viernes, 13 de enero de 2012

Autopsia. Primera parte.

V


La penumbra se apoderaba rápidamente del pesado ambiente dentro de la casa de Horacio Ballesteros, contenida a duras penas por las escasas lumbres separadas como las primeras estrellas del ocaso. El cuerpo de Domingo aún permanecía sobre la mesa emulando una grotesca pieza de museo, su madre, en la sala de estar, se recupera de la impresión, pero no de la angustia, bebiendo agua con azúcar que María, el ama de llaves, le había traído, junto a ella el padre del muchacho se acicala el bigote una y otra vez sin entender del todo, por qué el cuerpo de su hijo guardaba un bebe en sus tripas. Él prefirió un whisky.

Para el médico, el enterarse de que su hija estaba embarazada había sido como un balde de agua fría, seguramente su largo bagaje en medicina ya le habría hecho notar tal estado en su hija, a pesar que recién se hacían evidentes los cambios en el cuerpo de Elena, sin embargo, si no lo había hecho aún, era simplemente porque no había querido verlo y la muchacha tampoco se lo había comunicado, más que nada porque no estaba segura de lo que le sucedía y una vez que estuvo, decidió hacerlo después de confesarse ante Dios. El padre Benigno, ya no dudaba de la confesión de la muchacha, es más, estaba convencido de que aquel embarazo provenía de los mismos sucesos anormales que habían engendrado un bebe en un cadáver, primero, y en un varón, en segundo lugar, y que ahora aquella aberración, cómo él había comenzado a llamarle, había obrado en el cuerpo de una mujer casta, lo cual el médico contradecía firmemente, “Eso no es posible, Benigno, ella no pasó por el calvario que sufrieron Isabel y Domingo”, para el sacerdote el argumento del doctor era increíblemente testarudo, “Dígame Horacio, ¿cómo está seguro que aquel calvario y el embarazo se relacionan?, después de todo, Domingo se recuperó de él, sin que aquello evitara que esa criatura apareciera en su interior”, el doctor no podía asegurar esa relación, pero buscó que su respuesta sonara convincente, “Pues es un hecho que ambos embarazos aparecieron de forma inequívoca, precedidos de los mismos síntomas”, el cura era un hombre culto, inteligente dentro de sus creencias, y que detectaba fácilmente la endeble base en la respuesta del doctor Ballesteros, “acaso insinúa que Elena miente, Horacio”, la muchacha intervino con vehemente angustia, el alivio que había sentido al saber que el sacerdote creía en su testimonio, ahora era puesto en duda por su propio padre, “¡no padre, no, yo te juro que no he estado con ningún hombre, te lo juro!”, Ballesteros se sintió de pronto atrapado, eso no era lo que había querido decir y ahora sentía que perdía credibilidad, “te creo hija, dijo acariciándole la mejilla con dulzura, te creo, de seguro hay una explicación para esto..”, Elena se puso repentinamente seria y tomó la mano de su padre entre las suyas, “quiero que me lo saques, no quiero esa cosa en mi interior”, el doctor palideció notoriamente, “no puedo hacer eso…”, “Padre, por favor, esa criatura es impura, ¡no la quiero!, ¡tienes que ayudarme!, ¡tienes qué sacarla!”, el doctor se negaba con toda la ternura que podía, “no me pidas eso hija, no puedo hacerlo”, el cura observaba la escena en silencio, pero con creciente suspicacia ante la tozudez del médico, “Padre…”, dijo Elena con una sonrisa forzada, queriendo mostrar convicción, “…no sentiré nada, puedes dormirme, lo has hecho antes, no sentiré nada”. Los ojos del doctor se humedecieron inexplicablemente y guardó silencio, la muchacha lo miró extrañada, su padre no era un hombre sentimental. Benigno decidió intervenir, “¿por qué no puede Horacio?”, el doctor tenía una mirada suplicante que no logró conmover al cura, “dígame, usted es médico, ¿por qué se niega a operar a su hija?”, el doctor susurro un “no puedo” apenas audible, el cura insistió intrigado, “¿por qué no puede?, ¿tiene una razón, no?, dígame porque no” el médico contenía visiblemente el llanto acorralado ante la presión del cura, “¿qué es lo que oculta Horacio?, usted debe ayudar a su hija, ¡usted es médico por Dios!”, el doctor apenas hablaba al borde del llanto, negaba con la cabeza mirando con angustia al cura y a su hija, hasta que su resistencia se rompió en mil pedazos, dejando escapar un llanto amargo y doloroso, que ocultó inútilmente tapándose la cara con ambas manos, Elena no podía creer lo que veía, el sacerdote se enderezó respirando hondo, con una expresión que fácilmente se podía interpretar como asco, “fue usted…”, dictaminó con seguridad, lo que consiguió que el llanto del médico se volviera más contundente, Elena retrocedió tapándose la boca consternada al ver que su padre solo lloraba. El cura esperaba una negación que no llegó, por lo que insistió en confirmarlo, tomó al médico por las solapas con rudeza y lo zamarreó, “fue usted verdad, ¡dígalo!, usted embarazó a su hija”, Horacio se mostraba indefenso como un muñeco, solo atinó a pedir perdón con su rostro bañado entre lágrimas, saliva y mocos. Benigno, en cambio mostraba ira, “¡Dígalo Horacio, usted fue, esa criatura es suya!, ¡dígalo por Dios!”, el doctor le dirigió una larga mirada de angustia que el sacerdote respondió con sincera rabia, para finalmente admitirlo, “sí…”, entonces Benigno lo soltó, y el doctor cayó al piso llorando con el rostro cubierto con sus manos y repitiendo sin cesar, “perdón… perdón… perdón…”. Elena salió corriendo con intención de irse lejos, pero fue atajada por María, quien la abrazó y se la llevo a la cocina para tranquilizarla.

El doctor Horacio Ballesteros, salía de su casa detrás del cadáver de Domingo, llevando toscos pero firmes grilletes en sus muñecas y tobillos rumbo al coche-celda que le esperaba en la puerta de su casa, solo de reojo observó a su hija, quien sin mirarle, esperaba en el carruaje del cura a que fuera llevada lejos de allí, sin importarle mucho si era a un convento, un claustro o monasterio. El padre de Domingo permanecía junto al sacerdote, “Siempre me pareció un buen hombre el doctor Ballesteros… estoy francamente aturdido por los hechos…”, “El alma de los hombres es un misterio ante los ojos de los mortales”, respondió el cura con gravedad, el hombre a su lado asintió serio, y agregó, “Dígame padre, ¿Qué piensa de aquella criatura hallada en el cuerpo de mi hijo?”, “Sin duda aquello no es más que un montaje, creado por Horacio para explicar, llegado el momento, el réprobo embarazo que le provocó a su propia hija, drogándola, ciertamente, no se esperaba que la muchacha recurriera a Dios antes que a él”, el padre de Domingo volvió a asentir.


Un par de días después, María, la ama de llaves del doctor, pasaba a entregarle las llaves de la casa al sacerdote, había tomado la sabia decisión de visitar por algunos días a su familia, especialmente a su hermana Berta a quien no había visto en años, al cura sólo le quedó desearle un buen viaje.

Fin de la primera parte.


León Faras.

1 comentario:

  1. ¬¬ (???!!!)me quedo con las neuronas rebotando tratando de formarme más de una idea,eso es bueno. León! me ha gustado mucho tu cuento,sin zalamerías eh! =) bien,bien bien!

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