V
La
penumbra se apoderaba rápidamente del pesado ambiente dentro de la casa de
Horacio Ballesteros, contenida a duras penas por las escasas lumbres separadas
como las primeras estrellas del ocaso. El cuerpo de Domingo aún permanecía
sobre la mesa emulando una grotesca pieza de museo, su madre, en la sala de
estar, se recupera de la impresión, pero no de la angustia, bebiendo agua con
azúcar que María, el ama de llaves, le había traído, junto a ella el padre del
muchacho se acicala el bigote una y otra vez sin entender del todo, por qué el
cuerpo de su hijo guardaba un bebe en sus tripas. Él prefirió un whisky.
Para
el médico, el enterarse de que su hija estaba embarazada había sido como un
balde de agua fría, seguramente su largo bagaje en medicina ya le habría hecho
notar tal estado en su hija, a pesar que recién se hacían evidentes los cambios
en el cuerpo de Elena, sin embargo, si no lo había hecho aún, era simplemente
porque no había querido verlo y la muchacha tampoco se lo había comunicado, más
que nada porque no estaba segura de lo que le sucedía y una vez que estuvo,
decidió hacerlo después de confesarse ante Dios. El padre Benigno, ya no dudaba
de la confesión de la muchacha, es más, estaba convencido de que aquel embarazo
provenía de los mismos sucesos anormales que habían engendrado un bebe en un
cadáver, primero, y en un varón, en segundo lugar, y que ahora aquella
aberración, cómo él había comenzado a llamarle, había obrado en el cuerpo de
una mujer casta, lo cual el médico contradecía firmemente, “Eso no es posible,
Benigno, ella no pasó por el calvario que sufrieron Isabel y Domingo”, para el
sacerdote el argumento del doctor era increíblemente testarudo, “Dígame
Horacio, ¿cómo está seguro que aquel calvario y el embarazo se relacionan?,
después de todo, Domingo se recuperó de él, sin que aquello evitara que esa
criatura apareciera en su interior”, el doctor no podía asegurar esa relación,
pero buscó que su respuesta sonara convincente, “Pues es un hecho que ambos
embarazos aparecieron de forma inequívoca, precedidos de los mismos síntomas”,
el cura era un hombre culto, inteligente dentro de sus creencias, y que
detectaba fácilmente la endeble base en la respuesta del doctor Ballesteros,
“acaso insinúa que Elena miente, Horacio”, la muchacha intervino con vehemente
angustia, el alivio que había sentido al saber que el sacerdote creía en su
testimonio, ahora era puesto en duda por su propio padre, “¡no padre, no, yo te
juro que no he estado con ningún hombre, te lo juro!”, Ballesteros se sintió de
pronto atrapado, eso no era lo que había querido decir y ahora sentía que
perdía credibilidad, “te creo hija, dijo acariciándole la mejilla con dulzura,
te creo, de seguro hay una explicación para esto..”, Elena se puso
repentinamente seria y tomó la mano de su padre entre las suyas, “quiero que me
lo saques, no quiero esa cosa en mi interior”, el doctor palideció
notoriamente, “no puedo hacer eso…”, “Padre, por favor, esa criatura es impura,
¡no la quiero!, ¡tienes que ayudarme!, ¡tienes qué sacarla!”, el doctor se
negaba con toda la ternura que podía, “no me pidas eso hija, no puedo hacerlo”,
el cura observaba la escena en silencio, pero con creciente suspicacia ante la
tozudez del médico, “Padre…”, dijo Elena con una sonrisa forzada, queriendo
mostrar convicción, “…no sentiré nada, puedes dormirme, lo has hecho antes, no
sentiré nada”. Los ojos del doctor se humedecieron inexplicablemente y guardó
silencio, la muchacha lo miró extrañada, su padre no era un hombre sentimental.
Benigno decidió intervenir, “¿por qué no puede Horacio?”, el doctor tenía una
mirada suplicante que no logró conmover al cura, “dígame, usted es médico, ¿por
qué se niega a operar a su hija?”, el doctor susurro un “no puedo” apenas
audible, el cura insistió intrigado, “¿por qué no puede?, ¿tiene una razón,
no?, dígame porque no” el médico contenía visiblemente el llanto acorralado
ante la presión del cura, “¿qué es lo que oculta Horacio?, usted debe ayudar a
su hija, ¡usted es médico por Dios!”, el doctor apenas hablaba al borde del
llanto, negaba con la cabeza mirando con angustia al cura y a su hija, hasta
que su resistencia se rompió en mil pedazos, dejando escapar un llanto amargo y
doloroso, que ocultó inútilmente tapándose la cara con ambas manos, Elena no
podía creer lo que veía, el sacerdote se enderezó respirando hondo, con una
expresión que fácilmente se podía interpretar como asco, “fue usted…”,
dictaminó con seguridad, lo que consiguió que el llanto del médico se volviera
más contundente, Elena retrocedió tapándose la boca consternada al ver que su
padre solo lloraba. El cura esperaba una negación que no llegó, por lo que
insistió en confirmarlo, tomó al médico por las solapas con rudeza y lo
zamarreó, “fue usted verdad, ¡dígalo!, usted embarazó a su hija”, Horacio se
mostraba indefenso como un muñeco, solo atinó a pedir perdón con su rostro
bañado entre lágrimas, saliva y mocos. Benigno, en cambio mostraba ira,
“¡Dígalo Horacio, usted fue, esa criatura es suya!, ¡dígalo por Dios!”, el
doctor le dirigió una larga mirada de angustia que el sacerdote respondió con
sincera rabia, para finalmente admitirlo, “sí…”, entonces Benigno lo soltó, y
el doctor cayó al piso llorando con el rostro cubierto con sus manos y repitiendo
sin cesar, “perdón… perdón… perdón…”. Elena salió corriendo con intención de
irse lejos, pero fue atajada por María, quien la abrazó y se la llevo a la
cocina para tranquilizarla.
El
doctor Horacio Ballesteros, salía de su casa detrás del cadáver de Domingo,
llevando toscos pero firmes grilletes en sus muñecas y tobillos rumbo al
coche-celda que le esperaba en la puerta de su casa, solo de reojo observó a su
hija, quien sin mirarle, esperaba en el carruaje del cura a que fuera llevada
lejos de allí, sin importarle mucho si era a un convento, un claustro o
monasterio. El padre de Domingo permanecía junto al sacerdote, “Siempre me
pareció un buen hombre el doctor Ballesteros… estoy francamente aturdido por
los hechos…”, “El alma de los hombres es un misterio ante los ojos de los
mortales”, respondió el cura con gravedad, el hombre a su lado asintió serio, y
agregó, “Dígame padre, ¿Qué piensa de aquella criatura hallada en el cuerpo de
mi hijo?”, “Sin duda aquello no es más que un montaje, creado por Horacio para
explicar, llegado el momento, el réprobo embarazo que le provocó a su propia
hija, drogándola, ciertamente, no se esperaba que la muchacha recurriera a Dios
antes que a él”, el padre de Domingo volvió a asentir.
Un
par de días después, María, la ama de llaves del doctor, pasaba a entregarle las
llaves de la casa al sacerdote, había tomado la sabia decisión de visitar por algunos
días a su familia, especialmente a su hermana Berta a quien no había visto en años,
al cura sólo le quedó desearle un buen viaje.
Fin de la primera parte.
León Faras.
¬¬ (???!!!)me quedo con las neuronas rebotando tratando de formarme más de una idea,eso es bueno. León! me ha gustado mucho tu cuento,sin zalamerías eh! =) bien,bien bien!
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