martes, 30 de abril de 2013

Del otro lado.

III. 


Aún estaba impregnado de ese aroma a fruta artificial el pequeño envoltorio que Laura sostenía en sus manos, mientras lo frotaba por inercia. En cuclillas en medio de la polvorienta cancha donde lo había encontrado, oteaba en derredor con algo de preocupación en el rostro, el papel de chicle parecía nuevo, limpio y fragante. Se puso de pie sin soltarlo y dio unos pasos lentos, pesados, tal vez por tantas ideas y conclusiones sin lógica que se atropellaban en su mente. Las hojas secas y huérfanas de sus árboles ausentes estaban esparcidas por todas partes, jugueteaba con ellas con los pies como una niña mimada que renuente a comer, juega con su comida, levantó la vista, y algo absurdamente extraordinario le llamó la atención, algo que solo podía ser extraordinario para ella en ese día fuera de lo común, al fondo de la multicancha, tras el arco de futbol y entre este y el camino que bordeaba la cancha, había un arbolito, pequeño y desnudo, el único que había encontrado de todos los que habían, se acercó emocionada, casi trotando, había sido uno de los primeros en sucumbir a las consecuencias de los permanentes juegos de pelota y a las constantes carreras de bicicleta que los muchachos del barrio organizaban. El árbol estaba muerto y reducido a un palo seco enterrado en la dura tierra a orillas de la cancha, el único árbol que encontraba en toda su población y estaba completamente seco hasta las raíces, eso era frustrante, seco igual que las hojas secas que abundaban por todas partes y que parecían multiplicarse sin que hubiesen árboles de donde caer.



