martes, 9 de mayo de 2023

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

LXIV.



Y finalmente llegó el día. Cuando eso sucedía, Telina despedía a su esposo en la puerta de su casa, porque no le gustaba ver a todos esos en el ejército que sin saberlo, o sabiéndolo, marchaban hacia su inevitable muerte. Ella siempre había disfrutado de hacer el papel de madre y por eso quizá la vida la había mantenido rodeada de niños a su cuidado, hasta convertirse en la orgullosa madre de dos mujeres, sin embargo, en todo este tiempo no había podido darle hijos a su esposo, ni uno solo, porque su cuerpo los expulsaba a los pocos meses de embarazo o estos simplemente no se aferraban a ella y se dejaban ir sin más, y ella se culpaba, porque uno a veces en ciertos momentos de la vida, suelta juramentos al cielo que, sin saber cómo ni por qué, se graban a fuego en las murallas del destino y luego no se pueden deshacer: ella había presenciado la dolorosa muerte de la princesa Delia y había jurado entre lágrimas sinceras de angustia, que ella jamás tendría hijos, porque era una experiencia demasiado atroz por la que no quería pasar nunca y sin duda, los dioses habían tomado nota, porque ahora que deseaba darle un hijo a su esposo, no podía y nada de lo que intentaba funcionaba.



Ese día, también partía su hija Falena a la batalla por primera vez, y su madre podía quedarse tranquila, porque el brillo de la muerte no estaba posado sobre ninguno de los dos, por lo que estaba segura de que volverían con vida. Cal Desci, uno de los pocos que conocía y creía firmemente en los augurios de Teté sobre la muerte y que sabía tomárselos muy en serio, se hacía ver por la mujer de Tibrón cada vez, antes de partir a una batalla, era tonto en cierto sentido, le había dicho Teté una vez, porque la muerte podía estar esperándolo a la salida de una taberna, montada en la grupa de su caballo o incluso junto a él en su cama por la noche, pero a él solo le preocupaba morir en una batalla, quizá porque aquello era lo único en su vida que él no estaba eligiendo hacer. Ese día Teté dudó, tal vez por la extraña luz oblicua del ocaso o tal vez por la sinuosa luminosidad de las primeras antorchas encendidas, pero al final le dio la tranquilizadora señal de que volvería con vida de esta y Cal Desci la agradeció. Tibrón, tras la desafortunada muerte de Helsen, iba al mando del grupo de rimorianos como capitán y el comandante de estos era un soldado experimentado que estuvo con él desde el infame ataque a Velsi, de nombre Aregel. Las cosas no habían estado bien entre ellos desde el principio y Tibrón no entendía por qué el otro era áspero y cortante con él, tampoco le preocupaba demasiado, él estaba al mando y sus órdenes debían cumplirse, pero le molestaba que no hubiera una razón, lo cierto era que no lo discutirían hasta no forjar ambos amistad en el combate. Esta vez, iban solos, el propio ejército cizariano junto con el escuadrón de Tronadores se quedarían un día más, mientras los rimorianos se posicionaban al otro lado de la ciudad libre para evitar sorpresas, mantener las cosas bajo control y hacer que la absorción de Bosgos como nuevo estado cizariano fuera, al contrario de la arruinada Velsi, lo menos traumática posible para todos. Al menos ese era el plan.



En tanto la mitad de su familia se alejaba, Teté se quedó junto a la puerta cerrada de su casa pensando en lo mucho que confiaba en su don, lo tenía desde muy joven y nunca le había fallado, sin embargo ahora, su esposo y su hija menor iban a la guerra y ambos iban libres del brillo de la muerte sobre sus cabezas, mientras que su otra hija, la que se quedaba a su lado, en casa y que no parecía ni siquiera enferma, Rubi, estaba desde aquella mañana señalada para morir. Desde hace un buen tiempo que Rubi insistía en mencionar a una poderosa bruja en Bosgos de la que todos hablaban y a la que señalaban como muy afable y ayudadora, sugiriéndole que esa mujer quizá podía ayudarla a tener un hijo antes de que fuera tarde, pero Teté desestimaba la idea por considerar que su problema era muy poca cosa para salir en busca de esa mujer, la que seguramente, dada su reputación, estaría ocupada en asuntos más importantes que algunos partos fallidos, pero ahora Telina se preguntaba si esa bruja sería lo suficientemente buena como para quitarle el brillo de la muerte a su hija. Sabía por su esposo que la toma de Bosgos no sería esta misma noche, sino la siguiente, por lo que tenía un día completo para ir y volver. Rubi, que preparaba la cena sin tener ni idea aún de que el dios de la muerte había posado sus brillantes ojos sobre ella, recibió la noticia como un mal chiste del que uno debe reír por condescendencia, “¿Quieres ir a Bosgos, ahora?” Los ojos de Telina comenzaron a brillar de humedad, “Puede que esta sea la última oportunidad…” Rubi ahora la miraba con los labios apretados, enfadada, ya se lo había advertido decena de veces antes, pero ella siempre plantaba excusas y se negaba a que la bruja tratara su problema para tener hijos, y ahora que estaba a punto de desatarse una batalla y que la noche estaba tan negra como el corazón del Bosque Muerto, ahora su mamá quería ir. “Espera aquí, y prepara lo que vamos a llevar.” Le dijo a su madre con el tono seco y autoritario que usaba cuando estaba fastidiada, antes de salir de la casa con un portazo. Apenas se fue, Teté soltó el llanto angustiada, no quería hacer un viaje como ese y menos a esa hora de la noche, eso era algo que no iba con su forma de ser, ese tipo de cosas le daban un miedo terrible, pero más miedo le daba ver morir a su hija sin poder hacer nada por evitarlo, y si ella no podía ayudarla, tal vez esa poderosa bruja sí.



Rubi tardó una media hora o algo así en regresar, ella, al contrario de su mamá, era insufriblemente determinada y si tomaba una decisión, era capaz de llevarla hasta el final a como diera lugar, haciendo lo que tuviera que hacerse, incluso ir a una cantina por la noche, en busca del hombre más fastidioso que hubiese conocido nunca, el cual la pretendía con descarada y desagradable flagrancia, pero al que ella despreciaba con igual descaro, para que las acompañara en el viaje que debían hacer esa misma noche. Yurba solo puso una condición, saber el porqué, pero cuando Rubi se lo explicó de la forma más abreviada posible, y sin admitir preguntas ni interrupciones de ninguna clase, sonrió y respondió con exagerada galantería que en realidad no le importaba un carajo el motivo y que solo le bastaba con que se lo hubiese pedido ella. Rubi, por supuesto, no le devolvió ni una sonrisa, “Pues vamos entonces.” Le dijo, con las manos en jarra y las cejas bien empinadas, mientras el otro se sobaba las manos rebosante de alegría.


León Faras.

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