domingo, 2 de octubre de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XXII.



Migas, quien en realidad se llamaba Duma, pero ni él mismo tenía interés en recordarlo, había pasado buena parte de la tarde de aquel día recuperando tablas viejas y clavos oxidados en su cabaña, con los que fabricar un improvisado cajón. No era un maestro carpintero, pero podía apañárselas con algo así sin acabar en un completo desastre. Con el comienzo del ocaso, en un cuartucho con piso de tierra añadido a su cabaña, en el que solían guardar herramientas y materiales, se puso a cavar afanosamente una fosa iluminado apenas por una extenuada lámpara cuya lastimera llama temblaba como un niño asustado. Migas, que parecía un viejo débil y quebradizo, en realidad tenía fuerza física y energía suficiente para manejar la pala como un sepulturero con experiencia, “Oh, padre, lo sé… pero será por poco tiempo, lo prometo” Dijo, mientras jadeaba bañado en sudor y tragando el aire a bocanadas, “No podemos ceder esta vez a sus amenazas, padre… ya no tenemos a donde ir. Yo me encargaré de ellos, haré lo que me dices, pero antes debo dejarte en un lugar seguro” Después de un par de horas de trabajo, el agujero estaba terminado y Migas, metido dentro, emparejaba el piso con golpes de pie, como quien intenta eliminar una sabandija escurridiza de un pisotón, “Oh, padre, no puedes quedarte aquí afuera, esos depravados son capaces de venir con antorchas y quemar la cabaña con nosotros dentro… aquí abajo estarás seguro” Aseguró Migas con el gesto compungido de quien debe dar terribles noticias, mientras cargaba a su padre y lo depositaba cuidadosamente dentro del cajón ubicado ya en el fondo de la fosa, “Duerme, padre, yo volveré pronto…” Fue su amoroso comentario antes de ponerle la tapa y comenzar a cubrirlo de tierra. Luego, y sin perder tiempo, cogió el dinero que tenía, se cubrió de pies a cabeza con una oscura manta y se montó en el menos deteriorado de sus dos caballos para alejarse de la cabaña en la más completa oscuridad.



Debía de ser medianoche, la oscuridad era total dentro de su casa a excepción de las últimas llamas azuladas que brotaban de las ascuas de su chimenea. Mientras todos dormían, Gilda bebía una infusión de invención propia junto al fuego, cuando golpearon su puerta con extraña discreción, la segunda vez fueron un poco más insistentes, la mujer se paró antes del tercer intento, “Aquí la gente duerme ¡Váyase de aquí!” Ordenó la vieja, pero una voz familiar de afuera le respondió: “Sé muy bien que tú hace años que no duermes…” En realidad sí dormía, pero nunca más de dos horas por noche. Se podía decir que Cicuta también parecía reconocer esa voz, porque no se mostraba nerviosa ni agresiva, “¿Quién es usted y qué es lo que quiere?” Susurró la vieja, apremiante. El hombre de afuera respondió en idéntico tono, “Somos viejos amigos, Gilda, solo necesito que me vendas algunos de tus productos… es urgente” Sin duda la voz le sonaba como una conocida hace mucho y luego olvidada durante años, pero familiar al fin, por lo que encendió una lámpara y se asomó afuera, el hombre parado allí le sonrió amable, pero su gesto entre las sombras de su capucha se veía como la mueca de un espectro maligno, la vieja se sorprendió de verlo, “Vaya, en estos días parece como si los muertos estuviesen saliendo de sus tumbas para visitarme… ¿Eres tú Duma, el carnicero de Cízarin?” El viejo Migas estaba allí para pedirle algo de su mercancía especial, aquella que solo vendía a sus clientes más devotos y antiguos, aquellos productos capaces de matar o enloquecer, “¿Qué estás planeando, viejo?” Preguntó Gilda con falsa suspicacia, mientras partía en busca de sus cosas. La pregunta era retórica, pues ella decidía a quién le vendía y a quién no, pero de hacerlo, no hacía preguntas cuyas respuestas prefería no conocer, ella se libraba de cualquier responsabilidad sabiendo que no vendía venenos, solo las materias primas, las cuales, cualquiera podía conseguir sabiendo una o dos cosas sobre los hongos, que eran su especialidad. El viejo Migas respondía con buen humor algo sobre “eliminar una plaga de su huerto” cuando de pronto un sutil aroma lo alertó y comenzó a olisquear el aire como un perro que ha perdido a su presa. Era un olor como a flores que flotaba en la oscuridad total de la casa, pero, con algo de experiencia, se sabía que ninguna flor tenía tal perfume. Gilda lo sorprendió metiendo su nariz donde no le importaba y lo reprendió y el viejo la acusó enérgicamente, pero todo en tono de susurro, “¡Tienes una hechicera metida aquí dentro!” La vieja lo hizo callar como si fuese un chiquillo insolente, “¡Chist, la chica no sabe nada!” Chilló. “Eso es muy inusual. Será mejor que te encargues o alguien más lo hará…” Respondió el viejo, recibiendo sus productos y entregando el dinero, luego de eso se fue olvidándose por completo del asunto. La historia era tal que así: las personas que nacían durante una de esas raras noches en la que la luna llena se volvía amarilla o roja, nacían predispuestas para la hechicería y el ocultismo. Estas siempre eran mujeres, siempre hermosas en contraste con el resto de su familia y desprendían un aroma que ellas mismas no podían percibir y que el común de la gente confundía con el perfume de alguna flor. Sin embargo este era solo un don, un talento, la más rara y poderosa de las predisposiciones, que valía de poco sin el debido entrenamiento, como con cualquier otro arte. La advertencia del viejo Migas, era sensata, ya que ese talento podía ser canalizado tanto para solucionar daños como para causarlos, y esta última opción solía ser mucho más lucrativa.



“…Fue una lluvia de flechas de fuego, al principio creí que se trataba de algo mágico, porque ese fuego abrasaba a los hombres por completo, incluso desde dentro hacia afuera hasta escupirlo por la boca, pero no eran las flechas, sino nosotros los que ardíamos como yesca. Yo apenas pude, corrí hacia el canal más cercano y me zambullí… así fue como escapé” Concluyó Féctor, narrando los detalles de su huida con la vista inquieta, saltando de un lado a otro y sin posarse sobre ningún sitio, y menos en los impasibles ojos de Cherman, lo que era muy raro para éste, viniendo del siempre orgulloso y altanero Féctor quien afirmaba que toda batalla, incluso las que no se daban, comenzaban con una mirada firme y decidida, sin embargo, Cherman meneaba la cabeza, comprensivo, “No había nada más que pudieras hacer… menos mutilado así como estabas ¿Sabes algo de Vanter, qué pasó con él?” Féctor negó con la cabeza, mirando al suelo y sujetándose el muñón como si alguien se lo quisiera quitar. Nut, el gigante, quien había permanecido en silencio escuchando, le hizo un comentario a su amigo en su tosco idioma, este asintió intuyendo lo que le decía y que él mismo percibía, “algo muy malo ocurría con los ojos de su compañero” Mientras tanto, Féctor planeaba irse durante la noche, porque tarde o temprano Cherman averiguaría la verdad de lo que había sucedido con él esa noche, y no quería estar cerca cuando eso ocurriese.


León Faras.

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