jueves, 19 de enero de 2012

Lágrimas de Rimos. Primera parte.

VIII.


El  otero de Cízarin, aquel cerro que domina, solitario, las inagotables llanuras,  no es similar a otros cerros, su forma no es cónica, sino más bien tubular, es decir, su base y su cima son más o menos del mismo diámetro, como si hubiese sido empujado desde abajo. Su circunferencia es tierra y roca desnuda, pacientemente labrada por la erosión, salvo por escasas especies vegetales forzosamente adaptadas para vivir en un ambiente totalmente vertical. Pero su cúspide, se podría decir que es casi por completo una selva, casi, porque aquí fue construida una pequeña porción de la ciudad, la más lujosa y ornamentada, rematada por el no menos impresionante castillo de Cízarin, una construcción rectangular con un amplio patio interior, donde la vegetación nativa convive con un leve y delicado urbanismo, donde se mezclan añosos árboles con senderos pavimentados, finos asientos de piedra con enredaderas atrevidas y vigorosas, trabajadas piletas donde el agua fresca nunca se detiene de correr con pequeños arbustos de tronco torcido y ramaje denso, tierra negra y fértil con losa blanca y acérrima. El palacio cuenta con tres pisos, todos ellos un alarde de artístico lujo, y está fijado sobre una formidable plataforma formada de piedras hábilmente acomodadas que en su parte frontal mide lo mismo que uno de los pisos, y está escoltado por sus características doce torres. La escalera que nace en su entrada se conecta con las partes más altas de la ciudad ubicada a los pies del otero, la cual reposa apoyada en este, como si uno pretendiera sostener al otro. Esta es una de las formas de acceder a la ciudad alta, pero es solo peatonal, para cualquier vehículo es imposible llegar por el frente, para ellos se construyó un firme camino de madera sostenido por vigas, que rodea el otero unas ocho veces en espiral hasta alcanzar la cima por uno de sus costados.

Dos increíbles ruedas de madera giran incesantemente, propulsadas por el infatigable río Jazza, conectadas por un poderoso eje a un complicado mecanismo formado por engranajes que asemejan toscos y desproporcionados timones de barco construidos de durísima madera, los cuales mueven una gigantesca correa provista de tiestos que, luego de sumergirse en las aguas, recogen porciones de estas y las empinan hasta las partes más altas de la ciudad construida sobre el cerro, para depositarlas en una piscina desde la cual, por venas subterráneas, se alimentan las numerosas piletas de la ciudadela, desde donde el selecto grupo de habitantes que vive allí, se provee del vital elemento. Para el resto, cuyo puesto social o económico no les permite morar en las alturas, deben conformarse con los canales que distribuyen el agua en la ciudad baja, o en su defecto, contratar los servicios de la abundante mano de obra que habita los suburbios para que se la traslade al lugar requerido, entre ellos el siempre dispuesto Dan Rivel. Este se desplaza por uno de los callejones de la bella ciudad, rumbo a la arteria principal, el lugar donde el comercio se concentra, siempre en busca de formas de ganar dinero, aunque esta vez su prioridad es otra, desayunar, lo cuál no es problema en Cízarin, una ciudad acostumbrada a recibir visitas, sobre todo caravaneros y comerciantes que después de largos viajes para conseguir y transportar sus productos, llegan con la intención de recuperar sus fuerzas y como hay gran demanda también la oferta ha crecido, pudiendo encontrar locales destinados a colmar cualquiera de las necesidades del hombre y en una variedad inverosímilmente ajustable a casi cualquier presupuesto. La avenida es ancha, con un notable y constante tránsito de personas y vehículos y desemboca en una plaza siempre atestada de gente de todas las condiciones preocupadas todas ellas de hacer una de dos cosas, comprar o vender algo. Por todas partes hay vendedores tanto establecidos como ambulantes, que con estridencia se hacen escuchar por sobre el omnipresente alboroto, pudiendo encontrar casi cualquier producto o servicio que se necesite, desde lo más básico a lo más exclusivo o desde lo más módico a lo más opulento. La constante presencia de soldados patrullando a caballo y a pie, hace que las transacciones se realicen con cierta confianza, además de la existencia de un grueso poste erguido en medio de la plaza en el cual, de tanto en tanto, aparece algún pobre infeliz atado a este de incomodísima forma, de rodillas con una corta  cadena sujeta desde una estaca en el suelo al cuello y los brazos atados a la espalda por una cuerda dirigida a la punta del poste que es forzada levemente hasta producir un pequeño pero constante dolor en los hombros, a pleno sol y a vista y paciencia de todo el mundo, castigo que puede durar varios días dependiendo de la gravedad del delito o de las influencias del afectado y que durante el cual, el condenado no recibe ningún tipo de ayuda o suministro. El respetado poste tiene capacidad para castigar a cuatro hombres a la vez, aunque rara vez es utilizado en su totalidad, su sola presencia es suficiente para desincentivar a los más desesperados o más estúpidos, porque el trabajo en Cízarin, no es problema. Todo esto es parte de la política de Cízarin, enfocada a mantenerse como el paraíso del comercio, donde puedan moverse con seguridad las riquezas de los visitantes y mantener la particular forma de vida de su realeza.

