lunes, 8 de mayo de 2017

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

XVI.

La noche era fría y eterna para el pequeño crucificado, las sombras oscuras que siempre le hablaban y se burlaban de él, estaban saciadas de alimentarse y tenían una entretenida velada dentro de los restos del cadáver que se pudría a los pies del atormentado y reseco árbol, ese era su hogar y el desdichado clavado allí, su alimento. Cada vez que la luz aparecía en las alturas, le caía con furia como un chorro en la cara y enceguecía al crucificado que ya sabía lo que tocaba, las sombras, abandonaban su entretenimiento, hambrientas y divertidas, trepaban por el tronco cubierto de heridas, como enredaderas fantasmales, para envolver al hombre y alimentarse de él, incrustarse bajo su piel succionándole el alma mientras las voces se oían en la oscuridad, muchas voces hablando al mismo tiempo, con él, entre ellas o con el exterior, voces agudas, graves e infantiles que lo mismo se oían lejanas que dentro de su cabeza o incluso salían de su boca sin reconocer ya su propia voz entre ellas. El pequeño crucificado sentía como sus huesos eran roídos, su sangre succionada, sus órganos desgarrados y su piel perforada en una tortura interminable. Todo hasta que la luz se apagaba, las voces se alejaban hasta volverse murmullos y las sombras retornaban a su hogar, más robustas y contentas y el pequeño crucificado podía tomar un pequeño descanso que nunca era suficiente, pues siempre había algún curioso dispuesto a arrojar una moneda y despertar a Mustafá para que este saciara sus dudas pueriles a cambio de una cuota de sufrimiento del pequeño y desdichado Román Ibáñez Salamanca.

La furgoneta negra se detuvo frente a una bonita casa de color claro y estructura sólida, tenía tres pisos y en el tercero, un pequeño balcón con una excelente vista hacia el sitio donde estaba el circo. Damián Corona apenas la vio, le pareció perfecta y ya había hecho los trámites necesarios para conseguir esa ubicación el día anterior, no le fue nada difícil hacer el trato con la dueña del lugar, tenía todo lo necesario para ello: Encanto y billetes. Al tocar la puerta, esta se abrió rápido, a pesar de lo temprano que era, la viuda, una dama madura pero atractiva y de ojos coquetos, ya estaba impecablemente vestida y arreglada. Damián cogió sus maletas de madera con sus trastos de fotógrafo e ingresó con una sonrisa en la cara que casi le hacía desaparecer los ojos. Desde ese balcón se encargaría de fotografiar todo lo que pudiera, pero especialmente, la chica alada que habían visto volar el día de la lluvia, mientras que su hermano Vicente y Diego Perdiguero debían prepararse para adentrarse en el circo y fotografiar la sirena que Bolaño les había encargado, y para ello debían valerse de algunos trucos, pues estaban bien advertidos de que el dueño del circo, el tal Cornelio Morris, no estaba de acuerdo con que fotografiaran sus atracciones y al parecer, podía ser un hombre peligroso y por lo mismo es que habían sido contratados. Vicente detuvo la furgoneta en una calle cercana y encendió un cigarrillo, pronto el circo comenzaría a funcionar y debía prepararse. Había traído un equipo que solía usar en espacios públicos para pasar desapercibido: Una cámara fotográfica disimulada en un recolector de basura con ruedas, con su escobillón y todo, además de un sucio y gastado overol y una gorra propia del oficio de recogedor de basura, Perdiguero estaba impresionado pero más aun cuando vio a Vicente Corona coger desperdicios de un contenedor de la calle y echarlos dentro de su carro “¿Qué clase de recolector sería si llevo mi carro limpio?” luego agregó “Ahora date una vuelta por ahí y espera mi señal…” y se alejó empujando su carro y silbando con total parsimonia.

