El
coleccionista.
Apenas
amanecía, una manada de Recolectores, o mejor conocidos por los humanos como
Chatarreros, rastrillaban una extensa zona de barro endurecido, en la que
habían quedado atrapados hasta el límite de su resistencia varias máquinas,
incluso se podía ver parte de una barcaza entera sepultada, con los androides
que transportaba en su interior. Los Recolectores eran robot de tecnología y
aspecto burdo, parecían jorobados botes de basura con patas cortas y largos
brazos terminados en pinzas, que se movían lentos y agazapados hurgueteando el
suelo en busca de desechos útiles, estaban hechos de un metal grueso pero muy
deteriorado, sucio y lleno de mellas que contrastaba fuertemente con la
elegancia de los cuerpos pulidos y brillantes de los Guardianes, Castigadores o
Aplacadores. Su trabajo era recuperar material, piezas valiosas, metal,
circuitos en buen estado que almacenaban en su interior hasta que el peso
límite que podían cargar fuera alcanzado o el espacio disponible se acabara, para
luego llevarlos a las fábricas donde eran reutilizados. Eran obreros que a
veces hacían la preciada labor de recicladores y otras veces la de
despreciables rapiñas, que no tenían escrúpulos en arrebatarles sus órganos
vitales a aquellos androides caídos, incapaces ya de valerse por sí mismos,
aunque estos no estuvieran totalmente muertos y aun tuvieran intensiones de
seguir luchando por su existencia. No eran agresivos ni portaban arma alguna,
pero eso no los hacía un botín fácil de coger, las manadas de Chatarreros siempre
eran acompañadas de un par de Oteadores, unos gusanillos desagradables que
caminaban sobre dos patas y se apoyaban de su cola para erguirse y girar la
bola que tenían por cabeza, escaneando los alrededores en busca de cualquier
amenaza, y alertando a medio mundo cuando la detectaban. Por su parte los
Recolectores ante cualquier alarma, se cerraban herméticamente y se quedaban
quietos hasta que se les ordenara lo contrario. Si uno de ellos se alejaba de la
manada más de la cuenta y no se reintegraba pronto, se daba por hecho que una
anormalidad había sucedido con él, tal vez podía haber sido raptado por humanos
para extraerle las piezas, tal vez podía haberse encontrado con un obstáculo
imposible de sortear o tal vez el robot había sufrido un daño que le impedía
seguir con su trabajo, entonces la unidad caída en desgracia, de forma
automática destruía su preciada carga con una potente explosión interna que de
paso también acababa con sus entrañas. No eran más valiosos que la labor que
realizaban y si algo de valor les quedaba, más temprano que tarde otro
Chatarrero pasaría por ahí y lo cogería. En el lugar no solo se podían ver
máquinas, también habían restos de animales arrastrados, árboles enteros
descuajados, restos inservibles de los incontables vehículos que cubrían la
tierra y sobre todo casas, un pueblo entero de hecho, arrasado y sepultado por el
lodo y todo lo que este arrastró.
Uno
de los Recolectores se diferenciaba claramente del resto, tenía una media luna
blanca pintada sobre su cabeza, él, por supuesto, ni se había enterado de
aquello, pero una pequeña cantidad de pintura le había caído encima por
accidente y le había dejado esa caprichosa marca en la que nadie ponía su
atención. Cerca de él, cuatro Chatarreros desmantelaban a un robot soldado
partido en dos que aun funcionaba y que se resistía con desesperación al notar
que quienes le habían encontrado no eran precisamente unidades de rescate, dos
Chatarreros más se acercaban con cierta ansia. Pronto las protestas del soldado
se silenciaron. El robot de la media luna siguió su camino sin detenerse, aquello
le parecía aburrido, cierto era que estaba fabricado y programado para
recuperar materiales útiles para la construcción de nuevas máquinas, pero al
parecer, una de sus pieza internas reciclada, no había sido correctamente
limpiada antes de instalarse y contenía un programa que no le correspondía y
que de a poco se había abierto paso en su intrincado sistema, despertando en él
una curiosidad anormal, un interés que lo absorbía gradualmente dejando su
monótona labor principal en una categoría secundaria, su nueva afición le
despertaba una adicción totalmente nueva, un apetito desconocido y que crecía
con cada nuevo descubrimiento, con cada nueva pregunta, había tomado
consciencia de la existencia de un rompecabezas gigantesco de piezas infinitas
cuyo interés por encajar cada una se hacía cada vez más imperioso. Era un caso
que solo se podía dar una vez en un millón, donde los innumerables factores
necesarios coincidieran, pero la probabilidad muchas veces demuestra no saber
de imposibles. El robot de la media luna, al igual que todos los demás
Recolectores, reconocía los materiales valiosos rápidamente, diferenciaba sin
problemas un censor térmico de una batería iónica y sabía muy bien cuando un
motor o circuito estaba funcionando, podía repararse o definitivamente se había
estropeado, pero lo que lo fascinaba por completo era descifrar qué servicio
prestaba un cepillo de dientes encontrado con las cerdas chamuscadas o en qué
parte del universo humano encajaba aquella palanca de los estanques de los retretes,
lo mismo con encendedores, cortaúñas, anteojos, monedas o relojes y por qué
razón existía tanta variedad de un mismo objeto, todo aquello se le hacía
adictivo como una droga, pero por lejos, lo que más le encantaban eran los
juguetes, tan interesantes y abundantes como aparentemente inútiles.
