lunes, 25 de agosto de 2014

La Prisionera y la Reina. Capítulo tres.

XI.

Ya casi no quedaba luz de día y las antorchas se multiplicaban en el ahora castillo de Rávaro donde se estaba desarrollando una batalla realmente encarnizada. La Bestia estaba totalmente fuera de control, los soldados con sus lanzas y espadas se convertían en una amenaza irrisoria para la enorme criatura que repartía manotazos a diestra y siniestra desperdigando por el suelo a varios de sus enemigos cada vez, los jinetes sin espacio para alcanzar velocidad o maniobrar con holgura eran incapaces de gestar algún ataque sin sufrir severos daños, y todo aquello se volvía más grotesco cuando algún desdichado era atrapado por el monstruoso animal y terminaba su vida en las fauces de este. La Bestia estaba hambrienta también y todo allí era comida abundante que en lugar de huir del peligro se le lanzaban encima, haciendo más fácil su cacería. La situación era crítica y a cada momento se veía más difícil de solucionar. Ravaro desde su balcón observaba la escena realmente molesto, podría haber apaciguado a la Bestia en cuestión de segundos, podía incluso doblegarla y hacer que el gigantesco animal hiciese su voluntad, pero ahora no había forma de que se acercara y la distancia era una gran barrera para su magia, poderosa pero terrenal, solo le quedaba abrir los portones para dejarla ir y que de esa forma dejara de hacer estragos entre sus tropas y su castillo, pero esa era una opción que se negaba a tomar, mientras sus hombres seguían cayendo, muchos de ellos sin volverse a poner de pie. Entonces sucedió el episodio más raro y excéntrico que hombre jamás haya visto o verá alguna vez.

De entre la multitud de hombres agotados que con sus armas en mano se agrupaban para tomar un aliento antes de lanzarse en un nuevo y estéril ataque del cual esperaban más salir con vida que causar algún daño, emergió una figura de burdo diseño pero de andar confiado y hasta gallardo. El patio donde estaba la Bestia quedó totalmente despejado salvo por los cadáveres, mientras los soldados formaban un círculo iluminado por numerosas antorchas sujetas por los propios hombres, expectantes pero incrédulos, absolutamente renuentes a creer lo que sus ojos veían o a imaginar lo que podía llegar a suceder. El enano de rocas caminaba sin ningún apuro ni precaución rodeando a la Bestia, como si la estuviera estudiando, mientras esta última lo observaba jadeante y amenazante, consciente de que aquello era un desafío, el gigantesco alboroto que había hace solo segundos se silenció por completo, nadie podía imaginar siquiera en qué terminaría un combate tan singular como aquel, la Bestia tenía todo su tamaño y poder a su favor, pero el enano de rocas era prácticamente indestructible, ambos se observaban, como gladiadores en la arena que aguardan el momento para atacar y fue la Bestia quien lo hizo primero, descargando un colosal manotazo sobre el enano quien simplemente se desarmó, rodando por el suelo convertido en un montón de piedras y luego se volvió a erguir esquivando el ataque y tomando una pose elegante como un torero que sin esfuerzo a evadido un ataque ciertamente mortal, la maniobra emocionó al público que comenzó a gritar y a alentar al pequeño gladiador mientras los más oportunistas ya organizaban apuestas para generar algunas ganancias con la insólita situación que se estaba dando.

