sábado, 24 de marzo de 2018

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.


XXXII.

Nazli debió hacer un gran esfuerzo y poner todo el cuidado para aminorar la velocidad de todos los caballos que guiaba hasta detenerlos, puesto que los maderos y vigas que arrastraban, podían ser un serio peligro incluso para ella misma. Luego, amparada por una oscuridad casi total y por la furia de la lluvia que caía sin interrupciones, liberó el caballo que montaba y se largó de ahí por un callejón estrecho cercano, dejando al resto de los animales parados en el camino principal. No podía ver a sus enemigos, ni tampoco oírlos con claridad, pero sabía que le seguían. Eso era seguro. El callejón era como meterse dentro de una delgada y profunda línea negra, oscura como la entrada al infierno, sin embargo, Nazli y su caballo lograron avanzar buen trecho hasta encontrar una luz en el camino, una lejana antorcha superviviente al aguacero que caía, gracias a un trozo de alerón construido especialmente para ella, pero antes de que pudiera llegar allí, algo la golpeó duro en la frente, arrojándola de su caballo y dejándola aturdida sobre el barro y bajo la lluvia.

No tardó en despertar, un ruido familiar la trajo de vuelta de su corto sueño: el sonido de un metal siendo repasado una y otra vez sobre una piedra, un cuchillo, uno grande, estaba siendo afilado. El lugar olía a carne, a sangre y a animales abiertos, con sus vísceras expuestas. Cuando Nazli abrió los ojos, lo primero que vio fue a un anciano escuálido sentado en una silla frente a ella, junto a un fuego que calentaba un amplio plato de hierro colgado sobre él. El anciano tenía la vista perdida, la boca entreabierta y parecía incapaz de moverse. Aquel, era el hogar de un carnicero, pero no cualquiera, aparte de los restos animales que podían identificarse como tales, también podían verse trozos claramente humanos: manos, cabezas, torsos; masculinos y femeninos. Nazli había perdido sus armas y su armadura de cuero, tenía el pelo suelto y estaba atada a un poste de madera, sentada sobre un taburete y con la boca fuertemente amordazada con un pañuelo que sabía a grasa y sangre seca, el cuchillo seguía afilándose en una habitación contigua hasta que el sonido se detuvo. El tipo que apareció, era un hombre flaco y macilento, con un evidente parecido al anciano que permanecía postrado en la silla, aunque más joven. Vestía de negro, pero tanto su ropa como su cabello, lacio y grisáceo, parecían estar cubiertos de una película de grasa difícil de quitar y que hacía que el agua de la lluvia que le había caído encima, resbalara incapaz de adherirse. A decir verdad, todo en esa casucha parecía cubierto de grasa. Traía un enorme cuchillo en la mano, de fabricación burda pero de buen material e insuperable filo, “¿Ves Padre? ya despertó, te dije que no le había golpeado tan fuerte…” El hombre pestañeaba constantemente de forma forzada y compulsiva, el viejo postrado, en cambio, parecía incapaz ya de hacerlo “… ¿ya viste esos muslos, Padre?… y esas mejillas. No, no, no, Padre, las mejillas las dejaremos para el final, o no podrá comer… y tiene que alimentarse…” Nazli observaba en silencio. No tenía miedo, estaba acostumbrada a tratar con hombres tan desagradables como este sin aminorase, incluso más jóvenes y fuertes. Tampoco se sentía intimidada por la carnicería que había a su alrededor, era una mujer soldado, y los cuerpos muertos y desmembrados eran parte de su oficio. El hombre continuó hablando sin dirigirse a ella, ocupado organizando cosas sobre su mesón de trabajo “…es una mujer, Padre, y es joven, ¿hace cuánto que no pruebas el cuerpo de una mujer joven, Padre?