientras la pareja se saludaba y hablaban brevemente con una calidez y un gusto natural, lo cierto es que junto a ellos, cualquiera se podía sentir excluido de la ecuación. Para Olivia, el Chavo no tenía nada que lo delatara como un espíritu ya, era sólo un hombre más, aunque con una increíble historia tras él, que ella no ponía en duda. Richard los llevó a las afueras de la ciudad, donde estaban las instalaciones de la antigua industria textil arruinada hace muchos años, estructuras de cemento, cuadradas y llenas de los agujeros oscuros que antes eran las puertas y las ventanas. Un sitio tétrico, en especial de noche, frecuentado por vagabundos, borrachos o drogadictos, pero también por materializados que al igual que los anteriores, buscaban alejarse de una sociedad que los ignoraba. Un lugar que los tres conocían bien, aunque por diferentes razones. Era de día y el sitio se veía desierto, pero en realidad nunca lo estaba. El interior de los edificios era completamente desagradable y hostil a los sentidos, todo destruido, lleno de basura y con las paredes rayadas, olía a meados, excrementos y descomposición, el Chavo recogió un palo del suelo, el cura y la bruja lo observaron como si pensara golpear a alguien, pero sólo golpeó en el suelo, una vez, luego otra vez, luego dos y después otra vez una, y se quedó expectante. No recibió respuesta. Siguieron avanzando, en algunas habitaciones, la oscuridad era total. Richard repitió la contraseña, nada, pero cuando dieron un par de pasos se escuchó la respuesta a cierta distancia: tres golpes seguidos. Ese era un materializado. El padre José María no vio nada, sólo podía recordar haber visto al Chavo y a Olivia hablando con algo en la penumbra, pero debió esperar a que terminaran para enterarse. Los materializados se van, usan su nueva condición para buscar sitios más acogedores o agradables, para recorrer el mundo sin restricciones, para aislarse en la naturaleza, sólo se quedan los que tienen ataduras emocionales, aquellos que no están listos para desligarse de su vida antes de la muerte. El hombre que buscaban ya no estaba y era posible que ya no regresara en mucho tiempo. Según les explicó el Chavo, se trataba de un hombre de aspecto joven de nombre Joel, que gustaba mucho del mar y que constantemente hablaba de que ese era el lugar que él elegiría para pasar su eternidad. Ya eran varios días que no se le veía por la ciudad, por lo que era de suponer que ya se había marchado a algún punto del planeta cercano al mar o, nada se lo impedía, el mar mismo, “Él fue quien salió del autobús el día del accidente, él le disparó a Laura, aunque conociéndolo, no logro entender por qué lo hizo…” explicó Richard al cura, sabiendo que lo que habían conseguido, no era de gran ayuda, y agregó, “…escuche Padre, si esto es importante, deme algunos días, veré qué más puedo averiguar” El cura le estrechó la mano, “Lo es Richard, gracias” Antes de irse, Olivia decidió ofrecerle su ayuda si algún día tomaba la decisión, “No eres inmortal, hay una manera si algún día decides que… ya estás harto de este mundo”

