lunes, 16 de mayo de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 V.



Teté quedó instalada en una habitación muy cerca del palacio real, la cual le pareció maravillosa, porque era una habitación completa para ella sola, bueno, estaba la pequeña Falena con ella, pero no se comparaba con la media docena de chiquillos con los que compartía el cuartucho donde dormía en Rimos. Eran una molestia y un constante dolor de cabeza para ella que era la mayor y estaba segura de que al menos esa noche, no les echaría nada de menos, bueno, excepto por la pequeña Rubi que era la más tranquila y callada de todos, a ella sí la extrañaría, y Rubi a ella también. Tal como se lo prometieron, le fueron dispuestas dos nodrizas para que se turnaran en el amamantamiento de la criatura, y mientras una de ellas comenzaba con su tarea, Teté acompañó a una empleada, mandada por Zaida, para que le dieran algo de ropa para ella y sobre todo para la bebé, la muchacha no quería ni abrir la boca: por lo que había entendido, tendría ahora incluso ropa para cambiarse, tal vez, y hasta le dieran zapatos de verdad. Estaba encantada, temerosa por la responsabilidad que le habían dado y por propia naturaleza, pero feliz por todas las cosas maravillosas que de pronto estaba recibiendo. Por otro lado, había alguien que estaba viviendo el peor momento de su vida. Con el rey muerto, la princesa muerta y el príncipe Ovardo completamente inutilizado por tiempo indefinido, él era la única cabeza que quedaba en pie de un reino desbaratado, y también el único responsable de tal desastre, sin haber sido nunca realmente querido por el pueblo al que pertenecía. Solo, sentía la culpa que le caía encima como rayo acusador desde cada oficial bajo su mando que parecía más que dispuesto a cogerlo, condenarlo y ejecutarlo por haber convencido al rey de llevar a cabo tamaña nefasta estupidez. Aquello sucedería más temprano que tarde, y Serna lo sabía bien, porque no estaba en condiciones de gobernar nada, por lo que, lo mejor era irse a donde nadie podría cogerlo y lo más pronto posible. Aquella misma noche, el clérigo se encerró en su habitación con una botella de licor y un puñal bien afilado y mientras vaciaba la botella, dejó escapar la sangre de sus muñecas hasta morir.



La búsqueda del príncipe Rianzo había resultado infructuosa, y con el final del día los esfuerzos serían aun más estériles. Los hombres habían recorrido toda la ciudad y la mitad del río Jazza buscándolo sin hallar nada más que su yelmo fuera del agua junto al canal, lo que sugería que habría logrado salir del agua, pero sin dejar ni una sola pista de su paradero, sin embargo, la idea general era que la batalla había terminado y ellos habían ganado, por lo que si el hermano del rey Siandro había sobrevivido de alguna manera al golpe del gigante rimoriano y a la caída al canal, no había ninguna razón para que se mantuviera oculto. Algunos que estuvieron presentes en el combate y vieron el terrible golpe que Rianzo recibió en el puente, aseguraban en voz baja que el príncipe no podía haber sobrevivido a algo así, y de hacerlo, el torrentoso canal en el que cayó, lo hubiese ahogado irremediablemente estando malherido y no eran pocos los que estaban totalmente de acuerdo con eso sin haber sido testigos de lo ocurrido. El único testimonio que tenían era el de un muchacho que decía haber visto al príncipe Rianzo tomando uno de los caballos del establo de su padre, cerca de donde el yelmo fue encontrado, aunque también decía que estaba muy oscuro, que aún llovía muy fuerte y que él solo lo había visto apenas asomándose y sin salir del escondite donde estaba. Su padre de inmediato lo desestimó diciendo que el chico era un poco lelo, y que su testimonio no era mucho de fiar, aun así la búsqueda continuaría toda la noche y todo el siguiente día, incluso en las inmediaciones de Cízarin, con la vaga esperanza de que el hermano del rey hubiese logrado salir de la ciudad y refugiado en algún lugar cercano.



Al amanecer, tres cansados jinetes cizarianos encontraron en el camino, muy cerca del cruce, una carreta con sus caballos, dos hombres con pinta de vagabundos tendidos en el suelo y un asno tan corriente como cualquier otro, masticando con resignación un hierbajo con pinta poco apetitosa. Gan fue el primero en despertar, abrió el ojo y se sentó en el suelo, con la cara de ebrio propia de quien recién sale de un profundo sueño, con una pedrada suave despertó a su compañero, uno de los soldados lo reconoció de inmediato, “¿Qrima? ¿Qué rayos haces aquí?” El viejo respondió que su casa había sido quemada, por lo que huyó con lo puesto y ahora regresaba para ver si podía recuperar alguna de sus pertenencias, Gan solo sonreía, con unos dientes que parecía haber usado para comer tierra, “Yo pasé la terrible noche en Cízarin metido en un agujero y solo huí en cuanto pude” Dijo, y sus formas eran tan sobreactuadas y afectadas que el viejo Qrima se apresuró a explicar que no viajaban juntos, sino que iban en sentidos opuestos y solo se habían topado en el camino, a los soldados no les interesaba en absoluto la historia de sus vidas, habían dormido no más de diez horas entre los tres en dos noches y no estaban de buen humor, solo tenían órdenes de buscar al príncipe Rianzo y eso era lo que hacían, Gan no conocía el aspecto del tal príncipe de Cízarin, pero podía asegurar haber visto huir a un hombre de la ciudad sobre un caballo a toda carrera con las primeras luces del alba, un hombre cuyo aspecto podía calzar con el del que buscaban, que además llevaba un brazo colgando como si estuviera roto. Qrima protestó como si no estuviera escuchando más que embustes, diciendo que eso era imposible, porque él venía en sentido contrario y no había visto a ningún jinete en su camino, y de haber visto al príncipe lo hubiese reconocido enseguida, (además de decirle que la hermosa Darlén y su hijo Brelio estaban a salvo en casa de su hermana,) pero no había visto ni al príncipe ni a nadie, excepto por ese viejo loco y su carreta cuyo nombre no recordaba. Gan se encogió de hombros con humildad, de todos modos él no conocía a ese tal Rianzo, hermano del rey. Uno de los soldados se dirigió a sus compañeros con el ceño apretado y la boca torcida, “¿No se referirá al viejo Migas?” Qrima asintió, y los soldados le hablaron de la carnicería humana que tenía montada en su casa aquel tipo, “El muy maldito curaba carne humana y la vendía como cerdo” Dijo uno, “Dicen que conservaba el cuerpo de su padre, el viejo Buba, momificado en una silla” Señaló otro, “Debido al caos que había en la ciudad lo dejaron ir, pero si lo vuelven a ver tendrá que explicar muchas cosas, por eso huyó” Agregó el que parecía de mayor rango. “¿Y si…?” Sugirió Gan, pero sin acabar la idea, una idea que parecía de lo más absurda e improbable pero de la que ya todos se habían contagiado un poco, “y si ese viejo loco encontraba al príncipe Rianzo en su camino y lo convertía en carne de cerdo curada” “No puede ser…” Aseguró Qrima con una sonrisa forzada e incrédula que rápidamente se desvaneció, al ver que no podía recordar lo que llevaba el viejo Migas en su carreta, “…y si ya se lo encontró”


León Faras.

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