jueves, 3 de junio de 2021

Del otro lado.

 

XLIII.

 

Laura se despertó ese amanecer con una idea en la cabeza, hacer un experimento. Ensanchó la línea del espejo con su lápiz labial, y luego cogió del caos de su habitación, y con la ayuda de su miniespejo, una chaqueta de mezclilla que solo se había puesto una vez en toda su vida y sencillamente no le había apetecido, también una piedra pulida en forma de huevo que le había parecido muy bonita en su momento, pero que nunca le dio confianza, porque sinceramente si eso le caía en el pie a alguien, le podía dejar uno o dos dedos bastante feos durante un buen tiempo y por último cogió un muñeco de peluche de ojos y nariz enormes que se supone que era muy famoso en una serie de televisión que ella nunca vio y por el que no sentía ningún aprecio y se los llevó con ella. Antes de salir, notó cómo la grabadora vieja y la pequeña se ponían en marcha, comprendió que las activaba el movimiento, pero no su movimiento, sino el de las cosas con las que interactuaba en la realidad de los vivos, “¡Aún sigo aquí! ¡Mamá, Lucía, las amo!” Gritó, y salió de su cuarto saltando por la ventana con toda la confianza de una muerta experimentada, para dirigirse hacia el rayo negro que caía del cielo y que ya tenía poco más de unos tres metros de diámetro, más o menos el tamaño de su cuarto. Aunque no estaba del todo segura, tenía la sensación de que aquella cosa crecía más rápido, mientras más grande se hacía, y así era, porque el rayo de luz negra no crecía a una velocidad constante, lo hacía doblando su tamaño cada día y lo que parecía muy poquito en un principio, ahora se sentía bastante más rápido, pronto sería vertiginoso, y luego… el fin.

 

Era un experimento sencillo, en cuanto llegó junto al rayo de luz oscura, se paró desafiante frente a él, como un vaquero en un duelo, se quitó la chaqueta, la hizo una bola, y la lanzó contra la impenetrable oscuridad del rayo, pero con suficiente fuerza y altura como para que pudiera llegar hasta el otro lado, sin embargo, y aunque se asomó lo más rápido posible para seguir la trayectoria de la prenda, nada apareció por el otro lado. Está bien, tal vez la chaqueta no era una buena idea, podía abrirse en el aire y perder fuerza o quizá corría un viento fuerte que ella era incapaz de percibir, pero nada de eso podría afectar la trayectoria de una roca, por lo que cogió su huevo de piedra y lo lanzó con la certeza de que debía volar varios metros antes de caer, pero una vez que entró en la oscuridad, no volvió a salir de allí y nunca cayó. Laura se mordió el labio inferior, su experimento no estaba saliendo como esperaba, o los resultados eran desalentadores, aquella cosa era capaz de tragar lo que le tirara y hacerlo desaparecer, desintegrarlo o engullir todo como un agujero negro, de estos últimos, jamás llegó a comprender exactamente qué eran, pero según la idea que se hacía, debían de ser algo así como lo que tenía en frente. Cogió a su último piloto de prueba, lo miró con gesto de resignación, como si aquello fuese una despedida forzosa e inevitable, aquel parecía contento, con la felicidad del ignorante, luego hizo todo el amague de lanzarlo con todas sus fuerzas, pero se detuvo, como si el muñeco de peluche le hubiese gritado una idea para salvar el pellejo en el último segundo, lo volvió a mirar, esta vez sorprendida de no haber pensado en eso antes, por supuesto: el espejo. Del otro lado de su diminuto espejo, el rayo de oscuridad no existía, y podía ver perfectamente su chaqueta tirada en el polvoriento suelo varios metros más allá. Laura lanzó su peluche hacia su espalda, como una novia que lanza su ramo y lo vio volar sin interrupciones hasta aterrizar cerca de su chaqueta, sin duda habían ido a caer más allá de las dimensiones del rayo de oscuridad, pero, y por lo que había podido ver, muy lejos de su mundo y fuera del alcance de su mano. Laura se preguntaba qué lugar sería ese, suponía que era el mundo de los vivos, pero aún no veía a ninguno y no acababa de fiarse, lo que sí podía ver, siempre a través de su espejo, era un par de árboles de cerro, atormentados y endurecidos pero bellos a su manera, y más allá un arbusto lleno de diminutas flores celestes; algún pájaro en la lejanía. Había vida, pero las personas no eran especialmente abundantes en ese lugar, y necesitaba saber si es que estaban allí, para lo que se le ocurrió una idea, algo que no le agradaba para nada hacer, pero que debería para averiguar si aquel era el mundo de los vivos, el mundo del que ella había salido, donde estaban sus seres queridos y al que inexorablemente regresaría.

 

Comenzó ese mismo día, regresando a su habitación y recogiendo algo de su ropa para llevársela al cerro donde el agujero negro crecía sin parar. Le pareció una cantidad muy pobre de ropa por lo que tuvo que regresar al día siguiente con más y aunque varias de esas prendas le gustaban, debía aceptar que ya no le servirían para nada. En una de sus idas y vueltas, pasó a la tienda en la que había visto antes la guitarra en exhibición, para hacer un pequeño robo, no del instrumento, sino de algo más pequeño. La tienda también tenía cortaplumas, relojes y encendedores a bencina, uno de estos últimos era lo que necesitaba, junto con una botella de combustible. Robar no le sentaba bien, pero no podía hacer otra cosa, había pensado en comprarlo, dejando dinero sobre el mostrador, pero de todas maneras tendría que robar ese dinero, a su madre o a alguien más, así que no tenía sentido, además, estaba tomando medidas desesperadas, su mundo estaba siendo engullido, desaparecía y pronto la alcanzaría a ella también, por lo que pretendía mandar un mensaje, una alerta, una ubicación, para que las personas que estaban preocupadas por ella supieran al menos dónde buscarla, y vaya que sí lo hizo.

 

El incendio quemó medio cerro, aunque tampoco era que se tratara de un terreno con una vegetación muy densa, más bien todo lo contrario, salvo por algunas quebradas que conservaban humedad aun en los tiempos secos, la mayoría eran pétreos arbustos de zonas áridas, sin embargo, cumplió muy bien con su objetivo, porque al menos la humareda fue vista en toda la ciudad, movilizó a muchísima gente, tanta que por un momento Laura se sintió culpable del desastre que había causado, pero, se había preocupado de dejar muy en evidencia la intencionalidad de ese incendio y en toda la ciudad se hablaba de un pirómano que había utilizado combustible de encendedor y ropa de mujer para provocar aquel fuego. Aunque aún no estaba claro el origen de esas prendas de vestir ni la identidad del autor del incendio, alguien podría notarlo fácilmente, pues la falta de esa ropa en el desorden de la habitación de Laura era más que evidente, aun así, la chica dejó un par de señales más, pues estaba empezando a pensar que esa cosa crecía muy rápido, que no podía huir por siempre, que más temprano que tarde debía aceptar su destino y hacerle frente a su Escolta y a lo que tuviera que pasar y que era mejor si las personas a las que le interesaba estaban allí.


León Faras.

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