sábado, 29 de abril de 2017

Zaida.

VII.

El comandante Bragones, era un hombre serio y con un valor como soldado que nadie se atrevería a poner en duda, pero con muchos años de acostumbramiento a una autoridad incuestionable que lo habían dotado de cierta arrogancia en su modo de actuar. Él no podía titubear al momento de dar una orden, así como sus subalternos no podían dudar para cumplirlas, así era siempre y en todas partes donde iba, por ello, es que al llegar a Missa Pandur, lo hizo con la misma soberbia con la que un hombre con mucho dinero en los bolsillos, entra en un burdel. Budara salió a recibirlo en compañía de Nemir, Driba, Badú y otros monjes, lo saludaron con una profunda y respetuosa inclinación que el capitán recibió casi con impaciencia, “Tengo informes de que usted alberga y protege enemigos de la nación en su monasterio, ese es un delito grave. Entréguemelos de inmediato o entraré por ellos” Missa Budara lo miraba desde su imponente altura con exasperante pasividad, “Me pregunto si usted no confunde informes con suposiciones, comandante”; “Yo jamás confundo absolutamente nada, Budara…” respondió el militar clavándole una mirada profundamente agresiva, “…pero usted sí confunde su deber humanitario, con la alta traición y me temo que también las consecuencias, eh” “Me pregunto quién está realmente capacitado para hablar de consecuencias” La voz del monje era suave y tranquila pero su rostro permanecía severo e inflexible, con una autoridad que rivalizaba fuertemente con la del comandante. Muy atrás, ocultos en la oscuridad del monasterio, Ribo y Gunta observaban nerviosos la escena. Apenas podían oír lo que se hablaba,  “Esto va a terminar mal, te lo aseguro. Es el fin de Missa Pandur” dijo Gunta, profundamente nervioso y fatalista, Ribo, que estaba mucho más interesado en lo que sucedía, que en lo que podía suceder, lo mandó a callar enojado “¡Shhh! No me dejas escuchar…” El comandante Bragones perdía la paciencia “Estamos en guerra. Puedo ejecutarlo ahora mismo por traición y también puedo tomar su monasterio y todos sus recursos si lo considero pertinente…” Entonces una voz infantil pero de firme consistencia lo interrumpió tajantemente “Ignorar la verdadera esencia de la vida es una ilusión de poder para el hombre necio” Bragones no lo podía creer, tuvo que inclinarse hacia un lado para poder ver la pequeña figura de Pimbo, erguida algunos metros detrás de Budara, con su actitud resuelta y su expresión de hombre grande. Salvo quizá por Gunta, a ninguno de los monjes presentes pareció sorprenderle su intervención. El capitán volvió la vista a los ojos de Missa Budara como buscando una explicación, este permanecía impasible “Es un alma antigua, muchas generaciones hablan a través de él” El comandante Bragones desenvainó su espada “Es la nación quien habla a través de mí. Hágase a un lado Budara, su vida y la de sus monjes dependen de ello” Nadie se movió.

En las afueras del monasterio, y por detrás de este, entre las montañas, Bardo y sus hombres se alistaban para cabalgar, uno de los soldados se veía muy mal, tenía una herida que le había hecho perder demasiada sangre, estaba consciente, pero débil. En ese momento apareció Missa Yendé, traía un manojo de ropa y encima de esta una diminuta botella de arcilla, “Aquí tiene lo que necesita” Bardo la recibió y se la entregó a otro soldado a su lado quien tomó el bulto con duda y una tensa mirada de preocupación, que su superior evitó enseguida para dirigirse al monje nuevamente “¿Qué tan efectivo es?” Yendé miró al herido con infinita congoja, “Bastante, aunque no es tan rápido. Le recomiendo que se lo dé ahora” Bardo asintió con gravedad, el monje respondió con una decorosa reverencia “Desearía haber podido hacer más. Suerte y que al final de su camino encuentren la paz” Luego se retiró rápidamente sin esperar respuesta.

