jueves, 1 de septiembre de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XVIII.



Ahí estaba Cherman, con su pata de fierro y una espada en la mano que no era la de él, sino la de Boras. Le estiró la mano a su impresionado compañero para ayudarlo a pararse, pero el otro le enseñó el muñón, sintiéndose tonto por ello, y se puso de pie por sí solo. Entonces, Cherman le dio un breve pero afectuoso abrazo, y lo invitó a sentarse junto al fuego, cosa que Féctor rechazó con una sonrisa incómoda, instalándose a una distancia más bien ridícula de su camarada y de las llamas. Este lo miró como tratando de leerle el pensamiento, pero dedujo que su comportamiento era normal debido al impresionante tamaño del gran Tigar, su nuevo amigo, “Él es Nut… o algo así… creo, no te preocupes por él, no intentará matarte si no intentas matarlo… y con respecto a su olor, sé que cuesta creerlo ahora pero te acostumbrarás” Concluyó sonriendo maliciosamente. Féctor, lo que en realidad veía espantado en ese momento, era como Cherman removía las brasas y alimentaba las llamas con total desenfado, quizá sin saber que el más mínimo contacto con el fuego, lo convertiría en una antorcha humana que duraría lo mismo que una estrella fugaz antes de consumirse por completo, pero no se atrevía a decírselo porque tal vez era como Vanter, que lo sabía pero no le importaba, “¿Cómo sobreviviste?” Preguntó Féctor, desde una más que prudente distancia y su compañero lo miró pensativo durante unos segundos, porque aquella no dejaba de ser una pregunta rara, si se consideraba que estaba dirigida a un inmortal, entonces Nut, sentándose con pesadez junto a Cherman, gruñó algunas palabras en la tosca lengua de los antepasados de su padre, que el rimoriano se esforzó en entender con su escaso dominio del idioma alcanzado en tan poco tiempo, pues el gigante entendía perfectamente el idioma de los hombres luego de convivir con ellos durante años, pero no se esforzaba en pronunciar ni una sola de sus palabras. Luego de un breve diálogo cargado más de señas y gestos que de palabras coherentes, Cherman dedujo que al gigante le había llamado la atención que a ambos les faltara una parte del cuerpo, que ambos estaban mutilados como si aquello fuese una especie de ritual, “Es solo una coincidencia…” Aclaró el rimoriano, para luego empezar a contarle a su camarada cómo, lo disparatado de un ataque sin tino ni estrategia, los había llevado a acabar en un circo de peleas a muerte en el puerto de Jazzabar, en el que él y su gigante amigo se habían debido enfrentar y terminado cayendo juntos al río por un agujero en el piso. Nut mantenía entre los dientes un trozo de leña como si se tratase de un cigarro, asintiendo y haciendo breves y acertados comentarios que nadie apenas entendía, pero que a él le parecían indispensables para una correcta y completa narración de la historia, lo que admiraba a Féctor, pues ya podía ver en él un rastro muy claro de humanidad con una notoria huella de civilidad y cierta inteligencia incluso, lo que estaba muy lejos de la primera impresión que le había causado: la de una atemorizante bestia enorme. Cherman continuó con su historia. De quienes lo acompañaban en ese momento, solo sabía del destino de Damir, muerto ante sus ojos en la Rueda. Nut, nuevamente comentó algo señalándose una herida en la barriga, la que ya había dejado de sangrar hace rato, hecha por el pequeño guerrero durante el combate. Cherman asintió, comprendiendo el comentario del gigante, aunque no sus palabras, “Fue un combate justo y no teníamos opciones… tampoco él” Reflexionó este. A Féctor no le pareció que fuera tan justo dadas las dimensiones del rival a vencer, pero su compañero pensaba que sí, “Dos guerreros bien entrenados y además inmortales, contra un “hombre grande” armado con una cadena y un cuchillo, me parece una pelea justa” Nut también estaba de acuerdo con eso y Féctor no insistiría más, menos aun cuando Cherman comenzó a sacar lonjas de jugosa carne y a repartirlas, mientras los comensales apenas y podían mantener sus babas dentro de la boca. Luego de tragar el primer bocado, Cherman continuó, “Además de mí, también estaban Éger, Egan, Garma… y Cransi en ese lugar ¿Sabes algo de alguno de ellos?” Féctor lo miró con ojos enormes que le parecieron tan incriminatorios, que los bajó de inmediato, mientras masticaba afanoso la gran porción de carne que se había metido en la boca, cuando por fin pudo tragar, se tomó su tiempo para responder, “Salvo Garma, de quién no sé nada, los otros están muertos” Declaró. Cherman preguntó si acaso sabía cómo había sucedido y Féctor, temeroso de que si confesaba su participación en ello le cortaran su otra mano, o la cabeza, se limitó a señalar con un gesto del mentón las llamas que aún bailaban bajo las carnes del cerdo, “Fuego…” Dijo. Su compañero miró las llamas y luego a él sin comprender nada, entonces añadió, “Los inmortales de Rimos ardemos como antorchas al más mínimo contacto con el fuego… créeme, lo vi” Y luego de engullir su último trozo de carne, añadió con la boca llena, “Sabes que perdimos, ¿verdad?” Cherman asintió pensativo, aún digiriendo aquello del peligro del fuego para los inmortales. Él había visto las grandes columnas de humo que brotaban de los campos de Cízarin y sabía que aquello no podía ser más que una gran cantidad de cadáveres quemándose, pero no se llegaba a imaginar que la gran debilidad de los inmortales de Rimos fuese precisamente el fuego.



