Las Termópilas.
(Historia escrita a partir de una
consigna. Si algún griego o algún persa lee esto, le ofrezco de antemano sinceras
disculpas)
En el año 480 a. C. se desarrolló en Grecia, una de las batallas más impresionantes de que se tenga memoria. Durante las segundas guerras Médicas (de “medos”, persa.), el imperio Persa, el más grande y poderoso de su tiempo, cansado de la resistencia que ofrecían un pequeño grupo de islas por ser conquistadas, decidió enviar un ejército descomunal de 500.000 hombres para doblegar a los griegos, los cuales se ubicaron en un estrecho pasaje con un reducido contingente decididos a contenerlos, y así, darle tiempo al resto de su ejército para prepararse. “Esta es la verdadera historia:”
El general ateniense, Leónidas, tomó
la drástica decisión de ubicarse junto con 300 de sus hombres en un estrecho,
que era pasaje obligado del ejército persa hacia Atenas, llamado Las Termópilas
o “puertas calientes”, nombre derivado del motivo explícitamente sexual con el
que habían sido decoradas dichas puertas, por artesanos y artistas traídos de
la India. Consientes de que nadie sobreviviría, se hizo acompañar de un sabio
griego de nombre Ariscócteles, famoso por los profundos conocimientos que tenía
sobre todo tipo de brebajes, este sabio antes de la batalla, les dio de beber a
todos de un líquido misterioso que aseguraría el mejor desempeño de los
guerreros durante la batalla. Los griegos, luego de ingerir la bebida,
comenzaron a sufrir espasmos, su piel se volvió grisácea, se le abrieron
inexplicables y malolientes llagas, incontenibles temblores los hicieron caer
al suelo, las órbitas de sus ojos se oscurecieron, y algunos tuvieron una
importante pérdida de cabello, uno a uno los guerreros atenienses cayeron
inertes al piso, hasta que solo quedó de pie Ariscócteles, este, algo
preocupado y con serias dudas sobre si había preparado bien el brebaje, se
acercó al general y le dio un tímido puntapié, con la esperanza de que
reaccionara. Pero nada, el viejo, echando un vistazo a sus espaldas, vio a los
persas que se aproximaban, esto lo inquietó aún más, por lo que le dio al
general otro puntapié, esta vez bastante fuerte, pero fue como patear un saco
de papas. Nada, Ariscócteles volvió a mirar nerviosamente al ejército persa que
continuaba acercándose, involuntariamente comenzó a sudar, tomo al general como
pudo y lo zarandeó violentamente sin resultados, los persas continuaban
aproximándose, ya con desesperación, el sabio, comenzó a abofetear a Leónidas
al tiempo que lo agitaba como a una de sus cocteleras, pero el general
continuaba sin reaccionar, desesperado y preso del miedo, Ariscócteles
finalmente se dio por vencido y levantándose la sotana echó a correr ante la
inminente llegada del poderoso ejército persa. Fue en ese momento, en que Leónidas
abrió los ojos con la violencia de quien patea una puerta para abrirla y no sin
algo de trabajo se puso de pie, sus vértebras se quejaron ruidosamente al
acomodarse, sentía mucha hambre, al ver al enemigo en frente, una maquiavélica
sonrisa se dibujó en su rostro ante tanta comida disponible. Dos de sus
incisivos se habían desprendido. Sus guerreros reaccionaron de la misma manera
poniéndose de pie y preparándose más para cenar que para la batalla. Lo que
sucedió a continuación, es más digno de imaginar que de narrar, lo que sí puedo
decir, es que los atenienses perdieron cuando se les acabó el apetito y los
persas finalmente atravesaron las Termópilas rumbo a Atenas donde se libró otra
memorable batalla. Pero esa es otra historia.
León Faras.
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