8.
Babú
Ragas era una celebridad dentro del mundillo de seguidores del Juego de Orión. Era
un muchachuelo imberbe con la desconcertante mezcla de tener el tamaño y el
peso de un adulto, y el rostro y la personalidad de un niño. Además de dos
estómagos y un tercero en formación. Su resistencia se había vuelto legendaria,
lo que había hecho disminuir drásticamente el número de jugadores dispuestos a
competir con él. Su voz chillona, su risa burlesca y su actitud inmadura y
petulantemente grosera, tampoco ayudaban demasiado a animar a algún retador. En
cuanto vio a Dixi, inmediatamente hizo una pataleta, como si lo estuvieran
sometiendo a una humillación pública por hacerlo jugar contra una ciega, como
si lo estuvieran enfrentando a un rival que no era digno de él; Dixi no se lo
tomó muy bien, a pesar de que sabía por Nora, que la acompañaba, que su rival
era poco más que un niño, un niño… enorme, “¿Por qué no juegas conmigo y te
dejas de lloriquear?, ¿Tienes miedo, eh?, ¿Tienes miedo de que te gane una
ciega?, ¿El niño tiene miedo?” esto último lo dijo con la voz y los ademanes de
quien habla con un hermoso y delicado bebé, provocativa. Nora la miró con ojos
de plato, su hermana no se comportaba así. “Tú no me das miedo, ¡Me das pena!
¡No puedes ganarme! ¡Nadie puede ganarme!” Alegó el muchacho con infantiles
muecas de burla, como cuando el matón del colegio derriba de un golpe al más
pequeño, muecas que, por cierto, Dixi no podía ver. “¡No eres más que una boca
muy grande! ¿Vas a ganarme hablando o jugando? ¡Me aburres!” Gritó Dixi,
contenida a medias por su hermana, esta hacía las veces de la entrenadora que
arenga a su boxeador antes de la pelea, estaba entusiasmada, realmente todo el
público lo estaba. “¡Tengo dos estómagos! ¡No puedes contra eso!” gritó Babú
levantando los brazos y buscando el apoyo de sus seguidores, alardeando, propio
de quien, cuya ventaja, es sólo providencial y no por mérito propio, como si
algún dios todopoderoso le hubiese concedido el don de la victoria perpetua a
él, por ser su hijo preferido. Dixi estaba irreconocible, “¿Ah sí…? Y seguro
que también tienes dos culos ¡Pues me preocuparía si tuvieras dos cerebros!”
Nora miraba a su rededor un poco avergonzada, realmente su hermana era otra
persona, pero el público celebraba cada una de sus respuestas, hasta Remo Taro
estaba eufórico con la confrontación verbal y animaba al público con ademanes y
saltitos, un tanto ridículos, eso sí. “Te veré correr, no durarás ni un día. Me
mataré de la risa cuando te estés haciendo en los pantalones” Dijo el muchacho
sentándose en su sitio. “No te daré tanto tiempo” Aseguró Dixi, tomando su
lugar. Nora rogaba que Boris estuviera lo suficientemente cerca para
comunicarse con el Audio-visor de Dixi o toda esta estupenda confrontación
previa no serviría de nada. Remo Taro puso la ficha negra en medio del tablero,
y el juego comenzó.
Para
los muchachos, llegar con Boris hasta la calle, fue una auténtica odisea. La
silla tenía un motor multiplicador de fuerza, con lo que casi no se sentía el
peso al empujarla, pero tenía serios problemas para hacer giros cerrados, y los
pasillos eran terriblemente estrechos, sin embargo, el verdadero problema
surgió en las escaleras, porque allí las ruedas no servían, el motor no ayudaba
y aparecía el peso real de la silla, más el robot. Sólo aguantaron el primer
tramo de escaleras, porque ya habían comenzado a bajarlas y volver a subir al
punto de partida en ese momento, era impensable, pero de ahí en adelante,
tuvieron que bajarlos por separado, primero Boris y luego la silla, tramo por
tramo y por tramo. Al llegar abajo, Reni Rochi estaba un poco más que agotado,
con las manos en las rodillas, el trasero apoyado en la pared y respirando con
la desesperación de un pez fuera del agua, Yen Zardo, por su parte, estaba
cansado, pero no tan destruido físicamente, por lo que tuvo que irse solo con
Boris para no llegar tarde al juego, Rochi
necesitaba recuperarse, lentamente su trasero se deslizó por la pared
hasta tocar el piso. Esas malditas escaleras, no las había tomado en cuenta
para nada. Al llegar al edificio, se podía oír el alboroto que había dentro,
Zardo pensó que llegaban tarde, pero Boris lo tranquilizó, aquel griterío era
Dixi enfrentándose verbalmente con Ragas, aunque, el robot sólo dijo que el
juego aún no comenzaba. En la puerta había una buena cola de gente esperando y
un tipo enorme y engominado autorizando la entrada, se veía ridículo como, unos
brazos capaces de arrancarle la cabeza a alguien, sólo se dedicaban a romper
boletos de cartón pre-picado una y otra vez. Mientras Yen hacía la cola para
entrar, Boris ya estaba viendo el juego a través del Audio-visor de Dixi e
indicándole a ésta todo lo que debía hacer. Al llegar a la entrada, la mano
enorme que cortaba boletos los detuvo, “¿A dónde crees que vas con eso? Tú
puedes entrar, pero este robot no tiene nada que hacer ahí dentro” Zardo se
indignó, quiso discutir, pero sus argumentos, no fueron los mejores “¡Es mi
amigo! Si él no puede entrar yo tampoco entraré” Y así fue, ambos se quedaron
afuera.
