Primera parte.
Luego
de muchos kilómetros de pedregoso desierto, por un camino duro, cubierto de un
polvillo fino y blanco como la cal que se introducía por todas partes y se
pegaba a la humedad del cuerpo y de los vehículos, al fin aparecía en el
trémulo horizonte Odregón, el único oasis de civilización alcanzable por vía
terrestre, un sitio animado, con mucha gente pero con calles angostas,
franqueadas de edificios rectangulares separados por callejones donde el
hacinamiento era muy marcado, sobre todo para el visitante que venía de cruzar
un yermo sin fin. Vilma debió reducir la velocidad casi al paso, aunque era un
alivio poder quitarse por fin las gafas protectoras, llenas de polvo y los
cubre bocas, que les habían permitido respirar medianamente bien. Les habían
advertido que Beatrice, al ser un vehículo descapotado, no era lo más apto para
las condiciones del camino, pero la máquina era parte del equipo y según su
conductora, el carácter femenino de Beatrice, no iba a tomarse nada bien un
reemplazo, era fuerte y confiable, pero también celosa, “…no querrán
ofenderla…” advirtió Vilma al resto del grupo antes de partir, por supuesto, en
una conversación privada, lejos de los “oídos” del vehículo. La ciudad olía a
civilización: a humo, fritanga y porquería. El avance era cada vez más
dificultoso, ya que, lejos de abrirse el camino, se cerraba aun más, con la
presencia de numerosos comercios callejeros a ambos lados y su respectiva
clientela, que trataban a los visitantes como si fueran fantasmas invisibles,
indiferentes a los amenazantes rugidos de Beatrice, que forzaba su poderoso
motor sin apenas conseguir moverse. Llegando a una esquina, tuvieron que
detener su, ya de por sí, lento avance. Frente a ellos, dos carretas tiradas
por unos bueyes de cuernos enormes y abiertos a los lados, de los que colgaban
farolillos, cruzaban con una parsimonia que todo el mundo tomaba con
naturalidad. Caín tomó un trago de agua de su botella “¿Adónde nos hemos venido
a meter esta vez?”, comentó con el mismo desgano con que se tragó el agua,
mientras veía esos vehículos de tracción animal que creía desaparecidos. Marcus
venía atrás cómodamente sentado con las piernas estiradas, se había levantado
las gafas pero aun se cubría el rostro con un pañuelo, como un bandolero del
lejano oeste “¿Ya notaron la cantidad de idiomas que habla esta gente? he
escuchado al menos cinco diferentes y algunos sonidos que no sé si pertenezcan
a alguna lengua en particular o sólo sean eructos y chillidos” “¿Y por qué
crees que no me he bajado a preguntar?” respondió Vilma con su acidez habitual,
alimentada aun más por el tedio de no poder moverse con libertad. Cuando por
fin pudieron seguir avanzando, la muchacha agregó, “Sólo espero que no nos
encontremos con otro vehículo en sentido contrario o yo misma abriré paso a
tiros” Luego de casi una hora cubriendo una distancia que no debería tomar más
de cinco minutos, llegaron a una especie de plaza amplia donde parecían
converger todos los caminos, salvo por la gente y uno que otro vehículo menor,
el sitio solo era un descampado circular sin atractivo alguno, polvoriento y
caluroso como el desierto que rodeaba toda la ciudad. En aquel lugar debían
reunirse con alguien que les serviría como guía, pero por más que miraban no
parecía que nadie estuviera ni remotamente interesado en su presencia, hasta
que de pronto sintieron los pasos de alguien que se acercaba corriendo, los
sintieron, porque eran pasos pesados y duros, como de alguien que carga con un
gran peso y que, por consiguiente, es grande y fuerte, o tal vez sólo un robot.
Este se detuvo en seco junto al vehículo, Marcus se alejó de un salto, Vilma
cogió su pistola. El robot en cambio, hizo una reverencia como un japonés, “Los
estaba esperando…” dijo, con una dulce voz femenina que contrastaba con su
considerable altura. Tenía dos ojos diminutos y separados que se encendían y
apagaban cada cierto tiempo, como si pestañeara y una trompa, que asemejaba un
micrófono antiguo incrustado en la cara, por la que hablaba y hacía otros
sonidos. Su cuerpo y sus miembros eran delgados y estilizados, pero sin duda
poderosos “…mi nombre es Quci, y los guiaré al castillo” “¿Castillo?” repitió
Marcus incrédulo, mirando a sus compañeros, “Espera…” dijo Caín, suspicaz,
“¿cómo sabes que nos buscas a nosotros?” Era una duda razonable, no se conocían
y podía ser todo una confusión, Quci retrocedió un paso y apuntó al vehículo,
“Me informaron que el vehículo tenía el nombre Beatrice escrito en un costado, por cierto, interesante caligrafía. Y ustedes deben ser Jaden Caín, Ítalo Marcus y Vilma Gabriel, ¿es eso correcto?" "Lo es..." admitió el calvo líder del grupo, luego agregó mirando a su conductora,
“…creo que ya es tarde para arrepentirnos” “Como si pudiéramos” replicó Vilma,
haciendo esfuerzos por aliviar la comezón en una zona inalcanzable de su
espalda. Quci subió al vehículo con cuidado, como si estuviera subiendo a una
balsa a la que teme voltear con su peso, y se sentó graciosamente recta junto a
Marcus, “Es por allí” dijo señalando una dirección, “Será mejor que te sujetes”
aconsejó el artillero, al tiempo que Vilma giraba el vehículo bruscamente para
salir de ahí, “A juzgar por su forma de conducir y por los trazos violentos de
la caligrafía pintada en el auto, ambos sugieren que se trata de la misma
persona” comentó el androide mientras Vilma aprovechaba los pequeños espacios
libres para acelerar, “Genial, un sabelotodo…” murmuró ésta para sí, sin quitar
los ojos del camino.
