domingo, 21 de mayo de 2023

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XLVI.



Rubi, su madre y Yurba, entraron a Bosgos poco antes de que el sol iniciara la jornada. El dichoso farolito se había apagado hacía rato por cuenta propia, lo que había facilitado mucho la tarea del conductor. A pesar de la hora, ya había gente despierta, pues el trabajo de las cabras era una tarea que comenzaba muy temprano. Encontraron una vieja ordeñando su cabra cerca de la calle y se detuvieron para preguntar, pero aparte del cordial saludo, no lograron comunicarse más allá con ella, pues la mujer al parecer estaba tan sorda como un pino y solo les asentía sonriendo sin sentido, hasta que de pronto y sin previo aviso, pareció disgustarse por algo y comenzó a gritar con escándalo, “¡Norba, Norbanaííí!” Yurba y compañía se miraron asustados, pensando que aquello podía ser una lengua extraña, de esas que se usan para echar maldiciones y blasfemar, pero pronto apareció corriendo una mujer más joven, alarmada por los gritos al principio, pero que los atendió con cordialidad luego. Ella era Norba. “Tienen que atravesar la ciudad, luego los campos de pastoreo y llegar hasta la otra parte de la ciudad. Allí pregunten por ella” Les dijo, mientras la vieja, su madre quizá, seguía sin parar de asentir, sonreír y ordeñar. En efecto, desde que Cízarin estaba apropiándose de las tierras de sus vecinos, Bosgos, como ciudad libre y próspera, había crecido mucho y había debido formar otra ciudad más pequeña, como un apéndice, oculta a un par de kilómetros de allí tras una de las muchas colinas que la rodeaban. Una de la que no todos tenían noticias, Yurba, Rubi y Teté, por ejemplo. La razón era sencilla, no podían usar las tierras de las cabras para construir o el negocio que le había dado vida a la ciudad en primer lugar, y que aún lo hacía, moriría, y eso era algo que no se podía admitir. Los tres atravesaron la ciudad y se adentraron en los campos de pastoreo junto con la salida del sol, eran inmensos, pero las cabras también eran muy numerosas, porque no había nadie en Bosgos que no tuviera al menos un par, a menos que no fuera un bosgonés. Al ascender por la suave y ovalada colina que debían sortear, Yurba vio al grupo de rimorianos apostados con descaro en un valle alejado de la ciudad, incluso tenían fuegos encendidos y las columnas de humo los delataban a kilómetros. Yurba comenzó a sonreír con tanto gusto, que logró que Rubi le preguntara la razón, “Tampoco saben que la ciudad está partida en dos…” Le explicó, y luego agregó deteniendo la carreta, “Si van a regresar, este es el momento… porque más tarde no podremos” Les advirtió con un gesto ambiguo entre el chiste y la gravedad. Teté miró con angustia a su hija, el brillo sobre ella era intenso y su muerte más cercana y Rubi al ver la angustia en los ojos de su madre, supo que hallar a la bruja era lo más importante para ella, “Continuemos” Ordenó la muchacha, y Yurba se encogió de hombros con su garbo característico, como si nada le importara, “Como quieran.” “¿Y usted no va a tener problemas por acompañarnos?” Preguntó Telina, quien recién tomaba en cuenta que su conductor era un soldado, pero este era un despreocupado totalmente inmune al estrés, “Tengo un colega con el nombre más ridículo que se puedan imaginar: se llama Motas, y dice que su tío se llamaba igual y que era un bravo guerrero, bla bla blá ¡Pero quién le va a creer algo así con semejante nombre! Como sea. Él es el único que sabe que estoy aquí, y aunque es un sinvergüenza sin escrúpulos, capaz de robarle la limosna a un ciego y quedarse de lo más campante, odia a los soplones por sobre todas las cosas. Él no dirá nada, además, el ejército cizariano ya debe venir hacia acá, yo solo me les adelanté.” Concluyó, ufano.