Manuel Verdugo escuchó atentamente y en silencio toda la historia que Alan le contó sobre su nieta, el asesinato de esta y el motivo por el cual la habían matado. Trató de entender y de imaginar cómo era ser un espíritu, un materializado y qué clase de cosa era un Escolta y sin lograr dimensionar completamente el contexto de la situación y el mundo en el que se desarrollaba, la aceptó como el enfermo que le cree a su médico sin ver ni entender lo que ocurre dentro de su cuerpo ni tener remota idea de cómo son los microbios que le han atacado, sin embargo, y como el supuesto enfermo lo haría, sólo se limitó a preguntar qué era lo que se debía hacer para eliminar a ese microbio aterrador que estaba acechando a su nieta para borrarla del universo, Alan se restregó su áspero mentón, “…es lo que estamos tratando de averiguar…” “Por Dios…” dijo el viejo ciego, apretando su bastón con ambos puños. Iba a agregar algo más, pero en ese momento se sintió abrirse la reja de su casa y las voces y las risas de mujeres que llegaban animadas, cargadas con bolsas y bandejas. Su hija Gloria se le acercó y aun con las manos ocupadas, le dejó caer un sonoro beso en la mejilla a Manuel que todavía no se enteraba de qué sucedía, tras ella, su vieja amiga, Beatriz,  también lo saludaba cariñosamente y le deseaba un feliz cumpleaños, mientras su nieta Lucía tomaba fotografías con su teléfono celular, recién en ese momento el viejo cayó en la cuenta de que era su cumpleaños. Debido a su ceguera y a su edad madura, hacía mucho tiempo que las fechas le eran indiferentes y si por alguna razón debía tomar en cuenta alguna, su hija se encargaba de recordársela con anticipación, salvo ahora que estaba de cumpleaños y lo quisieron sorprender. Las mujeres invadieron su casa y organizaron todo en un santiamén, prepararon la mesa y sentaron a Manuel en la cabecera con una copa de vino en la mano, todo sucedió rápido y con el entusiasmo de sus visitantes, el viejo se olvidó por un segundo, hasta que su nieta Lucía revisando su teléfono lo notó, pero no supo qué era, se lo mostró a su madre: en las primeras dos fotografías que había tomado al llegar, aparecía un hombre de pie junto a Manuel, un hombre que nadie había visto cuando llegaron, un hombre que no estaba ahí o se hubiesen dado cuenta, un hombre que nunca vieron entrar ni salir. El teléfono celular pasó de mano en mano hasta que de pura curiosidad, lo tomó Beatriz, sólo para participar del pequeño revuelo que había causado la imagen con el hombre misterioso, sin embargo, su sonrisa se desvaneció hasta desaparecer tras una mano con la que se cubrió la boca, consternada. Aquello era imposible, pero el hombre de la fotografía era Alan, su marido, el hombre que hace tantos años se había quitado la vida de un tiro en la cabeza tras la muerte de su hijo, y estaba igual a como se le podía ver aquel nefasto día. Las cámaras no olvidaban como las personas, y su imagen había quedado capturada antes de que sigilosamente abandonara el lugar. De los presentes, sólo ella podía reconocerlo y aunque nadie podía corroborárselo, Beatriz no tenía ninguna duda de que Alan, su marido, había estado ahí. La fiesta de cumpleaños se apagó hasta quedarse en silencio, Beatriz tenía los ojos con lágrimas mientras Lucía observaba a su alrededor temerosa de encontrarse con algún fantasma espiándolas desde algún rincón, Manuel secó su copa de vino de un largo trago y se quedó serio, con sus ojos pálidos saltando de un lugar a otro, en el vacío de su oscuridad. Podía imaginar la escena, rememorar todo lo vivido después de la muerte de su amigo, entender lo duro y doloroso que había sido para Beatriz. Estaba seguro de que hablar de él no sería una buena idea, pero aun así lo hizo, “Él siempre te recuerda y está preocupado por ti…” Sabía que en ese momento lo estaban mirando como a un desquiciado que la ceguera, la vejez y la soledad finalmente lo habían hecho hablar con fantasmas, pero no Beatriz, ella seguro lo miraba expectante “…siempre quiso que rehicieras tu vida y que fueras feliz… eso lo hizo feliz a él…” Beatriz sonrió, por un minuto se había olvidado de todo lo que la rodeaba, “¿Hablas con él?” preguntó con un brillo de ternura en los ojos, “A veces… aunque saber que ahora está esa foto, me tranquiliza. No me estoy volviendo loco…” respondió el viejo con una sonrisa torcida, mientras dejaba caer su cabeza sobre su pecho. La velada continuó, aunque con un cariz distinto, pausado pero interesante. Continuaron hablando de Alan, pero sin adentrarse en los escabrosos detalles de su muerte, ni tampoco, nada sobre lo que Manuel había hablado con él de su nieta Laura, eso ya sería demasiado para un solo día.


“Un Escolta persiguiendo a Laura…” pensaba Richard mientras regresaba a casa, se preguntaba si realmente estarían seguros de eso y de ser así, cómo habían logrado endosarle un Escolta a un inocente. Él sabía de los Escoltas, aunque en todos sus años de vivo y de muerto, nunca había visto uno, pero sabía que mientras no tuvieras a uno respirando en tu oreja, no se podía imaginar lo aterrador que era. La idea lo acompañó hasta llegar a su departamento, pero allí se encontró con que su mujer, la Macarena, lo esperaba ansiosa, casi eufórica, “¡Por fin llegas! Ven, tengo que mostrarte algo” sobre la mesa había una caja de metal, la mujer le demandó que la abriera él mismo y que mirara dentro con sus propios ojos, el Chavo lo hizo con algo de recelo, como quien sospecha que va a ser víctima de una broma, pero luego su cara cambió, la caja estaba llena de dinero en fajos metidos dentro de bolsas plásticas, “¿Tú no tuviste nada que ver con esto?” preguntó la Macarena con ojos de cachorro abandonado, el Richard negó con la cabeza “¿De dónde sacaste esto?” La mujer le explicó que alguien llamó a su puerta, y que al abrir no había nadie, sólo esa caja de metal en el suelo, creyó que podía tratarse de una broma o de un error, pero la caja tenía una nota encima que decía “Para Lucas” por lo que la tomó, y con toda la desconfianza del mundo, le echó un vistazo dentro “¡Casi se me cayó el pelo!” concluyó la mujer mordiéndose la uña de su dedo meñique. No tenían ninguna idea de quién o por qué les había dado ese dinero, pero no lo iban a rechazar. Julieta sonreía satisfecha, observando la escena desde la penumbra del pasillo, luego se volvió a la habitación de Lucas a contarle lo que había hecho, le hablaba de todo, todo el día, le gustaba pensar que los pequeños gestos que el muchacho realizaba con esfuerzo, eran respuestas para ella, eran muestras de que él podía sentir su presencia, y que la disfrutaba como ella.


León Faras.

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