A
medida que avanzaban, las calles se veían más despejadas de peatones, aunque
igualmente estrechas y franqueadas de viviendas cada vez más aglomeradas y
sucias, sin embargo, el vehículo se movía con algo más de libertad, lo que era casi
como una válvula de descompresión para su conductora, “Me he dado cuenta de que
se hablan numerosos idiomas aquí, ¿no?” dijo Marcus con ánimos de charlar, Quci
lo miró un poco insegura de que se dirigiera a ella, luego de unos segundos
respondió, “Eso es correcto. En Odregón se hablan hasta 64 lenguas diferentes,
de las cuales yo puedo comprender todas, lamentablemente hay algunas que me es
imposible pronunciar correctamente” El camino continuó hasta salir de la ciudad
y rodearla por sobre un alto y extenso muro, que más que muro, era una meseta
artificial sobre la que estaba construida la ciudad. Luego de algunos minutos,
apareció en el fondo una colina de roca cortada verticalmente por una de sus
caras, y sobre esta, el castillo de Odregón, Vilma detuvo el vehículo en seco
sin la menor consideración por sus pasajeros, Marcus tras ella, se puso de pie
para verlo mejor, era realmente una fortaleza esplendorosa que sólo en un lugar
tan remoto como ese se podía encontrar: estaba rodeada de un muro con sus
respectivos adarves y almenas y fortalecido con recios torreones rectangulares,
que precedían otra línea de muros más elevada y provista de aspilleras y
escaleras. Sobre este, se alzaba una atalaya redonda y robusta que sobresalía
por sobre toda la construcción, y detrás de esta, estaban los salones
principales, un edificio rectangular gigantesco coronado con una cúpula ovalada
como medio huevo acostado, y adornado con un marcado gusto por las finas
torres con puntas de lanza que se multiplicaban por todas partes como hongos en
un árbol podrido. El acceso era un camino sinuoso y angosto excavado en el
suelo, la mitad de su extensión estaba provista de peldaños, y en su totalidad
era franqueado de muros para contener la arena y evitar que esta lo cubriera
por completo. Desembocaba en una imponente y orgullosa barbacana que recibía a
los visitantes con una afilada sonrisa de hierro negro. Para Beatrice, era
imposible llegar hasta ahí, por lo que el grupo se dividió: Vilma y Marcus
llevaron el vehículo hasta un hangar ubicado en la base del cerro, una
gigantesca cueva de roca sólida pero bien provista de luz, herramientas y un
piso perfectamente pavimentado, una grata sorpresa para la chica, siempre
ansiosa por mimar su vehículo y mantener sus mecanismos a punto, mientras Caín seguía
a Quci hasta el castillo, la reja de hierro se alzó con un movimiento suave y bien
lubricado, que disimulaba perfectamente su peso real, en el interior, el hombre
se vio sorprendido por los soldados que estaban de guardia, eran hombres, pero
ataviados con aparatosas armaduras infladas, que los hacía ver mucho más grande
de lo que en realidad eran, además, usaban colores vistosos y ceremoniales pero
muy poco prácticos. Sus diminutas cabezas se asomaban con expresión grave,
manteniendo erguidas a un lado sus hermosas, aunque obsoletas, lanzas de acero.
Unos metros más allá cerca del muro, un robot enorme manejado por un hombre
descargaba barriles de cerveza de una carreta tirada por caballos, como si
aquellos elementos tan dispares pudiesen mezclarse con toda naturalidad. Fue
conducido por una empinada escalera hasta un pequeño patio, finamente ornado
con mosaicos y esculturas que daban paso al salón principal donde estaba Dugan,
señor de Odregón.
