XXV.
Sinaro
había reunido un grupo de hombres que seguían su recia figura y su respetable
leyenda. Se habían abierto paso más que nada a punta de carreras y escaramuzas
contra los escasos grupos de Cizarianos que encontraron en su camino.
Finalmente lograron dar con el camino principal, que era la línea recta hacia
el palacio, donde seguramente se reunirían con el resto de sus camaradas, y con
su rey, pero al llegar allí lo que encontraron fue que estaban en el medio y a
varios metros, por un lado, del puente que debían cruzar para avanzar y que
estaba fuertemente custodiado, y por el otro, de un nutrido grupo de caballería
que a buen paso avanzaban hacia ellos, aquel era el grupo que comandaba Rianzo,
quienes al verles, de inmediato azuzaron sus caballos para embestirlos. Sinaro
y sus hombres no tenían ninguna oportunidad, eran inmortales, pero eso no les
valía de nada para enfrentar tamaño ataque, con seguridad serían golpeados y
aplastados sin tener ninguna chance de causar daño alguno, solo podían
desperdigarse nuevamente, pero la suerte equipararía las circunstancias. Vanter
y un pequeño grupo de Rimorianos aparecieron de uno de los caminos laterales,
corriendo y gritando como si hubiesen perdido la cordura, arremetiendo contra
el grupo de caballería, en un intento de atacar tan patético como estéril, pero
con un valor que rayaba en la locura, la razón
para actuar así venía justo tras ellos, persiguiéndolos a gran velocidad.
Enfurecidas y enceguecidas de dolor y miedo, la estampida de reses que se
quemaban vivas, embistieron contra el grupo de Rianzo, partiéndolo en dos,
causándoles un daño terrible, además de confusión y desorden, las reses arrasaban
con cualquier cosa que se les pusiera en frente, los caballos se espantaron,
varios jinetes cayeron al suelo, más de uno fue aplastado y la oscuridad no
hacía más que empeorarlo todo. Tras el grupo de animales enloquecidos, apareció
un jinete Rimoriano solitario, que aprovechó inteligentemente el escudo
infranqueable que ofrecía el hato de reses asustadas para cabalgar tras ellas,
absurdamente, llevaba en uno de sus brazos lo que parecía un bebé envuelto.
Sinaro y sus hombres no lo pensaron dos veces y se lanzaron al ataque con
espadas en alto y gritos de furia, en un segundo, las cosas se habían invertido
y ahora los Cizarianos estaban en apuros, atascados en un embrollo de hombres y
bestias donde mantenerse sobre el caballo podía marcar la diferencia entre
vivir o morir.
Cuando
por fin Emmer pudo encontrar la casa donde vivía la familia de Nila, la
encontró prácticamente reducida a escombros, eso ya se lo temía, pero de verdad
esperaba que no fuera así, porque ahora no tenía ninguna idea de dónde buscar. La
ciudad entera era un caos de fuego, gritos, gente muerta y otros que morirían
pronto, debía confiar en que Nila y su familia se habían puesto a salvo, por
ahora no podía hacer otra cosa. Necesitaba un caballo, pero lo único que
encontró fue un bonito escudo Cizariano de madera con el borde de metal apoyado
contra una pared, nada despreciable para protegerse de las flechas que se veían
clavadas por todas partes, como si hubiesen caído del cielo en una tormenta
abominable, sin embargo, al tomar el escudo, debajo de este había un niño
pequeño que apenas se vio descubierto comenzó a correr y gritar de forma
histérica, Emmer se vio absolutamente sorprendido, tal vez pensó que lo
correcto era ayudar a ese pequeño, pero pronto averiguó que el niño no estaba
precisamente desamparado. Un enorme muchachote imberbe apareció tras él con el
cuerpo cubierto de tablas atadas con cuerdas y blandiendo un espadón de madera
con el que parecía capaz de aturdir a un cerdo, evidentemente no era un
soldado, Emmer logró esquivar dos de esos mandobles, que eran acompañados de
estridentes gritos de furia, y con una hábil maniobra, hacerle una zancadilla
al muchacho para que este trastabillara y lo dejara en paz, mientras trataba de
explicar que solo quería seguir su camino, pero las sorpresas no se acababan. En
medio del camino apareció la extravagante figura de un anciano a lomos de un
asno, llevaba puesta parte de una armadura tan vieja como él mismo, y en las
manos cargaba un largo tubo de hierro con el que le apuntaba. Emmer no tenía ni
idea de qué clase de locura afectaba a ese abuelo, ni de qué era lo que
pretendía con ese aspecto más ridículo que intimidante, sin embargo, las
chispas que comenzaron a brotar insistentes y juguetonas de su raro artilugio y
luego la violenta explosión que salió de la boca de este, sumado al particular
olor de su aliento que nunca antes había conocido y jamás olvidaría en su vida,
lo hicieron cambiar de opinión. Fue apenas un golpecito el que sintió en el estómago,
el golpe de algo pequeño y duro, algo invisible tal vez mágico, porque a pesar
de no haber visto nada, su armadura tenía un agujero perfectamente circular y
en su carne y en sus tripas podía sentir la monstruosa cicatrización
ejecutándose. Estaba aturdido, pero más que por la herida era de asombro, tanto
que no hizo nada por esquivar el golpe brutal que el muchachote le soltó en el
pecho con su espadón de juguete y que lo arrojó al suelo. Emmer cayó sentado
contra un poste de madera que era parte de un cerco, mientras el muchacho reía
satisfecho consigo mismo, con una risa de burla, de una maldad marcadamente
infantil. El viejo preparaba su prototipo de arcabuz para dispararlo
nuevamente, pensando que la armadura había salvado a aquel soldado enemigo,
espoleó su burro frenéticamente para que este se moviera, con su flema
habitual, dos pasos más cerca y volvió a apuntar, el Rimoriano no pensaba
quedarse para ver otra prueba de esa extraña arma de trueno, se arrastró bajo
el cerco y se ocultó entre las vacas, el muchacho, menos hábil, debido a su peso
y a su improvisada armadura de madera, abrió las puertas del cerco con su
respetable espadón al hombro para perseguirlo, pero no llegó a entrar, la casa
que habitaban estalló violentamente debido a la pólvora y otros extraños
compuestos que habían logrado acumular en todos esos años, luego el granero que
estaba justo al lado, provocando una lluvia de fuego sobre las reses que ya
espantadas por la explosión, huyeron aterrorizadas por la puertas abiertas
donde estaba parado el muchacho, quien por muy poco logró hacerse a un lado y
salvar el pellejo, pero nada de eso había sido coincidencia, todo había sido
provocado por una misteriosa figura encapuchada y cubierta por una gruesa capa
que salió del establo ubicado al otro lado del cerco, montando un caballo, un
animal inteligente que nunca se había dejado montar por los dueños de esa casa,
a quienes su sentido animal los hacía despreciar más que temer. El jinete se
detuvo junto a Emmer y lo ayudó a subir a su grupa, luego echó a correr tras la
estampida de reses, “¡Bestia traidora!” grito el viejo enfurecido y disparó su
arcabuz contra los que huían.
Solo varios segundos después, y
muchos metros, Emmer notó que el jinete que lo había salvado comenzaba a
desfallecer, llevaba el proyectil lanzado por el viejo alojado muy cerca de su
corazón, también notó que este no era hombre sino mujer y que en su regazo bajo
su capa, llevaba un bebé envuelto en cobijas atadas y cruzadas al hombro como
un hatillo, el hombre tomó las riendas y detuvo el caballo, la mujer moría en
sus brazos, “Cuídalo, es Rimoriano como tú, y como yo…” dijo, mientras Emmer
tomaba la criatura sin saber que más hacer y la madre caía lenta e
irremediablemente al suelo, ya sin vida. Nunca supo su nombre ni por qué hizo
lo que hizo, solo que al parecer tenía razones poderosas para huir con su bebé de
ese lugar y de esa gente a la primera oportunidad, y así lo había hecho. Las
reses corrieron despejando el camino frente a ellas de cualquier obstáculo, lo
que fue aprovechado por Emmer para salir de ese laberinto, sin embargo, la ruta
no era completamente segura, pues no estaba libre del fuego ni de los arqueros
que no dejaban de atosigar desde los tejados, solo la velocidad del caballo
mantuvo ilesos al jinete y al bebé que este protegía con su cuerpo. Al llegar
al camino principal se detuvo, el proyectil encapsulado en sus tripas le dolía
tanto como un hueso roto, pero no le prestaría demasiada atención. Entonces la
vio, Nila estaba allí, pegada a una pared con la espada de un enemigo muerto en
las manos, se veía cansada, asustada y cubierta de sangre, el bueno de Vanter
no se había despegado de ella. Lo que debía ser un emotivo reencuentro, se
diluyó con el llanto del bebé. Nila y Vanter vieron al recién llegado como
quien se presenta en una fiesta con un atuendo de lo más inadecuado, “No hay
tiempo para explicaciones….” Emmer le estiraba la mano a su novia para que
subiera a su caballo “…Tengo que sacarte de aquí”
Vanter regresó junto a sus
compañeros para luchar, mientras Emmer corría en dirección contraria por el
camino principal hacia las afueras de Cízarin y más allá, le había prometido a
su camarada que regresaría en cuento dejara a Nila y al bebé a salvo, pero esa
era una promesa que no cumpliría.
León Faras.
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