domingo, 18 de diciembre de 2011

Autopsia. Primera parte.

La Autopsia.

Primera parte.

I.


La lluvia caía con una violencia inusitada, haciendo más difícil la visibilidad de una noche que de por si, ya era demasiado oscura. Dos hombres conducían la carreta totalmente empapados, tratando de mirar por debajo de sus gruesos sombreros que a duras penas contenían el chaparrón que se precipitaba totalmente perpendicular al suelo, sin embargo, la noche y el clima eran cómplices de la labor que llevaban a cabo, manteniendo a los curiosos alejados. El clásico sonido de las ruedas despegándose del barro arcilloso era un constante murmullo que acompañaba al insistente repiqueteo de los goterones sobre el cajón de madera que llevaban en la parte de atrás, el cual, de tanto en tanto, se golpeaba contra el vehículo al compás de las irregularidades del camino, haciendo evidente la existencia de un bulto en su interior.

La carreta se detuvo bajo un precario techo de tejas arrimado a una casona en deplorable estado, ubicada en una extensa y abandonada propiedad de los familiares del más joven de los dos hombres, este fue el primero en descender, abrazado a si mismo tratando de proveerse algo de calor, miró en derredor, nervioso, acusando lo poco honesto de sus actividades y lo poco acostumbrado que estaba a ellas. Aún desconfiado entró en la casa. Ayudado de una vela echó un rápido vistazo, una considerable capa de polvo, que en algunos lados formaba un finísimo limo producto de la buena cantidad de goteras, cubría toda la superficie del piso y de los pocos muebles que habían, al igual que en las paredes. Debajo de las ventanas, tanto de las rotas como de las intactas, el agua había entrado asociándose a la tierra, formando grotescas manchas que se descolgaban hasta el suelo. Acomodó una mesa más cerca de la entrada y dejando la vela cerca, volvió a salir, donde el otro hombre le esperaba para bajar el ataúd que traían y llevarlo dentro. Mientras el joven se ocupaba con algo de trabajo de encender la también húmeda chimenea para iluminar y calefaccionar el lugar, el otro hombre comenzó la tarea de abrir el cajón para poder estudiar el cadáver. Con la ayuda de un fierro aplanado comenzó el viejo médico a despegar las tablas impregnadas de humedad que se rendían sin oponer demasiada resistencia, una vez terminado esto, se sacó el abrigo tan empapado como el resto de su ropa, se remangó la camisa y tomó la vela encendida para iluminar el cuerpo. Isabel Vásquez llevaba muerta casi seis meses, su deceso se había producido luego de una corta pero traumática agonía, tanto para ella como para sus familiares y sirvientes, de tan solo dos días. En esos dos días, la joven de diecinueve años, había pasado de una salud perfecta, a un agotamiento crónico, una completa incapacidad de su cuerpo para recibir o procesar cualquier alimento o líquido, un profuso e inexplicable sangrado interno que afloraba por los orificios del cuerpo y una anormal seguidilla de fracturas de sus extremidades que no obedecían a ninguna causa ni remotamente racional y que mantuvieron a todos sus cercanos en vela tratando con desesperación pero inútilmente de apaciguar los agudos dolores que la muchacha sentía en su lecho. El médico de la chica, luego de que esta murió, sugirió una cirugía post mortem, con la intención de averiguar las causas de un deceso absolutamente irregular, lo cual fue tajantemente negado por la familia, por considerarlo una profanación contraria a los valores Cristianos. Solo el joven novio mostró profundo interés en llevar a cabo una autopsia, convenciendo al médico de hacerla a escondidas en el menor lapso de tiempo posible.

“Santa Madre de Dios, el médico tragó saliva, ¿qué diablos está pasando aquí?” curiosa mezcla de lenguaje santo y profano que brotó de sus labios al contemplar el cuerpo de la muchacha dramáticamente adelgazado pero sin rastros de descomposición. Una hinchazón leve en el bajo abdomen, como si algo estuviera inflándose bajo este, acaparó la atención del viejo y del muchacho, quien se acercó atraído por el intrigante tono de voz del doctor, “Oh, por Jesucristo…” fue todo lo que pudo pronunciar el joven al observar el cuerpo demacrado de la que era su prometida, mientras recibía la vela de manos del viejo.

