jueves, 21 de agosto de 2014

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

VI.

Cornelio se sirvió un trago y se dejó caer en el asiento de su escritorio, estaba cansado, tenía el dinero de ese día frente a él iluminado por tres velas en un candelabro, se llevó un nuevo cigarrillo a la boca y lo acercó a una de las velas para encenderlo pero esta se apagó sin ningún motivo aparente mientras las otras siguieron encendidas, Morris escudriñó de reojo y con sus oídos su rededor, desconfiado, nervioso, estaba completamente solo. Entonces decidió probar con la siguiente vela la cual también se apagó como si algún bromista le hubiese dado un soplido, la habitación se quedaba en penumbra, las sombras se multiplicaban y Cornelio desistió de su intento, dejó el candelabro sobre la mesa con una sola vela encendida y se volvió a acomodar en su asiento “¿Hace cuánto rato que están aquí?” Preguntó. De su propia sombra proyectada en la pared tras él, salieron dos figuras en direcciones opuestas que volvieron a perderse en las sombras de los rincones, pasos y murmullos en la penumbra delataba que se trataba de varios seres ocultos en la escasa luminosidad del lugar donde podían verse oscuras siluetas moviéndose. Solo en ese ambiente de luz débil podían verse, demasiada luz los volvía invisibles. “No hace mucho…” respondió una voz imposible de definir si era femenina o masculina, “…Ya sabes, el frío se vuelve insoportable” La temperatura a esa hora de la tarde había descendido bastante, pero estaba lejos aún de volverse insoportable. Para Morris las voces eran conocidas, y no era grato escucharlas ni menos la información que traían, significaba que su ilusión se desvanecía y junto con ella también su poder, eso le preocupó y justificadamente “Pero si apenas llegamos hace una noche…” “El tiempo nada tiene que ver en esto…” se escuchó una voz desde un punto de la habitación y luego continuaron otras similares pero desde otros puntos “…Sabes que estás trasgrediendo demasiadas leyes con tus trucos…” “…no lo podemos sostener por demasiado tiempo…” “…este no es un buen lugar. Estás demasiado a la vista”. “Demasiado a la vista…” repitió Cornelio, no podía permanecer oculto siempre… pero no le convenía exponerse demasiado, su negocio no era nada inocente y para llevarlo a cabo había empleado fuerzas que no eran de este mundo y hecho tratos difíciles de cancelar. Debía mantenerse en movimiento, no podía ejercer su poder en un solo lugar, eran las reglas, y si las rompía, su entorno entero se tambaleaba… y si llegaba a caerse, perdería todo.

Salió de su oficina alterado, llamando con grandes alaridos a su segundo, Charlie Conde, quien estaba reunido con los hombres que ya iniciaban los juegos de carta y las apuestas, las que por cierto eran de cualquier cosa menos dinero. Llegó asustado donde su jefe, este lo tomó por la solapa “Guarden todo ahora mismo. Nos largamos de aquí” Conde lo miró sin comprender “Pero si hace un rato me dijiste que nos quedábamos aquí, que…” fue interrumpido con brusquedad “Hay cambio de planes y no serás tú quien diga lo contrario. Ubica a los mellizos y diles que mientras antes hagan su truco y nos saquen de aquí, mejor será para todos” El pequeño Román Ibáñez escuchó los gritos de Morris  y le pareció realmente muy mala la noticia, desde donde estaba, junto a los fondos de comida, comenzó a gritar realmente molesto, “¡He estado todo el día esclavizado por ese esperpento que llaman Mustafá, estoy hambriento y cansado y ni siquiera he probado un bocado aun!” Cornelio se le acercó, realmente asombrado del valor de ese hombre diminuto para hablarle así, pero no menos irritado por ello, “¿Acaso piensas que te trato injustamente? ¿Qué lo que has hecho en tu vida merece mejores recompensas tal vez?... ¿olvidas con tanta facilidad por qué estás aquí?” Morris cada vez subía más el tono de voz mientras Román se mostraba confundido y sin respuestas “¿crees que cumplir con tus obligaciones es peor que lo que conseguirías allá afuera, lo que mereces? Es parte de mi negocio recordarle a los miserables como tú porqué están en mi Circo y porqué es que firmaron un contrato conmigo. Más te vale tener presente tu pasado y no olvidar que puedo hacer que regrese…” dicho esto, Cornelio descargó un puntapié en el fondo de comida caliente que se esparramó por el suelo de tierra, Ibáñez tuvo que dar varios saltitos pequeños para no quemarse los pies “…Son muchos los que se alegrarían de verte de nuevo, ¿verdad? Apuesto a que incluso Mustafá estaría feliz de recordar viejos tiempos.” Cuando Cornelio terminó de hablar, no volaba una mosca en todo el Circo, lo que hizo desesperar nuevamente a Cornelio “¿Qué están haciendo todos parados sin hacer nada? ¡He dicho que nos vamos ahora mismo!; ¡Carguen todo de una vez!” y luego haciendo un gesto de asco agregó “Y que alguien se encargue de limpiar la jaula del “Tragatodo”. Huele como si cargáramos con una piara completa”


            Los hombres se pusieron a trabajar en el momento, nada contentos pero sin chistar, Román Ibáñez sacó lo que quedó dentro del fondo de comida y se lo guardó, luego se alejó para no trabajar, era su forma de salirse con la suya. Charlie Conde ubicó al único al que le encargaba todos los trabajos desagradables, a Horacio Von Hagen, para que limpiara la jaula de Braulio Álamos que realmente olía peor que un corral de cerdos y luego se fue en busca de los mellizos Monje, los choferes de los dos camiones del Circo que compartían a medias una habilidad bastante práctica para Morris y también para sí mismos, ellos detenían el paso del tiempo, su vida continuaba como si nada mientras todo lo demás se quedaba estancado en una prolongada pausa, habían vivido la mitad de sus vidas en esas pausas y por eso lucían como ancianos aunque aun no cumplían los cuarenta. Detener el tiempo los ayudaba a realizar sus exitosos trucos de magia que asombraban a grandes y chicos, y también a alejarse con todo el Circo sanos y salvos cada vez que era necesario del lugar donde se encontraban a otro más seguro.


León Faras.

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