domingo, 19 de junio de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

VIII.



Efectivamente, antes de llegar a Bosgos aquella mañana, el viejo Migas cogió un camino lateral, apenas una huella que se internaba en un túnel formado por la tupida vegetación y que luego descendía suavemente por una loma perfectamente redondeada donde todo era hermoso, llegando hasta un plano donde había una vieja casa de aspecto destartalado, pero capaz de mantenerse en pie mientras los elementos no fueran demasiado rudos con ella, el viejo sonrió con nostalgia y respiró hondo. Su sonrisa se desvaneció cuando el olor le recordó por qué se había ido de ese lugar años atrás: había mierda de cabra por todas partes y el viejo odiaba a esos mugrosos animales, a sus desagradables sonidos y peores olores. En ese momento no había ninguna, pero en cuanto llegara una, el resto aparecería en tropel, como un ruidoso río, como una inundación de criaturas voraces y feas, “No padre, no podemos regresar a Cízarin… al menos, no por ahora” Dijo con tono quejumbroso, como si consolara a un niño hambriento, “Pero aquí podremos trabajar tranquilos. Se trabajaba muy bien aquí ¿no? ¿recuerdas padre? Y además, Bosgos está muy cerca para conseguir lo que necesitemos” Migas bajó de su carreta con entusiasmos renovados. De pronto soltó una risa como si hubiese oído un comentario gracioso, “Oh sí, padre, claro que la recuerdo…” Replicó satisfecho, saboreando algún grato recuerdo.



Fue traído de vuelta al mundo de los vivos con un contundente puntapié en las costillas que lo hizo coger una profunda bocanada de aire, como si llevara mucho tiempo conteniendo la respiración, y en verdad que eran muchas las horas que llevaba sin respirar. Cuando logró contener el ataque de tos que le sobrevino junto con despertarse, notó dónde estaba y rápidamente empezó a recordar lo que había sucedido, se restregó la garganta, la soga ya no estaba allí pero sí una marca oscura y rugosa enrollada a su pescuezo. Un maldito lo había cogido por el cuello con un lazo y lo había arrastrado por el suelo hasta perder el conocimiento, él no lo imaginaba siquiera, pero ya había pasado más de veinticuatro horas desde que eso sucedió. En ese momento, no pudo contener un estremecimiento de miedo cuando oyó el terrible sonido de la madera crepitando en la fogata que Vanter había encendido, este estaba acuclillado junto al fuego, atizándolo con una varilla. Vanter era un hombre de cincuenta años, con el pelo largo hasta los hombros y un grueso bigote que constantemente estaba peinándose hacia los lados para que no le estorbara en la boca y que le colgaba a ambos lados de esta. Se cubría el cuerpo de pies a cabeza con una capa marrón, ciertamente él era el único soldado en todo Rimos que creía que usar una capa era una buena idea. Un feo perro se lamía la entrepierna con indiferencia echado a su lado. Recién en ese momento Féctor se dio cuenta de que tenía las manos atadas frente a él, y que, por cierto, estaba desarmado, “Vanter, ¡qué rayos quieres de mí!” Le espetó con cansada soberbia, “Motas era mi amigo… y tuyo también” Replicó el otro, en sosegado reproche, como quien no necesita discutir una verdad que es irrefutable, Féctor sonrió con desprecio, como si no oyera más que estupideces sin sentido, “¿Qué! ¡Pero si tuvimos un combate justo y yo lo derroté! ¡No lo asesiné! Además, él no era mi amigo, no era más que un viejo y gordo presumido que bamboleaba un espadón enorme e inútil, solo porque era el más grande, pero sin ninguna técnica ni destreza. Daba igual si le dabas una maza o solo un trozo de leña” “¿Cómo Cransi?” Fector enseñó las palmas de sus manos atadas en señal de inocencia, “El chico me atacó por la espalda en medio de un combate ¡Apenas lo vi! Yo no tenía ninguna intención de pelear contra él… ni siquiera empuñaba una espada. Sentí mucho cortarle la cabeza, él sí me agradaba” Concluyó el traidor, con sinceridad. Vanter se puso de pie y lo señaló a la cara con su varilla, la cual tenía una pequeña llamita encendida en la punta de la que Féctor se alejó sin poder controlar su miedo, “¡Tú lo traicionaste! ¡Nos traicionaste a todos! ¡Un soldado no se cambia de bando! ¡Un soldado lucha y muere por sus hermanos y por los suyos!” La llama en la varilla ya se había apagado y también el temor de Féctor, “¡Se suponía que no podíamos morir, idiota! ¿recuerdas? ¡La inmortalidad! ¡Yo creía en eso! Yo solo, derroté a varios de ellos a la vez sin recibir ni un solo rasguño ¡No tenía sentido! Era como pelear contra un grupo de niños con sus ridículas espaditas, Pétalo de no sé qué… ¿Qué grandeza hay en eso?” “¡La grandeza del rey al que servimos!” Contestó Vanter, escupiendo pequeñas gotitas de saliva por el fervor de sus palabras, Féctor negó con la cabeza, obstinado, “Siempre es por la grandeza de alguien más, ¿verdad? Nunca es por la nuestra” Vanter lo miró a los ojos con desprecio, “Tú no eres rey, Féctor” Y se fue a preparar su caballo, el otro también miraba con desprecio, “Pues los reyes solo son reyes gracias al útero que les tocó… ¿qué grandeza hay en eso?”



El joven Demirel se presentó esa mañana en los cuarteles de reclutamiento cizarianos, donde había una larga fila de muchachos postulantes debido al fervor que había despertado en todos ellos la aplastante victoria de su ejército contra los monstruos rimorianos invasores. La mayoría no cumplía con los requisitos mínimos y serían rechazados en ese mismo momento, de los que sí cumplían, la mitad tendría que irse por una cuestión de cupos limitados. Demirel ya se había presentado más de una vez y ni siquiera había llegado hasta el escritorio del oficial reclutador porque siempre era descartado por otros oficiales que recorrían las filas agilizando el proceso, y esta vez no sería distinto, solo que el oficial lo sacó de su puesto para plantarlo en el primer lugar, frente al escritorio del oficial reclutador, este miró a su colega como si se hubiese vuelto idiota de forma espontánea, pero el otro le mostró una nota que el muchacho traía firmada por el mismísimo general Fagnar en la que se les ordenaba aceptarlo de forma inmediata por “méritos obtenidos en batalla” Demirel se mantenía rígido y serio ante el desconcierto de sus oficiales que solo pudieron encogerse de hombros y dejarlo ingresar. Cuando el muchacho se fue, el comentario fue inevitable, “¿De dónde diablos piensan sacar una armadura para este chico?”



Pasaría mucho tiempo hasta que Rimos fuera el lugar que era para dos pieleros como Barros y su hijo Petro y su asno "Cantinero," los que abandonaban el lugar llevándose parte del funesto aire que se respiraba en sus pulmones, aunque al menos habían vendido su mercancía en el barrio de los curtidores y habían llenado su pellejo de vino para el camino. Discutían la curiosa forma en la que los dioses castigaban a ricos y pobres por igual, cuando a algunos metros de distancia frente a ellos, caminaba con pasos cortos pero seguros una niña pequeña de no más de cinco o seis años, la que salvo por un perro pequeño que la seguía, parecía estar completamente sola. Ambos hombres la miraron con compasión, “¿Crees que…?” Insinuó Petro, y su padre asintió de inmediato, con el rostro compungido de pena, “Sí… siempre son los niños los que más sufren con las estúpidas decisiones de los adultos, quedando abandonados y solos en este mundo que no trata bien a nadie. Las guerras no son más que criaderos de huérfanos, hijo” Concluyó el viejo con aires de sabiduría, y su hijo asintió con gravedad.


León Faras.

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