“Veremos quién es el necio” dijo Bragones levantando su espada por el lado contrario para atacar a Budara con ella de revés, sin embargo, el brazo del monje se movió rápido, certero y de improviso como el ataque de una serpiente, atenazando la muñeca del comandante con una fuerza muy poco habitual en un hombre de su edad, tanto así, que el militar no pudo liberarse al primer intento, ni al segundo “No se equivoque comandante. Aquello que busca, no lo encontrará aquí” Budara le soltó el brazo. Bragones quedó realmente impresionado, él era mucho más joven y mejor preparado físicamente que un monje que dedica su vida a la oración y al silencio, la rapidez y la fuerza de ese hombre eran incongruentes, y provenían de algo que él no llegaba a comprender. Realmente sintió deseos en ese momento de ordenar a sus hombres atacar y pasar por encima de quien se opusiera a su avance, pero algo lo reprimía, quizá algo en la inquietante mirada serena y en la actitud pasiva de todos esos monjes que simplemente se le oponían con una paz férrea, o quizás una pequeña luz de sensatez en su mente o tal vez miedo, el antiguo miedo a lo desconocido o incomprensible. Fueron largos segundos hasta que uno de sus hombres avistó un grupo de jinetes que huían por un camino cercano, llevaban antorchas y por sus estandartes y uniformes, se podía ver que eran la guardia personal de la princesa Viserina. “Espero por su bien, que todo esto no haya sido más que un truco para darles tiempo a esos hombres para huir…” Dijo Bragones antes de subirse a su caballo y ordenar a sus hombres que persiguieran a los fugitivos.

A pesar de que Bardo y su grupo le sacaron buena ventaja a sus perseguidores, finalmente fue fácil encontrarlos, pues habían encendido una inmensa hoguera que era visible desde muy lejos en la oscuridad. Estaban en un pequeño claro dentro de un bosquecillo de árboles secos junto a un frío y rocoso riachuelo, cuando Bragones llegó, los encontró en actitud de profundo respeto frente a un cuerpo que ardía en llamas, se habían despojado de sus armaduras y las habían amontonado contra un árbol, en la pira, aun se podía ver parte de los coloridos atuendos de la princesa Viserina quemándose. El comandante quiso acercarse para ver el cadáver de cerca pero los hombres que lo custodiaban se lo impidieron de inmediato con las puntas de sus espadas apuntándole a la garganta, Bragones sonrió sarcástico, “Hoy parece que el mundo se levantó con deseos de llevarme la contraria, eh” Su ventaja era arrolladora, eso le daba confianza y lo ponía de buen humor. Se quitó el yelmo para rascarse la cabeza y se lo volvió a poner. “¿De quién es el cuerpo que está en la pira, soldado?” Bardo respondió, “No pierda el tiempo, comandante, usted tiene un deber que cumplir y nosotros también” Bragones lo identificó como el soldado de mayor rango y se paró frente a él, “Y su deber es mantener con vida a su princesa, eh” “Nuestro deber está aquí, comandante” El tono de Bardo era levemente insolente, Bragones dio un paso más cerca, amenazante “Dígame, ¿De quién es el cuerpo que está en la hoguera?” Bardo lo miró a los ojos sin dejarse intimidar “¿Quiere estar seguro de que ese cuerpo es de la princesa Viserina?” “Exactamente eso quiero, soldado” Bardo dio un paso atrás y empuñó su espada listo para luchar, “Podrá cerciorarlo usted mismo cuando llegue al otro mundo” “Entiendo…” dijo Bragones sacando su espada, al tiempo que, de todos los presentes en aquel lugar, aquellos que no tenían ya su espada en la mano, le imitaron. Luego agregó, “…Que así sea entonces”


Bardo y sus hombres, doce en total, encontraron la muerte que esperaban, luchando por su princesa hasta el final. El soldado número trece, aquel que estaba demasiado débil para empuñar una espada, aceptó una muerte distinta, se bebió el veneno que Missa Yendé les trajo y se vistió con los atuendos de la princesa Viserina antes de tomar su lugar en la pira. Fue una batalla corta cuyo final ya estaba zanjado desde antes que comenzara. Bragones solo perdió a tres de sus hombres, imprudentes que subestimaron a sus enemigos. Al terminar la lucha, el comandante se quedó largo rato mirando el cuerpo carbonizado entre los restos del fuego, aquello que veía era imposible de identificar. Antes de retirarse, un hombre se le acercó, era un tipo astuto y malicioso al que llamaban Tasco, a Bragones no le terminaba de agradar, “Señor, me he dado cuenta de una curiosidad…” dijo con sobreactuada humildad, “…he contado las armaduras, son trece en total, mientras que solo se pueden ver doce cadáveres, bueno, trece si contamos el que está calcinado también… ¿No le parece curioso que la princesa también llevara armadura?” Luego se retiró haciendo una innecesaria reverencia, le encantaba eso de sembrar una duda y luego retirarse, le provocaba un placer similar al de quien gana una discusión gracias a la solidez de sus argumentos, pero reemplazando la inteligencia por la suspicacia, sin embargo, Bragones ya tenía esa duda desde mucho antes y tarde o temprano tendría que resolverla, por el momento su trabajo allí ya había terminado.

León Faras.

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