jueves, 9 de junio de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 VII.



Una vez que los soldados cizarianos continuaron con su búsqueda, Gan cargó nuevamente su asno con leña para seguir con su triste y lento andar hacia Bosgos, “A ese paso morirás por el camino” Bromeó el viejo, Gan sonrió, “No por correr más rápido llegarás antes a tu destino” Qrima apretó el ceño, él estaba convencido de que sí, pero no lo discutiría, en lugar de eso le preguntó si como rimoriano conocía a Emmer, Gan respondió que eso era posible, el viejo le confesó que era a él a quien estaba buscando y el porqué, y el otro no dudó en su respuesta, “Búscalo en las pilas de ceniza a la entrada de Cízarin” Qrima negó con la cabeza, y le contó lo sucedido aquella noche en el Cruce, “Sé que la pena por deserción es la muerte, pero tengo razones para creer que aún está vivo” Gan contrajo el rostro, como quien quiere mostrar excesiva gravedad, “Yo también vi y oí algunas cosas durante esa noche. Puedes darte una vuelta por el Tres Cuernos, en Rimos, es una taberna, los soldados van allí, tal vez alguno de ellos te dé noticias, si sabes cómo preguntar”



En Rimos reinaba la derrota y la vergüenza en todos los rostros de los soldados que guardaban una ciudad de huérfanos, donde solo podían esperar a que el enemigo les enviara a alguien que se hiciera cargo y les dijera qué hacer. Yaras y Dagar bebían té amargo en silencio bajo un alero junto al puesto de guardia, derrotados sin haber luchado, habían perdido todo el amor y el orgullo por un trabajo que ahora le pertenecía a otro amo, fue así como, desilusionados, vieron partir esa mañana a una niña pequeña de apenas cuatro o cinco años que cargaba con un pedazo de madera bajo el brazo, un diminuto morral en el que llevaba un trozo de pan y una manzana a modo de provisión y un perro pequeño que seguía a la niña con resolución a pesar de que esta no se lo había pedido. En cualquier otro momento, alguien se hubiese preocupado de detenerla o preguntarle hacia dónde iba, pero en ese día miserable, solo la vieron pasar convencidos de que cualquier otro lugar del mundo era mejor que ese en ese momento. La niña abandonó la ciudad sin siquiera dirigirles la mirada y sin despedirse de nadie, como si eso le diera el poder de hacerse invisible, y al menos esa mañana, su táctica funcionó.



La única compañía de Gilda en su casa, hasta ese momento, era una cabra blanco y negro a partes iguales llamada Cicuta, que solía estar dentro de la casa tumbada sobre un baúl rumiando imperturbable de acuerdo a su rutina diaria, sin prestarle mayor atención a los visitantes. Tenía una expresión altanera y una mirada desconcertante; Gilda aseguraba que era tan inteligente como lo sería un perro, aunque menos afectivo, lo que no ayudaba a mejorar el estado de ánimo de sus visitantes. La hermosa Darlén apenas había pegado los ojos durante la noche y durante lo poco que lo había hecho, sus sueños la habían devuelto a la realidad alarmada por cosas horribles que sucedían mientras dormía. Estaba angustiada por su padre, que siendo viejo y lisiado se había negado a huir, prefiriendo morir en su casa a ser transportado como un malhumorado y estorboso bulto de un lugar a otro, pero que había exigido al príncipe Rianzo que se llevara a su hija y a su nieto a un lugar seguro, porque ambos sabían que las violaciones y los abusos eran parte sustancial de todas las batallas y en todos los bandos y que podían ser mucho peores que la simple y llana muerte. Temía no volver a verlo nunca, como también temía por la vida de Rianzo, de quien lo último que supo, era que se alistaba para comandar un grupo de hombres y luchar una batalla en la que príncipes y vasallos podían morir por igual. Entonces se quedaría sola, bajo el amparo de desconocidos a quienes les debería su vida y la de su hijo. Su compañera, y ahora también amiga, Nila, tampoco estaba mejor, sin saber nada de su familia y habiendo visto cómo los soldados del Cruce retenían a Emmer acusándolo de deserción, la cual se castigaba con la muerte. Era cierto, lo había visto ser atravesado por una espada y ponerse de pie, pero que tal si decidían encadenarlo en el fondo de un foso sin agua ni comida, o dárselo de comer a las fieras salvajes de las montañas, o quemarlo vivo una y otra vez como castigo por su defección. Nila podía imaginar muchas cosas horribles también, pero procuraba no hacerlo y al menos en apariencia, parecía ser más fuerte y llevar mejor la situación que Darlén.



Féctor no podía estar muerto, Emmer sabía lo suficiente sobre su propia inmortalidad como para estar seguro de eso. Ciertamente alguien lo había hecho, alguien que no sabía nada de la inmortalidad rimoriana, porque era del todo absurdo pensar que fuera él mismo quien se había intentado suicidar. El cuerpo estaba maltratado y sucio, aunque no tanto como se podría esperar según la teoría de Janzo, la que suponía que el infeliz había sido laceado por el cuello, una costumbre muy popular en la ganadería, tanto en Rimos como en Cízarin pero también algunas veces empleada en la captura de criminales y delincuentes que intentan huir, por lo general para ser arrastrado por el suelo con un caballo como escarmiento, se notaba por el nudo que no era de horca, sino un corredizo común, sin embargo, el colgado había sido arrastrado por varios kilómetros desde Cízarin, lo que sin duda era un castigo exagerado, “Yo me largo… ¿tú sigues o te quedas?” Ultimó Janzo, sin intenciones de hacer nada por el cadáver, Emmer no tenía ni un cuchillo para cortar la soga por lo que tampoco podía hacer mucho, además de que Féctor en verdad parecía un muerto, así que siguió su camino, pues le urgía más encontrar a Nila que escuchar la historia de un ahorcado. Antes de que se alejaran demasiado, y cuando el perro feo demostraba tener intenciones de acompañarles, un silbido humano le recordó desde la espesura que había llegado hasta allí con alguien, y el animal desapareció tras él.



Los había estado observando oculto desde prudente distancia, uno de ellos era un buen amigo al que se alegraba de volver a ver, el otro, un enemigo al que le hubiese gustado atravesar con su espada más de una vez, pero en el campo de batalla, porque fuera de él no tenía sentido, esa era la más importante de las cosas que diferenciaban a un guerrero de un asesino. Vanter había estado en la batalla, y se había enfrentado al cizariano que conducía el caballo, a aquel hombre le debía la grotesca cicatrización que ahora lucía en el cuello, y que mostraba que por muy poco se había salvado de terminar decapitado por su espada, luego de eso perdió el conocimiento, o al menos no recuerda nada más hasta que despertó en medio de una oscuridad tan negra, que por un momento creyó que era la muerte, pero la lluvia seguía cayendo y la guerra se oía lejana; aquello no era la muerte sino un callejón tan oscuro que le llevó buen tiempo hallar una salida, pero no estaba solo, podía oír unos pasos chapotear en el agua, algún jadeo de vez en cuando y ese olor característico a perro mojado por encima de otros olores peores. Siguió al animal hasta salir de ahí, conseguir un caballo entre los muchos abandonados por sus amos muertos y ver con sus propios ojos los actos del traidor, la muerte de Motas y cómo el cuerpo de Éger y los demás ardía como si se hubiesen bañado en aceite de lámpara. La batalla estaba perdida y él era un superviviente, cuando se disponía a abandonar la ciudad se cruzó con la huida de Féctor a pie, y su caballo estaba convenientemente provisto de un lazo.


León Faras.

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