jueves, 29 de diciembre de 2011

Autopsia. Primera parte

II.


El suave rojo rubí del coñac, adquiría tonalidades y brillos hermosos al reflejar la luz de la pasiva llama que iluminaba el escritorio del doctor Horacio Ballesteros, quien ya llenaba la segunda hoja con una escritura febril y una caligrafía burda, procurando avanzar de prisa, mientras las imágenes aún estaban frescas en su memoria. Dejó caer la pluma dentro del tintero con cierta torpeza y se llevó ambas manos a los ojos, restregándolos con fuerza, luego se las pasó por el cabello, echando hacia atrás el mechón que hace rato colgaba en su frente. Miró de reojo el reloj de bolsillo junto al papel profusamente garabateado en frente de él, casi las cuatro de la madrugada, sentía cansancio en la vista. Tomó el vaso con coñac y lo acabó de un trago, luego lo volvió a llenar, desde hace ya algunos años que no podía conciliar el sueño sin antes invitarlo con una previa dosis de alcohol que apaciguara su mente y aquella noche, su mente estaba particularmente inquieta.

Había estado tratando de describir con rigor profesional el caso de Isabel Vásquez, anotando todos los sucesos en orden cronológico y los tratamientos por él prescritos desde que la chica había enfermado, hasta que, sobrepasado por las circunstancias, tomó la abrupta decisión de incinerar el cuerpo. Pero su informe arrojaba más interrogantes que luces, se preguntaba si la enfermedad y el embarazo tenían alguna relación o se trataban de hechos aislados. Una parte de él le aseguraba que había hecho lo correcto, que quemar aquella abominación engendrada en un cadáver sepultado había sido lo más sensato, pero no podía evitar que su curiosidad científica le royera los sesos…y si había estado en frente de una enfermedad nueva y sin precedentes, cuyas evidencias, se había apresurado en destruir, después de todo, ¿Cuántas veces la ciencia, había desbaratado los argumentos de la ignorante superstición? Sentía que se había dejado llevar como un novato… también que debía regresar.

Debido al fuerte aguacero desatado durante gran parte de la noche, la casona de la familia de Domingo Montenegro, donde yacían los restos carbonizados de Isabel, solo se había quemado parcialmente, dejando gran parte de la estructura sin mayores daños de los que ya tenía. El médico detuvo su coche a prudente distancia, un caballo ensillado y atado a uno de los pilares que sostenían el techo de tejas, demostraba la presencia de alguien en las inmediaciones, tal vez algún curioso atraído por el sofocado incendio. Aguardó unos minutos pero nadie apareció, tal vez Domingo hubiese regresado para sepultar el cadáver correctamente otra vez, pero el chico había terminado tan choqueado la noche anterior que eso no era muy probable. Descendió del vehículo y decidió acercarse a pie, sus botas se hundieron en el barro. Al llegar a la puerta se asomó sin entrar, el cielo tenía un buen boquerón que dejaba visible el arruinado techo del segundo piso, las paredes cercanas lucían enormes manchas de hollín con el horrible y polvoriento papel tapiz quemado por trechos, el suelo también había cedido a las llamas abriéndose un agujero que prosperó sólo hasta donde la humedad de las tablas se lo permitió y en donde yacía los restos de la pila que habían formado para quemar el cuerpo. Cuando iba a entrar se detuvo, abundantes pisadas hechas de lodo y humedad estaban esparcidas por el piso, “¿hay alguien aquí?”, la voz del doctor era fuerte y clara pero no recibió respuesta, estudiando su entorno, se acercó a los restos calcinados de Isabel, un esqueleto completo con restos de carne quemada adherida yacía bajo una buena porción de cenizas y madera a medio consumir que el médico comenzó a retirar con cuidado, un humo espeso y desagradable brotaba sin ninguna prisa a ratos, lentamente fueron apareciendo las abundantes fracturas que la chica había sufrido durante su agonía, parecía como si hubiese sido brutalmente golpeada, varias costillas, una clavícula, una tibia, ambos peroné, estaban desastillados, no parecían debilitados ni descalcificados, solo quebrados, como por algún trauma. Al cabo de unos minutos el doctor Ballesteros dio con lo que buscaba, los restos medianamente conservados de un feto de unos diecisiete centímetros, con una apariencia anatómica perfectamente humana, no se lo esperaba, más bien, se había auto-convencido de que alguna especie animal o vegetal, de alguna forma, se había anidado en el interior del útero de la muchacha, pero de ninguna manera un ser humano. Lo cogió con cuidado y lo envolvió en un lienzo de gasa. Sintió cierto remordimiento, a pesar de lo inverosímil que resultaba que un bebe pudiera vivir ni menos ser engendrado bajo tierra. Antes de retirarse, echó un último vistazo a la habitación, aún pensaba en el caballo que estaba afuera y en las huellas frescas de lodo. No tardó mucho en divisar un bulto arrimado a uno de los rincones del amplio cuarto, tras una pared divisoria. El doctor dio un respingo, Domingo Montenegro yacía en el suelo inmóvil con un mudo grito de pánico congelado en el rostro, sangre aún fresca le había corrido de la nariz y los ojos y abundante gotas de sudor en la frente, también notó que el húmero derecho estaba notoriamente quebrado. No parecía respirar. El médico tomó su maletín y se acuclilló a su lado, revisó sus signos vitales, un muy débil pulso le confirmó que aún estaba con vida, sin duda padecía los síntomas que Isabel mostró durante su corta agonía, al parecer, debía añadir riesgo de contagio a su informe de esta, ya rarísima patología. Cogió al muchacho en brazos y lo subió a su coche, luego regresó por el maletín, el feto y se retiró.

