domingo, 9 de septiembre de 2018

Autopsia. Segunda parte.


XIV.

Cuando el doctor Cifuentes regresó a su casa, se encontró con el padre Benigno sentado junto a la cama de Úrsula. Guillermina bebía un té con limón junto a Berta Cruces en la sala. El médico abrió la puerta del dormitorio de Úrsula, “… ¿Estás segura de lo que me estás diciendo muchacha? Recuerda que yo soy representante de Dios todopoderoso en la tierra” decía el padre Benigno, con voz tranquila pero firme. Nada afable. La muchacha estaba sentada en la cama, se escudriñaba debajo de una uña con nerviosa insistencia, pero sin propósito alguno más que torturarse, “Se lo aseguro Padre, estaba en el cementerio, ahí lo encontré…” Úrsula levantó la vista hacia el doctor Cifuentes y de inmediato se dejó en paz la uña de su dedo, además, su rostro también mostró que todo su ser experimentaba el mismo alivio. El sacerdote continuó “¿Y qué andabas haciendo tú ahí?; ¿visitabas la tumba de algún difunto?” La chica le echó un vistazo al cura, pero luego volvió de vuelta la vista hacia el médico, como si le estuviera hablando a él “No Padre…” Volvió a bajar la vista y a torturarse la carne debajo de su uña, “…él me llamó. No dejó de llorar hasta que llegué junto a él…” Benigno miró al doctor, éste, que ya deducía de qué se estaba hablando, miró a la muchacha, y ésta, le devolvió una sonrisa sólo con los labios, triste, pero inmensamente tierna, “…nadie más parecía oírlo, Padre” El sacerdote posó su mano sobre la mano de la muchacha para que ésta detuviera esa mortificante actividad bajo su uña “¿Puedes llevarme al lugar exacto donde lo encontraste?” dijo el cura, con ese rostro totalmente árido de sonrisa y amabilidad que tenía. Úrsula lo miró con algo de angustia, pero luego miró al médico y su expresión se suavizó, como si el doctor Cifuentes fuera fuente de paz y protección para ella, “Creo que sí, pero iría más tranquila si el doctor quisiera acompañarnos” Benigno miró al médico, comprometiéndolo sin decir una sola palabra, o al menos Cifuentes lo entendió así, luego miró a la muchacha, “¿Puedes ir ahora?” No era la idea más sensata, pero no había ninguna razón para que Úrsula siguiera en casa del doctor y de seguro, se iría de vuelta a su casa esa misma noche, por lo que, para el cura, hacer una visita al cementerio en ese preciso momento, era la mejor de las opciones, y mejor aun si el doctor iba con ellos, “Guillermina, usted y la señora Berta, vuelvan a la casa. Allá usted atiéndala en lo que necesite mientras dure su visita. Necesito que me envíe a Rupano aquí lo antes posible. Con el coche” Guillermina lo miró como el parroquiano al que recién le han servido su primera cerveza y le anuncian que la cantina tiene que cerrar “¿Va a algún lado, Padre?” preguntó con inocencia, como si no estuviera enterada de nada, “Usted haga lo que le digo. Y no lo olvide: que Rupano venga aquí lo antes posible” “Como usted diga, Padre” dijo la mujer con dignidad, tomando del brazo a la Berta Cruces y yéndose hablando de forma que todo el mundo la escuchara, “Vámonos, Berta, allá vamos a estar más cómodas, además, al caballero éste no se le puede decir nada… no ves que, de inmediato la retan a una”

