XIV.
Cuando
el doctor Cifuentes regresó a su casa, se encontró con el padre Benigno sentado
junto a la cama de Úrsula. Guillermina bebía un té con limón junto a Berta
Cruces en la sala. El médico abrió la puerta del dormitorio de Úrsula, “…
¿Estás segura de lo que me estás diciendo muchacha? Recuerda que yo soy
representante de Dios todopoderoso en la tierra” decía el padre Benigno, con
voz tranquila pero firme. Nada afable. La muchacha estaba sentada en la cama,
se escudriñaba debajo de una uña con nerviosa insistencia, pero sin propósito alguno
más que torturarse, “Se lo aseguro Padre, estaba en el cementerio, ahí lo
encontré…” Úrsula levantó la vista hacia el doctor Cifuentes y de inmediato se
dejó en paz la uña de su dedo, además, su rostro también mostró que todo su ser
experimentaba el mismo alivio. El sacerdote continuó “¿Y qué andabas haciendo
tú ahí?; ¿visitabas la tumba de algún difunto?” La chica le echó un vistazo al
cura, pero luego volvió de vuelta la vista hacia el médico, como si le
estuviera hablando a él “No Padre…” Volvió a bajar la vista y a torturarse la
carne debajo de su uña, “…él me llamó. No dejó de llorar hasta que llegué junto
a él…” Benigno miró al doctor, éste, que ya deducía de qué se estaba hablando,
miró a la muchacha, y ésta, le devolvió una sonrisa sólo con los labios,
triste, pero inmensamente tierna, “…nadie más parecía oírlo, Padre” El
sacerdote posó su mano sobre la mano de la muchacha para que ésta detuviera esa
mortificante actividad bajo su uña “¿Puedes llevarme al lugar exacto donde lo
encontraste?” dijo el cura, con ese rostro totalmente árido de sonrisa y
amabilidad que tenía. Úrsula lo miró con algo de angustia, pero luego miró al
médico y su expresión se suavizó, como si el doctor Cifuentes fuera fuente de
paz y protección para ella, “Creo que sí, pero iría más tranquila si el doctor quisiera
acompañarnos” Benigno miró al médico, comprometiéndolo sin decir una sola
palabra, o al menos Cifuentes lo entendió así, luego miró a la muchacha,
“¿Puedes ir ahora?” No era la idea más sensata, pero no había ninguna razón
para que Úrsula siguiera en casa del doctor y de seguro, se iría de vuelta a su
casa esa misma noche, por lo que, para el cura, hacer una visita al cementerio
en ese preciso momento, era la mejor de las opciones, y mejor aun si el doctor
iba con ellos, “Guillermina, usted y la señora Berta, vuelvan a la casa. Allá
usted atiéndala en lo que necesite mientras dure su visita. Necesito que me
envíe a Rupano aquí lo antes posible. Con el coche” Guillermina lo miró como el
parroquiano al que recién le han servido su primera cerveza y le anuncian que
la cantina tiene que cerrar “¿Va a algún lado, Padre?” preguntó con inocencia,
como si no estuviera enterada de nada, “Usted haga lo que le digo. Y no lo
olvide: que Rupano venga aquí lo antes posible” “Como usted diga, Padre” dijo
la mujer con dignidad, tomando del brazo a la Berta Cruces y yéndose hablando
de forma que todo el mundo la escuchara, “Vámonos, Berta, allá vamos a estar
más cómodas, además, al caballero éste no se le puede decir nada… no ves que,
de inmediato la retan a una”
El
cementerio de Casas Viejas era relativamente nuevo, se había instalado de forma
apresurada y casi obligatoria, luego de que en más de una ocasión, en años
particularmente lluviosos, la crecida del río aislaba al pueblo justo cuando a algún poblador se le ocurría morir (en una ocasión fueron cinco, producto de
que una casa fuera arrastrada completa por el agua, pero sólo tres fueron
encontrados para enterrarlos dos semanas después) dejando al difunto varios
días en casa de sus familiares, con todas sus desagradables consecuencias,
esperando que las condiciones mejoraran, para poder darle la cristiana
sepultura que merecía. El sitio, era una enorme extensión de terreno en la cima
de una loma, con un puñado de tumbas, todas en tierra, desperdigadas por aquí y
por allá. Poco más había que unas treinta cruces en el lugar y unos cuantos
árboles ancestrales. Úrsula, tomada del brazo del doctor Cifuentes, guió al
sacerdote y al médico hasta un lugar dónde sólo podía verse maleza seca,
crecida hasta la cintura de un hombre, un lugar como cualquier otro dentro de
ese cementerio, allí había encontrado al bebé, “¿Quién abandonaría un recién
nacido aquí?” preguntó el doctor, sin esperar respuesta de nadie en particular.