            Una hoja, tan seca como las demás, pasó junto a su pie dotada de algún tipo de fantástica animación, luego fueron docenas las que la imitaron, Laura las observó intrigada, corrían impulsadas por una brisa que ella no sentía, la multitud de hojas se dirigía en una misma dirección, algunas elevándose y comenzando a dibujar espirales, suaves remolinos, la muchacha se giró sobre sus talones para ver lo que estaba sucediendo, cuando una verdadera pared de tierra, papeles abandonados y hojas secas ya estaba encima de ella, a medias alcanzó a cerrar los ojos ante la inmensa polvareda arremolinada que la atravesó, instintivamente, apretó los párpados, los labios y hundió su cabeza entre los hombros, pero solo un par de segundos, luego con desconfianza abrió uno de sus ojos, antes de relajarse por completo. No había sentido nada, ni el viento, ni el polvo, ni que alguna hoja la hubiese tocado, nada, tampoco algún movimiento de su falda o de su cabello, el remolino de tierra ya se diluía en uno de los ángulos formados por los edificios, y las hojas que habían sido elevadas, caían varios metros más allá desprovistas de la animación que recientemente habían recibido. Se quedó perpleja por varios segundos, había visto el torbellino de tierra en sus ojos antes de alcanzar a cerrarlos y eso no le había producido ninguna molestia, ni siquiera había sentido el aire al pasar entre su ropa o sus cabellos, el instinto la llevó a tocarse con ingenuidad, a tocarse la cara, la falda, el pelo, sí se sentía, no podían simplemente atravesarla como si no estuviera ahí. Sonrió con el ceño fruncido y comenzó a caminar, aquello era imposible, seguramente que sintió el viento pasar pero no se dio cuenta, y la rareza del día la estaba haciendo pensar cosas raras, divagando y además sugestionándose, porque en una fracción de segundo en que dirigió la vista a la calle que pasaba por fuera de la población, allá al fondo donde estaba el pequeño patio con juegos infantiles, vio un microbús detenido, como esperando su turno para pasar pero inmediatamente después, cuando volvió la vista, ya no estaba. Al salir de la multicancha se adentro en los blocks que estaban más al extremo yendo en sentido contrario de su casa y de la calle, uno de los departamentos tenía la luz encendida y Laura se asomó con disimulo, no quería que la sorprendieran husmeando, logró ver una mesa servida con café humeante y tostadas, pero nadie cerca y ningún sonido, se hubiese quedado a esperar a que alguien apareciera, pero si ese café estaba caliente entonces alguien debía estar cerca, además el hombre que vivía allí no le agradaba, se llamaba Richard, le llamaban “el Chavo” y le parecía un tipo raro, turbio, peligroso, por lo que siguió su camino, en el segundo piso y en el 204 vivía Loreto Erazo, “la Lore”, eran amigas desde que llegó a vivir ahí y ahora que tenía un hijo recién nacido no salía a trabajar por lo que seguro que debía estar. Siguió su camino, no podía creer que no viera ni oyera a nadie en su camino, además de otras varias luces encendidas, se encontró con ropa tendida afuera de los apartamentos, toallas puestas en las ventanas, una boleta arrugada y tirada en el piso de la panadería con fecha de aquella mañana e incluso una puerta abierta de la que no salía ni un solo sonido. Golpeó con suavidad la puerta del 204, había luz prendida pero tampoco se oía nadie, Laura suspiró y lo volvió a intentar, no quería golpear demasiado fuerte o gritar por temor a molestar al bebé, quiso echar un vistazo por la ventana pero las cortinas cerradas no la dejaban espiar, iba a insistir pero se detuvo, la puerta de al lado estaba abierta, hace un segundo estaba cerrada, ella acababa de pasar por ahí y vio el número 203 cerrado y ahora estaba abierta, alguien la había abierto en ese preciso instante. La muchacha se acercó, con timidez se asomó, dejó oír un “hola” sin demasiada convicción y se atrevió a meter la mitad de su cuerpo dentro, era la casa de esa profesora jubilada que vivía sola y que siempre tenía problemas con todo el mundo, no le importaba recibir un reto de esa señora con tal de confirmar que había alguien más en este mundo aparte de ella aquel día. El mantel de la mesa se veía arrugado con varías migas de pan encima y la panera en medio con medio pan tostado, estaba el control remoto del pequeño televisor ahí, Laura entró y repitió el “hola” sin que recibiera respuesta, se acercó a la mesa tomó el control y trató de encender la tele pero no pudo, sin embargo varias luces estaban encendidas, tal vez no estaba enchufado, quiso comprobar su sospecha cuando oyó el primer sonido de toda aquella mañana, y era horrible, algo era triturado, algo duro estaba siendo molido insistentemente, puso toda su atención con intención de acercarse, notó que el televisor sí estaba enchufado pero no le dio más vueltas, se concentró en el sonido, de pronto se sentía un sonido de humedad, como si algo estuviera comiendo tal vez, sí, algo duro era triturado por una húmeda mandíbula, “¿Señora Inés?” dijo Laura aventurando que aquella señora estuviera cerca comiendo ávidamente algo como maníes o nueces quizá, “¡Señora Inés!” repitió un poco más alto antes de entrar a la cocina, pero aunque estaba cerca seguía el mismo sonido y ninguna respuesta, finalmente echó un vistazo y todo lo que vio fue un descuidado gato romano comiendo el alimento de su pocillo sin prestarle la menor atención, odiaba los gatos, prefería tener una rata como mascota pero no un gato, no le agradaba su postura altanera y ese soberbio aspecto de “sabelotodo” que destilaban, además de sus horribles sonidos y peores olores, pero ese era el primer sonido que oía y el único ser vivo que veía, aunque el animal seguía sin prestarle ninguna atención. No le quedaba más remedio que hacer amistad con ese bicho, pensó, y se acercó con un amable “gatito”, el animal dejó de comer, ella se acercó otro poco pero el felino no le dirigía la mirada, su plato tenía impreso el nombre Urano, talvez una marca. Laura repitió el “gatito” con toda la dulzura de la que disponía para los animales que no fueran gatos, pero el gato estaba estático, no seguía con su comida ni se movía, esperaba, pero esperaba qué, se decía la muchacha que finalmente decidió alargar una mano, la estiró hasta tocar al gato con la punta de su dedo en un costado pero este soltó un grito agudo y destemplado y saltó engrifado medio metro según la chica, como si hubiese recibido el susto de su vida, el mismo susto que recibió Laura y que junto con el animal corrieron en direcciones opuestas, él al dormitorio, ella hacia la puerta de calle que, aunque en ese momento no se detuvo a pensarlo estaba cerrada, cuando ella la había dejado siempre abierta, con el susto tardó un poco en abrirla y salió corriendo de ahí y no se detuvo hasta llegar de nuevo al medio de la multicancha.


León Faras.

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