…” Nazli, miró una vez más al viejo tirado en la silla y se preguntó qué diablos había querido decir con “…probar el cuerpo de una mujer joven…” luego el hombre rió por la nariz y agregó, “…lo sé Padre, yo tampoco lo he hecho hace tiempo, pero ahora tendremos carne de la mejor calidad para varios días” Nazli ya se lo suponía, no se trataba de violadores ni torturadores, sino un poco de ambos: eran caníbales, y al parecer, ella les parecía todo un festín. Aquello podía deducirse por la cantidad de restos humanos en la habitación, pero por lo general el canibalismo se daba por cultura o necesidad, no era muy común que se hiciese por gusto y este era uno de esos casos. El hombre se volteó hacia Nazli con el cuchillo en una mano y una botella con un líquido extraño en la otra, “Debes beber esto para relajarte, no queremos que se estropee el sabor de…” su voz se apagó cuando notó la extraña cicatrización en la frente de la chica, justo donde él la había golpeado, se había cubierto la herida y enraizado suavemente como moho, un moho negro. La mujer le señaló su hombro, bajo su manga y el hombre pudo ver allí una herida de flecha con una cicatrización mucho más grande y extendida, una herida recibida al entrar en la ciudad, “¿qué cosa eres, muchacha?...“ Alcanzó a decir, cuando irrumpieron en su casa violentamente un grupo de soldados Cizarianos en busca de un enemigo que había huido a caballo y que le habían perdido el rastro muy cerca de allí. El hombre quiso evitarlo, pero los soldados lo registraron todo, encontrando la carnicería humana que ocultaba dentro, “Oh joder… ¡Qué mierdas has estado haciendo aquí!” dijo uno de los soldados, otro reaccionó con un poco más de impulsiva ira, yendo hasta el hombre y derribándolo con un golpe del pomo de su espada, “¡Maldito viejo! Le compré carne la semana pasada, ahora a saber qué porquerías me vendió…” “Espero que no te hayas comido el pene de alguien…” comentó otro de los soldados, pero antes de que alguien replicara algo, agregó “…miren, ese no es el viejo Baba, creí que estaba muerto hace años” “Yo también…” dijo otro, acercando el oído a la cara del viejo postrado en la silla para comprobar si respiraba, luego se enderezó incrédulo, buscando con la vista alguna señal de vida “Mierda. Este viejo parece que está seco…” “Oye, ¿tú estás bien?” Dijo uno que parecía ser el más viejo y de alto rango, dirigiéndose a Nazli que permanecía atada y amordazada. Esta asintió con la cabeza, con la desconfianza de un animalito que muere de hambre pero se resiste a ser alimentado por el hombre “¿Vives por aquí cerca?” la muchacha dudó al principio, pero luego se dio cuenta: no la habían reconocido, primero por ser mujer, joven y con cierto aspecto inocente y segundo porque su captor le había quitado sus armas y su armadura. Volvió a asentir enérgicamente. El soldado ordenó a uno de sus hombres que la liberara, “¿Crees que podrás volver a tu casa sola?” Nazli volvió a asentir con la cabeza, a pesar de que ya no tenía puesta la mordaza. A veces era mucho mejor guardar silencio y dejar que fueran los otros los que hablaran por ti. A penas se vio liberada, la muchacha se dirigió a la salida, pero antes de poder salir, el soldado volvió a llamarla. Por un segundo pensó en salir corriendo, pero se arrepintió, en lugar de eso, se volteó lentamente. El soldado se agachó, recogió el cuchillo afilado del viejo, quien aún permanecía tirado en el suelo inconsciente y se lo alcanzó “¿Puedes usar uno de estos?” Nazli nuevamente asintió sin pronunciar palabra y luego recibió el cuchillo, “Ten cuidado, esta no es una buena noche para andar en las calles. Vete a tu casa y quédate ahí” Nazli se fue, el soldado viejo se quedó mirando la puerta con los brazos cruzados “Pobre muchacha, no se atrevía ni a hablar” otro soldado a su lado se rascaba el mentón, “Siempre me pareció extraño este viejo, seguro que le quitó la lengua y tal vez ya se la comió, o se la dio de comer a ella misma…” y luego de descargarle un puntapié en las costillas al viejo tirado en el suelo, agregó “Pedazo de mierda.”



León Faras.

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