El padre Benigno, en cuclillas, ojeaba el sitio con la esperanza remota de
encontrar algo más, pero pronto cesó, era bastante poco probable que hallara
algo que pudiera relacionar con el bebé o su procedencia. Marcial Monte era un
hombre maduro, flaco y conversador, de aquellos que no pierden ninguna
oportunidad para detener su trabajo, apoyar el codo en su herramienta y
encender un cigarrito. Frecuentaba el cementerio a diario con un azadón, era el
que se preocupaba de que las tumbas no desaparecieran bajo el pasto y la maleza
cuando ésta, cada año, se expandía por todos lados. Él tenía algo muy
interesante que contar, un suceso que en su momento le llamó la atención, pero
que con el paso de los días, simplemente había perdido su interés, hasta ahora,
que podía contárselo al cura: sucedió hace varios días ya. “…Yo venía con la
intención de desmalezar la tumba de la finadita Lourdes que, ya no se le veía
la cruz de tanto pasto que tenía, y la familia, si es que le queda alguien con
vida, hace muchos años que no se asoman por estos lados, cuando una tumba
apareció con un agujero, como de conejo, encima. Eso, no es que sea raro, pero
la verdad es que, no suele pasar, como si los conejos entendieran que hay cosas
que se deben respetar o a lo mejor es sólo que la tierra ya huele mal, vaya a
saber uno…”; “¿Puede ir al grano, por favor?” Benigno se mostraba impaciente,
Marcial era un hombre sin ningún tipo de apuro en la vida y parecía ser dueño
de todo el tiempo del mundo para hacer lo que fuera que estuviera haciendo,
contando su historia, en este caso. “Lo raro…” continuó Marcial, “…es que ese
agujero estaba hecho de adentro, hacia afuera, ¿Me entiende?” Benigno no
entendía, al menos, no la relevancia de la historia de Marcial. El caso, es que
¿Cómo se mete un conejo bajo la tierra para cavar de abajo hacia arriba? “¿Cómo
sabe usted que fue de adentro hacia afuera, y no al revés?” preguntó Cifuentes,
quien no entendía realmente qué tenía que ver el conejo con el niño que Úrsula
había encontrado, pero tenía dudas de cómo podía interpretarse la dirección de
un agujero. Marcial apagó la colilla de su cigarrito en el mango del azadón y
se la guardó en el bolsillo de su camisa, “Por la tierra que tiran hacia
atrás…” respondió. Benigno ya se iba a ir, sin ninguna intención de ocultar el
hastío y la decepción que la historia del agujero de conejo le había provocado,
cuando Marcial lo atajó: “…Pero eso no es lo que le tenía que contar, Padre”
Resulta, que a pocos metros de la tumba con el agujero, Marcial encontró una
cáscara abierta en dos, como una crisálida, o como la vaina de la semilla de
los espinos, pero mucho más grande, como un conejo adulto, de hecho, y con
pinchos… púas blandas. “¿Y qué porquería era esa?” preguntó el cura con algo de
grima en la cara, “Pues no tengo ni remota idea, Padre, aunque, cosas más raras
se han visto. Pero el hecho es que, era tan extraño, que lo eché dentro de un
saco y me lo llevé” concluyó Marcial, haciendo la mímica de quien coge algo por
el moño y lo levanta. El doctor, nuevamente no entendía la relación entre lo
que se estaba hablando y lo que habían ido a hacer allí, pero aun así preguntó:
“¿Y nos lo podría mostrar?” Marcial negó con la cabeza con elocuencia, “No…”
dijo, “…porque la porquería esa, a la mañana siguiente, apestaba como si tuviera
una docena de gatos muertos dentro del saco. Lo tuvimos que enterrar. Mi
hermano estaba allí, pregúntele” Nada de eso podía ser menos interesante, sino
fuera porque la cáscara había sido encontrada allí mismo donde estaban, a sólo
un par de metros del lugar donde Úrsula decía haber encontrado al bebé. La
chica nunca vio nada parecido a esa cáscara, y Marcial no encontró ningún bebé,
sin embargo, ambos sucesos se produjeron más o menos en fechas aproximadas. Eso
no significaba nada, ni para el doctor ni para el cura, pero no dejaba de ser
curioso. Ya se iban yendo, pero para el Doctor Cifuentes, faltaba una pregunta obvia
por hacer para terminar la historia y la hizo, sólo por curiosidad “¿Cuál era
la tumba?”; “Aquella misma que está detrás suyo, la Sin nombre” respondió
Marcial. Allí estaba, a pocos metros de donde se hallaba la cáscara y el bebé.
Ya no tenía el agujero, Marcial lo había cubierto el mismo día que lo encontró,
pero esa era, sólo un montículo de tierra del tamaño de una persona con una
cruz de madera que el mismo Marcial hizo y puso. La tumba no tenía nombre,
porque apareció sola y de la nada, hacía menos de un año, “No puede haber
aparecido de la nada, alguien tiene que haberla hecho, ¿no?” dijo el médico,
buscando aprobación con demasiado esfuerzo para una afirmación tan evidente, ,
“Claro que sí, doctor…” respondió el cura de malas ganas, molesto, como quien
es obligado a admitir algo que no es necesario “…es simplemente que no se sabe
ni nunca se supo quién la puso aquí. Podrá darse cuenta de que, nadie vive por
aquí cerca y que de noche este es un lugar solitario” “Además de que este, es
un pueblo tranquilo y de gente buena, nunca pensamos que nos íbamos a encontrar
algo así” Agregó Marcial, como atajando al doctor y al cura que ya se iban.
Cifuentes tenía curiosidad “Entonces… ¿Había un cuerpo ahí, una persona?” el cura asintió con
toda la parquedad de la que era capaz, pero no era suficiente para el médico
que esperaba saber algo más. El cura agregó “Mire doctor, qué le parece si, ya que
estamos aquí, pasamos a dejar a Úrsula a su casa, y luego, usted y yo tenemos una
conversación” El doctor, asintió. Comprendía que ciertas cosas no debían
hablarse en frente de una jovencita y menos una con un estado emocional tan
delicado.
León Faras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario