VI.
Cornelio se sirvió un trago y se
dejó caer en el asiento de su escritorio, estaba cansado, tenía el dinero de
ese día frente a él iluminado por tres velas en un candelabro, se llevó un
nuevo cigarrillo a la boca y lo acercó a una de las velas para encenderlo pero
esta se apagó sin ningún motivo aparente mientras las otras siguieron
encendidas, Morris escudriñó de reojo y con sus oídos su rededor, desconfiado,
nervioso, estaba completamente solo. Entonces decidió probar con la siguiente vela
la cual también se apagó como si algún bromista le hubiese dado un soplido, la
habitación se quedaba en penumbra, las sombras se multiplicaban y Cornelio
desistió de su intento, dejó el candelabro sobre la mesa con una sola vela
encendida y se volvió a acomodar en su asiento “¿Hace cuánto rato que están
aquí?” Preguntó. De su propia sombra proyectada en la pared tras él, salieron
dos figuras en direcciones opuestas que volvieron a perderse en las sombras de
los rincones, pasos y murmullos en la penumbra delataba que se trataba de
varios seres ocultos en la escasa luminosidad del lugar donde podían verse
oscuras siluetas moviéndose. Solo en ese ambiente de luz débil podían verse,
demasiada luz los volvía invisibles. “No hace mucho…” respondió una voz imposible
de definir si era femenina o masculina, “…Ya sabes, el frío se vuelve
insoportable” La temperatura a esa hora de la tarde había descendido bastante,
pero estaba lejos aún de volverse insoportable. Para Morris las voces eran
conocidas, y no era grato escucharlas ni menos la información que traían,
significaba que su ilusión se desvanecía y junto con ella también su poder, eso
le preocupó y justificadamente “Pero si apenas llegamos hace una noche…” “El
tiempo nada tiene que ver en esto…” se escuchó una voz desde un punto de la
habitación y luego continuaron otras similares pero desde otros puntos “…Sabes
que estás trasgrediendo demasiadas leyes con tus trucos…” “…no lo podemos sostener
por demasiado tiempo…” “…este no es un buen lugar. Estás demasiado a la vista”.
“Demasiado a la vista…” repitió Cornelio, no podía permanecer oculto siempre…
pero no le convenía exponerse demasiado, su negocio no era nada inocente y para
llevarlo a cabo había empleado fuerzas que no eran de este mundo y hecho tratos
difíciles de cancelar. Debía mantenerse en movimiento, no podía ejercer su
poder en un solo lugar, eran las reglas, y si las rompía, su entorno entero se
tambaleaba… y si llegaba a caerse, perdería todo.
Salió de su oficina alterado, llamando
con grandes alaridos a su segundo, Charlie Conde, quien estaba reunido con los
hombres que ya iniciaban los juegos de carta y las apuestas, las que por cierto
eran de cualquier cosa menos dinero. Llegó asustado donde su jefe, este lo tomó
por la solapa “Guarden todo ahora mismo. Nos largamos de aquí” Conde lo miró
sin comprender “Pero si hace un rato me dijiste que nos quedábamos aquí, que…”
fue interrumpido con brusquedad “Hay cambio de planes y no serás tú quien diga
lo contrario. Ubica a los mellizos y diles que mientras antes hagan su truco y
nos saquen de aquí, mejor será para todos” El pequeño Román Ibáñez escuchó los
gritos de Morris y le pareció realmente
muy mala la noticia, desde donde estaba, junto a los fondos de comida, comenzó
a gritar realmente molesto, “¡He estado todo el día esclavizado por ese
esperpento que llaman Mustafá, estoy hambriento y cansado y ni siquiera he
probado un bocado aun!” Cornelio se le acercó, realmente asombrado del valor de
ese hombre diminuto para hablarle así, pero no menos irritado por ello, “¿Acaso
piensas que te trato injustamente? ¿Qué lo que has hecho en tu vida merece
mejores recompensas tal vez?... ¿olvidas con tanta facilidad por qué estás
aquí?” Morris cada vez subía más el tono de voz mientras Román se mostraba
confundido y sin respuestas “¿crees que cumplir con tus obligaciones es peor
que lo que conseguirías allá afuera, lo que mereces? Es parte de mi negocio
recordarle a los miserables como tú porqué están en mi Circo y porqué es que
firmaron un contrato conmigo. Más te vale tener presente tu pasado y no olvidar
que puedo hacer que regrese…” dicho esto, Cornelio descargó un puntapié en el
fondo de comida caliente que se esparramó por el suelo de tierra, Ibáñez tuvo
que dar varios saltitos pequeños para no quemarse los pies “…Son muchos los que
se alegrarían de verte de nuevo, ¿verdad? Apuesto a que incluso Mustafá estaría
feliz de recordar viejos tiempos.” Cuando Cornelio terminó de hablar, no volaba
una mosca en todo el Circo, lo que hizo desesperar nuevamente a Cornelio “¿Qué
están haciendo todos parados sin hacer nada? ¡He dicho que nos vamos ahora
mismo!; ¡Carguen todo de una vez!” y luego haciendo un gesto de asco agregó “Y
que alguien se encargue de limpiar la jaula del “Tragatodo”. Huele como si
cargáramos con una piara completa”
Los hombres se pusieron a trabajar
en el momento, nada contentos pero sin chistar, Román Ibáñez sacó lo que quedó
dentro del fondo de comida y se lo guardó, luego se alejó para no trabajar, era
su forma de salirse con la suya. Charlie Conde ubicó al único al que le
encargaba todos los trabajos desagradables, a Horacio Von Hagen, para que
limpiara la jaula de Braulio Álamos que realmente olía peor que un corral de
cerdos y luego se fue en busca de los mellizos Monje, los choferes de los dos
camiones del Circo que compartían a medias una habilidad bastante práctica para
Morris y también para sí mismos, ellos detenían el paso del tiempo, su vida
continuaba como si nada mientras todo lo demás se quedaba estancado en una prolongada
pausa, habían vivido la mitad de sus vidas en esas pausas y por eso lucían como
ancianos aunque aun no cumplían los cuarenta. Detener el tiempo los ayudaba a realizar
sus exitosos trucos de magia que asombraban a grandes y chicos, y también a alejarse con todo el Circo sanos y salvos cada vez que era necesario del lugar donde se encontraban a otro
más seguro.
León Faras.
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