XXVII.
Laura despertó en su cuarto como
siempre lo hacía sin importar dónde se durmiera, la única función vital que
parecía seguir necesitando aun estando muerta, pero sin sueños e
invariablemente abría los ojos junto con la salida del sol. Observó la puerta,
el mensaje que Alan le había dejado escrito allí había sido borrado,
seguramente por su madre, se preguntó qué habría pensado ella al encontrarse
con semejante grafiti escrito con lápiz labial dentro de su propia casa, luego
volteó la mirada hacia el espejo de su cuarto, se quedó largo rato mirándolo,
en él se reflejaba un pequeño trozo de su habitación, pero no la cama donde
estaba ella. Sostenía la mirada con recelo, haciendo uso de todo el valor del
que disponía, sintiéndose un poco segura al no estar directamente frente al
reflejo. Luego de varios minutos sin que la aterradora Sombra acosadora diera
señas de su presencia, Laura se mordió una uña y sonrió traviesa, se le acababa
de ocurrir una idea que se le hacía de lo más boba, pero que algo la impulsaba
a probar, confiaba en que aquella criatura horrible permanecía del otro lado
del reflejo desde donde no podía alcanzarla. Aun sabiendo que estaba muerta,
Laura sentía que no podía vivir con permanente miedo, que debía hacerle frente,
aunque fuera de una forma ingenua, tal vez un poco ridícula, pero por algo se
debía comenzar, además nadie podría juzgarla por ello, por lo que se incorporó
de un salto y se bajó por los pies de la cama, agazapándose contra su cómoda,
luego se deslizó agachada y sigilosa por debajo del espejo colgado en la pared,
como un soldado que en plena batalla, se escabulle evitando ser divisado por el
enemigo, entonces se puso de pie y pegó su espalda a la pared, justo al lado
del espejo, con sus manos entrelazadas frente a ella, simulando sostener un
arma, y con extrema precaución, echó un vistazo en el insondable interior del
reflejo, se sintió una especie de agente especial en misión secreta,
increíblemente, aquella jugarreta infantil desdibujaba la agobiante situación
en la que se encontraba, ridiculizaba la aterradora amenaza de la Sombra y la
ponía en un nivel en el que ella podía poner sus reglas y por lo tanto, al menos
darle la sensación de enfrentarla. Lo primero que llamó su atención en el
espejo, fue su cama, pues estaba perfectamente estirada como si nadie hubiese
dormido en ella, pero más sorprendente fue comprobar que ese reflejo modificaba
su realidad a medida que lo observaba, pues su cama, de la que acababa de
levantarse, se veía ahora intacta también y sin los rastros de su reciente
presencia en ella, pero no era lo único modificado, su desorden, su ropa tirada
en el suelo, sus cajones a medio abrir, hasta el color de las cortinas, toda su
habitación se transformaba de ser su mundo personal a convertirse en el
abandonado dormitorio de una muerta que era, donde todo se mantenía en estricto
orden, la cama estirada, toda su ropa planchada, doblada y apilada, la
superficie de los muebles despejadas, todos sus zapatos formados en pares uno
al lado del otro. Un santuario protegido de la intervención humana. Todo su
entorno adoptaba la forma que tenía del otro lado del espejo, sin embargo, todo
aquello le pareció interesante, porque eran pistas de cómo funcionaba su mundo
ahora, se daba cuenta de que al parecer, no intervenía directamente con el
mundo real, de que lo que hacía en su mundo no interfería con la realidad de
los vivos, o verdaderamente aquello sería una constante y desconcertante locura
para estos, intrigada, se animó a hacer un pequeño experimento, de dos
zancadas, y sin perder su rol imaginario de agente secreto de una película,
cogió las cobijas de su cama impecablemente estirada y las jaló hacia atrás con
fuerza, para luego volver a su posición junto al espejo, echó un vistazo fugaz
en este y nuevamente la magia se producía restableciendo el orden, era
sorprendente pero también divertido, entonces se animó a más. Tenía pensado que
mientras la Sombra no apareciera, no había nada de qué preocuparse y si lo
hacía, simplemente se ocultaría rápidamente del reflejo, con esa idea, se
dirigió a su velador y se paró junto a este y frente al espejo, acercó su mano
a la lámpara de porcelana que estaba sobre el pequeño mueble y la tocó, sintió
su suave textura en sus dedos, sintió su peso al ejercerle una suave presión,
curiosa, la buscó en el reflejo del espejo frente a ella, donde ella misma no
existía y la empujó. El estruendo la hizo dar un brinco, pues la lámpara se
rompió en pedazos, pero eso no fue lo más increíble, sino que ver claramente en
el reflejo cómo aquel objeto se movía solo hasta perder el equilibrio y caerse.
