jueves, 9 de agosto de 2012

La Prisionera y la Reina. Capítulo uno.

IV.

Lorna movía el trasero con exagerada intención mientras subía las escaleras de la taberna donde trabajaba, casi arrastrando de la mano entre la multitud de prostitutas y clientes que llenaban el lugar en toda su extensión a Serna, un joven guardia de las catacumbas en su noche libre. La mujer guiaba a su cliente hacia las habitaciones en la parte alta, una en particular que era la acordada. Pasaron junto a una pareja que fornicaba en un rincón de pie y vestidos, señal de que no habían cuartos disponibles, pero para ella el cuarto debía estar reservado desde hacía rato según lo acordado, se dirigió a la última puerta del pasillo y entró con autoridad, pero debió detenerse en seco, una colega estaba a la mitad de su rutinaria labor brindándole un servicio a un sudado y esforzado cliente que parecía al borde del colapso cardiaco mientras que ella aún no se despeinaba, esta le indicó a Lorna con el dedo la habitación de al lado y Lorna, luego de una mueca de marcado disgusto, mutó a una sonrisa encantadora con la que arrastró a su cliente a la puerta anterior. Esta sí parecía desocupada, pero una vez entraron los dos, la puerta se cerró de golpe y dos hombres saltaron sobre el desprevenido Serna, tirándolo al piso e inmovilizándole las manos en la espalda, mientras la mujer cruzaba las piernas sentada sobre la cama totalmente ajena a la situación. El sorpresivo atentado se debía a que los dos hombres acusaban al guardia de haberlos traicionado, previniendo a Rávaro de que la mujer que había tomado como amante estaba maldita y que su vida ahora pendía de la de esa mujer, acusación que Serna negaba con tajante desesperación y sin disimular ni un ápice su miedo, se defendió diciendo que Rávaro había sido prevenido por otro amante de la mujer el cual quería salvar su propia vida, lo que carecía de veracidad, pues la misma mujer maldita aseguraba que nadie conocía su condición, pero Serna insistía con vehemencia. Luego, en un intento por salvar su vida, el guardia quiso cooperar con información nueva, les habló sobre los planes de Rávaro de eliminar a su hermano, sobre la criatura encerrada en las celdas capaz de matar incluso a un semi-demonio, sobre lo beneficioso que sería dejar que Rávaro cumpliera con su plan antes de eliminarlo, porque no había otra forma de deshacerse de su hermano y sobre lo conveniente de esperar un poco antes de eliminar a la mujer maldita y con ella a su despreciable amante. Los hombres insistían en eliminar al traidor, pero Lorna, quien hasta ese momento solo oía con indiferencia, decidió creerle y ordenó liberarlo pero no sin antes amenazarlo que si le había mentido volverían a caer sobre él y ya no sería para matarlo, si no que le arrancarían los ojos y lo dejarían abandonado en la tierra de las bestias, donde el resto de su vida, durara lo que durara, sería un suplicio. 

Para Lorna, eliminar a Dágaro, el semi-demonio, era algo que estaba dentro de sus deseos, pero fuera de su alcance, la información de que Rávaro no solo planeara hacerlo, si no que además que contara con los medios era sumamente interesante, de ser cierta, estaba dispuesta incluso, a esperar cuanto fuera necesario, con tal de que sus deseos se cumplieran a cabalidad.


León Faras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario