jueves, 15 de septiembre de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XX.



¡Vamos, mujer! Solo será por un momento, volveremos antes de que te des cuenta…” Insistía Pidras con un forzado gesto suplicante, “La gente no vendrá al negocio hasta que termine el espectáculo…” Argumentaba Chad, gesticulando elocuentemente para sonar convincente, “La chica ha trabajado duro, Gris… dale un respiro.” Agregaba Gorman, con tono indiferente y los hombros encogidos. Grisélida, en cambio, no comprendía en qué momento todos ellos se habían vuelto aliados de Nazli, la chica nueva, y se agrupaban para defender sus propósitos, “Ya terminé con toda la limpieza, y te prometo que regresaré antes de que el público de la Rueda comience a llegar… ¡Solo será por un rato!” Rogaba la muchacha, consciente del corazón noble de la mujer, debajo de esa cáscara dura y el semblante permanentemente fastidiado que la caracterizaba, “¿Acaso no sabes qué clase de mujeres que van a ese lugar? ¿Quieres ser tú una de ellas?” Replicó Grisélida, muy poco convencida con la idea. Nazli era como una colegiala que deseaba con afán ir al baile, “¡Lo sé! Pero seré discreta, solo quiero ver al nuevo campeón del que tanto hablan…” “Se te hiela la sangre en las venas cuando ves como sus heridas se encostran sin soltar una sola gota de sangre” Aseguró Pidras, arrugando el rostro y apretando los dientes, como si sintiera un escalofrío, “Ese viejo es de otro mundo…” Corroboró Chad, asintiendo emocionado como un fanático refiriéndose a su estrella favorita, “Vamos, Grisélida, sabes que sé cuidarme bien, además, los chicos me acompañarán” Rogó una vez más Nazli, “No le quitaremos los ojos de encima” Aseguró uno, “Te la traeremos de vuelta sana y salva” Afirmó el otro. La mujer los miró a ambos con ojos pequeños pero intensos, los mismos que usaba para soltar amenazas y juramentos, “Saben muy bien lo que pienso de ese circo de sangre e insultos y que solo lo bendigo por la clientela que nos provee, pero, aunque les cueste creerlo, yo también fui joven, y también quise ver por mí misma algunas cosas que no debía…” Y luego dirigiéndose a Nazli, añadió “Sé que no soy tu madre pero soy tu jefa, así que ve y sacia tu curiosidad, pero si no regresas para cuando el aceite de Gorman comience a hervir, te quedarás sin cena, lo juroLos tres se fueron de inmediato con la intención de volver lo antes posible, pues a la chica en realidad, no le interesaba el espectáculo para nada, pues ya había visto suficiente sangre y muerte en su vida como para sentir curiosidad por algo así, cosa que Chad ya había comenzado a sospechar, pero sí por saber quién era el inmortal de Rimos que al igual que ella, había logrado sobrevivir.



Gan era un hombre precavido y le gustaba pensar que también astuto. Se instaló con su asno, ya liberado de cargas y amarres, en un claro a la orilla del camino, unos pocos kilómetros antes de llegar a Bosgos. Comenzó por despellejar algunas ratas con la cabeza machacada a palos que sorprendió medio ahogadas por la inundación en las afueras de Cízarin, y que pensaba comer esa misma noche de no haber sido por su encuentro con Qrima, porque, y aunque no era la primera vez que lo hacía, le costaba un poco admitir que comía ratas de vez en cuando. Luego, y con sus manos embadurnadas de sangre y otros fluidos, se dispuso a encender una esbelta fogata antes de que la oscuridad fuese total, confiando en que la sangre de rata evitaría que una simple chispa sobre sus manos lo convirtiera en una bola de fuego y acabara incinerado por completo como los otros. Ninguna chispa lo tocó esa noche. Empezó a asarlas sin apuro mientras mordisqueaba los tallos de una planta silvestre similar al hinojo que halló por el camino, cuando oyó el andar quedo de al menos un par de hombres, tal vez más, que se acercaban totalmente a oscuras y en silencio. Debieron ver su cara de profunda desconfianza a la luz de la fogata, porque los hombres, que en realidad eran dos y un asno llamado “Cantinero” se acercaron enseñando la palma de una mano y sonriendo con humildad, en señal de buena fe, “Que los dioses hayan bendecido tu jornada y vigilen tu descanso, viajero ¿Nos permites compartir tu fuego?” Saludó el más viejo. De inmediato, el pequeño campamento de Gan se vio invadido por media docena de perros que lo registraron y lo olisquearon todo sin miramientos, como los matones contratados por un mafioso para intimidar a los comerciantes, mientras un mastín especialmente grande, se plantaba delante de Gan mirándolo amenazante hacia abajo, como el matón encargado de negociar y evitar que el dueño del negocio haga algo estúpido. Su dueño le gritó una vez, pero debió repetir la orden para que el animal obedeciera y dejara en paz a su anfitrión, aunque con poco entusiasmo. Gan sonrió sin ganas, como se suele hacer ante las visitas indeseadas a las que no se les puede correr, pero su buen ánimo volvió cuando el viejo se sentó a su lado y compartió con él su pellejo de vino, “Mi nombre es Barros, sí, así me llamaron de crío y ese fue el único nombre que conocí…” Se presentó y justificó el viejo, “Él es mi hijo, Petro…” Añadió, señalando al otro, quien se encargaba de descargar y liberar a Cantinero para que paciera a gusto junto al asno de Gan, luego le echó un vistazo a la triste cena de este: una tríada de gordas ratas empaladas asándose a fuego lento, “¡Ah, benditas ratas! El creador las puso en el mundo para que el hombre jamás padeciera hambre, ¿verdad?” Petro se acercaba en ese momento con una suculenta gallina silvestre con el cogote roto atrapada esa misma tarde, Barros la señaló con orgullo, “¿Qué le parece si compartimos sus ratas mientras esta pájara esta lista para comerla?” Le ofreció el viejo y Gan no se pudo negar. La verdad era que Gan no conocía de nada a esos hombres, pero por su aspecto y su hablar le pareció gente de confianza, de los que no tenían ningún interés en robarle o asesinarlo a uno mientras dormía. Gan se consideraba un hombre astuto, y le gustaba pensar que su criterio era lo bastante acertado a la hora de juzgar a las personas que apenas conocía, y al menos en esta oportunidad, consideraba que no se equivocaba con esos hombres. Entrada ya la noche, apenas habían comenzado a disfrutar de la carne del ave, cuando los asnos comenzaron a rebuznar escandalosamente, tanto como para imaginar que estaban siendo atacados por una serpiente o espantados por un espectro del Bosque Muerto, los hombres se pusieron de pie de un brinco, machetes y palos en mano, Gan con un trozo de carne a medio masticar en la boca que tuvo que obligarse a tragar por el apuro; los perros también despertaron y se voltearon a ver, pero ninguno se molestó en ladrar siquiera, ni ellos ni sus amos podían hacer algo, solo quedarse mirando con la expresión congelada entre el alivio, la incredulidad y la desilusión. No había ningún peligro al que enfrentarse, era solo que el burro de Gan en realidad era una burra, cosa que este nunca se molestó en definir, y la burra junto con Cantinero, al verse ambos libres y juntos, se dejaron llevar por sus instintos más básicos y acabaron fornicando en la penumbra.


León Faras.



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