martes, 5 de agosto de 2014

Historia de un amor.

X.

Caminaron juntos por un rato, no había un lugar específico donde ir, solo la necesidad de conocer un poco más al otro, de saber si todo aquello era más que una simple ilusión del momento, más que esa atracción inicial que todo el mundo experimenta en más de una oportunidad para luego seguir con su vida sin que el suceso tenga trascendencia alguna, apoyados en el hecho de que en este caso, se trataba de una atracción mutua y evidente. Bruno observaba la escena con gran atención, todo aquello que estaba sucediendo era demasiado enigmático para el gato, la forma como se habían dado las cosas y como dos personas desconocidas habían concordado inmediatamente en pensar que era una buena idea conocerse. La pareja caminó sin prisa por las angostas calles del viejo pueblo, mientras la chica contaba a grandes rasgos la historia del libro que había desaparecido y del extraño parecido con el nuevo, el hombre la escuchaba con atención, era asombroso saber que se trataba de un libro sin dueño, abandonado, lleno de coincidencias y luego desaparecido sin dejar rastros, de la misma forma como había llegado. El atardecer ya se instalaba, el sol se ocultaría pronto y la pareja se despidió, Miranda devolvió el libro que aun cargaba, el hombre preguntó si se volverían a ver y ella respondió sin titubeos que con seguridad así sería, luego señaló un punto de la ciudad, un punto de orientación que sobresalía por sobre la baja construcción de las casas y del pueblo en general, el enorme Jacarandá donde ella acostumbraba refugiarse cuando buscaba paz y tranquilidad para su lectura o simplemente para disfrutar la compañía que le resultaba más agradable, la de sí misma, ese era un lugar que ella frecuentaba y en el que era fácil encontrarse si eso quería, insinuó la chica. 

Le costó conciliar el sueño aquella noche a Miranda, simplemente porque lo que le había sucedido aquella tarde le resultaba increíble y no solo todo lo relacionado con el libro mágicamente desaparecido, que ya era una de las cosas más raras que habían sucedido en su vida, sino que además el hecho de haberse sentido atraída e interesada en un desconocido con tal facilidad y rapidez, algo que definitivamente no era compatible con su personalidad pero que en este caso no lo iba a negar. Decidió que visitaría el Jacarandá después del almuerzo, se llevaría algo para leer y pasaría ahí las horas cálidas de la tarde, también que no usaría ni se pondría nada especial ni diferente, muchas veces las personas se volvían irreconocibles de la noche a la mañana al quitarse todo lo que se habían puesto y eso no le agradaba mucho a ella. Inevitablemente se imaginó en ese lugar luego de una larga espera sin frutos y hasta sintió la desagradable frustración de haberse ilusionado en vano con alguien que no había tomado en serio como ella la intensidad de aquel encuentro, pero luego se regañó a sí misma ¿Cuál era ese afán de la mente por sabotear constantemente los potenciales buenos momentos del futuro de cada uno? Siempre preparándose para lo malo, viviendo y sintiendo el peor de los escenarios, lo que se convertía en una lucha contante entre la consciencia y la inconsciencia para aquellas personas que se negaban a atender el pesimismo innato del cerebro. Cuando se le pasó el disgusto consigo misma regresó de nuevo a su mente la posibilidad de que aquel hombre no se presentara, pero esta vez con más calma, se dijo que existía aquella posibilidad de que no coincidieran o de que el tipo ese tuviera algo más importante que hacer o un mejor lugar donde estar, también podía suceder algún imprevisto, hasta uno podría morir y el otro jamás se enteraría del porqué no volvieron a verse. Miranda volvió a regañarse a sí misma y decidió que haría todo lo posible por no pensar nada más al respecto, ni bueno ni malo, y simplemente esperar a que las cosas sucedieran como tenían que suceder, algo que sabía que no cumpliría.


Terminada la comida se dio un tiempo para realizar algunas tareas pendientes aunque poco urgentes en su cuarto, con la intención de disipar un poco la ansiedad, distraer la mente y desprenderse de las expectaciones por no decir esperanzas, para tratar de realizar su visita al Jacarandá con toda la naturalidad posible, como siempre lo hacía. Desde que salió de su casa caminó tranquila, pero en cuanto vio el gigante árbol a la distancia comenzó de inmediato a preocuparse por no tratar más de lo normal de divisar la presencia de alguien allí, dominar la curiosidad, evitar las expectativas, los planes sobre qué hacer si sucedía esto o lo otro, pero sobre todo, tomar con toda naturalidad y sin desilusión el hecho de que a medida que se acercaba, más le parecía que nadie la esperaba ahí. Cruzó la vieja verja y subió la suave colina aplastando la hierba hasta llegar al árbol, rodeó su tronco para instalarse en el cómodo lugar donde siempre lo hacía pero se detuvo, el hombre estaba allí, sentado y apoyando la espalda en el vetusto tronco, tenía su libro negro en la mano y una mochila a su lado, tampoco lucía mayores cambios a como lo había visto el día anterior, se saludaron con grata sorpresa “No quiero parecer una especie de loco obsesivo pero como no sabía una hora aproximada para este encuentro vine preparado para una larga espera” dijo el hombre justificando su mochila en la que traía algo de comer y un poco de ropa, llevaba bastante rato allí y hasta había aprovechado de recorrer los alrededores de apacible y bucólica belleza, divagando por supuesto con la posibilidad de que la chica no apareciera o no se encontraran y tuviera que hacer esa larga espera de nuevo alargando la siempre desesperante incertidumbre, pero todas esas preocupaciones ya no importaban ahora, se sentaron juntos, era agradable saber que habían compartido los mismos temores antes de ese encuentro, el mismo temor a la desilusión, el temor a que lo que habían vivido cuando se encontraron finalmente no fuera real. Hablaron y se agradaron, sus sentidos del humor empalmaban y no les costaba trabajo hacerse reír, tampoco tocar esos temas raros de conversación que a veces a uno le interesan pero que los demás desconocen por completo o les parece demasiado extraño que alguien se interese en cosas así, aportando con lo que conocían y mostrando interés por lo que ignoraban, riéndose sin problemas de sí mismos, conociéndose sin importunarse. Las horas pasaron rápido y decidieron darse una vuelta por el pueblo antes de despedirse aquella tarde, bajaban la suave pendiente rumbo a la verja cuando Miranda se detuvo y se agachó abruptamente, algo había llamado su atención, habían quebrado accidentalmente el tallo de una flor silvestre cuando pasaron por ahí, ella no era de las que se emocionaba ante un precioso ramo de flores pero le gustaban mucho cuando estaban vivas y en la tierra, el hombre preguntó por aquella flor y la chica respondió que solo se trataba de una Chiribita silvestre, muy abundante en todas partes, entonces el hombre abrió su libro en una página al azar y le dijo “Ponla aquí. La guardaremos como un recuerdo de este día” La chica así lo hizo y cuando el libro se cerró, se quedó pensando por unos segundos, recordando que el antiguo libro que ella había encontrado y que ahora estaba desaparecido, también tenía una flor entre sus páginas, eso la hizo sonreír, la hizo sentirse en la dirección correcta, en el lugar que debía estar. 


León Faras.

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