miércoles, 31 de enero de 2018

Autopsia. Segunda parte.

X.

Para cuando volvió el hijo de Ismael con ropa para su hermana, el doctor Cifuentes había relajado el ambiente sirviendo un pequeño vaso de coñac para cada uno, de una botella encontrada en la casa, perteneciente a su antiguo morador. Había tenido tiempo más que suficiente para oír toda la historia de Ismael de lo sucedido a Úrsula: la puerta cerrada, el humo, los muebles azotados contra el suelo. El calor sofocante que envolvió toda la casa y la desconcertante desaparición del bebé. El doctor escuchaba con una expresión de profunda gravedad, echándole cortos vistazos al cura quien no parecía demostrar ninguna duda acerca de lo sucedido. Sostenía en la mano su vaso minúsculo de coñac sin haberle sacado ni un sorbo aun. Como médico, no podía formular ninguna opinión al respecto, pero como persona, se remitía a aceptar la historia tal y como se la contaban, sin admitirla como verdad ni como mentira, sino sólo como la percepción o interpretación de Ismael sobre lo que él mismo había visto, su hijo, sin embargo, traía además de algo de ropa para su hermana, más antecedentes frescos: junto con su madre entraron a la habitación de Úrsula, el sitio era un desastre en el que apenas se podía andar, la cama estaba inservible, prácticamente quebrada a la mitad, los muebles desparramados, rotos y con sus interiores igualmente esparcidos por el suelo, el aire se sentía pesado y pestilente, él mismo abrió las ventanas para que fuera un poco más soportable, pero la verdad era que la atmósfera dentro del cuarto, podía descomponerle el estómago a un gato callejero. Encontraron algo de ropa para la muchacha, pero también otras cosas mucho menos agradables: varios ratones muertos y pudriéndose, algunos pájaros e incluso sapos, todos muertos, todos apestando y todos con la cabeza arrancada. Parecía un sitio abandonado por años y empleado por algún pequeño animal depredador como guarida, pero ni siquiera un animal soporta tal grado de desastre, ni tampoco se trataba de un sitio abandonado. El doctor Cifuentes se llevó al vaso a la boca y tragó su contenido con la dificultad común en un hombre poco habituado al alcohol, para él, en tales circunstancias lo mejor era que pusieran a hervir toda la ropa de la muchacha y luego desinfectar el piso y los muebles con lejía, también era importante ventilar toda la casa antes, durante y después del proceso, tal grado de podredumbre era un foco poderosísimo de enfermedades e infecciones que ponían en riesgo la salud de toda la familia, Ismael asintió luego de buscar la aprobación del padre Benigno, y aseguró que lo harían lo antes posible, pero el hijo de Ismael aun no había terminado, una cosa más había encontrado en el dormitorio de Úrsula y que era digna de contar: la cruz de madera que colgaba de la pared sobre la cabecera de la cama de su hermana, estaba incrustada en el muro de adobes, empotrada, como quien hunde una pisada sobre una capa de barro blando, hasta el punto de ser imposible de sacar sin romper el muro, el doctor Cifuentes le echó una mirada cargada de incredulidad al padre Benigno, pero este mantenía la vista fija en algún punto indeterminado de su cama, pensativo, preocupado, todo aquello era muy malo, él lo sabía, y también sabía que él era el único con la responsabilidad de enfrentarse a ello.


La diminuta ventana sin cortinas absorbió toda la luz que le proyectaba el sol de la mañana, ingresando con la forma de un bloque diáfano, habitado por una multitud de partículas en constante y lento movimiento e inundó de claridad el cuarto donde aun dormían Elena y Clarita, esta última abrió los ojos con la pereza de un gato que, con la panza llena, reposa tendido en su cojín favorito. Había llegado un nuevo día y nada la había vuelto a despertar en toda la noche, aquello le dibujó en la cara una sonrisa chueca que luego se transformó en otra plena, de esas que llenan todo el rostro, se dio un sonoro beso en el puño en el que apretaba la medalla de San Benito y buscó a Gracia en el cuarto para presumir de su nuevo amuleto contra malos sueños hasta que su sonrisa se diluyó. Gracia no estaba. Elena despertó en ese momento y la sonrisa de Clarita volvió a surgir, “¡Apresúrate!...” gritó la niña, saltando de su lecho como si este de pronto la hubiese amenazado con engullirla o algo parecido, “… Tata ya debe estar sacando la leche” La niña salió corriendo y a medio vestir, tal como había dormido, Elena tardó un poco más en ponerse su ropa de hombre antes de salir del cuarto, en la cocina, la vieja Lina preparaba el desayuno y la muchacha se ofreció a ayudarle, por la ventana podían ver a Clarita abrazando un cabrito entre una de sus patas delanteras y el cogote, corriendo tras de su mamá para que esta amamantara a su cría, cosa que no estaba funcionando, pero sin duda era bastante gracioso de ver. Elena no tardó en preguntar, “¿Qué cree que sea eso de que Clarita dice que ve y habla con su hermana? ¿Sólo su imaginación o habrá algo más?” La vieja dejó de rebanar la hogaza de pan, se restregó la punta de la nariz con el dorso de la mano en la que sostenía el cuchillo, luego respondió “Te voy a contar lo mismo que me dijo una mujer hace algunos años, una mujer que llegó a conocer bien a la madre de Clarita…” continuó rebanando el pan “…la madre de Clarita era una jovencita de tu edad o tal vez algo menor. Tuvo la mala fortuna de enamorarse de un hombre destinado a morir tan sólo un par de semanas después en una riña de borrachos. Luego de que el hombre ya estaba sepultado, ella se enteró de que estaba preñada. Sola, nadie sabe si fue por obligación o voluntad que decidió llegar con su embarazo hasta el final, lo cierto es que lo hizo, y fue la última cosa que hizo en su vida. Los partos son a veces como coser y cantar pero otras veces pueden ser un calvario, en el caso de esta muchacha, demasiado joven y debilucha, la cosa se complicó mucho y encima su hija nació muerta, nada se pudo hacer. Cuando pensaron que tal vez la madre tendría alguna oportunidad de salvarse, se dieron cuenta de que venía otra niña… una gemela, y esta sí estaba viva. Clarita. Sólo ella sobrevivió al final…” Elena se quedó paralizada a la mitad del pocillo que estaba llenando con leche, “Entonces, Gracia, la hermana de Clarita, sí existió…” la vieja asintió con una sonrisa triste, “Así es… alguna vez existió en verdad… o por lo menos así me lo contaron a mí. Curioso, ¿no?”  El viejo Tata entró en ese momento, traía un taburete de patas más largas para que se sentara Clarita, esta le seguía contenta y sintiéndose importante, con un trozo gordo de queso que apenas sostenía entre los brazos.


León Faras. 

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