Mientras
dentro, Dixi jugaba totalmente en silencio y concentrada en cada una de las
indicaciones que Boris le daba, afuera Yen, en cuclillas y apoyado en la pared,
se pasaba las manos por la cabeza, enfurruñado con el guardia que no los dejó pasar,
Boris salió de pronto de su transe, como un anciano que se duerme sentado y
despierta de un sobresalto, miró a su amigo “Si quieres, puedes entrar tú. Yo
estaré bien aquí” Zardo se pasó el dorso de la mano por la nariz, taimado, de
pronto, se puso de pie de un salto, enfadado con el robot “¡Oye, no me estés
hablando a mí! Preocúpate de lo que está sucediendo allá dentro” dijo,
apuntando hacia la muralla. Boris lo miró con su rostro impávido, era como
regañar a un poste, “No te preocupes. Mi cerebro no funciona como el tuyo”
respondió el robot, Zardo no supo si aquello era un halago o un insulto. El
robot continuó “Tengo un cerebro dividido en 38 partes, que puedo usar por
separado o en conjunto…” Zardo lo seguía mirando sin entender. El robot agregó
más “…que, puedo indicarle el juego a Dixi y hablar contigo al mismo tiempo”
Zardo no estaba convencido, “¿De verdad?” Boris volvió la vista al frente, “No
tienes de qué preocuparte, al rival de Dixi se le da fatal el juego, es
malísimo, sólo puede ganar si logra alargar el juego lo suficiente, como lo ha
hecho hasta ahora con los otros” Yen volvió a ponerse en cuclillas, ya más
calmado, “¿Y cómo harás para ganarle?” “En estos momentos, Dixi está acumulando
la mayor cantidad de fichas posibles para sí misma, debe sacarle una buena
ventaja para luego, cuando llegue el momento, iniciar el ataque…” dijo el robot
mirándolo a los ojos, Zardo escuchaba con la boca abierta, como un niño oyendo
las aventuras de su héroe, “¿El ataque?...” preguntó “Así es, empezar a barrer
el tablero, dejar las menos fichas posibles hasta que sólo quede la negra. Para
cuando se dé cuenta, las fichas se estarán terminando, por lo que tratará
desesperadamente de alargar el juego, pero para eso, su monto seguirá bajo y el
de Dixi creciendo, y si quiere repuntar, él mismo estará ayudando a barrer el
tablero. Entonces, estará atrapado y sólo será cuestión de tiempo. Si sólo una
ficha entra y salen tres, no se puede alargar el juego indefinidamente” Concluyó
Boris, con cierto tono de placer en la voz o de villano de película contando
sus planes, lo que no sería tan raro pensando que ha aprendido mucho
últimamente de la televisión. Zardo asentía sonriendo, de pronto, se puso
serio, alguien llegó a su lado y no era su amigo Rochi, Boris giró la cabeza,
la inclinó hacia arriba, luego hacia abajo hasta el piso y luego de nuevo hasta
arriba. Era la cosa más extraña pero interesante que había visto nunca: un
robot con un sencillo pero bonito vestido amarillo pálido y una peluca violeta
brillante, de cabello corto, hasta la nuca, “Disculpen. Te escuché hablar… tú
no eres un robot como los otros…” dijo el robot del vestido, con una cálida y
titubeante voz femenina, incluso un poco tímida, Boris la miró largamente,
varios segundos, hasta hizo una pequeña pausa en el juego de Dixi, “Tú tampoco
eres un robot como los otros…” respondió al fin. Zardo miraba a uno y otro,
totalmente excluido. El robot del vestido soltó una risita de lo más agradable,
casi infantil, aquella respuesta confirmaba sus sospechas: Boris no era un
robot como cualquiera. Una risita que su máscara imperturbable no reflejó en lo
más mínimo, por cierto, una máscara de lo más bonita y bien elaborada, de un
atractivo rostro femenino. “Soy Mansi, ¿Te agradaría dar un paseo conmigo?
Podríamos conocernos un poco…” Propuso el robot del vestido, Boris aceptó
encantado, Zardo estaba pasmado, y siguió pasmado incluso cuando Mansi tomó la
silla de Boris y se lo llevó, sólo entonces reaccionó “¡Oye, oye, oye! No
puedes alejarte demasiado, recuerda lo del juego” le dijo con los ojos abiertos
más allá de lo normal, Boris lo recordó, “Ah, sí…” respondió, y luego se
dirigió a Mansi que empujaba su silla, “¿Te importaría si no nos alejamos
demasiado? Estoy interesado en el juego” “¿Te gusta ese juego?”, “No demasiado,
pero está jugando una amiga mía” “Oh, ¿Quieres entrar?” Sugirió Mansi, y ambos
se dirigieron a la entrada donde aún estaba el hombre de los brazos enormes
cortando boletos, era un tipo amigable con el extraño robot “Hola Mansi, ¿Qué
haces?” “Hola Sics, voy a entrar a ver el juego un rato. Él viene conmigo,
¿sí?” dijo la chica de metal empujando la silla de Boris. “¡Claro!” respondió
el portero. Segundos después llegó Zardo a su lado, no entendía nada de lo que estaba sucediendo, ¿Por qué había dejado entrar a ese robot con peluca
empujando la silla de Boris y a él no? El hombre de los boletos lo miró como si
se tratara de un extraterrestre, o mejor dicho, una desagradable forma de vida
extraterrestre, “Escucha, si tu amigo es un Portador de Consciencia debe tener
algo que lo identifique como un ser humano, porque sólo parece un robot más…”
Yen Zardo se esforzó en comprender, de verdad que lo hizo, pero al final
desistió, lo que a él le interesaba era que Boris siguiera el juego y que Dixi
ganara, eso era todo. Sacó su boleto del bolsillo, se lo dio al hombre de los brazos
enormes, éste lo cortó y Zardo entró.
León Faras.
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