miércoles, 29 de junio de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

IX.



Los soldados cizarianos que buscaban al desaparecido príncipe Rianzo, encontraron con la luz del día un curioso pero poco alentador rastro bien marcado en el camino: algo o alguien, del tamaño de un cuerpo, había sido arrastrado por ahí durante largos kilómetros, y las huellas del caballo que hizo el trabajo sugerían galope. La teoría era la misma para los tres cansados jinetes. Que tal si el príncipe había logrado salir del agua y tomar un caballo, tal como dijo el muchacho que aseguraba haberlo visto, pero que cansado y herido, podía haberse desmayado por el camino y terminar siendo arrastrado por su propia montura, como incontables veces había sucedido antes, eso sin contar el extraño caso del viejo Pot, conocido y recordado por todos en Cízarin, porque en un confuso accidente sin testigos humanos, explicable solo mediante una seguidilla de fatales casualidades, o la intervención de algún dios inspirado con ideas rebuscadas, terminó ahorcado con su propio lazo dentro de su granero mientras su caballo tiraba de él tratando de alcanzar su alimento, y aunque había gente cerca, nadie vio ni oyó nada hasta que ya fue demasiado tarde para el pobre de Pot. Eso sí que fue raro. Los soldados siguieron el rastro hasta que una luz entre la tupida vegetación llamó su atención, aquello era una fogata y dos hombres estaban allí, uno de ellos, atado de manos. Por un segundo estuvieron seguros de que este último era el príncipe que buscaban, pero al acercarse pudieron ver que no, que aquel era Féctor, aunque podía decirse que tenía cierto parecido con el príncipe Rianzo. Vanter sacó su espada de inmediato, pero los soldados cizarianos ya la tenían en la mano cuando bajaron de sus caballos, “Miren a quién tenemos aquí, pero si es el campeón de Cízarin, el traidor” Dijo uno, el que parecía de mayor rango, acercándose a Féctor mientras los otros dos apuntaban a Vanter con sus espadas, “Este también es un monstruo rimoriano, miren esa marca en su cuello… es repugnante.” Comentó otro, con una marcada mueca de asco. La espada del rimoriano era más larga y pesada que el promedio, con doble filo y recta; simple y sin florituras como su parco dueño, a Féctor le parecía una buena espada, aunque aburrida… como su dueño, “Si yo fuera ustedes, no lo intentaría. Los desmembrará antes de que terminen de hablar” Advirtió el traidor a los hombres que amenazaban a Vanter, este lo miró como si lo estuviera ofendiendo en vez de halagando, “Lo mismo decías de ti, y mira como acabaste” Se burló el cizariano que lo apuntaba con su espada, Féctor asintió dándole la razón, “Es cierto, admito que a veces hablo un poco de más, pero también es cierto que ustedes tres juntos no son digno rival para él… o menos aun para mí” Concluyó el traidor con tono provocador, “Creo que cortarle la lengua a este imbécil sería mejor que matarlo” Comentó el cizariano a sus compañeros, pero Féctor no fanfarroneaba, y le estiró sus ataduras como en un ruego, “No, hablo en serio. Si me liberas, apuesto a que puedo derrotarlos a los tres usando solo la rama de un árbol como espada” Como solo obtuvo incredulidad de los cizarianos, apuntó sus ataduras hacia su coterráneo, “Vamos Van, será divertido” Lo incitó con su característica sonrisa desvergonzada, aquel mantenía su atención en la espada de su enemigo más próximo, cuando este también le habló, “Sí, Van… préstanos tu juguete, será divertido” Solo entonces Vanter reparó en el rostro de aquel sujeto que se tambaleaba entre la estupidez y la locura, con el pelo aplastado sobre la frente por el uso prolongado del yelmo, los ojos muy juntos, un mentón enorme y una poco fiable sonrisa a la que le faltaba la mitad de los dientes, sin embargo, tenía una espalda, como para cargar un bote sobre ella. Féctor era un presumido, pero uno de los espadachines más hábiles que Vanter