X.
Caminaron
juntos por un rato, no había un lugar específico donde ir, solo la necesidad de
conocer un poco más al otro, de saber si todo aquello era más que una simple
ilusión del momento, más que esa atracción inicial que todo el mundo
experimenta en más de una oportunidad para luego seguir con su vida sin que el
suceso tenga trascendencia alguna, apoyados en el hecho de que en este caso, se
trataba de una atracción mutua y evidente. Bruno observaba la escena con gran
atención, todo aquello que estaba sucediendo era demasiado enigmático para el
gato, la forma como se habían dado las cosas y como dos personas desconocidas
habían concordado inmediatamente en pensar que era una buena idea conocerse. La
pareja caminó sin prisa por las angostas calles del viejo pueblo, mientras la
chica contaba a grandes rasgos la historia del libro que había desaparecido y
del extraño parecido con el nuevo, el hombre la escuchaba con atención, era
asombroso saber que se trataba de un libro sin dueño, abandonado, lleno de
coincidencias y luego desaparecido sin dejar rastros, de la misma forma como
había llegado. El atardecer ya se instalaba, el sol se ocultaría pronto y la
pareja se despidió, Miranda devolvió el libro que aun cargaba, el hombre
preguntó si se volverían a ver y ella respondió sin titubeos que con seguridad
así sería, luego señaló un punto de la ciudad, un punto de orientación que
sobresalía por sobre la baja construcción de las casas y del pueblo en general,
el enorme Jacarandá donde ella acostumbraba refugiarse cuando buscaba paz y
tranquilidad para su lectura o simplemente para disfrutar la compañía que le
resultaba más agradable, la de sí misma, ese era un lugar que ella frecuentaba
y en el que era fácil encontrarse si eso quería, insinuó la chica.
Le costó
conciliar el sueño aquella noche a Miranda, simplemente porque lo que le había
sucedido aquella tarde le resultaba increíble y no solo todo lo relacionado con
el libro mágicamente desaparecido, que ya era una de las cosas más raras que
habían sucedido en su vida, sino que además el hecho de haberse sentido atraída
e interesada en un desconocido con tal facilidad y rapidez, algo que
definitivamente no era compatible con su personalidad pero que en este caso no
lo iba a negar. Decidió que visitaría el Jacarandá después del almuerzo, se
llevaría algo para leer y pasaría ahí las horas cálidas de la tarde, también
que no usaría ni se pondría nada especial ni diferente, muchas veces las
personas se volvían irreconocibles de la noche a la mañana al quitarse todo lo
que se habían puesto y eso no le agradaba mucho a ella. Inevitablemente se
imaginó en ese lugar luego de una larga espera sin frutos y hasta sintió la
desagradable frustración de haberse ilusionado en vano con alguien que no había
tomado en serio como ella la intensidad de aquel encuentro, pero luego se
regañó a sí misma ¿Cuál era ese afán de la mente por sabotear constantemente los
potenciales buenos momentos del futuro de cada uno? Siempre preparándose para
lo malo, viviendo y sintiendo el peor de los escenarios, lo que se convertía en
una lucha contante entre la consciencia y la inconsciencia para aquellas
personas que se negaban a atender el pesimismo innato del cerebro. Cuando se le
pasó el disgusto consigo misma regresó de nuevo a su mente la posibilidad de
que aquel hombre no se presentara, pero esta vez con más calma, se dijo que
existía aquella posibilidad de que no coincidieran o de que el tipo ese tuviera
algo más importante que hacer o un mejor lugar donde estar, también podía
suceder algún imprevisto, hasta uno podría morir y el otro jamás se enteraría
del porqué no volvieron a verse. Miranda volvió a regañarse a sí misma y
decidió que haría todo lo posible por no pensar nada más al respecto, ni bueno
ni malo, y simplemente esperar a que las cosas sucedieran como tenían que
suceder, algo que sabía que no cumpliría.
Terminada
la comida se dio un tiempo para realizar algunas tareas pendientes aunque poco
urgentes en su cuarto, con la intención de disipar un poco la ansiedad,
distraer la mente y desprenderse de las expectaciones por no decir esperanzas,
para tratar de realizar su visita al Jacarandá con toda la naturalidad posible,
como siempre lo hacía. Desde que salió de su casa caminó tranquila, pero en
cuanto vio el gigante árbol a la distancia comenzó de inmediato a preocuparse
por no tratar más de lo normal de divisar la presencia de alguien allí, dominar
la curiosidad, evitar las expectativas, los planes sobre qué hacer si sucedía
esto o lo otro, pero sobre todo, tomar con toda naturalidad y sin desilusión el
hecho de que a medida que se acercaba, más le parecía que nadie la esperaba
ahí. Cruzó la vieja verja y subió la suave colina aplastando la hierba hasta
llegar al árbol, rodeó su tronco para instalarse en el cómodo lugar donde
siempre lo hacía pero se detuvo, el hombre estaba allí, sentado y apoyando la
espalda en el vetusto tronco, tenía su libro negro en la mano y una mochila a
su lado, tampoco lucía mayores cambios a como lo había visto el día anterior,
se saludaron con grata sorpresa “No quiero parecer una especie de loco obsesivo
pero como no sabía una hora aproximada para este encuentro vine preparado para
una larga espera” dijo el hombre justificando su mochila en la que traía algo
de comer y un poco de ropa, llevaba bastante rato allí y hasta había
aprovechado de recorrer los alrededores de apacible y bucólica belleza,
divagando por supuesto con la posibilidad de que la chica no apareciera o no se
encontraran y tuviera que hacer esa larga espera de nuevo alargando la siempre
desesperante incertidumbre, pero todas esas preocupaciones ya no importaban
ahora, se sentaron juntos, era agradable saber que habían compartido los mismos
temores antes de ese encuentro, el mismo temor a la desilusión, el temor a que
lo que habían vivido cuando se encontraron finalmente no fuera real. Hablaron y
se agradaron, sus sentidos del humor empalmaban y no les costaba trabajo
hacerse reír, tampoco tocar esos temas raros de conversación que a veces a uno
le interesan pero que los demás desconocen por completo o les parece demasiado extraño que alguien se interese en cosas así, aportando con lo que
conocían y mostrando interés por lo que ignoraban, riéndose sin problemas de sí
mismos, conociéndose sin importunarse. Las horas pasaron rápido y decidieron
darse una vuelta por el pueblo antes de despedirse aquella tarde, bajaban la
suave pendiente rumbo a la verja cuando Miranda se detuvo y se agachó
abruptamente, algo había llamado su atención, habían quebrado accidentalmente
el tallo de una flor silvestre cuando pasaron por ahí, ella no era de las que
se emocionaba ante un precioso ramo de flores pero le gustaban mucho cuando
estaban vivas y en la tierra, el hombre preguntó por aquella flor y la chica
respondió que solo se trataba de una Chiribita silvestre, muy abundante en
todas partes, entonces el hombre abrió su libro en una página al azar y le dijo
“Ponla aquí. La guardaremos como un recuerdo de este día” La chica así lo hizo
y cuando el libro se cerró, se quedó pensando por unos segundos, recordando que
el antiguo libro que ella había encontrado y que ahora estaba desaparecido,
también tenía una flor entre sus páginas, eso la hizo sonreír, la hizo sentirse
en la dirección correcta, en el lugar que debía estar.
León Faras.
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