III.
Poner
a dormir a Bolo no era tan sencillo como parecía, pero era necesario, pues
debían descender de la barcaza sin que ésta tocara tierra, y Gálbatar quería a
su esclavo Nobora cuidándoles las espaldas cuando cruzaran la Entrada del
Ladrón. No era fácil, porque Bolo tenía una notable resistencia a las
sustancias que pretendían influir en su metabolismo de fierro y porque,
literalmente, podía oler a distancia los soporíferos que el alquimista sabía
preparar, y negarse a probarlos, sólo el alcohol funcionaba y se lo bebía de
buena gana, pero no tenían tanto tiempo como para emborrachar a un hombre-perro
y esperar a que se recuperara. Entonces Licandro sacó una botella de líquido y
se la enseñó a Gálbatar, era una cocción de flores maceradas en un licor
destilado de bayas silvestres al que se le había agregado un polvo extraído de
hongos con poderes mágicos, o eso le había señalado el vendedor, lo había
encontrado hace unos días en un extraño mercado y de inmediato pensó en su
amigo Bolo y su problema con la altura. El mercader le aseguró que el brebaje
podía infundir valor a quien lo necesitara al punto de ser capaz de enfrentar
su peor pesadilla con arrojo y valentía, y perder completamente la prudencia y
el miedo a la muerte, si aquello era necesario; había batallas que se habían
decidido gracias a esta bebida, sin embargo, se debía tener mucho cuidado con
la cantidad, pues una dosis muy elevada, podía conectar al individuo con otro
tipo de realidades, haciéndolo entrar en contacto con mundos gobernados por
espíritus, a veces buenos y a veces malos, advirtió el comerciante, y luego
vació los bolsillos de Licandro con una amable sonrisa. Mientras preparaban el
descenso, Licandro le dio un vaso pequeño a su amigo Bolo, con toda ceremonia y
discurso para que éste pensase que se trataba de algo especial y no de una
botella de licor ordinaria que debía ser aniquilada lo más rápido posible, sin
embargo, el vaso pequeño no pareció surtir efectos en el Nobora, y a éste
pareció agradarle, por lo que le dio otro y de paso, se bebió uno él también,
después de todo, nunca estaba de sobra un poco de valor. Cuando Licandro salió
a la cubierta, Gálbatar miró preocupado la botella con el menjunje, le faltaba
más de la mitad, lo que significaba que: o el organismo de Bolo era demasiado
resistente o el brebaje era un completo timo. Licandro respondió que tal vez un
poco de ambos, pero que finalmente había dado resultado y señaló hacía el cielo
con una amplia y forzada sonrisa. En ese momento el Nobora trepaba eufórico por
una de las redes de cuerda hasta el globo, donde cualquiera que se atreviera,
podía experimentar lo que se sentía viajar sobre una nube. Gíbrida miraba con
la boca abierta, realmente se trataba de un brebaje milagroso, se lo arrebató
de las manos a Licandro y se echó un trago largo, luego se lo devolvió con la
misma rudeza con que se lo quitó. No estaba tan mal.
La
entrada de “El Gigante dormido” se refería a un árbol caído de un tamaño descomunal,
como un tubo gigante con la altura de cuatro hombres de diámetro, que tenía sus
ramas en la jungla, pero luego de cruzar el río en todo su ancho, enterraba las
raíces en la ciudad. Parecía sacado de otro planeta, de uno particularmente
enorme. El Místico llegó hasta allí para cruzar al otro lado, a la verdadera
Antigua, y para eso, debía hacerlo por el interior del Gigante dormido y no por
encima. Sus ramas ofrecían angostas entradas por las que un hombre delgado
podía arrastrarse como por dentro de una tubería, pero sólo una de esas
entradas llevaba sano y salvo al visitante hasta el otro extremo, pues una vez
dentro, lo que se encontraba allí, era la entrada a un laberinto que cubría
totalmente la circunferencia del interior del túnel, iluminado tenuemente por
algunos haces de luz filtrados desde el exterior y por una bandada de insectos
luminosos, similares a los que habían en el foso, que se desplazaba por el
centro, todos juntos como una nube luminosa. Para los Místicos, sólo había una
forma de cruzar el laberinto y era repitiendo una letanía infinita, muy larga,
aprendida de memoria y que señalaba el camino que se debía tomar: cinco pasos,
izquierda, diez pasos, izquierda, dos pasos, derecha… y así, hasta llegar al
final. Es interesante destacar que hay puntos en los que, con sorpresa, se
puede ver la luz entrar desde un agujero en el suelo bajo tus pies, como si se
estuviera de pie sobre el sol y no bajo él, entonces, y sólo entonces, el
visitante nota que está cabeza abajo, pero aquello no afecta en lo más mínimo
dentro del Gigante dormido. De esa manera, el visitante cruza el paso hacia la
ciudad Antigua, pero el intruso, o tal vez quedaría mejor decir, el insensato,
es atrapado en un laberinto infinito y consumido por el Gigante lentamente.