Von Hagen había pasado una noche terrible, sin poder pegar un ojo mientras su compañero Ángel Pardo roncaba totalmente insensible, rebasando los límites de la cama con sus larguísimas extremidades. Estaba sentado en un taburete, con una manta en los hombros y una taza con un poco de café ya frío en las manos, mirando cómo lentamente, la noche se hacía día. Estaba preocupado por el desconcertante y brutal consejo que Mustafá le había dado para liberar a Lidia de su jaula de cristal, pero más preocupado estaba por que Eloísa no lo delatara, le parecía una buena chica, pero apenas la conocía y Cornelio Morris ya la estaba encantando con halagos y obsequios, cosa que la muchacha recibía feliz, pues de seguro que hasta ahora había llevado una vida bien desprovista de ese tipo de cosas, si hasta le había cedido la tienda del difunto Charlie Conde.

Con la salida del sol comenzó la faena en el circo y todo el mundo se preparaba para recibir al público lo antes posible, Cornelio Morris repartía órdenes con su megáfono, el mismo que usaba para atraer a la gente a ver su espectáculo. Esto último, lo hacía de un modo espectacular y siempre aprovechándose de la credulidad e ignorancia de la gente que creía a ojos cerrados en las historias que contaba y en los lugares inventados que mencionaba, pues luego de ver sus increíbles atracciones, cualquiera pensaba que de seguro provenían de los lugares más recónditos y desconocidos del planeta. De Von Hagen, por ejemplo, decía: “El hombre simio domesticado, encontrado de pequeño por exploradores ingleses en la lejana isla de Catabria, un lugar remoto de los mares escandinavos, donde hombres y mujeres crían pelo en todo el cuerpo para protegerse del frío…” De Lidia, “Nuestra única y maravillosa sirena, capturada viva por navegantes turcos en el Mar Denso, todos ellos sordos, pues para cruzar esas aguas que tiñen los cascos de los barcos y ocultan innumerables criaturas fantásticas, los marineros deben atarse a los mástiles de sus naves para no sucumbir a los embrujos de estas hermosas pero peligrosas criaturas, capaces de hipnotizar con su canto y provocar que los hombres les sigan a las profundidades de donde nunca más regresan, ni vivos ni muertos…” A Ángel Pardo lo presentaba como, “El gigante de los antiguos castillos de Tribalia, zona montañosa del otro lado del océano, donde algunos hombres son criados en una torre alta y estrecha toda su vida, para que alcancen alturas sobrenaturales y de esa manera infundir terror en sus enemigos…” De Mustafá decía “He aquí el gran Mustafá, un muñeco creado hace cientos de años por los enigmáticos habitantes de los desiertos de Arabia como regalo para su grandioso Califa. Dotado de vida propia mediante oscuros y antiguos rituales, es capaz de desvelar cualquier verdad escondida y sacarla a la luz por solo una moneda…” A veces cambiaba algunos datos, a veces cambiaba los lugares, pero daba igual, pues nadie, nunca, en ninguna parte se atrevería a cuestionar o poner en duda lo que él decía. Para Eloísa sería igual, improvisaría una presentación espectacular, cualquier cosa que dijera esa gente la creería al ver una muchacha volar y la niña ya estaba advertida de eso, solo debía actuar como si todo fuera cierto.