Un fétido hedor se esparció en el ambiente en el momento en que el escalpelo, luego de haber cortado horizontalmente bajo las clavículas, rasgaba la piel por la línea del esternón hacia el pubis y que obligó al muchacho a retroceder con el rostro descompuesto por el asco, buscando en su bolsillo un pañuelo con el que se cubrió la boca y la nariz mientras el médico, inmutable, le miraba impaciente en espera de que volviera con la precaria pero imprescindible luz para poder seguir su trabajo, “esto recién comienza muchacho, te advertí que…”, “continúe, continúe”, el joven le interrumpió, haciendo un enorme esfuerzo por dominarse, volvió a iluminar el cadáver, pero esta vez, manteniéndose tan alejado como la extensión natural de su brazo le permitía. El médico notó que el cuerpo se descomponía sólo internamente, lo cual contradecía todas las leyes naturales al respecto. Continuó. Una vez abierto el tronco por completo, comenzó el examen de los órganos, de los que no se podía obtener demasiada información, las larvas y gusanos trabajaban afanosamente en su impostergable labor de hacer desaparecer el material orgánico, pero manteniendo la “cáscara” anormalmente incólume. Al llegar a la parte baja del vientre, el doctor retiró las manos como si hubiese tocado algo sumamente desagradable, la inefable expresión de su rostro, mezcla de interés, asombro y un poco de miedo, atrajo la curiosidad del muchacho quien se asomó nuevamente a echar un vistazo, “¿qué?... ¿qué ocurre?”, el viejo ni siquiera le miró, “su útero… esta muchacha… está… está, preñada”, el joven respondió alteradamente ofendido “¡eso es imposible!, ¿qué está diciendo?, ella sería incapaz de…”, el médico le quitó la vela de las manos para acercarla y observar mejor, “muchacho, no me estás entendiendo, digo que este cadáver esta llevando a cabo un proceso de gestación con absoluta normalidad, bueno, el doctor se corrigió a si mismo, mejor dicho, como si estuviera vivo” el joven se despegó por unos segundos el pañuelo de su cara, profundamente consternado, “…eso es imposible…” repitió, recién en ese momento el doctor le dirigió la mirada “¡¡soy médico!!, ya sé que eso es imposible, pero a juzgar por lo que veo, esta chica tiene por lo menos unos cuatro meses de em…” el médico se detuvo abruptamente, sorprendido por su propia mente, “oh por Dios, estamos hablando de un cuerpo que lleva casi seis meses sepultado, lo que significa…”, el joven seguía las reflexiones del doctor adivinando las palabras y terminando la frase “¿Qué Isabel fue embarazada…estando bajo tierra?”, el viejo volvió la vista al aparentemente sano vientre de la muchacha, y asintió con la cabeza…

La lluvia aún azotaba las tejas como si pretendiera atravesarlas cuando ambos hombres salieron, volteándose para observar por la puerta el interior, ahora, absolutamente iluminado por un fuerte y amarillento resplandor que hacia danzar aparatosamente las sombras que quedaban en el interior de la casona. Todos los muebles de la casa, algunos papeles, y restos de leña, lucían apilados en el centro de la habitación y sobre el cadáver de Isabel ardiendo en enormes llamas que lamían con apetito, el alto cielo del cuarto y llenando poco a poco todo el lugar de humo e incertidumbre. Mientras el doctor se ponía el abrigo nuevamente para volver al coche, el muchacho observaba las llamas, inmóvil aún tratando de digerir todo lo que había visto.





León Faras.

2 comentarios:

  1. Hola desde acá,ayer estuve aquí pero ya no pude dejarte mi comentario,me ha gustado mucho la entrada,me hiciste meterme de lleno a la historia,casi casi que también me tapo la nariz já...ni idea de cómo ibas a terminarla,valió mi espera para leerla =)

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  2. Hola Belce, sabes?...a mi también me gustó esta historia, de hecho, ya empecé una continuación que espero no "destiña"...

    Saludos y gracias por tus visitas!!!.

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