viernes, 24 de agosto de 2012

Relato erótico. Dos.

Domingo.

Café frío. (1/2)

No te sentí llegar anoche, me hubiese quedado otro rato contigo, pero estaba perdiendo mi batalla contra el sueño y el agotamiento y no había más remedio que buscar la cama. Lo cierto es que cuando desperté estaba tu cuerpo, no sé si consciente o inconscientemente, perfectamente amoldado a la cavidad interna que dejaba el mío, aún dormías plácidamente y al parecer no estaba dentro de tus planes más próximos despertarte. Yo a esas alturas ya tenía más que completa mi cuota de horas de sueño, por lo que quedarme ahí, a tu lado, como cierta parte de mi cerebro sugería insistentemente, iba a acabar cortando tu descanso antes de tiempo, así es que lo mejor era salir con cautela, meterme dentro de un pantalón deportivo y salir de ahí como un gato. En poco tiempo ya tenía mi agua caliente y amarga, lista para beber mi poco nutritivo desayuno de fin de semana, ese que por más que lo pruebas no termina de convencerte. Arrastré la alfombra para sentarme en el suelo junto al librero, la iluminación es excelente por la mañana y tomé uno de tus libros, de esos de los que me has hablado tantas veces en largos paseos sin rumbo o en esos momentos en que al finalizar el día compartimos un reducido espacio de simple compañía. Apoyado en la pared lo abro en cualquier página, sabes que no correrán ningún peligro en mis manos, leo párrafos y me salto páginas, internándome en situaciones inconexas como un sueño, saboreando el amargor de mi bebida en la vida de personajes ficticios. 

 El aroma del café te precede como las golondrinas preceden la primavera, no necesito verte para saber que estás ahí, como tú no necesitas buscarme para encontrarme, llegas con un tazón humeante en las manos y yo devuelvo el libro a su lugar para que te respaldes en mí. Sentados ahí, el aroma de tu cabello se mescla con el del café demasiado caliente para beberlo, el espacio que ocupamos en la alfombra se reduce cuando pegamos nuestros cuerpos, hablamos trivialidades con la mente puesta en el calor que se transmite de uno al otro, en el roce de texturas, en las inocentes caricias que no son otra cosa que un llamado del inconsciente, una insinuación de un deseo siempre pendiente, de una deuda al instinto que nunca termina de pagarse. 

Mi mano recorre tu espalda de arriba abajo solo con las yemas de los dedos en lenta distracción nacida de la costumbre, como un mecanismo que automáticamente se pone en marcha al tenerte cerca, luego tu mano en mi rostro, las bocas se atraen, las lenguas se tocan, se invaden, profanándose mutuamente en sus tibias moradas. Apenas y se separan para que tú te vuelvas hacia mí, cruzando una pierna por encima de las mías y descansando tu peso sobre ellas, tus manos sujetan con fuerza mi cabeza, como si pretendiera zafarme, las mías tu cadera, como si temiera caer, desde ahí resbalan a tu cintura y ascienden con firmeza y ansiedad controlada, arrastrando lo que encuentran a su paso para volver a caer por tu espalda hasta el final, nuestros cuerpos se empalman, provocando conscientemente deliciosa fricción, que embelesa y desespera por igual. Mientras recorro tus muslos, tus manos llegan a la pretina de mi pantalón, la sujetas y te arrastras hacia atrás llevándotelos contigo, te ayudo alivianando el peso de mi cuerpo para que lo consigas, luego tu aliento llega a mi entrepierna, tus manos allanan el camino que tu lengua y tus labios han de seguir, te quedas ahí por un rato, mientras yo siento el calor y humedad de tu boca, tu movimiento calculado que no precipita ni apresura, la cálida presión que envuelve y se desliza con suavidad, variando la cadencia a tu antojo, subiendo y bajando en esa altruista labor de entregar satisfacción al otro, pero este no es un propósito, si no un paso, y pronto posas tus labios en la periferia de mi ombligo, en mi estómago, recorriéndome en cortos y rápidos saltitos que buscan mis labios. Los encuentras, entonces nos levantamos hasta quedar ambos erguidos sobre nuestras rodillas, mis manos buscan desprenderte de la ropa que te cubre bajo la cintura, y tú me lo intentas facilitar pero te encuentras arrinconada contra ese antiguo mueble del que nunca nos deshicimos y cuya utilidad, siempre pusimos en duda. Solo te queda una salida y es hacia arriba, entonces te pones de pie, y yo de rodillas aún me comporto poco delicado con esas prendas que ya estorban. Mis besos son atropellados pero más prolongados de lo normal mientras tu ropa cae por tus piernas. Tu vientre, tus muslos, tu pubis pasan por mis húmedos labios en besos precedidos de un marcado roce de mi lengua, que se acercan y se alejan expectantes, de aquella hendidura donde tu cuerpo se bifurca, mientras mis manos intentan abarcar más de lo que la naturaleza les permite, sientes mi respiración agitada sobre tu piel, reflejo de lo anhelante que se vuelve un apetito y lo vertiginoso de saciarlo. De pronto todo el tiempo del mundo parece que se agota, los objetivos y prioridades se reducen a solo uno, de ahí en adelante nuestro acto se vuelve una caída libre donde no se puede evitar llegar al final por el camino más corto. 

