viernes, 31 de agosto de 2018

La Hacedora de vida.


9.

Nora regresaba por segunda vez a su puesto preferencial en la primera fila para seguir mordisqueándose la punta de los dedos, justo detrás de su hermana Dixi, quien se mantenía concentrada e imperturbable, haciendo exactamente lo que Boris le decía, mientras Ragas celebraba todo, no paraba de hablar, alardeaba y tragaba puñados de unas láminas crujientes con sabor a papas fritas, esa era parte de su estrategia: verlo comer después de varias horas de juego era algo que realmente jodía la moral, pero Dixi no lo podía ver, esa era su ventaja y tampoco le prestaba la más mínima atención a sus burlas y provocaciones, sólo oía su Audio-visor y él le decía todo lo que debía hacer. Reni Rochi también estaba allí, en la primera fila, se había venido apenas recuperó el aliento y su corazón retomó un ritmo normal. Miró a Nora y meneó la cabeza con reprobación cuando ésta llegó a su lado, estaba tan nerviosa que era la segunda vez que iba al baño, de haber jugado ella, hubiese resultado todo un completo desastre. Poco rato después llegó Zardo, y se paró al otro lado de Nora, “¿Cómo va?” preguntó, y se quedó mirando hacia  el pequeño cuadrilátero donde se realizaba el juego. Nora ni lo miró para responder, “Hasta ahora, Dixi ha conseguido como un millar de fichas más que Ragas (esa era claramente una hipérbole) pero aún está muy lejos de terminar el juego…” Zardo sonrió y asintió con la cabeza, “Ah, está consiguiendo una buena ventaja para luego atacar…” dijo, con la convicción de un experto que sabe exactamente lo que está sucediendo. Nora también meneó la cabeza aprobando la idea, pero pronto se puso seria e inmóvil, una vocecita en su cabeza se hizo escuchar gritando por encima de todas las otras vocecitas que algo de lo que estaba sucediendo exigía una explicación. Nora miró a Zardo con la severidad de una madre que ve que su hijo ha roto su uniforme en su primer día de escuela “¡Y tú qué madres haces aquí? ¡Y dónde dejaste a Boris?” Zardo lo apuntó con el dedo, sin estirar el brazo, sólo con el dedo: allí estaba Boris, entre la multitud, sentado junto a un robot con vestido y peluca en medio de una animada conversación con éste, una conversación sin movimiento de labios ni expresiones faciales, y completamente diluida en el bullicio para cualquiera que estuviera a más de un metro de distancia, pero, una animada conversación sin duda, “¿Es un robot con vestido y peluca?” Nora se giró amenazante “…no sé qué tonta idea se te ocurrió ahora, pero si es alguna broma, te juro por tu madre que…” Zardo se defendió con desesperación, que no era su culpa, que ese robot se lo había llevado y que Boris había aceptado encantado. Contó todo lo que le había sucedido, no en orden cronológico pero sí lo más detalladamente posible, y al final, hizo un buen esfuerzo en recordar lo que el portero le había dicho “…un Portador de consciencia…” dijo, triunfante. Nora lo miraba como si le estuviera inventando la excusa más ridícula e inverosímil del mundo, pero Rochi le creyó “¿Un Portador de consciencia? Vaya, eso explica el vestido y la peluca…” Nora se volteó hacia él sin cambiar un ápice la expresión de su rostro, como si ambos chicos se hubiesen puesto de acuerdo para burlarse de ella, “Vale, ¿Y qué madres es eso?...” preguntó sin entusiasmo, como sospechando que la respuesta demostraría lo tonta que era la pregunta, pero Rochi no parecía bromear “Es una persona, que por algún problema de salud no puede moverse, entonces conectan su cuerpo a una máquina y ese aparato, traslada virtualmente  su consciencia a un robot, un cuerpo de metal con el que poder moverse e interactuar. Suelen usar ropa para no ser confundidos con un robot cualquiera, porque en el fondo, son personas como nosotros… No hay muchos así. Yo, es el primero que veo” concluyó Reni, sin quitarle la vista de encima a Mansi.

