martes, 25 de enero de 2022

Los Condenados.

 Odregón.


Cuarta parte.



Vilma se encajó sus gafas protectoras, se cubrió la nariz y la boca con un pañuelo y aceleró amenazante el motor de Beatrice, “Prepara el cañón” Ordenó, pero Quci no estaba del todo convencida, por el daño que ocasionaría una detonación a la estructura del mismo camino, y a la consistencia del propio árbol; pero esta vez era demasiado grande el nido como para solo intentar moverlo, argumentaba la chica, “O usamos el cañón, o nos regresamos por donde vinimos” Concluyó Vilma, sabiendo ambos que regresar no era una opción, a menos que se pretendiera hacer todo el camino de regreso marcha atrás. El robot tenía otra preocupación, “Si usamos el cañón, es posible que nos veamos bajo ataque de…” Discutían como dos compañeras de cuarto que deciden si ir o no a una fiesta, cuando la voz de Caín comenzó a sonar por el comunicador, informándoles que habían encontrado un superviviente, pero que no entendían ni una sola palabra de lo que decía, así que necesitaban a Quci para que le tradujera. El robot lo hizo lo mejor que pudo, “El sujeto está muy alterado, pero habla sobre un “gran bebedor de sangre” que les atacó…” Marcus miró el cadáver que reposaba a su lado, “A este tipo le bebieron más que solo la sangre” Señaló. Quci recibió instrucciones de preguntar por qué algunos cuerpos parecían devorados hasta los huesos; el joven sacerdote respondió, y Quci lo interpretó como, “Aquellos que comen carne, son los hijos de la reina. Dice el joven sacerdote, que se multiplican tan rápido y son tan voraces, que son capaces de arrasar con los habitantes de una ciudad entera en tan solo una noche” Vilma, que había detenido el motor de Beatrice para facilitar la comunicación, echó un largo vistazo a la bóveda del árbol sobre sus cabezas, de donde continuaba surgiendo ese inquietante murmullo de zumbido en medio de una oscuridad que no tenían los medios para penetrar, y se preguntó si no serían aquellos los hijos de la reina a los que se refería el sacerdote… o acaso la reina misma, inmediatamente, tuvo un mal presentimiento. Se volteó hacía su compañero androide, “¿A qué hora oscurece en Odregón?” Preguntó.



Si te persiguen, deberás hacerlo rápido, pero tendrás que reducir la velocidad cuando llegues aquí o saldrás volando. No hay suficiente espacio. Nosotros esperaremos con el portón abierto y listo para cerrarlo” “Entendido” Fue la respuesta de Vilma a la advertencia de Caín, mientras se cubría la cara con su pañuelo y se preparaba para acelerar. Quci había presionado finalmente el interruptor verde, el que ahora era de un llamativo color rojo, y ajustaba los controles del cañón para un disparo más de impacto y menos penetrante, como le había aconsejado Marcus. El vehículo aceleró de forma súbita, provocando que sus robustos neumáticos rascaran la superficie del pavimento antes de agarrarse a este y arrancar, “¡Allí, justo allí!” Gritó Vilma, Señalando con todo su brazo el lugar donde quería el golpe, Quci disparó y antes de que la estructura colapsara, Beatrice la golpeó en su base con su reforzada nariz en forma de corta-olas. El nido literalmente estalló por los aires como si hubiese estado fabricado en su interior de gruesa y crujiente galleta bañada en la baba chiclosa de un bebé alienígena gigante, pero dejando el vehículo cubierto de los restos viscosos de una multitud de bichos en estado larvario, como quien atraviesa a toda velocidad una nube de mosquitos, cada uno grande, gordo y jugoso como un pequeño melón. Del otro lado, Vilma debió luchar para controlar a Beatrice, cuyos neumáticos parecían haber perdido completamente su adherencia, derrapando hasta chocar contra la pared y avanzando con dificultad. En la parte de atrás, Quci examinaba con su rostro carente de expresión, algunos restos óseos humanos que habían aterrizado a su lado, perteneciente a algún sacerdote desconocido, pero pronto debió desecharlos como basura. El zumbido que habían oído sobre sus cabezas, ahora era mucho más fuerte e intenso.