El
autobús sepultado llamó su atención y lo cambió todo, en el primer asiento se
veía un niño sentado, era algo completamente diferente a lo que el robot de la
media luna había visto nunca, no tenía señales de vida, pero aquello era lo más
próximo a un humano que había conocido jamás. Se trataba de un muñeco de los
usados por los ventrílocuos, en perfecto estado o cuidadosamente restaurado. El
robot se acercó intrigado, el autobús tenía una gran abertura por la que se
podía entrar sin problemas y el Recolector no lo dudó, pero el muñeco solo era
una carnada, colgado del techo, había un hermoso avión biplano modelo de la
segunda guerra mundial, más allá encontró un gato de tela humanizado, sentado
en actitud concentrada frente a un tablero de ajedrez con sus piezas en plena
partida, tenía puestas unas gafas que le daban al robot por primera vez una pista
de cómo se usaban, también encontró un globo terráqueo y un gran anuncio de
tamaño natural de una chica en bikini que anunciaba algo llamado “Bloqueador
solar” lo que para el robot de la media luna no tenía significado alguno. Una
alarma en su interior se encendió, anunciando que su manada se alejaba y que
debía reintegrarse, y aunque no podía desactivarla hizo algo aun más osado, la
ignoró. Junto a la ventana del autobús, crecían tomates contenidos en
recipientes de plástico, bajo estos, había una formación de hombres diminutos
enfrentados a otra formación de animales, sus formas y colores variaban, pero
el material del que estaban hechos era el mismo. En la pared de enfrente,
podían verse una multitud de relojes colgados, algunos de ellos aun
funcionaban, y más allá, libros apilados, el robot los conocía, pero al igual
que todos sus compañeros mecánicos, los creía extintos. La alarma se hizo más
acuciante, mensajes de peligro y advertencia se multiplicaron en su interior,
pero todo aquello era demasiado fascinante, estaba embobado y no podía retornar
a su rutina luego de ver todo eso, pues pasaría mucho tiempo, antes de que la
manada volviera a pasar por allí y muchísimo más antes de que él encontrara
otro sitio similar. No pensó en irse, pero si esa idea hubiese surgido, hubiese
sido literalmente aplastada por lo que vio a continuación, un acuario, con
plantas y peces vivos nadando en su interior, eso era demasiado para una simple
máquina como él. Su sistema colapsaba, la manada se alejaba cada vez más, el comando
de autodestrucción amenazaba con ejecutarse en cualquier momento, pero el robot
de la media luna solo pensaba en acercar su mano al cristal donde nadaba un
bonito pez dorado. No sintió nada cuando explotó, solo un sonido fuerte que lo
remeció y luego sus sistemas que se apagaban como una vela que se ha consumido.
Despertó
seis días después, notó que sus recuerdos seguían intactos, también su
consciencia, eso era de todo, menos normal. Sus sistemas se reiniciaban con normalidad,
estaba en un lugar oscuro, la escasa luz que había, estaba enfocada en él, un
hombre lo miraba muy de cerca con gran curiosidad “¿Puedes oírme?” Un humano,
tan cerca que si tuviera sentido del tacto, podría haberlo tocarlo, sin
embargo, lo más sorprendente era que podía comprender el sistema de lenguaje
orgánico, algo que desde hace mucho estaba obsoleto entre las máquinas de bajo
rango, como él. El robot de la media luna respondió que sí había recibido el
mensaje, y el traductor que el hombre le había instalado reprodujo su respuesta
con una voz electrónica, con un tono que se podía clasificar como femenino. El
hombre rió complacido. Se trataba de un explorador solitario, aquel lugar era
su hogar, el sótano de una de esas casas sepultadas por el barro al que se
podía acceder a través del autobús donde precisamente el humano lo había
encontrado. El robot miró a su alrededor, las paredes, el techo, todo estaba
lleno de objetos absolutamente asombrosos para él, se preguntó si aquel humano
estaría dispuesto a explicarle la utilidad del cepillo de dientes y de los
otros fabulosos objetos que tenía allí, por su parte, el hombre estaba seguro
de que aquel curioso robot, le sería útil para buscar y encontrar las piezas
que constantemente los sobrevivientes necesitaban.
León Faras.
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