97.
A pesar de hacer la mayor parte del trayecto de día, Falena lo hizo a paso ligero y sin detenerse en ninguna parte, porque ese hombre del bulto jugoso le había logrado meter el bicho del miedo en el cuerpo y no había podido dejar de pensar en encontrarse con algo desagradable por el camino. Ella tenía sus espadas y sabía como usarlas, pero eso no era garantía de nada, además, como le decía el señor Sagistán, “las espadas y el miedo no deben estar en las mismas manos.” La pilló la noche cuando aún le faltaba un trecho para llegar, pero siguió sin acampar, acompañada de la luna menguante hasta alcanzar los campos de Cízarin.. Casi era medianoche o algo así cuando llegó a la ciudad. En su camino, se cruzó con su tío Demirel que arrastraba casi sin ningún esfuerzo al pobre de Pepinillo, el cual había chupado más alcohol esa noche, que la malaya de un cantinero en toda su vida. Su tío la miró severo, y le ordenó que se fuera a su casa, que no preocupara a su madre, aunque conociendo a Telina eso era difícil de conseguir, pero aun así la chica asintió de inmediato, ese era su plan de todos modos. La luz de un cacho de vela aún iluminaba el interior de la casa, tal vez los quejidos y temblores de Yurba todavía no dejaban que nadie pudiera dormir en paz esa noche. Una vez dentro, vio a Yurba tirado en su lecho y a su hermana Rubi acurrucada en una silla a su lado en posición de dormida, pero aún despierta. De alguna manera, sabía que llegaría y la esperaba. Rubi siempre lo sabía todo. “Llegas tarde.” Le recriminó, inexpresiva. Falena se imaginó lo peor, pero su hermana, que le leía la mente con pasmosa facilidad, puso su cara de suficiencia. “No hablo de eso, boba, Yurba no está muerto, solo duerme. Me refería a la hora. Es tarde, mamá estaba preocupada.” “Mamá siempre está preocupada.” Dijo Falena, como si se tratara de la más brillante de las respuestas. “Yo también lo estaba.” Replicó su hermana, implacable, y su brillantez desapareció. Luego de eso, Rubi se puso de pie, la abrazó con rudeza y le dijo que no fuera tonta. “No estás sola en este mundo, tienes gente que se preocupa por ti.” Le recordó, con un tono más amenazante que cariñoso, antes de irse a la cama, mientras Falena, humilde, se quedaba un rato junto a su amigo, que aunque olía un poco rancio, al menos se veía que dormía en paz. Tal vez la bruja le había dicho la verdad después de todo.
Cipora dormía con la profundidad y el desparpajo de un borracho, siempre lo hacía así, era como un don, mientras que a Lorina, el proceso le tomaba más tiempo, y esa noche le parecía imposible. Se mantenía sentada junto a la ventana de la habitación que compartía con las otras chicas, mirando hacia la calle y soñando con ese hombre que apenas había conocido y ya le había robado el corazón, o al menos eso pensaba ella, porque, a fin de cuentas, no era mucho lo que ella podía saber sobre el amor. “¿Qué haces despierta? ¿Te duele algo?” Le hablaron a su espalda, pero no Cípora, sino Nina. “No.” Soltó la otra, apenas, sorprendida por su jefa. Nina la observó intrigada, la actitud de Lorina no podía ser más sospechosa, su incomodidad era más que evidente y encima, era pésima disimulando. Nina la observó de arriba-abajo, su postura, la ventana empañada, su mirada esquiva, luego sonrió con malicia. “Aaah, ya sé lo qué pasa aquí…” Le dijo, acusándola con su dedo, juguetona. “Tú quieres atender a alguien, y no por su dinero…” Lorina tartamudeó, era imposible ser más evidente. Nina continuó. Aún sonreía, pero ahora con descaro. “¡Así que estás viva después de todo! Está bien, tienes derecho, pero solo te diré una cosa: no le creas ninguna de sus promesas, hablar bonito es parte del juego, pero nada más… No quiero luego verte babosa, engatusada por sus cuentos, soñando con una vida que no es la tuya… Lo digo por tu bien, Lorina.” Le advirtió empinando las cejas, luego miró a las otras que dormían, respiró hondo, hizo una mueca como si no le gustara lo que estaba oliendo y dándose la vuelta para no verla a los ojos, le soltó su última amenaza antes de irse: “O tendrás que irte.” Concluyó.
Nina sabía de lo que hablaba, y Lorina sabía que lo sabía. En cuestiones de amor y relaciones románticas, Nina era la más avezada, no había duda. Ella conocía todos los caminos del amor de ida y de vuelta y sabía que entregar el corazón sin miramientos era una apuesta demasiado arriesgada. Ella misma había debido romper más de uno en su vida, de aquellos que tristemente malinterpretaban sus muestras de afecto y pensaban que eran auténticas y exclusivas. Nina sabía de lo que hablaba, pero había un problema, y era que Lorina sentía que ya había entregado su corazón y ahora no sabía cómo recuperarlo, aunque sí sabía que el primer paso, era dejar de desvelarse mirando por la ventana, alimentando ilusiones que… Lorina se quedó congelada de cuerpo y de mente, un solo vistazo le bastó para ver al hombre que esperaba hace horas, parado a lo lejos frente a su ventana bajo la luz de una antorcha solitaria, buscando también su figura en la ambigua textura de una ventana empañada. Lorina no podía estar segura de que ese hombre estuviera allí por ella, pero aun así se quedó junto a la ventana, observándolo casi sin pestañear y dejándose observar por él, hasta que la llama de su vela comenzó a ahogarse en su propia sangre y a amenazar con apagarse, entonces, Lorina pegó la palma de su mano a la ventana en una apuesta arriesgada para ver si era correspondida. El hombre tardó en responder el gesto, tal vez la visión no era buena a esa hora y su mano era pequeña, o tal vez ni siquiera era la persona que ella creía… Tal vez… Lorina suponía muchas cosas, pero entonces la llama murió y Lorina quedó a oscuras, pero en el último instante de luz, el hombre se descubrió la cabeza revelando su rostro bajo la antorcha y levantó su mano para despedirse. Yan se sentía con suerte de tener una privilegiada supervisión, para notar el gesto de su amada y poder corresponderlo justo en el último instante y Lorina se sentía sencillamente feliz, tanto como para sentir ganas de reír, cantar y bailar sin ningún motivo, tanto, como nunca antes se había sentido.
León Faras.
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