domingo, 12 de agosto de 2018

La Hacedora de vida.


7.

Fue menos difícil de lo que esperaban sacar a Nora del juego y poner a Dixi, bastaba con verificar que no fuera familiar o vecino de ningún otro jugador, lo difícil fue hacer entender al idiota que hacía las inscripciones, que ser ciega no era impedimento para poder jugar y jugar bien a su juego, Dixi era especialmente sensible a aquellos comentarios de personas que creían que por ser ciega era menos capaz que cualquier otro, de hecho la enervaba: “¡Soy ciega, sabe? ¡No tonta! puedo jugar a su estúpido juego, tan bien como cualquiera, ¡Mire!...” le gritó, enseñándole las manos y moviéndole los dedos en la cara “¡Sólo necesito esto, no voy a mover las fichas con los ojos!” “¡Oiga!...” intervino Nora, “No hay ninguna regla que lo prohíba” El hombre se mantenía pétreo y serio, como un oficial que está siendo regañado por un superior, “A nosotros lo que nos preocupa, es el espectáculo” Ese fue un comentario estúpido, Nora tuvo que sujetar a Dixi por la cintura para que no se subiera al escritorio del hombre “¡¿Espectáculo?! ¡Yo te daré espectáculo, les daré más espectáculo del que se imaginan!” Al final, el mismísimo Remo Taro se acercó para decirle al hombre que dejara jugar a Dixi, pues ese tipo de temperamento era el que le encantaba a él y a su audiencia, “¿No tiene ningún problema en enfrentarse a Babú Ragas, verdad?” preguntó Taro, Dixi, aun excitada, no tenía ni idea de quién era ese Babú, pero poco y nada le importaba en ese momento, parecía un boxeador retando al campeón para una pelea “No me importa contra quien juegue, yo sólo quiero jugar. Puedo ganarle a quien sea…”

Para ser alguien que no tenía ni un poquito de interés en participar del juego de Orión, y que en realidad, la idea le repugnaba, Dixi se había partido el alma para que se lo permitieran, ni ella misma se lo podía creer, sobre todo sabiendo que, en realidad, ella no podía jugar al juego, no podía porque ni su Audio-visor, ni ningún otro, ni siquiera el Audio-visor 5000 podían diferenciar colores, detalle del que nadie parecía capaz de darse cuenta, a menos que fuese otro ciego. Ella podía hacerse una idea clara de la distribución de las fichas sobre el tablero, pero le resultaba imposible saber cuál era blanca o cual era azul, sin embargo, Dixi respiraba entusiasmada y orgullosa, bien valdría la pena hacer trampa para ganar ese tonto juego, y demostrarle a todos esos palurdos lo que una ciega era capaz de hacer y de paso, conseguir ese maravilloso Audio-visor 5000.

Cuando regresaron, se encontraron con el bueno de Yen Zardo que cargaba con unos tubos de hierro al hombro, juntos llegaron hasta el apartamento de Reni Rochi, donde ambos trabajaban en una especie de silla de ruedas para poder mover a Boris con algo de libertad. Nora nunca había entrado allí, el chico nunca invitaba a nadie más que a su amigo Yen, pero esta vez, sólo entró, junto con su hermana y siguiendo a Yen Zardo, quien, incómodo, se le hacía un nudo terrible girar con los fierros en el estrecho pasillo, abrir la puerta y al fin meterlos. Había una especie de morbo injustificado pero inevitable, Nora siempre imaginó que en el departamento de Rochi se encontraría con algo asqueroso que seguramente prefería no saber, pero lo que encontró, la dejó pasmada. Dixi tardó un poco más en darse cuenta, pero cuando lo hizo, también reaccionó igual: El chico era un artista. Un artista, en un mundo en el que cualquier cosa que no cumpliera una función práctica o que gastara materiales simplemente en fines decorativos, o sea, arte, era considerado inútil, una tontería pasada de moda y un completo despilfarro que nadie estaría dispuesto a justificar ni mucho menos a remunerar. Era mal visto socialmente, y eso hacía que Rochi mantuviera su afición en privado. La casa estaba llena de esculturas de distintos tamaños hechas con una enorme variedad de desechos de fierro: tuercas, tornillos, cadenas, engranajes y cuanto se pueda imaginar. Lo primero que se podía ver, era un ave zancuda, similar a una garza con su cuello enchuecado como una “S”, un pico largo y peligrosamente aguzado apuntando de soslayo al visitante y sus plumas peinadas hacia atrás como espadas recortadas en ángulos afilados, violentas. Un ave que si aún existía, había abandonado ese lugar hacía mucho tiempo. Sobre una mesa, se podían ver una serie de figuras humanas que bien podían ser robots o bien podían ser pequeños hombres de metal, a Dixi le llamó la atención particularmente uno que corría, no era muy detallado, pero la forma que “veía” con su Audio-visor, más las sensaciones al sutil roce de sus dedos, le daban la idea de que parecía moverse al límite de sus capacidades, al borde de su velocidad, como si realmente estuviera a punto de romper su cáscara de metal y salir corriendo. Nora observaba de cerca un pescado pegado a la muralla, un animal que hace tiempo nadie veía en vivo tampoco, le pareció una criatura rara, fea, justificadamente extinta, cuya existencia real era difícil de imaginar, aunque la hubiese visto en la televisión, “¿Qué piensas hacer con todo esto?” preguntó la chica a su amigo, quien, al estar trabajando en la silla para Boris, recién se quitaba la gafas de soldar y se incorporaba para darse cuenta de la invasión a su hogar. “¡Es lo que le he dicho yo! Ya sabes cómo son las autoridades cuando descubren que alguien acumula basura en lugares no habilitados” exclamó Zardo, con la petulancia propia del que está seguro de tener la razón de su parte. Dixi estaba fascinada, mientras examinaba de cerca, lo que para ella, era una criatura extraña: un toro, con sus patas rígidas y apuntando sus cuernos hacía el frente, “No creo que sean basura, no pueden ser basura. No creo que hayan muchas personas capaces de hacer esto…” “Bueno, una cosa es la capacidad y otra cosa es el valor de esa capacidad…” explicó Nora encogiéndose de hombros, “¡Míralas!...” agregó Zardo “…sólo están ahí, sin cumplir ninguna función, sin servirles a nadie para nada. Como un zapato roto o un vehículo descompuesto: o lo reparas o lo reciclas, pero no lo dejas ahí” Dixi sabía que tenían razón, hasta Reni Rochi sabía que no servían para nada más que para su placer al verlos tomar forma, pero la chica podía sentir la sensibilidad necesaria para reproducir, no sólo una forma, sino también una actividad, una emoción, un pequeño instante del tiempo congelado en hierro, y eso era algo que sin duda, no cualquiera podía hacer, “A mí me gustan…” concluyó. Nadie le podía rebatir eso.