Quizá sea por el instinto que los movimientos ya no son del todo conscientes, que la mente parece moverse más rápido, que la inercia obra sobre nosotros, pero me encuentro de pie frente a tu espalda, tus manos se aferran al mueble que hasta hace solo un rato parecía incapaz de prestar ningún servicio valorable, me apego a ti buscando el sabor de tu cuello y siento como tu cuerpo me contiene, mis manos se arrastran por debajo de la poca ropa que aún conservas hasta tus senos y las tuyas hacen lo posible por alcanzar mi nuca, luego bajo por tu cintura y me deslizo fugazmente por tu entrepierna, tu columna se curva en una reacción involuntaria, desde ahí a tu espalda que no tardas en inclinar hacia delante para precipitar la unión de nuestras carnes. Entro en ti con menos delicadeza de la habitual, la lubricación en ambos es evidente y compensa la atolondrada premura que arrastramos hace rato, una de mis manos se sujeta en la parte donde tu cuerpo se quiebra para permitirme recorrer tu espalda con la otra sosteniendo el vaivén de mi movimiento, de tu respiración agitada comienzan a nacer gemidos cada vez con más frecuencia. Me sostengo con fuerza de tu cintura disminuyendo mis movimientos a embistes lentos y profundos en un remanso para recuperar el ritmo de nuestra respiración y que aprovecho para besar tu espalda y recorrer tus piernas, en poco rato reinicio al ritmo que nuestro deseo está exigiendo, tus gemidos se dejan escuchar mientras noto que tu cuerpo se estrecha hacia mi alejando tu cadera del mueble que resiste inesperadamente bien. En un arrebato nacido solo de la ansiedad, escurro mis manos por debajo de tu ropa hasta tus hombros de los que me sostengo para acelerar mis movimientos, tu espalda se curva, tu mano busca mi muslo y entre gemidos contenidos a medias y palabras entre cortadas anuncias lo que todo tu cuerpo acusa, un orgasmo te recorre debilitando tus músculos por un instante al mismo tiempo que instintivamente buscas enderezarte manteniendo la curvatura de tu espalda, te acaricio buscando tus senos de pezones endurecidos, siento toda tu piel con insipiente humedad al igual que la mía, te beso y te huelo ávido de tu esencia, del sabor de tu piel sudada, para luego dejarte ir hacia adelante nuevamente, recuperando la posición que mejor acomoda a nuestra faena, mis movimientos se reanudan, con un ritmo moderado pero constante, mis manos resbalan por tu piel repasada insistentemente. El final ya se siente cerca y me apresuro, la rápida fricción que se produce en tu cavidad ya con la sensibilidad a flor de piel precipita otro orgasmo, siento como lo contienes al notar que lo vertiginoso del acto es señal de que pronto acabará en un orgasmo compartido que no demora en llegar, sorpresivamente te yergues, y mis manos que sujetaban tu cadera, te recorren por tu cintura, tu estómago, tus pechos, tus costillas sin hacer pausa en ninguno de ellos, mientras placenteras sensaciones nos recorren como si se pasaran de una cuerpo al otro. Manteniendo la posición nuestros labios y lengua se buscan, nuestros cuerpos permanecen juntos sin intención de separarse, y tus manos buscan las mías para aprisionarlas contra tu piel. 

Algunos minutos después, el agua deliciosamente tibia de la tina casi llega a su límite cuando entras en ella, te acomodas entre mis piernas dándome la espalda, te recuestas sobre mí y yo te abrazo, puedo escuchar que en el equipo de música comienza a cantar Alannah Myles, Black velvet, “terciopelo negro”, eso despierta mi imaginación, entonces cojo la botella del shampoo, vierto una generosa porción en mi mano y me entrego a acariciar tu negra cabellera en un acto que será tan grato para ti, como para mí.


León Faras.

2 comentarios:

  1. UuuuuY!!ese "ok me gustó" no me es suficiente, es lo que le sigue y más. Exagero? no lo creo.
    Saludos León!!! Creo que me costará un poco dormir, está bastante despierta mi imaginación.

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  2. Hola Belce!!! Gracias, muchas gracias por darte la vuelta por acá y sí es suficiente con ese "ok me gustó", de verdad que sí.

    Espero que todo vaya muuuy bien contigo.
    Un abrazo, chauss!!

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