El río, bajo la Rueda, era profundo y torrentoso, con un fondo de grandes rocas y muchos pilares, en los que se sostenía Jazzabar, contra los que era fácil estrellarse y romperse un hueso. Cherman había estado sumergido hasta perder el conocimiento y cuando despertó, con un ataque de tos y una urgente necesidad por vomitar el agua acumulada en sus entrañas, estaba en tierra firme y con el gran Tigar sentado contra un árbol observándolo. De inmediato se dio cuenta de que no había rencores entre ellos cuando el gigante le devolvió su punzón, el que necesitaba para completar su pata de hierro. No parecía herido de gravedad, pero sí muy agotado, entonces, con un mudo gesto de gratitud, el rimoriano se fue. Recorrió la ciudad a oscuras y desarmado hasta encontrar la calle principal, la que a esas alturas no era más que un lodazal infestado de cadáveres destrozados de ambos bandos, aunque algunos rimorianos aún podían moverse espasmódicamente y sin voluntad, como lombrices cortadas a la mitad. Un feo perro lanudo y gredoso, hurgaba en los cuerpos, sin duda, buscando algo que comer. A Cherman eso apenas le llamó la atención, si no eran los perros serían las aves; las ratas o los cerdos incluso, esos hombres no eran más que carne muerta ahora que la naturaleza no desaprovecharía sin importar los remilgos humanos. La buena noticia, era que había espadas tiradas por todos lados para regodearse y mientras elegía una, el perro de pronto le ladró agresivo, Cherman se agazapó para no llamar la atención, pero al siguiente instante el animal llegó a su lado amistoso y sumiso, como la mascota que ha cometido un error que busca remediar. El hombre lo ignoró, mientras trataba de orientarse hacia donde estaba la batalla, pero aparte de la persistente lluvia, era poco más lo que los sentidos lograban percibir. Se iba a poner en marcha hacia cualquier parte, cuando un lamento del perro lo detuvo, el animal olía un cuerpo arrimado contra una muralla, uno que no estaba destrozado como los otros, Cherman aguzó la vista protegiéndosela del aguacero con una mano, aquel hombre le resultaba familiar y en efecto, lo conocía bien, era Vanter, que con una cicatriz enorme en el cuello aún respiraba. Trató de despertarlo, pero le fue imposible. Fue entonces cuando oyó voces que se acercaban y se ocultó junto a su amigo en la impenetrable oscuridad de un callejón, luego salió dispuesto a pelear, pero se dio cuenta de que aquellos no eran soldados, sino que solo unos muchachos imberbes que se divertían con los cuerpos no muertos de los rimorianos caídos y desistió. “Luego de eso, intenté regresar a la batalla, pero era imposible orientarse en una ciudad tan enrevesada y a oscuras. Con las primeras luces del alba, me di cuenta de que mis esfuerzos eran inútiles y que ya todo había acabado… deshice lo andado y encontré a Nut en el mismo lugar donde lo había dejado. Yo quería irme de allí lo antes posible y él no tenía intenciones de quedarse, por lo que abandonamos la ciudad juntos…” Concluyó Cherman, repartiendo una nueva porción de carne para todos.


León Faras.

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