Marcus abría el portón, mientras Caín trataba de convencer al joven, cuyo nombre no llegarían nunca a conocer, de abandonar su precario escondite con todo tipo de gestos y señas, pero el sacerdote solo argumentaba una infinidad de excusas en su enrevesado idioma del que solo se podía extraer su más que evidente negativa, entonces, un crujido acabó con su estéril discusión. El portón que Marcus había accionado, se había logrado abrir con un fuerte sonido crocante, como si hubiese debido quebrar algunas resistencias a su paso. El gesto en el rostro del artillero era elocuente. La salida del túnel, a la que Vilma se dirigía tan rápido como podía, estaba totalmente obstruida por un nido gigante hecho como un envoltorio de una infinidad de fibras adheridas a todo su entorno, con un único agujero en el medio, pequeño y grotesco como el culo de un gusano, por el que comenzaron a salir una serie de bichos pardos del tamaño de un gato, similares a moscas sin alas, que afanados y con total desenfado, reconstruían con su saliva lo que el portón acababa de destruir sin prestar la más mínima atención a los recién llegados, “Vilma debería saber esto…” Comentó Marcus, y su jefe estaba de acuerdo, sin embargo, en un primer momento, la chica no respondió, lo que los hizo poner un poco más de atención en lo que estaban oyendo. Allá abajo, en el interior del árbol sobre el que estaban, se podía escuchar el rugido permanente y acelerado de Beatrice, además de numerosos y amortiguados disparos.



¡Qué diablos quieres? ¡Estoy ocupada!” Gritó Vilma al comunicador, asediada por un enjambre de bichos similares a langostas, cuyo batir de alas podía absorber casi cualquier otro ruido que no fuera el motor de Beatrice. Eran grandes y raros, pues tenían todo de a cuatro: cuatro alas, cuatro patas y cuatro ojos, y en todo ello, un par era más pequeño que el otro. También tenían un muy respetable par de mandíbulas, como tenazas capaces de cortarle un dedo a un hombre adulto si era necesario. Quci tampoco estaba totalmente a salvo del ataque, ya que las intenciones de los bichos no eran necesariamente alimenticias; estaban furiosas y trataban de coger al androide de donde podían, el cual se defendía con una porra eléctrica que Vilma guardaba bajo el tablero del vehículo. La chica mantenía firme el volante con la mano izquierda y su pistola en la derecha, aunque había sido más efectiva la velocidad de Beatrice que el arma para mantenerse con vida. Caín le informó de la cosa, fuese lo que fuese, que estaba obstruyendo la salida del túnel. Vilma estaba convencida de que aquello sería otro asqueroso nido de larvas como el que acababan de destruir, pero la voz del joven sacerdote, que exclamaba algo con desesperación en ese momento, se coló por el comunicador y llegó a los oídos de Quci, “Él dice que se trata de la reina” Anunció el robot. Marcus tuvo entonces la osada idea de echar un vistazo con su linterna al interior del sospechoso agujero del nido gigante, pero de inmediato, como si se tratara de un grupo de guardias de seguridad evitando a periodistas indiscretos, las moscas sin alas se agruparon allí para cubrir el ingreso de la luz, sin embargo, alcanzó a ver lo que parecía un trozo de piel oscura y rugosa cubierta de vello ralo moviéndose allí dentro, “¡Hazte cargo!” Gritó Vilma, al tiempo que le soltaba un disparo a un bicho que la seguía de cerca y que hace rato amenazaba con morderle el cuello. Caín y Marcus se miraron con gracia, como comunicándose mentalmente… “¿Y qué diablos espera que yo haga con esta cosa?” Pero en ese momento, el aleteo que oyeron antes al llegar, sonó a sus espaldas, muy cerca, y el grito del joven sacerdote fue silenciado en el acto por un potente escupitajo que se adhirió a su rostro como un pegote espeso y difícil de sacar, que lo asfixiaba lo mismo que lo enmudecía. Los hombres apuntaron sus armas, pero viendo el pánico en los ojos del muchacho y las dificultades que tenía para respirar en ese momento, además de a su amenazante enemigo tan cerca, tomaron la precaución de cubrirse antes el rostro con sus pañuelos. Eso al menos los protegería de la asfixia. Se podía decir que aquel tenía la apariencia de un hombre, uno extraordinariamente alto y delgado, ligeramente inclinado hacia delante por el bulto de sus alas sujetas a sus omóplatos. Sus miembros eran desproporcionados como los de un insecto y su complexión, sólida, acorazada. Tenía una cabeza pequeña, con ojos hundidos en su cráneo casi humano y un par de afilados incisivos terminados en punta, que se asomaron cuando el individuo abrió levemente su boca para expresar un par de palabras en la lengua sacerdotal con una voz áspera y rasposa. Sin duda aquel era el bebedor de sangre del que hablaban. Además no estaba solo, lo escoltaban dos bichos con cara de saltamontes, grandes como perros pastores, con sus alas recogidas y alineadas sobre sus lomos. Se movían muy bien sobre cuatro patas, y contaban con unas respetables mandíbulas bien adaptadas para destrozar y comer carne. Ya podían imaginar qué le había sucedido al pobre desgraciado devorado fuera del portón. El humanoide cogió al sacerdote por la nuca y lo elevó con la inesperada fuerza de uno de sus delgaduchos brazos, sus mascotas, en cambio, no perdían de vista a sus extraños visitantes. Tanto Marcus como Caín no sabían a qué disparar primero, retrocediendo hasta chocar con la barandilla, mientras el joven sacerdote se esforzaba por seguir con vida. Entonces se escuchó el cañón de Beatrice, amortiguado dentro del impresionante Dilion, destruyendo un nuevo nido que obstruía su camino. Eso sugería que estaba bastante cerca de la salida, la que aún permanecía bloqueada. El bebedor de sangre también lo oyó, y con una orden, sus mascotas se lanzaron encima de los intrusos. Caín soltó un disparo y esquivó, mientras que Marcus solo esquivó el ataque intentando disparar luego. Los saltamontes pasaron por encima de la baranda y cayeron al vacío torpemente, pero abriendo sus alas algunos metros más abajo, para describir un elegante círculo y volver a sujetarse con asombrosa facilidad a la rugosa corteza del árbol, por la que podían desplazarse mejor que sobre un plano horizontal. Para cuando esto acabó, el humanoide ya había despegado en perfecto ascenso vertical, como un cohete, hacia la copa del árbol, llevándose al joven sacerdote a punto de asfixiarse, con él. Aún no se recuperaban de su encuentro con el chupa sangre, cuando los bocinazos de Beatrice comenzaron a sonar apremiantes, acercándose a toda velocidad y perseguida por un enjambre de bichos carnívoros, hacia una salida que aún permanecía bloqueada.



