miércoles, 4 de enero de 2012

Autopsia, Primera parte.

III.


-Ave María purísima.
-Sin pecado concebida, bendígame Padre, porque he pecado.

Para el severo padre Benigno, cuyo nombre contrastaba con su aspecto iracundo y su carácter dominante, resultó alarmante el saber que una señorita tan respetable y educada como la hija del doctor Ballesteros estuviera embarazada sin antes haber contraído el sagrado vínculo del matrimonio, pero que ella desconociera quién era el padre de la criatura, era simplemente inconcebible, “Hija mía, tu alma tambalea entre las fauces del averno, has caído en el execrable pecado de la carne y su marca permanecerá imperecedera. Tal vez encuentres consuelo en la infinita misericordia de Dios, entregando tu vida al claustro y la penitencia para aspirar a un perdón que yo no te puedo conceder”. Elena se sentía sumamente afligida y las palabras del sacerdote solo aumentaron su desconsuelo. Sus ojos se llenaron de lágrimas. “Padre...", tomó una bocanada de aire para deshacer el nudo en su garganta, "...le aseguro que yo no he conocido varón…”, el cura abrió los ojos indignado mirando a través de la celosía el rostro inclinado y velado de la joven, “¿Qué estás diciendo muchacha?, ¡acaso quieres condenarte!, ¿cómo te atreves a compararte con la santísima Virgen?”, Elena se apretaba la boca y la nariz con la mano, conteniendo el inminente llanto. Al cerrar los ojos, las lágrimas fueron obligadas a correr por sus mejillas, “Padre… por favor… usted tiene que creerme, yo no he estado con ningún hombre…yo…” un vacío producido por el llanto le impidió seguir hablando. El padre Benigno le miraba con cierto desprecio en el rostro, le indignaban aquellos que luego de haber atentado contra el amor de Dios sin remordimientos, recurrían a él arrepentidos, buscando solo calmar su atribulada conciencia, “Te lo preguntaré solo una vez más niña, y recuerda que no me hablas a mi, si no al Padre eterno, ¿Cómo ocurrió tu embarazo?”, la muchacha ya tenía empapado su hermoso pañuelo “…no lo sé”, respondió con un hilo de voz, luego oyó la puerta del confesionario abrirse y los pasos del sacerdote que se alejaban, entonces su llanto se desató ya sin consuelo.

“Domingo había sanado…”, se repetía mentalmente el Dr. Ballesteros con la vista fija en el frasco de vidrio que contenía el feto que había extraído del cuerpo de Isabel, pero se lo repetía con la intención de responderse cómo había sucedido aquello, pues él nunca consiguió siquiera una mejoría, simplemente la enfermedad había desaparecido, y el muchacho, a diferencia de Isabel, la había soportado, aunque dejándole graves consecuencias mentales, como si hubiese sufrido lo insufrible. “¿Qué tienes que ver tú en todo esto?”, le susurró al maltrecho cuerpecito suspendido en alcohol que permanecía en sus manos, “¿Acaso puedes ser tú responsable de…?" La puerta de su estudio se abrió con timidez, interrumpiendo sus pensamientos, un trozo del generoso cuerpo de su ama de llaves se asomó con un telegrama en la mano, el médico se puso de pie y la invitó a acercarse. Lo leyó. Murmuró algo para si, y tomó su abrigo, antes de salir se dirigió a su empleada “Cuando Elena regrese, dígale que me espere aquí, necesitaré su ayuda.”

La bandeja sonó estrepitosamente al chocar contra las baldosas del sanatorio esparramando el desayuno de Domingo Montenegro por el estrecho pasillo de la habitación. Uno de los locos que estaba presente se tapó los oídos con desesperación y comenzó a golpearse contra la cama, otro, jugaba ensimismado con el cuerpo suspendido de Domingo, quien pendía exánime colgado del cuello de una de las vigas junto a su cama.

Cuando el doctor Ballesteros entró a las instalaciones del manicomio, el director le esperaba en su oficina, en uno de los rincones de esta, una enfermera soltaba los últimos sollozos de lo parecía haber sido un largo llanto, sosteniendo en una mano un pañuelo y en la otra un vaso ya vacío. El director, un hombre calvo, de gafas redondas y barba ermitaña le apretó la mano con rudeza, “Dr. Ballesteros, qué bueno que recibió mi telegrama, usted me pidió que le informara sobre cualquier cambio en la salud física del paciente Domingo Montenegro”, dijo con cierto acento extranjero en su hablar, el recién llegado mostraba ansiedad, “Sí, sí, dígame, le pasó algo a él”, el siquiatra sentía que le había generado una preocupación sin necesidad, “Sí, bueno, no sé si sea relevante para usted, pero esta mañana fue encontrado muerto por la enfermera” dijo, señalando a la mujer del rincón, quien reanudó su llanto al ser aludida. Ballesteros ni la miró “Por supuesto que es relevante doctor, tal vez la mejoría solo fue aparente y la enfermedad continuó en silencio hasta matarlo, como a mi paciente anterior”, el siquiatra soltó una risa torpe y nerviosa, le costaba ser claro en ciertas ocasiones “No doctor, el deceso se produjo debido a un suicidio, el paciente se colgó del cuello”, el médico se llevó un puño a la boca consternado, luego inhaló profundamente por la nariz, “Me gustaría llevarme el cuerpo, hay ciertos exámenes que quisiera realizarle”, “no sé si eso sea factible, la familia ya fue notificada”, “Puede decirles que Domingo padeció una enfermedad que muy probablemente fue contagiada de su prometida, Isabel Vásquez. Solo necesito confirmar que no hay riesgo de contagio para nadie más, estamos hablando de una enfermedad desconocida y con riesgo de muerte”, el siquiatra pareció entender “bien pero…cuanto tiempo cree usted que tardarán dichos exámenes” el doctor Ballesteros se sintió satisfecho, el cuerpo de Domingo podría otorgarle nuevos datos sobre la rara enfermedad que parecía haber descubierto, “no tardaré más de veinticuatro horas”.


León Faras.

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