“Y dime... ¿Por qué estás así, en esa silla?; ¿Qué fue lo que te pasó?” preguntó Mansi interesada. Su cara no podía expresar mucho más de lo que expresa el rostro de un maniquí, pero su cuerpo y su voz lo hacían bastante bien, “Un accidente… creo, no lo recuerdo muy bien…” respondió Boris, con toda la inocencia de su máscara plana y basta, “…pero, es como si ese accidente hubiese sido el origen de todo, como si antes de eso, todo era un sueño, no era real… ¿me entiendes?” Mansi asintió lentamente, como un profesional asimilando palabra por palabra la historia de su paciente, “¡Claro que sí! Para estas máquinas…” dijo, refiriéndose al cuerpo de metal al que estaba conectada, “…los sueños y la realidad son exactamente lo mismo, se confunden y a veces logran que se confunda uno mismo también. A mí me ha pasado muchas veces eso de no estar segura si algo sólo lo soñé o en verdad sucedió, pero no debes preocuparte, lo realmente importante es lo que estás viviendo ahora” concluyó , luego, repitió muy despacio, como para sus adentros lo de “Un accidente…” y rió suavemente, no se lo dijo a Boris, pero ella muchas veces había sido catalogada, incluso por ella misma, como “Un experimento” Uno que había dado resultado después de varios intentos fallidos, de pacientes anteriores. Y todo el mundo sabía que un experimento y un accidente, siempre se podían encontrar juntos, eran una pareja que se llevaba muy bien “No te lo tomes a mal, pero, me alegro de ese accidente. Creí que nunca conocería a alguien como tú… o como yo. A propósito, no me has dicho tu nombre” dijo Mansi, mirando desinteresadamente el juego, pero sin ninguna intención de ocultar ni disimular su interés en su nuevo amigo, “Me llamo Boris, y créeme, para mí es una verdadera y grata sorpresa conocerte también” respondió el robot con una galantería anticuada pero efectiva, Mansi soltó otra risita.

La noche pasó desapercibida, encerrados en un edificio condicionado para evitar distracciones del exterior, y el día llegó sin que ningún gallo de verdad cantara en ninguna parte, los asistentes iban y venían constantemente. Yen Zardo y Rochi yacían tumbados sobre sus pequeñas e incómodas butacas, con los pies estirados y los brazos cruzados, buscando un mínimo de comodidad para sus cuerpos adoloridos. Nora se mantenía de pie, haciendo pequeños paseítos de aquí para allá, mordisqueándose las uñas sin parar, nerviosa pero firme, como un general que no puede permitirse mostrar debilidad ante sus hombres, a pesar de la adversidad. Dixi seguía su juego completamente absorta, mientras Babú Ragas jugaba despreocupado, confiado, hasta de buen humor, pero ya sin tanto aspaviento. Incluso su insufrible petulancia tenía un límite, por suerte. Mansi empujó a Boris hasta donde estaba Nora y los demás, su cuerpo metálico, el de Mansi, como cualquier coche más o menos moderno, había encendido una alarma en su interior que indicaba que necesitaba cargar energía antes de que ésta se agotara completamente. Debía irse. Boris levantó con enorme esfuerzo su mano derecha y la ofreció como saludo a la vieja usanza humana, sólo su mano, como si el resto de su brazo pesara mucho, Mansi aceptó el saludo con una sonrisa de agrado que su rostro de muñeca era incapaz de exteriorizar, y se fue. Nora no pudo evitar notar ese detalle, “¡Oye, puedes mover esa mano!” dijo con asombro, pero luego se puso seria, con el ceño apretado y los brazos cruzados, con ese cambio de humor repentino de los borrachos o de alguien muy cansado que no ha dormido en toda la noche, “¿Desde cuándo mueves esa mano?” lo regañó por no decírselo antes, “Desde hace algunos días, sólo que, es algo que se mueve lento, corre por un estrecho canal y comienza acumularse en un punto. Luego, cuando ese punto está lleno, pasa al siguiente. Lo puedo sentir” Concluyó Boris, estudiándose el movimiento de sus dedos. Nora lo miró con cansada admiración, después de una noche en vela, es difícil expresar las emociones, incluso sentirlas, también las ideas se espesan y endurecen y es más difíciles de digerirlas, por lo que Nora, no se esforzó demasiado en imaginar cómo, la vida que ella le había dado, se esparcía por el cuerpo del robot, lo colonizaba, y lo hacía de una forma casi material, casi como un río, uno pequeño y débil pero inagotable, que emanaba de su cabeza y poco a poco regaba su cuerpo, haciéndolo florecer. Pero Nora no imaginó nada de eso, para ella, la idea de que pudiera mover una mano que antes no podía, ya era más que suficiente para una noche. Para esa noche.



León Faras.

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