El cementerio de Casas Viejas era relativamente nuevo, se había instalado de forma apresurada y casi obligatoria, luego de que en más de una ocasión, en años particularmente lluviosos, la crecida del río aislaba al pueblo justo cuando a algún poblador se le ocurría morir (en una ocasión fueron cinco, producto de que una casa fuera arrastrada completa por el agua, pero sólo tres fueron encontrados para enterrarlos dos semanas después) dejando al difunto varios días en casa de sus familiares, con todas sus desagradables consecuencias, esperando que las condiciones mejoraran, para poder darle la cristiana sepultura que merecía. El sitio, era una enorme extensión de terreno en la cima de una loma, con un puñado de tumbas, todas en tierra, desperdigadas por aquí y por allá. Poco más había que unas treinta cruces en el lugar y unos cuantos árboles ancestrales. Úrsula, tomada del brazo del doctor Cifuentes, guió al sacerdote y al médico hasta un lugar dónde sólo podía verse maleza seca, crecida hasta la cintura de un hombre, un lugar como cualquier otro dentro de ese cementerio, allí había encontrado al bebé, “¿Quién abandonaría un recién nacido aquí?” preguntó el doctor, sin esperar respuesta de nadie en particular. El padre Benigno, en cuclillas, ojeaba el sitio con la esperanza remota de encontrar algo más, pero pronto cesó, era bastante poco probable que hallara algo que pudiera relacionar con el bebé o su procedencia. Marcial Monte era un hombre maduro, flaco y conversador, de aquellos que no pierden ninguna oportunidad para detener su trabajo, apoyar el codo en su herramienta y encender un cigarrito. Frecuentaba el cementerio a diario con un azadón, era el que se preocupaba de que las tumbas no desaparecieran bajo el pasto y la maleza cuando ésta, cada año, se expandía por todos lados. Él tenía algo muy interesante que contar, un suceso que en su momento le llamó la atención, pero que con el paso de los días, simplemente había perdido su interés, hasta ahora, que podía contárselo al cura: sucedió hace varios días ya. “…Yo venía con la intención de desmalezar la tumba de la finadita Lourdes que, ya no se le veía la cruz de tanto pasto que tenía, y la familia, si es que le queda alguien con vida, hace muchos años que no se asoman por estos lados, cuando una tumba apareció con un agujero, como de conejo, encima. Eso, no es que sea raro, pero la verdad es que, no suele pasar, como si los conejos entendieran que hay cosas que se deben respetar o a lo mejor es sólo que la tierra ya huele mal, vaya a saber uno…”; “¿Puede ir al grano, por favor?” Benigno se mostraba impaciente, Marcial era un hombre sin ningún tipo de apuro en la vida y parecía ser dueño de todo el tiempo del mundo para hacer lo que fuera que estuviera haciendo, contando su historia, en este caso. “Lo raro…” continuó Marcial, “…es que ese agujero estaba hecho de adentro, hacia afuera, ¿Me entiende?” Benigno no entendía, al menos, no la relevancia de la historia de Marcial. El caso, es que ¿Cómo se mete un conejo bajo la tierra para cavar de abajo hacia arriba? “¿Cómo sabe usted que fue de adentro hacia afuera, y no al revés?” preguntó Cifuentes, quien no entendía realmente qué tenía que ver el conejo con el niño que Úrsula había encontrado, pero tenía dudas de cómo podía interpretarse la dirección de un agujero. Marcial apagó la colilla de su cigarrito en el mango del azadón y se la guardó en el bolsillo de su camisa, “Por la tierra que tiran hacia atrás…” respondió. Benigno ya se iba a ir, sin ninguna intención de ocultar el hastío y la decepción que la historia del agujero de conejo le había provocado, cuando Marcial lo atajó: “…Pero eso no es lo que le tenía que contar, Padre” Resulta, que a pocos metros de la tumba con el agujero, Marcial encontró una cáscara abierta en dos, como una crisálida, o como la vaina de la semilla de los espinos, pero mucho más grande, como un conejo adulto, de hecho, y con pinchos… púas blandas. “¿Y qué porquería era esa?” preguntó el cura con algo de grima en la cara, “Pues no tengo ni remota idea, Padre, aunque, cosas más raras se han visto. Pero el hecho es que, era tan extraño, que lo eché dentro de un saco y me lo llevé” concluyó Marcial, haciendo la mímica de quien coge algo por el moño y lo levanta. El doctor, nuevamente no entendía la relación entre lo que se estaba hablando y lo que habían ido a hacer allí, pero aun así preguntó: “¿Y nos lo podría mostrar?” Marcial negó con la cabeza con elocuencia, “No…” dijo, “…porque la porquería esa, a la mañana siguiente, apestaba como si tuviera una docena de gatos muertos dentro del saco. Lo tuvimos que enterrar. Mi hermano estaba allí, pregúntele” Nada de eso podía ser menos interesante, sino fuera porque la cáscara había sido encontrada allí mismo donde estaban, a sólo un par de metros del lugar donde Úrsula decía haber encontrado al bebé. La chica nunca vio nada parecido a esa cáscara, y Marcial no encontró ningún bebé, sin embargo, ambos sucesos se produjeron más o menos en fechas aproximadas. Eso no significaba nada, ni para el doctor ni para el cura, pero no dejaba de ser curioso. Ya se iban yendo, pero para el Doctor Cifuentes, faltaba una pregunta obvia por hacer para terminar la historia y la hizo, sólo por curiosidad “¿Cuál era la tumba?”; “Aquella misma que está detrás suyo, la Sin nombre” respondió Marcial. Allí estaba, a pocos metros de donde se hallaba la cáscara y el bebé. Ya no tenía el agujero, Marcial lo había cubierto el mismo día que lo encontró, pero esa era, sólo un montículo de tierra del tamaño de una persona con una cruz de madera que el mismo Marcial hizo y puso. La tumba no tenía nombre, porque apareció sola y de la nada, hacía menos de un año, “No puede haber aparecido de la nada, alguien tiene que haberla hecho, ¿no?” dijo el médico, buscando aprobación con demasiado esfuerzo para una afirmación tan evidente, , “Claro que sí, doctor…” respondió el cura de malas ganas, molesto, como quien es obligado a admitir algo que no es necesario “…es simplemente que no se sabe ni nunca se supo quién la puso aquí. Podrá darse cuenta de que, nadie vive por aquí cerca y que de noche este es un lugar solitario” “Además de que este, es un pueblo tranquilo y de gente buena, nunca pensamos que nos íbamos a encontrar algo así” Agregó Marcial, como atajando al doctor y al cura que ya se iban. Cifuentes tenía curiosidad “Entonces… ¿Había un cuerpo ahí, una persona?” el cura asintió con toda la parquedad de la que era capaz, pero no era suficiente para el médico que esperaba saber algo más. El cura agregó “Mire doctor, qué le parece si, ya que estamos aquí, pasamos a dejar a Úrsula a su casa, y luego, usted y yo tenemos una conversación” El doctor, asintió. Comprendía que ciertas cosas no debían hablarse en frente de una jovencita y menos una con un estado emocional tan delicado.



León Faras.

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