sábado, 3 de diciembre de 2011

Sentimientos torcidos.

La niña duerme, agotada, ausente. En sus sueños está en su cercano hogar, junto a su madre quien prepara la comida  dentro de su querida y destartalada casa de madera, tan difícil de calefaccionar en invierno, mientras ella juega en su patio de tierra sin rejas. Duerme profundamente con los restos resecos de lágrimas en sus mejillas, apretando una muñeca como el último vestigio de lo que se anhela recuperar, en una habitación infantil postiza y contaminada. No oye los golpes en la puerta, tampoco el angustioso ruego de su madre que desesperada le busca, pidiendo una sola noticia que se le niega con veraz cinismo y fingida preocupación. Solo uno de los vecinos miente, pero todos parecen ayudarla. La ridícula sonrisa que aparece en su rostro al cerrar la puerta es reflejo de una vana victoria de su repugnante propósito y turbios sentimientos. Contempla a la pequeña con nerviosa ansiedad, pretendiendo una correspondencia imposible, comprada con chocolates e hipócritas invitaciones en un descuido hecho oportunidad, mientras su mente vaga por torcidos senderos que le regocijan su viciada alma, intoxicada de falsa bondad y sentimientos descompuestos. Se siente seguro, casi como si llevara a cabo un mandato divino, como si fuera capaz de cualquier cosa mientras la niña esté en su poder, como nunca, jamás en toda su vida se a sentido. La niña despierta, recordando sentimientos que solo sus sueños habían logrado diluir, ya no quiere dulces ni juegos ni tampoco seguir oyendo su espantosa voz, él no duda en convertir sus proposiciones en amenazas, en demostrar su enteca superioridad frente a la infante, en imponer sus reglas, pues esta es su victoria ante un pasado que lo atormenta como el buitre a Prometeo.

El grito traspasa, fuerte y agudo las, hasta ese momento, cómplices paredes de reseca madera, el miedo y la angustia lo invaden como si todo el océano se le cerrara encima, le tapa la boca pero no logra silenciar las voces del exterior, los pasos, los golpes en su frágil refugio, la puerta que se abre y las excusas que se le atoran en la garganta sin que tuvieran siquiera una sola oportunidad de salir. Las balas lo atraviesan hasta que el percutor ya solo golpea en vano el metal, esta vez no habrán segundas oportunidades, esta vez cayó quien debía caer.

3 comentarios:

  1. Hola León. Temía que el final de esta entrada fuera diferente,contigo hay que esperarse de todo.Saludos! =)

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  2. Hola Beeelce!!...el final fue una pequeña descarga con respecto a lo que por lo general no sucede... las víctimas no aparecen y los victimarios viven en cárceles especiales...Puaj!!!

    Saludos, y cuídate mucho.

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  3. Muy bueno me encanto el relato y sobre todo el final¡¡¡¡

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