Vilma
en poco tiempo ya se había olvidado de la misión y de las incomodidades del
camino y se había enfrascado en el propósito de quitarle el pringoso polvillo
pegado a las entrañas de Beatrice y limpiar sus filtros. Allí habían encontrado
a un hombre pequeño de grandes manos que, a pesar de no comprender una palabra
de lo que decía, parecía encantado de la visita. Se tambaleaba visiblemente al
caminar pero parecía dueño de una gran fuerza y de una energía inagotable, hablaba
un idioma rimbombante, con vocales largas y palabras siempre acabadas en
consonantes fuertes y sonoras, digno para dar un discurso a las masas. El
hombre se puso a escudriñar el interior de Beatrice parado en la punta de los
pies y luego se retiró hablando sin parar, soltó una risotada que nadie
compartió con él y volvió junto a Vilma con un par de herramientas y un
repuesto para intercambiar. Luego se agachó junto a Marcus que estaba en el
piso trabajando bajo el vehículo, era gracioso, porque se agachaba como lo
haría un niño pequeño, sólo doblando las piernas y sin apoyar ninguna rodilla
en el suelo, le señaló algo sonriendo y se fue caminando como un pato hasta un
baúl en el que metió la mitad del cuerpo para alcanzar algo, luego regresó con una
botella en la mano que le dio al artillero, y con gestos más que evidentes lo
invitó a beber, este, luego de oler el contenido de la botella, se la llevó a
la boca: era un licor fuerte, con un suave y agradable sabor a miel, luego de
probarlo, se lo alcanzó a Vilma que sin escrúpulos, también se echó un largo
trago que fue celebrado por el viejo con aplausos y unas carcajadas, entonces
llegó Caín, seguido de Quci, su rostro no era del todo tranquilizador, la robot
en cambio, lucía igual de indiferente. “¿Y, qué te han dicho?” “¿Qué tenemos
que hacer esta vez?” Caín se dejó caer sobre una caja de metal, “Es una
locura…” dijo, al tiempo que el viejo le ofrecía su botella con una sospechosa
expresión de compasión en el rostro.
Una
hora después, estaban instalados en sus habitaciones, amplias cajas cuadradas
sin ventanas, de gruesas paredes de piedra y poderosas vigas de madera en el
cielo, todo muy anticuado salvo por la iluminación, que era artificial. Junto a
estas, había una amplia sala de baños, con una pileta de nueve metros cuadrados
llena de agua caliente para que se asearan y se quitaran por fin el abundante
polvillo del viaje, Quci, diligente, le ofreció a Vilma que podía guiarla a
otro baño para ella sola, pero la chica la miró enojada “¿Acaso te crees que
tengo sarna?” la robot se quedó anulada, algunos humanos eran incomprensibles
más allá del idioma que hablaran, “…lo que quiso decir es que no será necesario…”
le aclaró Marcus cordial, Quci le agradeció aquella “correcta interpretación” con
una reverencia, pero seguía sin entender cómo una cosa podía significar otra
completamente distinta. Lo cierto era que para Vilma, ser mujer, hacía tiempo
que no hacía ninguna diferencia, ni en su comportamiento, ni en su trabajo, ni
en lo que podía o no podía hacer, menos aun tenía remilgos con su desnudez o la
de sus compañeros, eran tan incómodos e inadecuados para el tipo de vida que
llevaba como ponerse tacones.
Compartieron
el baño y luego la comida, al cabo de un rato, los tres estaban reunidos con
una botella de alcohol para enterarse de los detalles de la misión: tras el
castillo de Odregón y la colina que lo albergaba, el paisaje se escarpaba
abruptamente, las rocas eran enormes monumentos al poder de la naturaleza, la
arena se endurecía y formaba colinas y montes cada vez más grandes con formas
afiladas y hostiles, al adentrarse lo suficiente en ellos, se puede llegar
hasta una gruta, una cueva más bien, estrecha y prolongada en la que los
sacerdotes y sus ayudantes se introducían en busca de los “huevos de dragón”
que alimentan la ciudad de energía durante una generación completa, Vilma se
apresuró en tragar el licor que acababa de echarse a la boca, “¿Huevos de
dragón? ¿Bromeas…?” Caín se encogió de hombros, “…es lo que me dijeron…” y
continuó diciendo que los últimos sacerdotes en ir, no habían regresado y sin
esos supuestos huevos, todo Odregón estaba destinado a la extinción. Marcus se
masajeaba la barba pensativo, por lo que sabían, en Odregón había soldados,
vehículos, incluso robot, “¿Por qué no han enviado parte de su flamante
ejército a investigar qué sucede?” “Lo mismo pregunté yo…” respondió Caín, y luego
de secar su vaso, agregó “…Superstición: se trata de un sitio sagrado que le ha
dado vida a esta ciudad desde su nacimiento, ningún Odregonés se atrevería a
profanarlo so pena de tener que abandonar este lugar para siempre…”, “Eso es
estúpido” gruñó Vilma, restregándose los ojos hasta dejárselos medio adoloridos.
Estaba cansada, “Las creencias nunca son estúpidas, sólo son edificios
dispuestos a permanecer en pie una eternidad o a derrumbarse de un tirón, para
de inmediato edificar uno nuevo en su lugar” comentó Marcus observando su vaso
como si le hablara a él. “Qué mordaz…” replicó Vilma, sin mostrarse demasiado
impresionada, luego se giró hacia Caín para que terminara lo que tenía que
decir, este continuó “…el caso es que deben ser extranjeros los que vayan a
investigar qué sucede. Por eso estamos aquí.”
León Faras.
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