Dan Rivel se detiene frente a un estrecho y largo local de comida rápida y barata, cuyo dueño conoce hace mucho. Apetitosos vapores escapan del lugar, atravesando la grasienta celosía sobre el dintel, vapores que impacientan el sistema digestivo del joven carretero y que compiten en el ambiente con los perfumes que emanan del local contiguo, una casona de dos pisos que refleja una innegable pujanza económica, y un notable gusto enfocado a satisfacer los sentidos, un prostíbulo, cuya calidad se evidencia no solo en la fachada del edificio, sino también en el hecho de que las mujeres no están a la vista, de hecho, el primer piso carece de ventanas en su frente y la única entrada da de inmediato con una escalera que conduce al segundo piso, cualidad estructural muy popular en este tipo de locales, es decir, mientras menos categoría tenga el burdel, más expuestas están las mujeres que ahí trabajan, hasta llegar a aquellas que ofrecen sus servicios directamente en la calle.

A esa hora de la mañana la clientela es escasa, por lo que encontrar un buen sitio en aquel estrecho lugar es fácil. La comida no puede jactarse de ser nutritiva o equilibrada pero algo sí puede asegurar, que las tripas no volverán a protestar hasta dentro de un buen rato, y para Dan, eso es todo lo que cuenta. Al cabo de una corta espera, una tortilla horneada y rellena con una indescifrable y humeante mezcla de ingredientes fritos pero de un aroma innegablemente apetitoso, aterriza frente al hambriento carretero, este, luego de sobarse las manos con una sonrisa de satisfacción, la agarra con cuidado, como si temiera despedazarla, y se la acerca a la boca, abierta más allá de las capacidades naturales de esta, pero en el momento en que sus salivosas mandíbulas se iban a cerrar, una mujer de mediana edad aparece en la puerta del establecimiento y se dirige al dueño de este, “Disculpe señor, ¿Quién es el dueño de la carreta que está afuera?” dijo, apuntando el vehículo de Dan, el  hombre, sin decir palabra y sin quitarle la vista de encima a la mujer apuntó a su lado, al delgado y desgarbado hombre que trataba de masticar un enorme y jugoso trozo de tortilla, Dan depositó amorosamente su desayuno en su plato y le hizo señas a la recién llegada apuntándose a si mismo y limpiándose con la otra mano el aceitoso líquido que le brotaba por las comisuras, esforzándose notoriamente por tragar, Rivel se acercó a la mujer, esta tenía el aspecto de una campesina pero vestía bastante bien, era posible que tuviera un negocio y que le estaba yendo muy bien o que trabajara para alguien que le iba aún mejor, una de las cejas de la mujer se levanto involuntariamente al ver al carretero, quien llegó mostrando una amplia sonrisa, la mujer, sin sonreír, también mostró sus dientes pero apuntándose uno de sus incisivos, dándole a entender al joven que traía algo pegado a los suyos, Dan se los limpió, pero no volvió a sonreír, “Necesito que haga un trabajo para mí, ¿cree que pueda trasladar algunas cosas al castillo?”, la mujer ya no mostraba la misma amabilidad que cuando llegó, “¿Quiere que vaya con mi carreta a la ciudad alta?, tardaré toda la mañana en llegar allá”, “no le estoy pidiendo que vaya gratis, además si no puede buscaré a alguien que pueda”, la mujer dio media vuelta amenazando con marcharse pero Dan la detuvo, tocando levemente uno de los brazos de esta pero retirando su mano de inmediato, la mujer se dirigió una mirada a su manga como si un insecto hubiese hecho caca en su ropa, luego miró los aún aceitosos dedos del hombre, este, con una incomoda sonrisa, oculto sus manos tras de si, “disculpe, no, no, si claro que puedo, yo puedo trasladar lo que usted quiera adonde usted me lo pida, es solo que es un viaje largo y casi completamente de subida, ¿me entiende?, le saldrá un poco más  caro que…” Dan trataba de justificarse, para obtener un buen precio por su trabajo, “no se preocupe, son suministros para el castillo, se le pagará bien, si eso es todo lo que le preocupa, pero necesito que salgamos lo antes posible, ahora mismo” “sí, sí, por supuesto” Dan se dirigió rápidamente en busca de su desayuno para llevárselo consigo, dejó unas monedas sobre el mostrador y salió nuevamente, diligentemente montó en su carreta y le tendió una mano a la mujer para ayudarla a subir, pero esta le dio una mirada como si el hombre quisiera hacerle una broma de mal gusto, por lo que Dan solo se limitó a mirar hacia el frente, incómodo y esperar pacientemente a que su acompañante se instalara a su  lado por sus propios medios.




León Faras.

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