Si no fuese porque sabía que ella misma la había tirado al suelo, hubiese sido justo
motivo para llevarse un buen susto. De dos saltos regresó junto al espejo y de
un vistazo comprobó que tanto aquí como allá, la lámpara estaba
irremediablemente rota, de eso, no había dudas, sin embargo, eso le daba otra
pista, el reflejo de un espejo parecía ser la conexión entre su mundo de muerta
y el mundo de los vivos. Pero su pequeña travesura no terminó ahí, pues en otro
vistazo al espejo se dio cuenta de que su madre había llegado a su cuarto
evidentemente atraída por el estruendo de la lámpara al caerse, no la podía
oír, pero podía ver que hablaba y gesticulaba alarmada por la lámpara
inexplicablemente rota en el piso, Laura imaginaba que en ese momento la estaba
culpando a ella y eso le daba la cálida sensación de que ambas podían saber que
en ese momento las dos estaban en el mismo sitio y al mismo tiempo, imaginaba
lo que sentiría ella de estar en su lugar, y tal vez no sería tan agradable,
pero para Laura aquello era extraordinario, su hermana también estaba allí,
sujetando un escobillón y una pala para recoger el pequeño desastre que había
provocado, tan agradable era la sensación de estar integrada con su familia
nuevamente, que se olvidó por completo de la precaución de no quedarse tanto
rato frente al espejo. Su madre se agachó para recoger los trozos más grandes y
tras desaparecer ella del reflejo apareció la Sombra de pie al fondo del cuarto,
Laura inmediatamente se pegó a la pared protectora junto al espejo, como un
ladrón que por segundos no ha sido descubierto en su fechoría, frente a ella,
su habitación volvía a estar vacía y silenciosa, temía por su madre y por su
hermana pero podía sospechar que la Sombra no estaba interesada en ellas ni en
ningún otro vivo, tenía la tentación de echar un último vistazo, pero sentía
que aquella criatura horrenda estaba justo ahí frente al espejo, a escasos
centímetros de ella, respirando con su frío aliento sobre su hombro. Pero todo
aquello no eran más que imaginaciones suyas, estaba a salvo, no podía tocarla y
lo mejor era seguir con su juego, pero eso sí, en otra parte.
Los
espacios abiertos eran ideales, salió de su casa con buen ánimo, sintiendo que
le había ganado la partida a su aterradora perseguidora y que hasta la había
burlado, huyendo antes de que pudiera asustarla, además, había obtenido una
valiosa recompensa al estar en contacto nuevamente con su familia, tal vez no
como antes, pero de igual manera la experiencia había sido genial y aun la
disfrutaba. Se sentía tan bien que de pronto le echó de menos a la música, se
atrevió a cantar y bailar mientras caminaba por el medio de la calle con total
impunidad, disfrutando por primera vez de lo que era en realidad, una libertad
sin límites. Corrió, pasó dando saltos por encima de los vehículos estacionados,
bailó y cantó tan fuerte como pudo sosteniendo un micrófono imaginario en la
mano sobre algunos y haciendo música con las palmas de sus manos sobre el capó
de otros, pateó basureros, golpeó puertas con los puños y hasta robó prendas y
chucherías baratas que encontró en algunos puestos callejeros, se probó unos
anteojos de sol, enormes y extravagantes sintiendo que le quedaban maravillosos
sin necesidad de verse, y se fue contenta, satisfecha de su nueva vida de
anarquía vana e inocuo vandalismo. Sin real intención, llegó hasta una población
que le resultaba familiar, los nombres de las calles, las casas más bien
antiguas, las calles deterioradas. Sí la conocía, pero se veía muy diferente
sin los viejos árboles en las veredas ni la abundante vegetación que los pobladores,
principalmente gente mayor, acumulaban en sus patios delanteros. Laura se quitó
los anteojos oscuros y reflejó la calle en ellos para echar solo un breve
vistazo, entonces el lugar aparecía tal y como lo recordaba, un lugar apacible,
viejo y tranquilo como sus moradores, allí vivía su abuelo Manuel. Al llegar a
la casa, la muchacha encontró la puerta de la reja abierta, pero no entró, en
el ventanal, que parecía nuevo o muy limpio, se reflejaban dos hombres sentados
al sol conversando algo que parecía ser muy serio, Laura no podía oírlos, pero
sus rostros, vistos de perfil, denotaban cierta gravedad, uno de ellos era su
abuelo, al otro no lo conocía, aunque podía ver que se trataba de un hombre
mucho más joven, vestido con ropa formal pero anticuada y lucía peinado y barba
de trasnochado. Laura contemplaría la escena solo por algunos segundos, pues
sentía mucho cariño por su abuelo pero no quería tentar a la Sombra más de lo
necesario, y luego continuaría su camino, pero una cosa llamó su atención, el
desconocido se llevó una mano a la frente, como en un gesto de impotencia o de
consternación, y la muchacha pudo ver su reloj, un reloj ridícula y
absurdamente infantil, el mismo que Alan le había dejado en su tumba junto a la
nota y a la calas blancas plásticas. Laura se acercó, aquel hombre debía ser el
tal Alan, no podía haber otro adulto en
el mundo con ese reloj, por fin lo conocía, no tenía idea de qué tenía que ver
él con su abuelo, pero tampoco se iba a mortificar por eso, al parecer, ese
hombre estaba interesado en ayudarla y eso la hacía sentirse agradecida y
contenta de conocerle. Pensó en hacerles un truquito como el de la lámpara en
su habitación, para que notaran su presencia, pero desistió de esa traviesa
idea, simplemente se sentó allí, en una esquina de la banca, se puso los lentes
de sol, a pesar de que el sol era incapaz de dañar sus ojos, y se quedó ahí,
cómodamente instalada, con los brazos cruzados y los pies estirados, como quien
se relaja en el banco de una plaza, solo por hacerles compañía a esos dos
hombres, por empatizar con su causa.
León Faras.
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