había visto en su vida, y eso nadie lo ponía en duda, y aunque liberarlo no estaba en sus planes cercanos, se sintió muy tentado a seguirle el juego a su prisionero solo para ver por qué derroteros lo arrastraba su gran bocota esta vez, por lo que retrocedió lento y bajando su espada gradualmente, cortó las ataduras del traidor con su cuchillo y se posicionó detrás, a prudente distancia como espectador con su espada sin envainar pero apoyada la punta en el suelo. Féctor se tomó su tiempo en escoger su rama, tanto, que comenzaba a parecer todo un absurdo juego del traidor, pero en realidad lo hacía porque su arma debía tener ciertas cualidades para que funcionara como tal, debía estar un poco verde, no seca, para que conservara algo de flexibilidad y no se rompiera demasiado fácil, debía tener el largo adecuado y lo más recta posible para darle certeza a sus golpes y lo más importante, debía tener un peso apropiado para que fuera realmente efectiva. Cuando al fin la encontró, Féctor tentó aun más la paciencia de sus rivales con unos ridículos ejercicios de calentamiento y estiramiento, y eso era lo que buscaba, cabrearlos, ya que un rival mosqueado es más fácil de derrotar que uno sereno y concentrado y como siempre, le funcionó. El mayor de los soldados y el más próximo, se cansó de su estúpido juego y le lanzó un ataque horizontal de revés que Féctor esquivó hábilmente, pero dejándolo con su guardia abierta, lo que el rimoriano aprovechó con un ataque certero y fulminante, deteniendo el brazo armado de su enemigo con su arma de madera y entrando con el puño de esta directo a la garganta del cizariano, al tiempo que se apropiaba de su espada quitándosela de las manos casi sin esfuerzo, debido al dolor y a la incontenible sensación de asfixia de su enemigo. Todo fue muy rápido y ahora Féctor estaba armado con una espada de verdad, pero sin abandonar su sonrisa desvergonzada e irritantemente encantadora, la clavó en el suelo junto a los pies de Vanter quien lo miraba inexpresivo, para luego volver a enfrentar a sus rivales con su vara de madera, “Un trato, es un trato…” Anunció, justo a tiempo para esquivar el ataque del segundo tipo y el más joven de todos, quien luchaba como un enajenado, jadeando como un animal y lanzando ataques impulsivos y desproporcionados, como quien intenta matar una mosca con un bate. Féctor era un maestro de la evasión y se movía como un ágil pugilista por el cuadrilátero, jugando con la desesperación de su rival por acertar un golpe, hasta que luego de eludir un ataque vertical girando elegantemente sobre sí mismo, el rimoriano dejó caer su vara de madera con un golpe seco en la mollera de su enemigo, cuyo sonido fue tan explícito, que incluso dibujó una leve mueca de dolor en el rostro del siempre inalterable Vanter, y antes de que el cizariano reaccionara, Féctor le dejaba caer un segundo golpe idéntico al anterior que de haber sido hecho con una espada de verdad, le hubiese partido la cabeza en dos, dos veces. La sola amenaza de un tercero hizo que el cizariano abandonara el combate y soltara su espada para protegerse la cabeza con los brazos. En ese momento, apareció de la nada el tipo corpulento de los ojos muy juntos, dándole un brusco empellón a su compañero más joven para quitarlo de en medio, y metiéndole un puñetazo en la cara a Féctor que lo arrojó de espaldas al suelo, a los pies de Vanter, con la sensación de estar demasiado borracho para ponerse de pie. El cizariano tenía su espada en la mano, pero viendo al petulante sin ganas de continuar con su exhibición y a su impávido compañero sin inmutarse siquiera, se la envainó, recogió la que estaba en el suelo y se fue dejándole una como reconocimiento por su innegable habilidad, aunque lo cierto era, que con todos lo muertos que hubieron, la armería de Cízarin nunca había estado tan abarrotada.


León Faras.

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