Para
cuando lograron que Bolo bajara del globo que sostenía la barcaza aerostática,
ya habían preparado las cuerdas para el descenso, el sistema era muy simple, se
utilizaban contrapesos que colgaban de la barcaza, pero éstos, sólo frenaban
los últimos metros de la caída, por lo que bajar de la barcaza era un verdadero
salto al vacío. Gálbatar y los demás, se ataron un pie a la cuerda y luego la
sujetaron firme con ambas manos para dejarse caer, Bolo, dentro de su estado de
exaltación narcotizada, apenas cogió la cuerda y se lanzó al vacío como un
clavadista, dando un brinco espectacular desde la barandilla con un alarido de
euforia digno de un Nobora desquiciado y sólo sujeto con sus poderosos puños
que, y gracias a algún pequeño resquicio de sensatez dentro de su locura
temporal, no soltaron la cuerda hasta posar los pies suavemente sobre el piso
firme de la ciudad destruida. La Entrada del Ladrón estaba claramente señalada
en el mapa, pero cruzarla, era algo completamente diferente, ninguno de los que
estaban ahí lo había hecho antes, y todo lo que se sabía al respecto, eran
cuentos y leyendas que tenían las mismas posibilidades de ser falsas o
verdaderas. En primer lugar, se decía que debía ser cruzada de día, jamás al
ocaso ni mucho menos por la noche. En segundo lugar, había quienes aseguraban
que dentro del paso, la oscuridad era total y que era imposible diferenciar el
arriba del abajo, también se decía que los Mancos podían ver en la oscuridad y
que esa era su principal ventaja, eso, además de ser considerados indolentes y
muy buenos guerreros.
Una
auténtica ranura para hombres, estrecha, que apenas cabía un hombre corpulento
como Licandro, pero incomprensiblemente alta, abierta en una pared que no
ofrecía nada más, en medio de lo que, con seguridad, eran las ruinas de una
ciudad hermosa. Luego, una escalera aprisionada entre dos paredes, que parecían
ansiosas por juntarse una con la otra en cualquier momento. La luz del exterior
los acompañaba, sólo hasta donde le era posible llegar, de ahí en adelante, la
oscuridad se dejaba caer con toda su indiscutible rotundidad. Gálbatar encendió
su foco portátil, Licandro y Gíbrida portaban lámparas. El sitio, una vez
acabada la escalera, era un túnel cilíndrico, perfectamente redondo de unos
tres metros de diámetro, tal vez un poco más, en cuya base corría agua como por
un drenaje subterráneo, aquellas eran, de hecho, las cloacas de Antigua.
Licandro levantó su lámpara a todo lo que le dio el brazo, un sonido en el techo
señalaba que algo se movía sobre sus cabezas, cogió su pistola por precaución,
pero sólo consiguió quedarse mirando incrédulo y con la boca abierta como la
misma agua que corría bajo sus pies, también lo hacía por el cielo de roca,
como si se tratara de un espejo, pero en el que ellos no se podían reflejar, el
hombre se preguntó si aquel líquido que había bebido, no lo estaba haciendo ver
cosas que en realidad no existían. Entonces, algo pasó reptando por la pared junto
a él, algo enorme que lo hizo dar un salto, Gíbrida alzó su escopeta, Licandro
lo apuntó con su pistola y medio segundo antes de apretar el gatillo, pudo ver
que se trataba de Bolo, el Nobora, caminaba por la pared y subía hasta quedar
cabeza abajo guiado por su olfato y por su instinto. Licandro soltó una
retahíla de groserías, palabrotas e insultos dirigidos a Bolo, a sus parientes
cercanos y hasta a los mismísimos constructores de aquel agujero maldito y
siniestro, mientras se apretaba el pecho con la mano que sostenía el arma, conteniendo
su corazón para que no se escapara de su sitio. Bolo no le hizo ni caso, seguramente
tampoco le entendió demasiado, pero se mantenía inquietantemente expectante, como
el perro que detecta a su presa, aunque no la vea, aunque esté oculta, su olfato
y su instinto le aseguraban que estaba ahí, lista para huir o para atacar.
León Faras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario