jueves, 20 de abril de 2023

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 XLII.



Atrapar el pez con las manos fue mucho más sencillo para la chica de lo que el viejo Sagistán se podía imaginar, y divertido también, y es que esta, junto con otros niños cizarianos, practicaban ese juego en las orillas del río Jazza desde muy pequeños, cuando debían acompañar a sus mamás quienes se pasaban tardes enteras lavando en la ribera. A los quince años iniciaría su entrenamiento con el arco, debiendo aprender a fabricar el suyo propio y sus propias flechas, de esa manera siempre sabría diferenciar uno bueno de uno malo y eso también la ayudaría a afinar su puntería, pues esta dependía de la práctica y la técnica, pero también en buena medida de los objetos usados. Paralelamente inició su entrenamiento con la espada, la que tenía algunas cosas en común con la lanza, pero otras totalmente diferentes, pues su ataque era más corto y su uso involucraba solo a una de las manos, lo que complicaba mucho a la chica, pues no sabía qué hacer con la otra hasta el punto de estorbarle el brazo entero, entonces el viejo decidió que Falena era candidata para practicar el viejo arte de las dos espadas, muy en desuso en estas tierras, donde se acostumbra acompañar la espada con un escudo, un hacha pequeña o cualquier otra cosa menos con otra espada, pero muy valorado en las tierras de su niñez y su juventud, donde el arte de la esgrima a dos manos era tan respetado que no era apto para cualquiera, de hecho, él nunca lo practicó, pero conocía los fundamentos, y algo mejor que eso, conocía a una persona que lo practicó toda su vida: la Doncella ensangrentada.



Darlén regresó cinco días después a Bosgos sana y salva pero sin Ontardo, su padre, quien decidió quedarse allí donde tenía trabajo, respeto y amigos, mientras que en su casa, solo se pasaba el día entero sentado esperando su muerte día tras día, para ese momento, Janzo ya estaba dispuesto a salir a buscarla a donde fuera, pero Gilda lo tranquilizaba como solo ella sabía hacerlo. Por su parte, su hijo Brelio, convertido ya en todo un hombre, estaba mucho más al tanto de las habilidades mágicas de su madre y además había hablado con ella antes de irse, por lo que se mantenía tranquilo y confiado, pues ella, Darlén, le había prometido que si le sucedía algo malo se lo haría saber sin demora, y respecto a eso el muchacho no tenía ninguna duda, porque la conexión psíquica y emocional con su madre siempre había sido muy fuerte. La pareja natural que le correspondía a Brelio en el mundo, por decisión unánime de todos los dioses y sus constelaciones, era Emma, la hija adoptiva de Emmer y Nila, con la que había huido siendo ella apenas una bebé del ataque a Cízarin y con la que prácticamente se había criado todo este tiempo, pero con la que mantenían un trato de primos, casi de hermanos, sin interés alguno en comprometerse o en convertir su relación en algo romántico, ni siquiera ante el apruebo manifiesto de sus padres. Emma de niña siempre fue una chiquilla chispeante, traviesa y burlona, pero capaz de reparar cualquier desarreglo con su sonrisa amplia y espontánea y su mirada inocente, y ya de grande no había cambiado mucho; inteligente, se divertía con los muchachos que la pretendían, dándoles ilusiones y luego quitándoselas y luego volviendo a dárselas. Lo mismo que hizo con Brelio en su momento hasta que este aprendió a jugar su juego y se volvió inmune a sus mañas, lo que los convertía más en una pareja de compinches que de novios. Ella era todo lo contrario de Lina, la hija biológica de Emmer y Nila, cuatro años menor que Emma y una oda a la bondad, también víctima frecuente de las jugarretas de su hermana en su niñez, la que le pretendía adiestrar para las injusticias de la vida y curarla de su ingenuidad infantil, eso y reírse a escondidas de ella de vez en cuando, al ver a la pequeña bailando alegre, por ejemplo, sobre una caca de vaca por sugerencia de su hermana mayor. Sin embargo, la chica crecería y todo eso quedaría atrás. El hecho, era que todos en Bosgos, incluso los más jóvenes, sentían la tensión acumulándose en la tierra y sus habitantes, los rumores cundían cada vez con más frecuencia y más preocupación en las voces de quienes los transmitían: Rimos, Velsi y algunas aldeas menores ya estaban siendo estrujados bajo la pesada bota de Cízarin, y su rey despilfarraba sus recursos con pasmosa facilidad en proyectos lujosos y extremadamente caros, por lo que era cuestión de tiempo para que moviera su poderoso ejército y se adueñara de la, hasta ahora, ciudad libre de Bosgos, pero, y aunque Siandro rey de Cízarin lo estaba considerando muy seriamente, aún no decidía cuál era la mejor forma de hacerlo, porque no quería otro desastre como el de Velsi, ya que una ciudad destruida por completo, no podía generar nada bueno para él.



Para Falena fue toda una sorpresa saber quién había sido la vieja Zaida en su juventud, ella le había hablado sobre la “Doncella Ensangrentada,” pero jamás mencionó que esa doncella fue ella, ni tampoco que el señor Sagistán hubiese peleado junto con ella en una guerra larga y sanguinaria, “Esa es una historia antigua, niña, muy, muy antigua” Replicó la vieja con dulzura, como si se estuviera disculpando por no haberlo mencionado antes. Para este momento, Falena ya casi cumpliría los dieciséis y ya dominaba los fundamentos de la esgrima a dos manos gracias a su orgulloso maestro, usando espadas de verdad pero sin filo para acostumbrar los brazos al peso real de los metales, pero necesitaba que Zaida puliera su técnica y para esto, la vieja le visitó acompañada de un joven soldado, uno muy particular, cuya esgrima era similar, pero acompañaba su espada con un hacha pequeña de mango largo. Era un hombre de baja estatura, casi completamente calvo a pesar de estar al principio de sus veintes, musculoso y con aire pedante al hablar, al caminar y sobre todo al sonreír, su nombre era Yurba, “Así que tú eres la chiquilla a la que entrena Sagistán, dime ¿Ya te hizo atrapar una rata?” Y es que Yurba tenía la infantil costumbre de burlarse de todo lo que no comprendía, que no era poco. Zaida lo sabía, y le borró la risa con una mirada fulminante, pero también sabía que aquel era un buen soldado y muy buen esgrimista, por lo que sería un excelente esparrin para su protegida, Falena, por su parte, miraba a su contrincante con algo parecido al odio, esa era la gran cualidad de Yurba, algunos lo amaban, la mayoría no lo soportaba, pero no podía pasar simplemente desapercibido. “Concéntrate, haz lo que ya sabes y hazlo bien… Y no dejes que te moleste, si lo hace, tú habrás perdido ¿Entiendes?” Le advirtió el viejo Sagistán mientras le daba a su pupila sus dos espadas de madera y le quitaba las de metal, porque era mejor evitar que el asunto acabara con una cabeza rota.


León Faras.

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