sábado, 21 de junio de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

98.



Una semana llevaba enfrascado Migas en su trabajo, una semana en la que apenas había hecho otra cosa que no fuese estudiar esos pergaminos, incluyendo comer o dormir. Nimir hacía lo que podía por ayudar sin estorbar pero es que era imposible: los alimentos se agotaban, las cabras invadían la propiedad de tanto en tanto dejando todo regado con sus cacas, la cerda y sus lechones debían ser alimentados permanentemente, Perro ladraba sin motivo por un lado, el viejo Buba y sus absurdas necesidades por el otro, y Migas no hacía más que garabatear una pizarra con símbolos raros a los que les asignaba un sonido al azar para ver en cuantas de las palabras incompletas que tenía calzaba correctamente. Y aún no podía asegurar siquiera si lo que estaba descifrando sería de utilidad o no. Nimir estaba al borde de su paciencia y esta vez estaba dispuesto a cumplir con sus amenazas de irse a vivir con su hermana Ulia, que aunque lo hacía trabajar como burro, al menos no lo trataba como uno. “Ay, por favor, ¡Esa mujer ni siquiera es tu hermana! Su madre te crió, pero ambos sabemos que no lo hizo por que te quisiera.” Alegó el viejo, contrariado, como un artista interrumpido a la mitad de su obra. Nimir lucía ofendido. “Mi hermana no era así, ella me quería.” Refutó. “¡Eras como su mascota, bobo; ella pensaba que era gracioso que tú hicieras todo lo que te decían! ¡Eras su niño idiota!” Respondió Migas, burlándose, pero pronto apagó su sonrisa, la discusión se estaba volviendo cruel y, para bien o para mal, a él ya no le sentaba tan bien ser cruel con el bobo de Nimir. Recapacitó. “Escucha, Nimir, tú eres como mi familia ahora, lo sabes. Hemos pasado mucho juntos y nos hemos apoyado…” Era tan ridícula la forma como Nimir absorbía y atesoraba cada palabra de cariño y aceptación, que Migas debía controlarse para no soltar la risa de sólo tener que verle la cara. “Esto puede ser una molestia ahora, para ambos, pero puede llegar a ser muy valioso en el futuro, y también lo será para ambos. Tú y yo, Nimir, estamos juntos en esto.” Proclamó el viejo, apretando los puños, y ante los ojos brillantes de emoción de Nimir, Migas rogó. “No te vayas, hijo, siempre es duro al principio pero vendrán tiempos mejores, ya lo verás…” La cara de Migas era la de una súplica dolosa, mientras que Nimir no podía con la emoción de que alguien le rogara quedarse de esa manera. Abrazó al viejo con tanta genuinidad que era imposible no conmoverse, y hasta hacer sentir incómodo al pobre Migas que lo apartó haciéndose el serio. “Bueno, bueno, hijo, ya es suficiente, hay que mantener la postura, esto no es correcto, además, tenemos trabajo que hacer, ¿no?” Ellos no lo sabían, pero su empecinamiento estaba a apunto de dar jugosos frutos.



Escucha, Yambo, tú te vas, para informar a Cego de todos los detalles, y yo me voy a quedar vigilando todo aquí, ¿entendiste?” Habló Bacho, con el rostro enfurruñado de un perro guardián, como cuando uno negocia sin ánimos de negociar realmente; él repartía órdenes, no solo como el hermano mayor que era, sino también como líder tácito de la misión, pero Yan, con el ceño apretado y la trompa fruncida, no estaba para nada de acuerdo, lo que hacía que su hermano comenzara a respirar hondo y a hacer movimientos erráticos de cabeza y brazos para no tener que golpearle la mollera. “Escucha, tonto, no me hagas repetirte las cosas. Tú eres el que se entiende mejor con el viejo y tú hablarás con él. Yo los esperaré aquí y fin del asunto. Además, ¿para qué carajos querrías quedarte tú aquí!” Y luego de un rato de mirarlo con recelo y sin oír respuesta alguna, añadió. “Te has estado portando de lo más raro… Mira, te lo voy a preguntar por una vez, pero no hagas que me arrepienta…” Le advirtió, con un dedo en alto y todo. Bacho contrajo los músculos como si temiera que algo está a punto de reventarle en la cara, ya se imaginaba qué clase de pirunga le respondería su hermano, pero cuando éste le confesó, casi con vergüenza en el rostro, que: “…el amor por una mujer se me clavó tan hondo en el pecho y de forma tan impetuosa, hermano, que no he podido evitar desear verla a los ojos sin parar por el resto de mi vida, como un imbécil, a costa de quedarme sin aire en los pulmones y sin fuerza en las piernas.” Bacho se le quedó mirando pasmado; incrédulo y también un poco confundido de haber entendido bien toda esa garrafada de sandeces que podían haberse dicho en dos palabras y de forma mucho más simple. “¿Estás enamorado, Yambo?” Le preguntó, sintiéndose un poco tonto de tener que hacerlo, y Yan, como si admitiera un vergonzoso crimen, asintió con gravedad y sin mirarlo a la cara. “Podría haber soportado cualquier cosa de este mundo, Chucho, tú lo sabes, pero esto… esto fue más allá de mi voluntad.” Se excusó, avergonzado. Bacho estaba admirado, cómo había podido suceder esto frente a sus narices sin que él lo supiera y sobre todo, ¿quién era esa chica? ¿Por qué él no la había visto? “¿Y tú le agradas?” Le preguntó con cara de dolor luego de considerar la situación unos segundos, al fin y al cabo, Yambo no era el pretendiente con el que toda chica sueña, pero pronto disipó todas esas dudas como quien se espanta un puñado de moscas de la cara. Su hermano había puesto los ojos en una mujer al fin, no estaba tan demente después de todo, y él como su hermano mayor, lo apoyaría. Luego ya verían la forma de que la chica mostrara interés en él también; había muchos métodos para hacer que ella cooperara en esto y él conocía más de uno. Estrechó la mano de su hermano con gesto fantoche para presumir de dominio en el tema, pero Yan ya tenía sus planes. Sólo necesito que me des un día, Chucho.” Solicitó Yan Vanyán con formalidad profesional. Y agregó. “Luego volveré y terminaré el trabajo.” Aseguró. No era lo que Bacho tenía en mente, pero tal vez era lo mejor, después de todo y pensándolo bien, era de su hermano de quién estaba hablando, y éste podía inventarse todo tipo de cosas en su mente, incluyendo a una fulana de la que enamorarse, así que aceptó con idéntica gravedad, pero no lo dejaría actuar solo sin vigilarlo, ahora tenía curiosidad.



León Faras.

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