Yen Zardo miró la silla, tosca y pesada, de hecho, parecía pesar más que el mismo robot que debía transportar, Reni le aclaró que precisamente por el peso de Boris, debía ser resistente, pero que le pondría un accesorio que multiplicara la fuerza, “…no te preocupes, será como tirar del coche de un niño” Yen asintió sonriente, luego de pronto se puso serio, sacó una pequeña caja del bolsillo “A propósito, traje lo que me encargó Boris”

Para Dixi fue una sorpresa. Cuando el robot le dijo que solo necesitaría unas simples modificaciones para poder comunicarse con su Audio-visor, no pensó que esas modificaciones, eran para el propio Boris. Yen Zardo  le puso una cajita adherida a la nuca con una pequeña antena, soldó unos cables dentro de la cajita, otros en la cabeza de Boris, le puso una pequeña fuente de poder, la de Boris era inexistente, y listo. Nora traía un enorme bol con hojuelas crocantes de colores y se sentó junto a su hermana, “¿Qué cosa le has puesto en la cabeza?” preguntó, Yen Zardo le daba los últimos aprietes a unos diminutos tornillos, “Sólo es un emisor-receptor de señal. Un conector inalámbrico” “Ah…” respondió la chica, y agregó “… ¿Y para qué sirve?” No alcanzó a responderle, cuando su hermana se llevó las manos a los oídos, por unos segundos, el Audio-visor de Dixi se volvió loco, emitiendo sonidos muy cortos y rápidos, como el teclado de un computador, luego el silencio, “¿Qué ha sucedido?” Preguntó la muchacha, “Ya entré…” respondió el robot, Dixi miró a su izquierda, Boris giró su cabeza a la izquierda. La chica miró a su derecha, el robot miró a la derecha, “No noto absolutamente nada especial” Dijo la muchacha volviendo la vista al frente, “Nora, ¿Cuál es tu color de hojuelas favorito?” preguntó Boris, Nora se encogió de hombros, con el ceño apretado y mirando el bol sin saber qué responder, definitivamente, no tenía ningún color de hojuelas favorito, “Rojo…” respondió sin ánimo, por decir algo, Dixi, metió su mano al bol, al principio, todas las hojuelas sonaron como si fueran una olla llena de grillos, luego sólo las que estaban cerca de su mano, tomó una, la hojuela le indicó con un pitido que se movía en la dirección dónde debía ir, y en el lugar exacto donde debía quedar, luego lo mismo con las otras, Nora la miraba con la boca abierta, Yen Zardo masticaba una hojuela, “¿Qué madres estoy haciendo?” preguntó Dixi sin perder la concentración en su trabajo, Nora miró el montón de hojuelas frente a ella, eran todas rojas, luego observó los otros montones, no había ningún error, “Las estás separando por colores… ¿Cómo lo haces?” “No lo sé…” dijo Dixi, “…cada hojuela sabe dónde tiene que ir” Lo cierto era que el Audio-visor tenía una pequeña cámara que informaba al resto del aparato, qué había en la dirección en la que el usuario observaba. Literalmente, Boris estaba mirando a través de esa cámara.



León Faras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario