sábado, 15 de octubre de 2011

Con otros ojos.

Si alguien se animara, por una vez, a mirar el mundo con otros ojos, talvez vería que, por ejemplo, la lluvia no es si no la semilla del torrente y la cascada, el antepasado glorioso del oleaje que taladra la roca, la madre de todas las lágrimas.

Vería en una hoja seca, el cadáver inoloro de una estrella desprendida de su verde firmamento, ante el cual, nadie llora.

El fuego le parecería una sorprendente manifestación viva de lo inerte o un noble embajador del Astro Rey. El único producto de la creación capaz de oponerse a la abrumante oscuridad del espacio y a su fría naturaleza.

Y qué sería una flor, sino la pisada de un ángel ¿o acaso es imposible que un prado florido haya sido alguna vez, la ruta de una legión celestial?, de no ser así, este mundo o estaría repleto de ellas o no habría ninguna.

La vida, sería la revolución de los elementos, que se unieron y se confabularon para ser algo más, para ser la estela de lo divino, la consagración de todas las verdades o una bofetada al mismísimo universo.

El amor, podría ser el hierro inmaterial que se funde para fabricar las más poderosas cadenas que todos, sin excepción, estamos gustosos de llevar, ¿o acaso este sentimiento no arrastra y retiene con la misma fuerza?, ¿o es que no llevamos todos un herrero en el interior de nuestro pecho cuya fragua solo se apaga el día de nuestra muerte?

El cielo probablemente parecería de noche, el campo de batalla donde antaño se enfrentaron miles de soldados de cristal en inigualable disputa por la luna, y de día, el lugar donde se han congregado todas las almas que han existido y las que están por existir, tantas que podemos sentir su calor.

¿Me pregunto si sería un error afirmar que el viento es la forma perceptible del tiempo o quizá solo su emulador?, pues, ambos corren, se detienen, transforman, imponen su autoridad.

Y qué hay de la tierra, la madre absoluta y perpetua, el alquimista perfecto, poseedora y conocedora de todos los componentes que forman lo vivo y lo muerto, la última morada de todas las criaturas. Una industria de milagros.

Y por qué no afirmar que las nubes son el lenguaje de las estrellas, a veces tan conversadoras y otras veces tan silentes y que un árbol es un guerrero asceta que, con cada brote nuevo, gana una nueva batalla, contra un mundo que no para de moverse a su alrededor.

Yo me pregunto, si las sirenas no existen, entonces, ¿quién fabrica los atardeceres?, si los arcoiris no son seres vivos, ¿por qué brotan después de la lluvia?, ¿Qué fue primero, la flor o la mariposa?, ¿A quién recurre la luna cuando tiene una pena?...

…¿En qué momento la magia nos abandonó?...



León Faras.

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