Apenas comprendió lo que ocurría, Nina llamó a Tombo, un moreno alto y fornido que se encargaba de la seguridad del negocio, entre otras cosas, y lo mandó con un caballo a confirmar la información del viejo Migas, pues este, debido a la urgencia y los apuros, no era capaz de especificar cuántos soldados habían o hacia dónde se dirigían. Tombo quiso protestar, pues había trabajado hasta tarde y según su criterio, si Cízarin los estuviera invadiendo finalmente, de seguro que lo sabrían y él no veía nada extraño. “Tombi, cariño, has lo que te digo, ¿quieres?” Y a pesar de lo amable de las palabras, aquello sonaba más como una amenaza. Nina era buena en eso, en soltar regaños y duras advertencias con dulzura, por lo que el hombre, luego de hacer su mejor mueca de desagrado, totalmente inocua, por cierto, partió resignado, pero no llegó muy lejos, porque la noticia ya circulaba por todas partes gracias a los cabreros y a que el ejército rimoriano no había hecho el más mínimo esfuerzo en ocultarse, “¿Qué es lo que planean?” Preguntó Nina, pero sin dirigirse a nadie en particular. En ese momento, un carro entraba a la ciudad en el que viajaban un par de viejos, un hombre y una mujer, pero eran de esos viejos que han sabido conservar su fuerza y estampa y no lucen agobiados bajo el peso de los años como los demás. Él ocultaba el rostro bajo un amplio sombrero de juncos, comunes en los campos de Velsi, bajo este se asomaba un robusto bigote muy encanecido y una cabeza perfectamente afeitada. Un pañuelo atado al cuello le ocultaba hasta el mentón. Ella usaba idéntico sombrero, pero más pequeño, con el pelo gris y abundante, sujeto en una única y robusta trenza. Evidentemente era una mujer pero vestía como hombre. Usaban uno de esos carros con aspecto de casa pequeña con ruedas que sirven para viajar largas distancias y pernoctar en cualquier parte. Solo la mujer bajó del coche, el hombre permaneció en su sitio y en silencio. Si se era observador, se podía ver que a su lado reposaba una estupenda espada, larga y recta, metida en su funda, algo que en Bosgos nadie tenía ni tampoco sabían usar, a excepción de uno que llegaba acompañado de su mujer y sus dos hijas a averiguar qué estaba ocurriendo, uno que el viejo reconoció de inmediato y del que se alegraba de ver, pero permaneció en silencio sin dar muestras de ello. “…Velsi está en ruinas y sus habitantes dispersos porque fuimos sorprendidos, no hubo tiempo para organizarse y reaccionamos mal, pero ustedes sí tienen tiempo para hacer algo y nosotros estamos aquí para ayudar.” Habló la mujer. Para esa hora, la cantidad de gente reunida en la calle era numerosa, y aumentando, y los más avispados allí sabían que si no controlaban a la multitud rápido, esta comenzaría a hacer estupideces muy pronto y nadie los podría detener, como lo ocurrido en Velsi. Una de las que entendía esto muy bien era Nina, pero algo le preocupaba más en ese momento, “¿Quién diablos son ustedes?” Preguntó con tono chulo, desafiante sin ser agresiva, solo para dar a entender a la mujer quién estaba al mando. “Mi nombre es Nova y este es mi compañero Nagar. Defendimos Velsi y vinimos a defender Bosgos…” “Pues eso tampoco es que les haya salido muy bien.” Comentó una de las putas de Nina que escuchaba apiñada con sus compañeras tras su jefa, y las demás asintieron con esmero, “Además, están como muy viejitos ¿no?” Añadió otra, con un timbre de voz casi infantil, “No necesitamos que nadie nos defienda…” Gritó alguien de entre la multitud y las voces de rechazo comenzaron a multiplicarse, “Ustedes no entienden, las armas que ellos traen…” Intentó explicar Nova, hablarles de los Tronadores y su poder destructivo, pero fue inútil, la multitud ya comenzaba a comportarse de manera estúpida, y la mujer prefirió volver al lado de su compañero, “Podemos arreglárnoslas solos.” Dijo Nina con dulzura, como despedida. El viejo echó a andar el coche en silencio, “Que no se diga que no intentamos ayudarles” Comentó Nova, quien en realidad era Gúnur, regenta del Molino uno y de los asesinos de Velsi.


León Faras.

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