domingo, 12 de marzo de 2023

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XXXVIII.



Zaida había envejecido muchísimo, pero Teté aún no había visto el brillo de la muerte sobre ella, así que aún le quedaba tiempo en este mundo y sus facultades mentales intactas. Falena tenía doce años, casi trece, y desde hace un par que recibía clases sobre literatura, matemáticas y música por órdenes de su vieja mentora, aunque la niña no entendía bien el porqué y menos aún por qué ella sí y los otros niños no, “¿Acaso no sabes que eres una princesa?” Le preguntó la vieja, Falena la miró suspicaz, como quien sospecha que está siendo víctima de una chanza, “Es cierto, créelo. Tu madre también lo era” Le aseguró Zaida. Aun así, ella no tenía interés alguno en ser una princesa, ella quería ser soldado, “¿Crees que una mujer pueda ser un buen soldado?” Le preguntó la niña, totalmente ignorante de con quien hablaba en realidad, “¿Has oído hablar de la Doncella Ensangrentada?” Preguntó Zaida, y la niña negó con la cabeza. La vieja le contó una historia, “En un lugar lejos de aquí, una muchacha huérfana y flacucha peleó en su primera batalla real con tan solo catorce años de edad, lo hizo como una fiera, furiosa e incansable, tan impetuosamente que todos pensaron que solo haría que la mataran, pero cuando la batalla terminó, la niña estaba viva y de pie, jadeando como un animal y cubierta de sangre de los pies a la cabeza, muchos curtidos hombres dijeron que su rostro en ese momento solo podía inspirar miedo. La niña siguió luchando en más batallas, ganándose el respeto de sus hombres y llegó a convertirse en su generala, a la que todos estaban dispuestos a seguir… y no era más que la hija de un par de aldeanos muertos por la guerra.” La niña no decía nada, solo sonreía engolosinada con las imágenes que veía en su cabeza, la mujer le dio un par de segundos para regodearse y luego añadió, “Si quieres ser soldado yo puedo ayudarte, pero si lo haces, te lo advierto, será duro y no habrá lugar para arrepentimientos porque nadie estará dispuesto a escuchar tus quejas, así que te daré un año más para que te lo pienses bien.”



Cuando Falena le dijo a su madre que sería soldado, esta se espantó como ante una desgracia, pero no fue nada comparado con la reacción de Rubi, “¡Pero es que te has vuelto completamente loca?” Gritó esta, furiosa, “¡Soldado? ¡Esa gente no puede ni siquiera controlar sus propios gases! ¡Son rudos, son groseros y huelen mal!, ¿Qué vas a hacer tú en medio de ellos?” Falena también se indignó, “¡Oye! ¡Mi papá es soldado!” Entonces Rubi se volvió como un relámpago con su dedo inquisidor en alto hacia Telina, “¡Te lo dije! ¡Te dije que esto pasaría!” Y era cierto, Rubi ya se lo había dicho. Luego se volvió de vuelta hacia su hermana pequeña con los brazos en jarra, “¿Acaso crees que todos son como tu papito? ¡Pues adelante! Ve y sé soldado, pero luego no regreses lloriqueando a pedirnos que te saquemos del embrollo en el que te estás metiendo” “¡No lo haré!” Chilló la niña, apoyando sus manos en la cintura como su hermana. Pero luego de la confrontación, siempre venía la conciliación, Rubi se sobaba la frente frustrada, respiraba hondo y negaba con la cabeza, como si de pronto se diera cuenta de que todos sus esfuerzos son inútiles y debe ceder a pesar de estar en lo correcto, “Esta bien, esperaremos un tiempo, aún eres muy chica para eso. Si en un año todavía tienes esa loca idea de ser soldado, yo misma te llevaré y haré que te acepten o se enterarán de quién es tu hermana mayor…” “Eso no será necesario, Rubi, la señora Zaida me ayudará.” Replicó la niña, con una enorme mueca de pura satisfacción. Para Teté, que una mujer quisiese ser soldado era una absurda aberración, ella misma se imaginaba obligada a marchar al campo de batalla con una espada en la mano y sentía pavor, por lo que no comprendía cómo era que una niña desease eso a propósito, pero si esos eran los planes que Zaida tenía para ella, y la niña estaba de acuerdo, pues ella estaría de acuerdo también, si al final quién era ella para decidir lo que una princesa debía o no debía hacer. “¿Cómo era mi mamá…? mi verdadera mamá, ¿es cierto que era una princesa?” Preguntó la niña acurrucada en su cama junto a Teté, como cada noche antes de dormir, esta no le había dicho nada a Falena sobre ninguna princesa, así que supuso que alguien más lo había hecho, “Era bella, muy bella… tenía los ojos muy claros, como el cielo al amanecer, nunca vi ni he visto ojos así. Su nombre era Delia, y sí, era una princesa” “Era buena…” Agregó Rubi, desde su rincón, “Repartía fruta o a veces galletas con miel entre los niños… yo era la más pequeña de todos y ella siempre se asegurara de que también me tocara” Luego de una dulce pausa, su gesto se entristeció, “Eso, cuando estaba bien…” Añadió. Falena no comprendió aquello último, pero la mirada compasiva de Teté en ese momento la hizo deducirlo, “Tu mamá estaba enferma, mucho antes de que tú nacieras… pasaba mucho tiempo en cama, a veces se mejoraba que parecía que casi podía volar, pero luego volvía a decaer… decían que era algo en su sangre” Concluyó Telina, trayendo a su memoria las horribles imágenes que aún conservaba de la muerte de la princesa Delia. “¿Si yo no hubiese nacido, ella seguiría viva?” Preguntó Falena mientras acariciaba el vientre de Teté con marcado interés, “No hay forma de saber eso, eso…” Iba a agregar algo, pero Rubi le interrumpió dirigiéndose a su hermana, “¡No seas tonta! Nadie elige nacer o no nacer ¡Qué podías hacer tú? No es tu culpa.” Acabó, remarcando cada una de las sílabas de la última frase para que no cupieran dudas, Falena la miró buscando la veracidad que nunca faltaba en los ojos de Rubi y luego miró a su mamá, “¿Tú también te vas a morir?” Le preguntó. Teté la miró espantada, Rubi, en cambio, como a un horrible bicho raro. Falena agregó, “También tienes un bebé allí dentro…” Teté lo sospechaba, pero aún no lo sabía, nadie lo sabía. Preguntó por qué la chiquilla decía eso, pero esta solo se encogió de hombros, mirándole el estómago como si pudiera ver su interior. Era cierto, Telina estaba embarazada en ese momento, lamentablemente perdería su primer bebé antes de la décima semana, con todo el espanto de no saber qué está pasando y creyendo firmemente que se está a punto de morir, pero nada de eso sucedió, gracias a la sangre fría de Rubi y la experiencia de Dana que sabía una o dos cosas sobre abortos, cosas que Telina acabaría aprendiendo también.


León Faras.

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