viernes, 6 de octubre de 2017

Los Condenados.

Odregón.

Primera parte.

Luego de muchos kilómetros de pedregoso desierto, por un camino duro, cubierto de un polvillo fino y blanco como la cal que se introducía por todas partes y se pegaba a la humedad del cuerpo y de los vehículos, al fin aparecía en el trémulo horizonte Odregón, el único oasis de civilización alcanzable por vía terrestre, un sitio animado, con mucha gente pero con calles angostas, franqueadas de edificios rectangulares separados por callejones donde el hacinamiento era muy marcado, sobre todo para el visitante que venía de cruzar un yermo sin fin. Vilma debió reducir la velocidad casi al paso, aunque era un alivio poder quitarse por fin las gafas protectoras, llenas de polvo y los cubre bocas, que les habían permitido respirar medianamente bien. Les habían advertido que Beatrice, al ser un vehículo descapotado, no era lo más apto para las condiciones del camino, pero la máquina era parte del equipo y según su conductora, el carácter femenino de Beatrice, no iba a tomarse nada bien un reemplazo, era fuerte y confiable, pero también celosa, “…no querrán ofenderla…” advirtió Vilma al resto del grupo antes de partir, por supuesto, en una conversación privada, lejos de los “oídos” del vehículo. La ciudad olía a civilización: a humo, fritanga y porquería. El avance era cada vez más dificultoso, ya que, lejos de abrirse el camino, se cerraba aun más, con la presencia de numerosos comercios callejeros a ambos lados y su respectiva clientela, que trataban a los visitantes como si fueran fantasmas invisibles, indiferentes a los amenazantes rugidos de Beatrice, que forzaba su poderoso motor sin apenas conseguir moverse. Llegando a una esquina, tuvieron que detener su, ya de por sí, lento avance. Frente a ellos, dos carretas tiradas por unos bueyes de cuernos enormes y abiertos a los lados, de los que colgaban farolillos, cruzaban con una parsimonia que todo el mundo tomaba con naturalidad. Caín tomó un trago de agua de su botella “¿Adónde nos hemos venido a meter esta vez?”, comentó con el mismo desgano con que se tragó el agua, mientras veía esos vehículos de tracción animal que creía desaparecidos. Marcus venía atrás cómodamente sentado con las piernas estiradas, se había levantado las gafas pero aun se cubría el rostro con un pañuelo, como un bandolero del lejano oeste “¿Ya notaron la cantidad de idiomas que habla esta gente? he escuchado al menos cinco diferentes y algunos sonidos que no sé si pertenezcan a alguna lengua en particular o sólo sean eructos y chillidos” “¿Y por qué crees que no me he bajado a preguntar?” respondió Vilma con su acidez habitual, alimentada aun más por el tedio de no poder moverse con libertad. Cuando por fin pudieron seguir avanzando, la muchacha agregó, “Sólo espero que no nos encontremos con otro vehículo en sentido contrario o yo misma abriré paso a tiros” Luego de casi una hora cubriendo una distancia que no debería tomar más de cinco minutos, llegaron a una especie de plaza amplia donde parecían converger todos los caminos, salvo por la gente y uno que otro vehículo menor, el sitio solo era un descampado circular sin atractivo alguno, polvoriento y caluroso como el desierto que rodeaba toda la ciudad. En aquel lugar debían reunirse con alguien que les serviría como guía, pero por más que miraban no parecía que nadie estuviera ni remotamente interesado en su presencia, hasta que de pronto sintieron los pasos de alguien que se acercaba corriendo, los sintieron, porque eran pasos pesados y duros, como de alguien que carga con un gran peso y que, por consiguiente, es grande y fuerte, o tal vez sólo un robot. Este se detuvo en seco junto al vehículo, Marcus se alejó de un salto, Vilma cogió su pistola. El robot en cambio, hizo una reverencia como un japonés, “Los estaba esperando…” dijo, con una dulce voz femenina que contrastaba con su considerable altura. Tenía dos ojos diminutos y separados que se encendían y apagaban cada cierto tiempo, como si pestañeara y una trompa, que asemejaba un micrófono antiguo incrustado en la cara, por la que hablaba y hacía otros sonidos. Su cuerpo y sus miembros eran delgados y estilizados, pero sin duda poderosos “…mi nombre es Quci, y los guiaré al castillo” “¿Castillo?” repitió Marcus incrédulo, mirando a sus compañeros, “Espera…” dijo Caín, suspicaz, “¿cómo sabes que nos buscas a nosotros?” Era una duda razonable, no se conocían y podía ser todo una confusión, Quci retrocedió un paso y apuntó al vehículo, “Me informaron que el vehículo tenía el nombre Beatrice escrito en un costado, por cierto, interesante caligrafía. Y ustedes deben ser Jaden Caín, Ítalo Marcus y Vilma Gabriel, ¿es eso correcto?" "Lo es..." admitió el calvo líder del grupo, luego agregó mirando a su conductora, “…creo que ya es tarde para arrepentirnos” “Como si pudiéramos” replicó Vilma, haciendo esfuerzos por aliviar la comezón en una zona inalcanzable de su espalda. Quci subió al vehículo con cuidado, como si estuviera subiendo a una balsa a la que teme voltear con su peso, y se sentó graciosamente recta junto a Marcus, “Es por allí” dijo señalando una dirección, “Será mejor que te sujetes” aconsejó el artillero, al tiempo que Vilma giraba el vehículo bruscamente para salir de ahí, “A juzgar por su forma de conducir y por los trazos violentos de la caligrafía pintada en el auto, ambos sugieren que se trata de la misma persona” comentó el androide mientras Vilma aprovechaba los pequeños espacios libres para acelerar, “Genial, un sabelotodo…” murmuró ésta para sí, sin quitar los ojos del camino.