El final del recorrido era una pequeña línea recta en la que Vilma pudo acelerar con más soltura y sacarles un poco de ventaja a los insectos gigantes que estaban detrás de su cuello, pero aquello no podía durar demasiado. Cuando los poderosos focos de Beatrice iluminaron el final del camino, la mujer vio que aquello que lo bloqueaba era totalmente diferente a los nidos que había destruido antes, este parecía más un capullo enorme, prodigiosamente construido con forma oval, que incluso recordaba a algunas elegantes construcciones modernas del nuevo mundo. “¡El cañón, el cañón!” Gritó Vilma con desesperación, pero el robot había fracasado miserablemente en su intento de mantener el equilibrio y defenderse de la horda de bichos salvajes al mismo tiempo, y yacía incapacitado de actuar, en el suelo, bochornosamente atorado de cabeza entre la base del cañón y los asientos traseros y completamente a merced de su destino. La boca oscura del capullo, similar a la de un pez gigante antediluviano devorador de naves, fue iluminada por la luz de Beatrice, la que se reflectó contra cuatro enormes ojos parecidos a gemas flotando en la nada, hasta que estos pestañearon al unísono y comenzaron a moverse hacia la salida. Quci ya empezaba a conseguir ponerse de pie, cuando Vilma soltó el grito más desaforado de su vida, al tiempo que Beatrice frenaba bruscamente sin conseguir nunca detenerse del todo. En ese momento, del capullo emergía una criatura de apariencia indeterminable. Era mucho más grande de lo que el tamaño de sus ojos sugería, pero su cuerpo no era más que una masa enorme y grotesca destinada a ser arrastrada por el suelo por cuatro patas mucho más poderosas de lo parecían. La criatura se arrastró fuera del capullo y escaló por la pared con inesperada agilidad, dejando un camino de baba que sin duda facilitaba su movimiento, y huyendo de los molestos focos de Beatrice, al tiempo que esta se estrellaba inexorablemente contra su capullo, a pesar de todos los intentos de su conductora por detenerse a tiempo.


León Faras.



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