Lorna observaba de prudente distancia, había conseguido una capa de soldado y con ella se cubría la cabeza y el cuerpo para pasar desapercibida, pero cuando la multitud de soldados se cerró en un círculo perdió la visión de lo que sucedía y solo podía ver a la Bestia que parecía ahora enfrentarse a un solo contrincante  en vez de atacar a la multitud como lo estaba haciendo, los hombres se animaban como si estuvieran presenciando un gran espectáculo, dando gritos y celebrando cada movimiento que se daba en la arena. La mujer quiso saber quién o qué cosa le estaba haciendo frente a tamaña criatura y se trepó pegada a la pared por sobre los precarios techos de los establos y herrerías que se encontraban en una esquina, aun así no tenía plena visión de lo que sucedía hasta que en determinado momento pudo ver una pequeña bola que rodó por el piso pasando entre las patas de la Bestia, para luego brincar y aferrarse a una de estas, inmediatamente comenzó a trepar con rapidez y agilidad por el abundante pelaje. La pequeña criatura que enfrentaba a la Bestia no era otro que su pequeño compañero, el enano de rocas, aunque solo ella sabía que en realidad se trataba del semi-demonio, Dágaro. La Bestia se agitó furiosa mientras el enano le llegaba a la espalda, Lorna se emocionaba al igual que todos los soldados viendo como su compañero ascendía por el cuerpo de la enorme criatura, esta, al no poder alcanzarlo con sus manotazos se lanzó contra los muros del castillo golpeando al enano contra la pared hasta alcanzar una de sus extremidades y arrancárselo del lomo, el público enmudeció en un sonoro suspiro, la Bestia cogió al enano con sus dos manos y tiró de él para despedazarlo en dos, pero toda su fuerza y sus alaridos de furia y frustración no fueron suficientes más que para separar las rocas sólidas que formaban el cuerpo del enano, descontrolada, la Bestia lanzó con todas sus fuerzas al enano contra el suelo, haciendo que este se estrellase violentamente, pero las rocas en el acto se agruparon nuevamente y el enano otra vez estaba de pie, erguido, ileso, caminaba desafiante, provocando un estallido de jolgorio y celebración en todo su entusiasmado público, incluyendo a Lorna que debía reprimir los gritos de emoción y celebración que le nacían para no delatarse.

El combate se prolongaba sin que se pudiera dilucidar algún resultado probable, el enano se defendía bien pero era incapaz de provocarle algún daño a la Bestia, excepto por el agotamiento, pues mientras el enano no parecía afectado en lo más mínimo, la Bestia jadeaba ruidosamente, aunque para derrotar a una criatura de esas magnitudes, el cansancio no era precisamente la técnica más sensata. Las apuestas estaban parejas y las posibilidades totalmente abiertas. La Bestia atacaba y el enano esquivaba, repitiéndose la misma secuencia una y otra vez hasta el momento crucial en que el enano decide cambiar de estrategia y dejarse atrapar. Un manotazo lo hizo volar por los aires hasta una pared cercana cayendo al piso, sin sufrir daño alguno pero simulando aturdimiento, entonces es tomado por la Bestia nuevamente y arrojado con furia contra el suelo, el gigantesco animal se entusiasma con la victoria y le da una paliza a su pequeño enemigo, el público se mantiene atento, el enano se queda inmóvil en el suelo. Entonces la Bestia comete el error que el enano esperaba, lo intenta devorar. Es cuando el enano de rocas contraataca, aferrándose a las fauces de la Bestia, se introduce hasta la tráquea, la Bestia se desespera, comprende su error y trata desesperadamente de remediarlo, intenta masticar, intenta tragar, el enano la asfixia al comenzar a pasar roca por roca a través de la garganta de la Bestia como lo hizo con los barrotes de su prisión, el animal se esfuerza por tragar para no ahogarse, hasta que el enano desaparece en el interior de la enorme criatura. El público no lo puede creer, el enano ha sido devorado, la Bestia da un alarido gigante de furia, como demostrando su poder, como celebrando su victoria y ve a todo ese público expectante nuevamente como a sus enemigos, los soldados comprenden que el espectáculo terminó y que la lucha se reanudará. La Bestia ataca pero entre gritos y bufidos cae al suelo encima de los soldados, inerte, sin fuerzas, derrotada. El enano le ha destrozado las entrañas.

La lucha terminó y aquellos que apostaron se preguntan quién ganó.


León Faras. 

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