sábado, 15 de febrero de 2020

Autopsia. Cuarta parte.


V.

Los domingos, luego de la misa, era el día en que Úrsula se iba junto a su familia a pasar el resto del día en casa, y el doctor Cifuentes iba a comer junto con el padre Benigno, “Hola Guillermina, ¿Cómo está?” Saludó cordial el médico cuando le abrieron la puerta, la mujer no mostraba ningún entusiasmo con la visita, es más, tenía el rostro avinagrado, como cuando uno sabe que no le queda más remedio que soportar la presencia de un indeseable, “¿Yo? bien…” respondió sin ganas, el doctor mordió el anzuelo, preocupado “¿Guillermina, le pasa a usted algo?” La vieja miró a su alrededor para cerciorarse de que el cura siguiera encerrado en su despacho, “Yo estoy bien, de la que debería preocuparse más, es de la Úrsula” El doctor no acababa de comprender la forma de comportarse de la mujer, “¿Es que a Úrsula le ha sucedido algo malo?” La vieja lo agarró de la chaqueta para acercársele, amenazante, el doctor atinó a retroceder, “Usted mejor que nadie sabe lo que le pasa a esa chiquilla, doctor, y conoce muy bien la responsabilidad que le toca…” le cuchicheó al oído. El doctor Cifuentes era incapaz de cerrar la boca, “¿Ella le ha dicho algo?” preguntó ansioso, la vieja retrocedió triunfante, ya lo había doblado y se lo había metido en el bolsillo del delantal al pobre doctor, “Nada que usted no sepa ya, doctor…” luego se acercó a la puerta del despacho del cura para darle dos golpecitos suaves, “Padre, todo listo para que venga a comer…” y luego dirigiéndose al doctor con un rostro totalmente renovado y cínicamente amable, agregó “…siéntese doctor, de inmediato le traigo la comida”

“Habrase visto algo así antes” protestaba Tata, al mando de su carreta, luego de su visita a la iglesia con su familia, “¿Quién habrá sido capaz de semejante barbarie?” se lamentaba a su lado Lina, “Tal vez sólo fue un accidente, ¿quién querría romper el crucifijo de la iglesia para nada?” suavizó el tema Elena que viajaba sentada atrás, buscando la alternativa menos hostil, Clarita a su lado, en cambio, que siempre tenía las palabras atragantadas y la risa a flor de piel, esta vez iba muda, cabizbaja y con la vista pegada en el camino que se alejaba bajo sus pies, lo cual era suficiente para preocupar a cualquiera que la conociera, “¿Te pasa algo, estás enferma?” preguntó Elena, acercándose a ella y abrazándola por los hombros, la niña la miró y negó con la cabeza, “Es Gracia…” respondió con un murmullo, Elena quiso saber qué le pasaba a Gracia pero Clarita la silenció con un dedo en los labios, dándole a entender que no quería ser oída por los abuelos, la niña buscó la oreja de la muchacha, “…nunca la había visto así, estaba tan asustada” Elena no entendía nada, “¿Gracia, asustada? ¿Pero por qué?” la niña miró atrás, los viejos llevaban su propia conversación en el asiento de adelante, “Creo que había alguien allí, alguien feo y malo… ¿Por qué habría alguien así en la iglesia?” Elena intentaba armar un rompecabezas en su mente con tan solo dos o tres piezas, “Es que… yo no vi a nadie así, eran sólo las personas del pueblo, no entiendo de qué…” Clarita la interrumpió agitando las manos y la cabeza, “No, no era una persona, Gracia no le teme a las personas…” Elena quiso saber qué era entonces o qué aspecto tenía, pero la niña le dijo que su hermana no había dicho nada antes de salir huyendo. Gracia había corrido de la iglesia asustada en cuanto llegaron y ahora no sabía dónde estaba. “Si no era una persona, entonces qué cosa era…” se preguntaba Elena. La niña había logrado contagiarle la preocupación. Al llegar a casa y apenas liberadas de su ropa de domingo, Elena partía a buscar agua fresca para la comida, mientras Clarita recogía algunas hierbas; Tata cortaba trozos de leña y la vieja Lina pulverizaba los cristales de sal más grandes con su mortero de piedra paras sazonar su comida. Desde los riachuelos que descolgaban el agua desde la montaña, Elena podía ver el columpio de Clarita en el viejo árbol sobre la loma que se mecía suavemente, lo más seguro es que fuera por la brisa, pero la muchacha no podía evitar pensar en Gracia cada vez que lo veía moverse solo, de haber visto algo feo, ese era un buen lugar para limpiar los ojos y la mente, pensaba. Cuando se dio la vuelta con su cubeta llena de agua, Clarita estaba allí, parada en silencio con la vista en la cima de la colina, muy seria y con unas ramitas de menta y romero en la mano, “Es Gracia sobre el columpio, ¿verdad?” afirmó Elena con cierta seguridad en su cara, la niña negó, su hermana estaba sentada en el suelo, bajo el árbol, Elena agregó sin voltearse a mirar algo que sabía que no podría ver “…ve a hablar con ella, luego me cuentas…” y se fue con las ramitas de menta y romero y el balde de agua. Lina, a pesar de su avanzada miopía, no era ciega para notar los cambios de ánimo de la niña, se lo comentó a Elena cuando ésta llegó con las hierbas, la muchacha la tranquilizó con la verdad, que la niña estaba bien, sólo preocupada por su hermana imaginaria. Sabía que la vieja Lina se lo tomaría como algo sin real importancia, una niñería propia de una pequeña como Clarita. Elena fingió pensar lo mismo.