Elena Ballesteros era la menor de los hijos del doctor, y la única que, según este, tenía verdadera vocación de médico. Su hijo mayor había seguido la carrera de medicina, pero solo la usaba para diagnosticar inexistentes enfermedades a señoritas hipocondriacas de la alta sociedad que lo buscaban para confirmar sus falsas sospechas que otros médicos le negaban, en cambio su hermana mostraba interés en el alivio de las personas, lástima que su género le impidiera realizar los estudios necesarios.

Dos días llevaba Domingo en casa del doctor, sufriendo los mismos terribles síntomas que Isabel padeció antes de morir, al cuidado de Elena quien, al igual que su padre, trataba en vano de aliviar las incontenibles convulsiones de dolor y pánico que al muchacho le venían en forma cada vez más frecuente. Ante la impotencia de una enfermedad ineluctable la muchacha solo podía rezar a un lado de la cama en los pocos momentos de paz que el padecimiento concedía, mientras el doctor buscaba con frustración algún tratamiento que mostrara resultados antes del fatal desenlace que de seguro le esperaba al muchacho. Aquella noche, la joven enfermera sostenía un rosario mientras su enfermo, despierto pero ausente, mantenía la vista perdida en algún punto indeterminado de la habitación, hasta que pareció posarse en algo, su rostro se demudó y una gota de sangre apareció en la comisura de sus ojos. Un nuevo ataque comenzaba. Elena lo abrazó para sostenerlo mientras llamaba a su padre, pero ahora era distinto, Domingo no sufría dolor, si no más bien estaba aterrado, se recogía en la cama tratando de retroceder, respirando a duras penas, sudando y balbuceando hasta que simplemente, sintió la imperiosa necesidad de huir, sin importar las dolorosas fracturas que ya contaba.

Cuando el médico entró a la habitación encontró a su hija tirada en el suelo inconsciente, la ventana que daba a la calle abierta y la cama vacía. Elena no tardó en reponerse, no acusó ningún golpe, al parecer, solo sufrió un absurdo desmayo mientras forcejeaba con Domingo, este apareció minutos más tarde acurrucado contra la pared tras la cama, totalmente fuera de si y con las secuelas de un miedo que ni él ni Elena eran capaces de explicar.

Algunas semanas después, en los amplios terrenos del hospital psiquiátrico cercano al pueblo, Domingo Montenegro se abrigaba con el sol de la mañana, sentado solo, en una de los numerosos bancos de piedra esparcidos en el lugar. Su recuperación física fue total, sus fracturas sanaron y no volvió a sangrar, sin embargo, nunca más volvió a hablar ni a ser quien era, dejando en incógnita su versión de los hechos. Por otra parte, Elena ha comenzado a sentir más patente, ciertos síntomas que cada vez más le confirman sus sospechas, las cuales aún, no se atreve a confesarle a su padre. Ella está casi segura de que está embarazada, pero no tiene idea de cómo…ni de quién.


León Faras.

2 comentarios:

  1. =) Muy buena esta segunda parte también!!! León te dejo saludos por acá,por fin ya tenemos inter en el trabajo,ya todo regresa a la normalidad,espero que te encuentres bien! Te dejo un abrazo también. Si no sospecho mal,este no es el final verdad? ¬¬ porque creo que da para más! jiji

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  2. Belce!!, muuuuuchas gracias por el saludo y el abrazo. Oye perdona por la demora en la "contestación" he estado corto de tiempo (pero no de ganas)y he tenido que escribir de a trocitos, pero ya casi, ya no más tantito...Todo bien, y deseo lo mismo para ti, qué todo esté como debe estar, o sea muuy bien!!.

    Me alegro que en tu trabajo ya vaya todo sobre ruedas..Sí, sospechas bien, son 5 entradas (espero que no se me alargue más)

    Un abrazote para ti, que gusto.
    Chau!!

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