domingo, 19 de marzo de 2023

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XXXIX.



Al cumplir catorce años Falena fue llevada de mañana por Rubi hasta el granero más viejo de todo Cízarin, no le dijo el porqué, solo la arrastró hasta allá sujeta de un brazo y con un paquete bajo el otro y caminando a paso redoblado, pues se suponía que llegaban tarde a algo. Allí había dos personas, uno era un anciano flaco, de pelo blanco y una barba perfectamente redonda como una hogaza de pan, como si creciera enrollándose sobre sí misma, fue lo primero que le llamó la atención a la niña, aunque eso no significara nada; la otra persona que estaba allí, y a la que no reconoció a primera vista, era la vieja Zaida, según Rubi, ella la había mandado a buscar. “Este es el señor Sagistán, soldado experimentado, guerrero innato y respetado instructor, ahora ya retirado, pero en honor a nuestra vieja amistad, a accedido a ayudarnos con tu entrenamiento…” El señor Sagistán permanecía sentado sobre un taburete, con las piernas cruzadas una sobre la otra y la boca apretada. Tenía muchas cicatrices a la vista que resaltaban pálidas sobre su piel bronceada, pero ninguna parecía de gravedad, excepto, quizá, por el dedo meñique de su mano izquierda que había desaparecido por completo. Zaida se acercó a la niña hasta ponerse a pocos centímetros de su cara, “El señor Sagistán es el mejor instructor que hay, pero como ya dije, está retirado descansando y dedicándose a sus cosas, así que lo último que necesita es que le hagan perder su tiempo, por lo que te lo preguntaré por última vez, ¿Segura que quieres ser soldado?” La niña miró al viejo, este también la miraba con sus ojos color tierra, parecía severo pero no le daba miedo. Falena respondió con una firme y convincente inclinación de la cabeza y la mujer replicó el gesto hacia el anciano. Todo estaba listo. Antes de irse, Rubi le entregó el paquete que traía, “Los hicimos para ti con mamá, los vas a necesitar” Le dijo. Eran unos pantalones, también había un par de sandalias. Luego, echándole una mirada desafiante al anciano, comentó en voz baja, “Guerrero innato, ja, con todas esas cicatrices en su cuerpo, seguro que no era muy bueno.” La niña abrió tremendos ojos ante tal comentario de su hermana y miró a su futuro maestro, pero este, curiosamente, solo esbozó una sonrisa. Seguramente se desquitaría con ella por la gran boca de Rubi.



Tu hermana tiene razón…” Fue lo primero que el señor Sagistán le dijo cuando quedaron solos, “Nunca fui muy bueno, en realidad, pocos son los tocados por la gracia de los dioses que tienen un talento innato y sobresaliente ¿por qué crees que la mayoría de los soldados visten esos pesados pijamas de hojalata? Porque a veces una espada no basta. Y como yo nunca tuve una armadura porque nunca me dieron una, tuve que esforzarme el doble y aprender a defender mi cuerpo con mi cuerpo y mi vida con mi vida y también aprender a huir rápido y a esconderme y permanecer en silencio durante horas…” “¡Eso es de cobardes!” Protestó la niña con el ceño apretado. El abuelo se quedó con la boca abierta, interrumpido a mitad de su discurso inicial, entonces emitió un chiflido y dos perros llegaron caminando a su lado, desperezándose. Uno era mediano y negro, con el hocico puntudo y los ojos saltones con aire desquiciado, el otro era grande, café oscuro y con aspecto chulo y matonil. Se llamaban Punto y Remo, respectivamente. “Estos perros son capaces de cazar cerdos, patos y liebres en campo abierto, perseguir y acosar su presa sin descanso hasta capturarla y destrozarle el cuello. Si a estos perros les ordenara en este momento perseguirte a ti, ¿qué harías?” La niña no dijo nada, pero instintivamente se puso en guardia, lista para huir, el viejo asintió. “Así es, huirías a esconderte, porque sabes que no puedes pelear contra ellos e intentarlo sería muy estúpido, no valiente, estúpido” El señor Sagistán golpeó sus palmas una vez y los perros se echaron en el suelo con un quejido ronco, como de hastío por ser molestados en vano. “Aprenderás a ser buena huyendo y escondiéndote, incluso de ellos…” continuó. “Pero yo no quiero huir, lo que yo quiero es aprender a pelear con una espada” Protestó la niña, comenzando a sentirse algo decepcionada. El viejo se acuclilló frente a ella, “Lo que tú quieres, es ser soldado, ¿no? pues lo primero que el soldado aprende es a obedecer. Si no sabe obedecer, no sirve, no importa lo bien que maneje la espada. ¿Quieres pelear con una espada? Vete de aquí, consigue una y ve a practicar al bosque con los árboles, cualquier imbécil puede enseñarte a dar espadazos, pero si te quedas, hay mil cosas que debes aprender antes de empuñar una espada.” Luego se puso de pie y se fue, “Es todo por hoy” Dijo.



Para el señor Sagistán, Falena no era el primer joven que soñaba con ser el mejor espadachín del mundo al que él debía entrenar, como si él hubiese sido alguna vez el mejor en algo, eso sí, todos los realmente buenos que él conoció, incluso aquellos que él mismo entrenó, habían muerto antes de los treinta años, mientras que él seguía vivo para enseñarle a los jóvenes, ese debía de ser un punto a su favor. El último de sus alumnos sobresalientes fue Toramar, el mejor espadachín de Cízarin, un chico con un talento único para moverse y una facilidad innata para incorporar la espada al resto de su cuerpo, que se unió al ejército solo para que su mamá no tuviera que seguir trabajando duro por ambos y que según le confesó una vez, nunca soñó con ser soldado. A los dioses les gusta ser irónicos con ciertas cosas. Pensaba en todo esto el viejo mientras afilaba en una piedra su azadón, cuando la voz de Falena apareció tras él, “Perdone…” Dijo la niña, humilde, “Tiene razón, mi tío Demirel dice que ser soldado es mucho más que blandir una espada… aunque no sé muy bien qué es blandir” Admitió la niña. Sagistán se volteó a mirarla, Falena se había puesto los pantalones que traía, eran de tela basta, reforzada con parches en las rodillas y en el trasero y amarras en los tobillos. “Entonces te quedas…” Dijo el viejo, quien se había puesto un gracioso sombrero de paja que le restaba seriedad a su aspecto, “¿Ves esa gallina colorada que está rascando en mis pimientos? Quiero que la atrapes y la traigas aquí.” La niña se quedó parada esperando a que le hablaran en serio, pero el viejo no parecía reír, “¿Qué esperas?” Preguntó el viejo, Falena protestó, jamás había tenido que atrapar una gallina y no sabía cómo hacerlo, Sagistán siguió afilando su herramienta, “¿Qué tienes que saber? Eres más fuerte que ella, más rápida y de seguro más inteligente, solo usa lo que tienes a tu favor y atrápala, es todo lo que tienes que hacer.” Pero la niña no se movía. Sagistán detuvo su trabajo con un suspiro, tendría que explicarle todo a esta niña, “La gallina es buena corriendo, saltando y esquivando, aprenderás mucho de ella si le pones algo de atención, después harás lo mismo pero con una paloma, que es capaz de volar, por lo que tendrás que ser menos rápida y más cuidadosa, luego será una rata, a la que si le permites que se esconda, no volverás a encontrar nunca, te enseñará paciencia y finalmente tendrás que capturar un pez con tus manos, que es capaz de todo lo anterior.” “¿Por qué no empiezo por el pez y me salto todo lo demás?” Respondió la chiquilla, mientras se dirigía resignada a corretear a la gallina.


León Faras.

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