Gracia estaba sentada bajo el árbol abrazada a sus rodillas y con la vista a la inmensidad del valle, estaba tranquila, muy seria, hasta parecer enojada, como siempre, pero tranquila, Clarita llegó mirándola con preocupación y con las manos en la cintura, “¿Ya estás bien?”Su hermana asintió con un leve movimiento de la cabeza, taimada, como si hubiese sido severamente regañada por sus padres, Clarita se sentó a su lado, eran como dos gotas de agua, “No es bueno que te guardes esas cosas, cuéntame, ¿Qué fue lo que te pasó en la iglesia?” “Un sueño real… una pesadilla” respondió la niña invisible, tratando de escoger sus palabras, su hermana arrugó la nariz sin entender,  “¿Cómo? No te entiendo, Gracia” Gracia suspiró, frustrada “Era como, un gran fuego en el altar, una hoguera en la que estaban quemando algo que arrojaba mucho humo negro, pero el humo no se iba, ¿entiendes? como que se iba hacia dentro…” Clarita asentía con el ceño enormemente apretado, lo que no le daba demasiada confianza de estar comprendiendo algo a su hermana, pero aun así ésta continuó, “…bueno, llegó un momento en el que el humo, apretado como un puño, estalló…” y la niña apretó su mano y luego la abrió de golpe para ilustrar su visión, “…estalló en una gran nube de polvo negro y ceniza que comenzó a caer, se veía muy bonito, parecían pétalos de ciruelo llevados por el viento e iluminados por rayos de sol, pero dentro había una mujer…” Gracia en esta parte, parecía estar contando una historia de terror, de esas que se cuentan en las noches de campamento, pero no era ninguna historia, ni tampoco había ningún campamento, su hermana ahora la oía a través de los ojos y la boca, “…al principio pensé que era un ángel, porque tenía un hermoso par de alas doradas, pero luego me di cuenta de que no eran alas, sino que era fuego sobre su espalda, era ella quien se quemaba” Y Clarita alejaba el rostro como si pudiera sentir el calor y el dolor, “…era joven y hermosa, ¡Y estaba esperando un hijo! Comenzó a moverse hacia mí sin pisar el suelo, desprendía trozos de su vestido como hojas secas, sus pies estaban negros y se podían ver sus huesos…” Clarita ya no podía ni pestañear, Gracia estaba inspirada, “…sus manos estaban bien, como su cara, pero a medida que se acercaba, todo se le iba rostizando hasta los huesos. Me miró, y su rostro era como el de una mujer, tan real como cualquiera, ¡Ella me veía! y creo que me hubiese podido tocar también si hubiese querido…” Clarita no parecía estar disfrutando de la historia, pero no podía dejar de oírla, Gracia usaba todos sus recursos plásticos para narrar. Se apuntó a la cara con ambos dedos índice “Sus ojos eran de distinto color, cuando llegó a mi lado ya no me miraba a mí, sonreía mientras su rostro comenzaba a quemarse sin fuego, sus ojos desaparecieron y su boca se abrió tanto que parecía que iba a salir algo de adentro. Entonces corrí” Clarita estaba muda, Gracia volvió la vista al horizonte de nuevo, “Ahora que lo pienso, no era a mí a quien buscaba. A quien veía y sonreía era a Úrsula…” Concluyó.



León Faras.

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