A medida que avanzaban, las calles se veían más despejadas de peatones, aunque igualmente estrechas y franqueadas de viviendas cada vez más aglomeradas y sucias, sin embargo, el vehículo se movía con algo más de libertad, lo que era casi como una válvula de descompresión para su conductora, “Me he dado cuenta de que se hablan numerosos idiomas aquí, ¿no?” dijo Marcus con ánimos de charlar, Quci lo miró un poco insegura de que se dirigiera a ella, luego de unos segundos respondió, “Eso es correcto. En Odregón se hablan hasta 64 lenguas diferentes, de las cuales yo puedo comprender todas, lamentablemente hay algunas que me es imposible pronunciar correctamente” El camino continuó hasta salir de la ciudad y rodearla por sobre un alto y extenso muro, que más que muro, era una meseta artificial sobre la que estaba construida la ciudad. Luego de algunos minutos, apareció en el fondo una colina de roca cortada verticalmente por una de sus caras, y sobre esta, el castillo de Odregón, Vilma detuvo el vehículo en seco sin la menor consideración por sus pasajeros, Marcus tras ella, se puso de pie para verlo mejor, era realmente una fortaleza esplendorosa que sólo en un lugar tan remoto como ese se podía encontrar: estaba rodeada de un muro con sus respectivos adarves y almenas y fortalecido con recios torreones rectangulares, que precedían otra línea de muros más elevada y provista de aspilleras y escaleras. Sobre este, se alzaba una atalaya redonda y robusta que sobresalía por sobre toda la construcción, y detrás de esta, estaban los salones principales, un edificio rectangular gigantesco coronado con una cúpula ovalada como medio huevo acostado, y adornado con un marcado gusto por las finas torres con puntas de lanza que se multiplicaban por todas partes como hongos en un árbol podrido. El acceso era un camino sinuoso y angosto excavado en el suelo, la mitad de su extensión estaba provista de peldaños, y en su totalidad era franqueado de muros para contener la arena y evitar que esta lo cubriera por completo. Desembocaba en una imponente y orgullosa barbacana que recibía a los visitantes con una afilada sonrisa de hierro negro. Para Beatrice, era imposible llegar hasta ahí, por lo que el grupo se dividió: Vilma y Marcus llevaron el vehículo hasta un hangar ubicado en la base del cerro, una gigantesca cueva de roca sólida pero bien provista de luz, herramientas y un piso perfectamente pavimentado, una grata sorpresa para la chica, siempre ansiosa por mimar su vehículo y mantener sus mecanismos a punto, mientras Caín seguía a Quci hasta el castillo, la reja de hierro se alzó con un movimiento suave y bien lubricado, que disimulaba perfectamente su peso real, en el interior, el hombre se vio sorprendido por los soldados que estaban de guardia, eran hombres, pero ataviados con aparatosas armaduras infladas, que los hacía ver mucho más grande de lo que en realidad eran, además, usaban colores vistosos y ceremoniales pero muy poco prácticos. Sus diminutas cabezas se asomaban con expresión grave, manteniendo erguidas a un lado sus hermosas, aunque obsoletas, lanzas de acero. Unos metros más allá cerca del muro, un robot enorme manejado por un hombre descargaba barriles de cerveza de una carreta tirada por caballos, como si aquellos elementos tan dispares pudiesen mezclarse con toda naturalidad. Fue conducido por una empinada escalera hasta un pequeño patio, finamente ornado con mosaicos y esculturas que daban paso al salón principal donde estaba Dugan, señor de Odregón.

Vilma en poco tiempo ya se había olvidado de la misión y de las incomodidades del camino y se había enfrascado en el propósito de quitarle el pringoso polvillo pegado a las entrañas de Beatrice y limpiar sus filtros. Allí habían encontrado a un hombre pequeño de grandes manos que, a pesar de no comprender una palabra de lo que decía, parecía encantado de la visita. Se tambaleaba visiblemente al caminar pero parecía dueño de una gran fuerza y de una energía inagotable, hablaba un idioma rimbombante, con vocales largas y palabras siempre acabadas en consonantes fuertes y sonoras, digno para dar un discurso a las masas. El hombre se puso a escudriñar el interior de Beatrice parado en la punta de los pies y luego se retiró hablando sin parar, soltó una risotada que nadie compartió con él y volvió junto a Vilma con un par de herramientas y un repuesto para intercambiar. Luego se agachó junto a Marcus que estaba en el piso trabajando bajo el vehículo, era gracioso, porque se agachaba como lo haría un niño pequeño, sólo doblando las piernas y sin apoyar ninguna rodilla en el suelo, le señaló algo sonriendo y se fue caminando como un pato hasta un baúl en el que metió la mitad del cuerpo para alcanzar algo, luego regresó con una botella en la mano que le dio al artillero, y con gestos más que evidentes lo invitó a beber, este, luego de oler el contenido de la botella, se la llevó a la boca: era un licor fuerte, con un suave y agradable sabor a miel, luego de probarlo, se lo alcanzó a Vilma que sin escrúpulos, también se echó un largo trago que fue celebrado por el viejo con aplausos y unas carcajadas, entonces llegó Caín, seguido de Quci, su rostro no era del todo tranquilizador, la robot en cambio, lucía igual de indiferente. “¿Y, qué te han dicho?” “¿Qué tenemos que hacer esta vez?” Caín se dejó caer sobre una caja de metal, “Es una locura…” dijo, al tiempo que el viejo le ofrecía su botella con una sospechosa expresión de compasión en el rostro.

Una hora después, estaban instalados en sus habitaciones, amplias cajas cuadradas sin ventanas, de gruesas paredes de piedra y poderosas vigas de madera en el cielo, todo muy anticuado salvo por la iluminación, que era artificial. Junto a estas, había una amplia sala de baños, con una pileta de nueve metros cuadrados llena de agua caliente para que se asearan y se quitaran por fin el abundante polvillo del viaje, Quci, diligente, le ofreció a Vilma que podía guiarla a otro baño para ella sola, pero la chica la miró enojada “¿Acaso te crees que tengo sarna?” la robot se quedó anulada, algunos humanos eran incomprensibles más allá del idioma que hablaran, “…lo que quiso decir es que no será necesario…” le aclaró Marcus cordial, Quci le agradeció aquella “correcta interpretación” con una reverencia, pero seguía sin entender cómo una cosa podía significar otra completamente distinta. Lo cierto era que para Vilma, ser mujer, hacía tiempo que no hacía ninguna diferencia, ni en su comportamiento, ni en su trabajo, ni en lo que podía o no podía hacer, menos aun tenía remilgos con su desnudez o la de sus compañeros, eran tan incómodos e inadecuados para el tipo de vida que llevaba como ponerse tacones.


Compartieron el baño y luego la comida, al cabo de un rato, los tres estaban reunidos con una botella de alcohol para enterarse de los detalles de la misión: tras el castillo de Odregón y la colina que lo albergaba, el paisaje se escarpaba abruptamente, las rocas eran enormes monumentos al poder de la naturaleza, la arena se endurecía y formaba colinas y montes cada vez más grandes con formas afiladas y hostiles, al adentrarse lo suficiente en ellos, se puede llegar hasta una gruta, una cueva más bien, estrecha y prolongada en la que los sacerdotes y sus ayudantes se introducían en busca de los “huevos de dragón” que alimentan la ciudad de energía durante una generación completa, Vilma se apresuró en tragar el licor que acababa de echarse a la boca, “¿Huevos de dragón? ¿Bromeas…?” Caín se encogió de hombros, “…es lo que me dijeron…” y continuó diciendo que los últimos sacerdotes en ir, no habían regresado y sin esos supuestos huevos, todo Odregón estaba destinado a la extinción. Marcus se masajeaba la barba pensativo, por lo que sabían, en Odregón había soldados, vehículos, incluso robot, “¿Por qué no han enviado parte de su flamante ejército a investigar qué sucede?” “Lo mismo pregunté yo…” respondió Caín, y luego de secar su vaso, agregó “…Superstición: se trata de un sitio sagrado que le ha dado vida a esta ciudad desde su nacimiento, ningún Odregonés se atrevería a profanarlo so pena de tener que abandonar este lugar para siempre…”, “Eso es estúpido” gruñó Vilma, restregándose los ojos hasta dejárselos medio adoloridos. Estaba cansada, “Las creencias nunca son estúpidas, sólo son edificios dispuestos a permanecer en pie una eternidad o a derrumbarse de un tirón, para de inmediato edificar uno nuevo en su lugar” comentó Marcus observando su vaso como si le hablara a él. “Qué mordaz…” replicó Vilma, sin mostrarse demasiado impresionada, luego se giró hacia Caín para que terminara lo que tenía que decir, este continuó “…el caso es que deben ser extranjeros los que vayan a investigar qué sucede. Por eso estamos aquí.”


León Faras.

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