viernes, 17 de marzo de 2017

Del otro lado.

XXVII.


Laura despertó en su cuarto como siempre lo hacía sin importar dónde se durmiera, la única función vital que parecía seguir necesitando aun estando muerta, pero sin sueños e invariablemente abría los ojos junto con la salida del sol. Observó la puerta, el mensaje que Alan le había dejado escrito allí había sido borrado, seguramente por su madre, se preguntó qué habría pensado ella al encontrarse con semejante grafiti escrito con lápiz labial dentro de su propia casa, luego volteó la mirada hacia el espejo de su cuarto, se quedó largo rato mirándolo, en él se reflejaba un pequeño trozo de su habitación, pero no la cama donde estaba ella. Sostenía la mirada con recelo, haciendo uso de todo el valor del que disponía, sintiéndose un poco segura al no estar directamente frente al reflejo. Luego de varios minutos sin que la aterradora Sombra acosadora diera señas de su presencia, Laura se mordió una uña y sonrió traviesa, se le acababa de ocurrir una idea que se le hacía de lo más boba, pero que algo la impulsaba a probar, confiaba en que aquella criatura horrible permanecía del otro lado del reflejo desde donde no podía alcanzarla. Aun sabiendo que estaba muerta, Laura sentía que no podía vivir con permanente miedo, que debía hacerle frente, aunque fuera de una forma ingenua, tal vez un poco ridícula, pero por algo se debía comenzar, además nadie podría juzgarla por ello, por lo que se incorporó de un salto y se bajó por los pies de la cama, agazapándose contra su cómoda, luego se deslizó agachada y sigilosa por debajo del espejo colgado en la pared, como un soldado que en plena batalla, se escabulle evitando ser divisado por el enemigo, entonces se puso de pie y pegó su espalda a la pared, justo al lado del espejo, con sus manos entrelazadas frente a ella, simulando sostener un arma, y con extrema precaución, echó un vistazo en el insondable interior del reflejo, se sintió una especie de agente especial en misión secreta, increíblemente, aquella jugarreta infantil desdibujaba la agobiante situación en la que se encontraba, ridiculizaba la aterradora amenaza de la Sombra y la ponía en un nivel en el que ella podía poner sus reglas y por lo tanto, al menos darle la sensación de enfrentarla. Lo primero que llamó su atención en el espejo, fue su cama, pues estaba perfectamente estirada como si nadie hubiese dormido en ella, pero más sorprendente fue comprobar que ese reflejo modificaba su realidad a medida que lo observaba, pues su cama, de la que acababa de levantarse, se veía ahora intacta también y sin los rastros de su reciente presencia en ella, pero no era lo único modificado, su desorden, su ropa tirada en el suelo, sus cajones a medio abrir, hasta el color de las cortinas, toda su habitación se transformaba de ser su mundo personal a convertirse en el abandonado dormitorio de una muerta que era, donde todo se mantenía en estricto orden, la cama estirada, toda su ropa planchada, doblada y apilada, la superficie de los muebles despejadas, todos sus zapatos formados en pares uno al lado del otro. Un santuario protegido de la intervención humana. Todo su entorno adoptaba la forma que tenía del otro lado del espejo, sin embargo, todo aquello le pareció interesante, porque eran pistas de cómo funcionaba su mundo ahora, se daba cuenta de que al parecer, no intervenía directamente con el mundo real, de que lo que hacía en su mundo no interfería con la realidad de los vivos, o verdaderamente aquello sería una constante y desconcertante locura para estos, intrigada, se animó a hacer un pequeño experimento, de dos zancadas, y sin perder su rol imaginario de agente secreto de una película, cogió las cobijas de su cama impecablemente estirada y las jaló hacia atrás con fuerza, para luego volver a su posición junto al espejo, echó un vistazo fugaz en este y nuevamente la magia se producía restableciendo el orden, era sorprendente pero también divertido, entonces se animó a más. Tenía pensado que mientras la Sombra no apareciera, no había nada de qué preocuparse y si lo hacía, simplemente se ocultaría rápidamente del reflejo, con esa idea, se dirigió a su velador y se paró junto a este y frente al espejo, acercó su mano a la lámpara de porcelana que estaba sobre el pequeño mueble y la tocó, sintió su suave textura en sus dedos, sintió su peso al ejercerle una suave presión, curiosa, la buscó en el reflejo del espejo frente a ella, donde ella misma no existía y la empujó. El estruendo la hizo dar un brinco, pues la lámpara se rompió en pedazos, pero eso no fue lo más increíble, sino que ver claramente en el reflejo cómo aquel objeto se movía solo hasta perder el equilibrio y caerse. Si no fuese porque sabía que ella misma la había tirado al suelo, hubiese sido justo motivo para llevarse un buen susto. De dos saltos regresó junto al espejo y de un vistazo comprobó que tanto aquí como allá, la lámpara estaba irremediablemente rota, de eso, no había dudas, sin embargo, eso le daba otra pista, el reflejo de un espejo parecía ser la conexión entre su mundo de muerta y el mundo de los vivos. Pero su pequeña travesura no terminó ahí, pues en otro vistazo al espejo se dio cuenta de que su madre había llegado a su cuarto evidentemente atraída por el estruendo de la lámpara al caerse, no la podía oír, pero podía ver que hablaba y gesticulaba alarmada por la lámpara inexplicablemente rota en el piso, Laura imaginaba que en ese momento la estaba culpando a ella y eso le daba la cálida sensación de que ambas podían saber que en ese momento las dos estaban en el mismo sitio y al mismo tiempo, imaginaba lo que sentiría ella de estar en su lugar, y tal vez no sería tan agradable, pero para Laura aquello era extraordinario, su hermana también estaba allí, sujetando un escobillón y una pala para recoger el pequeño desastre que había provocado, tan agradable era la sensación de estar integrada con su familia nuevamente, que se olvidó por completo de la precaución de no quedarse tanto rato frente al espejo. Su madre se agachó para recoger los trozos más grandes y tras desaparecer ella del reflejo apareció la Sombra de pie al fondo del cuarto, Laura inmediatamente se pegó a la pared protectora junto al espejo, como un ladrón que por segundos no ha sido descubierto en su fechoría, frente a ella, su habitación volvía a estar vacía y silenciosa, temía por su madre y por su hermana pero podía sospechar que la Sombra no estaba interesada en ellas ni en ningún otro vivo, tenía la tentación de echar un último vistazo, pero sentía que aquella criatura horrenda estaba justo ahí frente al espejo, a escasos centímetros de ella, respirando con su frío aliento sobre su hombro. Pero todo aquello no eran más que imaginaciones suyas, estaba a salvo, no podía tocarla y lo mejor era seguir con su juego, pero eso sí, en otra parte.


Los espacios abiertos eran ideales, salió de su casa con buen ánimo, sintiendo que le había ganado la partida a su aterradora perseguidora y que hasta la había burlado, huyendo antes de que pudiera asustarla, además, había obtenido una valiosa recompensa al estar en contacto nuevamente con su familia, tal vez no como antes, pero de igual manera la experiencia había sido genial y aun la disfrutaba. Se sentía tan bien que de pronto le echó de menos a la música, se atrevió a cantar y bailar mientras caminaba por el medio de la calle con total impunidad, disfrutando por primera vez de lo que era en realidad, una libertad sin límites. Corrió, pasó dando saltos por encima de los vehículos estacionados, bailó y cantó tan fuerte como pudo sosteniendo un micrófono imaginario en la mano sobre algunos y haciendo música con las palmas de sus manos sobre el capó de otros, pateó basureros, golpeó puertas con los puños y hasta robó prendas y chucherías baratas que encontró en algunos puestos callejeros, se probó unos anteojos de sol, enormes y extravagantes sintiendo que le quedaban maravillosos sin necesidad de verse, y se fue contenta, satisfecha de su nueva vida de anarquía vana e inocuo vandalismo. Sin real intención, llegó hasta una población que le resultaba familiar, los nombres de las calles, las casas más bien antiguas, las calles deterioradas. Sí la conocía, pero se veía muy diferente sin los viejos árboles en las veredas ni la abundante vegetación que los pobladores, principalmente gente mayor, acumulaban en sus patios delanteros. Laura se quitó los anteojos oscuros y reflejó la calle en ellos para echar solo un breve vistazo, entonces el lugar aparecía tal y como lo recordaba, un lugar apacible, viejo y tranquilo como sus moradores, allí vivía su abuelo Manuel. Al llegar a la casa, la muchacha encontró la puerta de la reja abierta, pero no entró, en el ventanal, que parecía nuevo o muy limpio, se reflejaban dos hombres sentados al sol conversando algo que parecía ser muy serio, Laura no podía oírlos, pero sus rostros, vistos de perfil, denotaban cierta gravedad, uno de ellos era su abuelo, al otro no lo conocía, aunque podía ver que se trataba de un hombre mucho más joven, vestido con ropa formal pero anticuada y lucía peinado y barba de trasnochado. Laura contemplaría la escena solo por algunos segundos, pues sentía mucho cariño por su abuelo pero no quería tentar a la Sombra más de lo necesario, y luego continuaría su camino, pero una cosa llamó su atención, el desconocido se llevó una mano a la frente, como en un gesto de impotencia o de consternación, y la muchacha pudo ver su reloj, un reloj ridícula y absurdamente infantil, el mismo que Alan le había dejado en su tumba junto a la nota y a la calas blancas plásticas. Laura se acercó, aquel hombre debía ser el tal Alan, no podía haber  otro adulto en el mundo con ese reloj, por fin lo conocía, no tenía idea de qué tenía que ver él con su abuelo, pero tampoco se iba a mortificar por eso, al parecer, ese hombre estaba interesado en ayudarla y eso la hacía sentirse agradecida y contenta de conocerle. Pensó en hacerles un truquito como el de la lámpara en su habitación, para que notaran su presencia, pero desistió de esa traviesa idea, simplemente se sentó allí, en una esquina de la banca, se puso los lentes de sol, a pesar de que el sol era incapaz de dañar sus ojos, y se quedó ahí, cómodamente instalada, con los brazos cruzados y los pies estirados, como quien se relaja en el banco de una plaza, solo por hacerles compañía a esos dos hombres, por empatizar con su causa.


León Faras.

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