sábado, 10 de octubre de 2015

La barra de la Ferrocarril.

La barra de la Ferrocarril.

(Advierto que este es un relato liviano y que lo escribí para una consigna literaria con la intención de cumplir y divertirme en su escritura.)

Eran más o menos las tres de la mañana cuando los dueños del bar “la Calavera” se cansaron de soportar el irreverente escándalo que mantenían los enfiestados hinchas del glorioso club deportivo “Ferrocarril” y los corrieron a todos con viento fresco. La chica Gabi, la única mujer que era miembro oficial de la barra, iba indignadísima, se suponía que iban a olvidar la paliza recibida esa tarde a manos de sus archirrivales de “Agua Turbia”, sin embargo, la cosa degeneró en borrachera y una vez más pasaba las mil y una vergüenzas por culpa de sus compañeros de tablón. Caminaba muy rápido llevando del brazo y casi a tirones al “negro” Verdejo, no porque fueran novios o algo así, sino porque el “negro” era ciego, además de debilucho y casi tan bajo como ella, y este, a su vez, llevaba casi estrangulado a su perro, el Tomi, un animal de raza indefinida o única que sin ninguna clase de entrenamiento hacia como podía las veces de lazarillo. Más atrás venían el gordo Belisario y Manolito Troncoso, este último que era flaco y desmesuradamente alto, hacía esfuerzos sublimes por llevar al gordo, no tanto por el peso, sino porque Manolito era tan alto que debía doblarse casi a la mitad para poder tomar a Belisario del hombro, quien iba al borde del coma etílico y para colmo, acordándose cada dos minutos de besarlo y decirle que lo quería y que eran amigos. De pronto la chica Gabi se detuvo en seco cediendo a los ruegos de Manolito, quien no podía seguirle el paso, por supuesto, tal detenimiento fue sin avisarle nada al ciego ni a su perro, quienes debieron esperar el tirón para detenerse. “…pero Gabi espérame, ¿qué culpa tengo yo de que el Belisario le haya tocado el trasero a la niña que nos atendía?”, “¡Estoy harta!...”, alegaba la Gabi, “…siempre con ustedes es lo mismo. El Belisario no sólo le agarró el poto una vez, sino tres y tú le esparramaste el vaso a este otro en los pantalones y ahora parece que anduviera meado” remató la Gabi apuntando la entrepierna del negro que lucía húmeda hasta más abajo de las rodillas, “si no es para tanto Chica…” el negro quiso bajarle el perfil al suceso pero la Gabi lo paró en seco, “¡Cállate tú!, mira que tu mugre de perro se hizo caca debajo de la mesa…”, el negro Verdejo le obedeció resignado, ya que en casos como ese, dependía completamente de ella para llegar a su casa. En ese momento, el gordo comenzó a rezongar en un idioma bien poco legible, “Essos innorants, no me pueen echar así como así, poque yo soy bombero. Si se ls quema la cochiná de local que tenen ¿quén va a apagrselo?, yoooo poh…”, Manolito por su parte trataba de tranquilizarlo “ya Beli, si quieres compramos unas cervezas y las tomamos en mi casa”, “¡Nooo!...”, se negó Belisario, “…si en tu casa no se puee estar, parece invernadero…” y era cierto, porque la señora de Manuel Troncoso hacía y vendía plantas, y por lo tanto, tenía en su casa plantas por doquier, “…ya, pero podemos ir a la casa del negro, ¿no es cierto negro?”, insistió Manolito, con la esperanza de apaciguar al gordo, Verdejo iba a contestar pero la Gabi se adelantó “Déjate de hablar leseras, ¿Cómo van a seguir tomando?, además que este en su casa tiene puros diarios, se sienta encima de los diarios, come encima de los diarios, duerme encima de los diarios, está bien que sea suplementero, pero en su casa no hay ni un solo mueble, lo único que hay son diarios, diarios y más diarios”, en ese momento la Gabi se dio un palmazo en la frente recordando algo importante, “¡la bolsa!…”, “¿qué bolsa?” preguntó el ciego, “…”La bolsa. Había comprado dos paquetes de azúcar para las mermeladas de mañana, y ahora no sé donde la dejé”, “ya tranquila…”, dijo Manuel, “…mañana te regalo la azúcar, pero acompáñame a dejar al Beli”. 

Los cuatro se fueron soportando al Belisario, que en su borrachera a ratos reía y a ratos le daban ganas de llorar, hasta la casa de este último. Al llegar, un labrador dorado miró fijamente al Tomi, el perro de Verdejo, y el Tomi luego de acercarse y olfatearlo como comúnmente hacen los perros, comenzó a mover la cola. Resultó que el labrador, que era el perro del gordo, no era perro, sino perra, y surgió una química inesperada e instantánea entre el Tomi y la perra del Belisario, la cual, apenas este abrió la puerta de la reja, salió disparada, y el Tomi dándole un tirón a su correa también se liberó del negro Verdejo, quien no entendía nada de lo que estaba pasando, y ambos perros escaparon juntos hasta perderse. Luego de mucho esfuerzo, y después de dejar al Belisario en su casa, lograron tranquilizar al negro Verdejo por la pérdida del Tomi, argumentando que no era para tanto y que el Tomi seguro regresaba luego de satisfacer sus instintos.

Al día siguiente, la chica Gabi y Manolito se enteraron que el Tomi se había colgado con su propia correa de una reja, al contemplar cómo la perra del Belisario había preferido a otro perro más roñoso y de menos pedigrí que él, para una relación amorosa. Por supuesto acordaron no decirle nada al negro, quien era demasiado sentimental, sino mejor buscarle otro perro lo más pronto posible para que reemplazara al Tomi.


León Faras.

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