La gente llegó en gran número, la noticia del circo y de sus asombrosas atracciones se había esparcido por todas partes con asombrosa facilidad. Diego Perdiguero se daba vueltas por ahí con las manos en los bolsillos y andar relajado, como el más despreocupado de los seres humanos. Buscó el lugar donde se presentaría la sirena y observó el entorno, estaban los camiones, había lonas y tableros de madera, sería fácil hacer su parte del trabajo. Vicente Corona entró en el circo empujando su carro y buscando no llamar la atención, se apoyó en este y encendió un cigarrillo, como cualquier trabajador que hace una pausa en su jornada para relajarse, de pronto pasó por su lado Ángel Pardo que paseaba por ahí atrayendo público rodeado de una multitud de niños que revoloteaban a su alrededor fascinados, Vicente reventó en tosidos ahogado por su propio humo, no solo era enorme, sino grotescamente desproporcionado, con piernas larguísimas como un ave zancuda, luego de eso sonrió y botó su cigarro. Estaba en el mejor lugar para ponerse a trabajar. Su carro de basura era una pequeña obra de ingeniería, el lente de la cámara estaba ubicado en la parte delantera, mientras el visor y todos los controles, detrás, de forma que podía ocultarse disimuladamente tras su carro para encuadrar y enfocar y en pocos segundos ya tenía una foto. Cuando Cornelio Morris comenzó a agrupar a la gente frente al escenario donde estaba Lidia, se ubicó en una buena posición, aunque apartada y esperó a que la elocuente presentación terminara y se abriera el telón, lo que vio lo dejó tan sorprendido que tardó varios segundos en darle la señal que Diego Perdiguero esperaba. Este se alejó disimuladamente para encender un fuego en uno de los acoplados del circo y luego gritar y dar la alarma, la idea no era quemarlo todo, sino causar el suficiente revuelo para que Vicente pudiera tomar las fotografías que necesitaba sin que nadie lo notara. La sirena era increíble y asombrosamente real, el conato de incendio fue perfecto, Morris se bajó del escenario para movilizar a sus trabajadores, los curiosos se movieron de enfrente para ver lo que sucedía, Vicente pudo enfocar perfectamente a Lidia atrapada en su gran estanque de cristal, en un momento, sus vistas se cruzaron a través del lente de la cámara, la sirena lo había descubierto. Cuando Vicente terminó y las cosas volvieron a la tranquilidad, la mujer tras el cristal aun lo observaba, sorprendida, pero con un brillo suplicante en los ojos que dejó algo perturbado al fotógrafo. Morris lo notó, pero cuando buscó entre la gente aquello que la sirena observaba insistentemente, solo vio a un recolector de basura que se alejaba tranquilo, empujando su carrito.


“Señoras y señores, con gran orgullo les presento, por primera vez en mi circo y por primera vez mostrada ante los ojos del mundo, la criatura que os hará olvidar todo lo que han visto hasta ahora. Una criatura traída de una tierra muy lejana, donde nacen los sueños y son creados los cuentos de hadas. Una criatura imposible, de un mundo imposible, de donde sólo se puede entrar o salir por medios sobrehumanos. Damas y caballeros, les presento ante todos ustedes, por primera y única vez en sus vidas, un auténtico Ángel del Paraíso.” Entonces, apareció Eloísa, quien no podía contener las risas mientras oía su presentación, se volvió completamente seria al caer el telón. Estaba de pie, envuelta en sus alas, que poco a poco comenzó a abrirlas y a extenderlas lentamente y con una belleza sobrecogedora, vestía una túnica improvisada que resaltaba su apariencia de criatura celestial encarnada. La gente retrocedió alarmada, atropellándose unos a otros, cayéndose al suelo sin poder despegar los ojos de esa criatura maravillosa, dos respetables señoras se desmayaron sin que apenas fueran atendidas por sus desconcertados esposos que les abanicaban aire sin despegar los ojos del escenario, pero la presentación apenas había comenzado, Eloísa, con dos aleteos violentos, se elevó a los aires, la gente que apenas se recuperaba de la primera impresión de verla, volvía a retroceder alarmada, por órdenes de Cornelio Morris, la chica estaba anclada al suelo por una larga cadena, no por precaución de nada, sino que sólo para impresionar al público. La muchacha conocía perfectamente su papel y parecía luchar contra la cadena mientras las personas en el suelo gritaban y se desmayaban por igual. A algunos metros de allí, desde su balcón alquilado Damián Corona estaba enloquecido tomando fotografías de aquella cosa, fuera lo que fuera, era impresionante verla y de seguro aquellas fotos costarían una fortuna.


León Faras.

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